LOS MOVIMIENTOS EN LA IGLESIA

P. Jesús CASTELLANO CERVERA, O.C.D.

Se habla hoy mucho en la Iglesia de los movimientos eclesiales. Juan Pablo II confesaba el 1 de junio de 1998 en el Encuentro de Pentecostés con los movimientos eclesiales: "Después del comienzo de mi misterio como sucesor de Pedro, he considerado a los movimientos, como una formidable fuente espiritual para la Iglesia y para los hombres, como don del Espíritu Santo para nuestro tiempo y signo de esperanza para la humanidad".¿Qué son estos movimientos eclesiales? El padre Jesús Castellano nos da su respuesta.

"Pentecostés del laico", "Primavera de la Iglesia", así han sido definidos los Movimientos eclesiales de nuestro tiempo, subrayando la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de hoy.



Son un fenómeno típico de la Iglesia del siglo XX. Nacieron a partir del segundo decenio de este siglo. Sin embargo emergieron en la consciencia eclesial con una intensidad particular sólo en el período posconciliar.



Son parte integrante de aquel fenómeno más amplio que Romano Guardini definía: "el despertar de la Iglesia en las almas" en nuestro siglo. Un verdadero despertar de la Iglesia en la persona y en grupos de fieles, provocado por la acción del Espíritu Santo, para develar el misterio de Cristo a nuestra sociedad a final de milenio.



Contemplados según la óptica de la historia de la Iglesia contemporánea, los Movimientos eclesiales acompañan la vida del Pueblo de Dios en este siglo, cuando empieza a perfilarse la espiritualidad contemporánea con el retorno a las fuentes de la fe y de la vida cristiana y con la progresiva apertura al mundo.



Una espiritualidad que encuentra en el Vaticano II, el gran acontecimiento eclesial de este siglo, que acoge y vuelve a lanzar hacia el futuro la Iglesia como misterio de comunión, que se alimenta con la Palabra de Dios y celebra y vive el misterio de Cristo para la salvación del mundo entero.



Los Movimientos son parte integrante de la historia de la Iglesia contemporánea. Son expresiones de su misterio en el momento presente de la salvación, como comunión y misión. Además, son comunidades evangélicas donde el misterio de la Iglesia se vive, con un estilo particular de espiritualidad de comunión y se manifiesta y se irradia, como por contagio, con un nuevo impulso pastoral que es de nuestra época.



Por lo tanto llevan el sello del Espíritu Santo que "rejuvenece la Iglesia" con la fuerza del Evangelio. El obispo de Regensburg, Alemania, monseñor Rudolf Graber, en el inmediato posconcilio, había expresado este juicio, cargado de esperanza, con relación a los nuevos Movimientos eclesiales: "De todos estos Movimientos de grupo tendrá que surgir la renovación de la Iglesia, porque ha sido siempre la línea carismática la que ha llevado adelante el impulso renovador del Espíritu Santo".

También el cardenal J. Ratzinger, en 1985, ofrecía esta aduladora visión de esperanza en su "Repporto sulla fede". "Lo que abre a la esperanza en el ámbito de Iglesia universal es el nacimiento de nuevos Movimientos que nadie ha proyectado, sino que han nacido espontáneamente de la vitalidad interior de la misma fe. Se manifiesta en ellos – aunque discretamente – algo así como una estación de Pentecostés en la Iglesia... Emerge una nueva generación de la Iglesia con gran esperanza. Me parece maravilloso que el Espíritu, una vez más, sea más grande de nuestros programas y valorice algo muy diferente de lo que nos imaginábamos. En este sentido la renovación está discreta pero eficazmente en camino".



H. Urs von Balthasar veía en los Movimientos no sólo una presencia inédita de comunidades renovadas por el Espíritu, sino también una "reserva" de pensamiento y de inspiración teológica para la Iglesia del futuro.



En realidad, los Movimientos en plena fidelidad al Vaticano II son la expresión genuina de cuanto el Concilio había en parte preanunciado, hablando de los dones jerárquicos y carismáticos suscitados por el Espíritu Santo para la renovación de la Iglesia.



Ha sido Juan Pablo II el gran animador y promotor de los Movimientos eclesiales durante su pontificado. Ha percibido en ellos el profundo sentido de la obra del Espíritu Santo en la Iglesia de nuestro tiempo y ha sido el punto de referencia constante de una efectiva y fructuosa comunión eclesial.



En la vigilia de Pentecostés de 1996, en la plaza de San Pedro ofrecía a todos esta visión del fenómeno de los Movimientos: "Uno de los dones del Espíritu a nuestro tiempo es ciertamente el florecimiento de los Movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado ha señalado como motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres. Son un signo de la libertad de formas, en que se realiza la única Iglesia, y representan una novedad segura, que todavía ha de ser adecuadamente comprendida en toda su positiva eficacia para el Reino de Dios en orden a su actuación en el hoy de la historia.



A partir de este reconocimiento del Papa podemos poner en luz el sentido de los Movimientos en la Iglesia de nuestro tiempo bajo tres punto de vista complementarios: su historia, su misterio, su misión espiritual y pastoral.




Lo Movimientos en la Iglesia de nuestro tiempo





En todas las épocas, como documenta la historia de la espiritualidad, que es el hijo de ora de la historia de la Iglesia, hay hombres y mujeres, grupos y Movimientos que, inspirándose en un retorno a la pureza del Evangelio, han renovado la vida de los cristianos, según las necesidades características del tiempo.



Junto a los grandes maestros y santos, junto a acontecimientos históricos que marcan una época, en cada tiempo la Iglesia ha conocido. Movimientos de despertar evangélico, que respondían a las inquietudes del momento.



En la historia de la espiritualidad se comprueba que, junto a acontecimientos de gran importancia como los Concilios ecuménicos, el Espíritu Santo suscita grupos de santos y santas, grupos de renovación que, en completa fidelidad al Evangelio, logran encarnar y traducir en vida las grandes ideas expresadas por el magisterio doctrinal de la Iglesia.



Baste pensar en el fenómeno de los Santos que florecen alrededor del Concilio de Trento y encarnan el espíritu de la Reforma católica. O bien el impulso apostólico y misionero que se desarrolla antes y después del Vaticano I, con sus santos y las distintas fundaciones de carácter apostólico y misionero.



Esto significa que en la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, a la palabra del magisterio debe seguir la acción del Paráclito, para que se vuelva vida. El Espíritu Santo, de hecho, actúa no sólo con la verdad del magisterio de los Pastores, sino también con la potencia de sus carismas de santidad y de apostolado, a favor de la Iglesia y de sociedad de cada tiempo.



Si tomamos como punto central de la historia eclesial de nuestro tiempo la celebración del Vaticano II podemos notar lo siguiente. Para la preparación y realización del Vaticano II era necesario, y es necesario todavía, un grupo de santos y de carismas, capaces de concretar algunas de sus grandes intuiciones proféticas.



Por ejemplo, pensemos en la urgencia de la renovación bíblica, litúrgica, comunitaria, del diálogo ecuménico e interreligioso, de la evangelización, de la comunión eclesial, de la llamada universal a la santidad, de la necesidad de descubrir el camino catecumenal y la conciencia del propio bautismo, de hacer florecer el apostolado de los laicos, de favorecer la presencia de los cristianos en el campo de la cultura mundiales. Muchos de los Movimientos eclesiales contemporáneos han nacido del impulso renovador del Espíritu para ese objetivo.



Es cierto que el período posconciliar, junto al florecimiento de muchos valores, ha puesto a dura prueba la Iglesia, ante la secularización y la modernidad. Pero también en ese momento la presencia de los Movimientos ha sido providencial



De hecho, los Movimientos han representado, en medio de las sombras y de la incertidumbre del posconcilio, puntos de luz para la fe y la perseverancia de muchos cristianos, nuevas presencias de vida evangélicas en nuestra sociedad, ya no cristiana. Los Movimientos han dado respuestas eficaces a muchas dudas, han manifestado una gran capacidad de devolver la esperanza, de hacer bella y llena de fascinación la vida cristiana, la oración, la caridad, la liturgia; han fermentado con la esperanza la vida del Cuerpo místico en momentos difíciles.



Ante el creciente horizontalismo han puesta en luz la presencia de Dios y su elección, como fuerza segura y fuente de la vida sobrenatural; en el florecimiento de muchas experiencias comunitarias se ha visto la realización de la iglesia-comunión; el diálogo ecuménico e interreligioso ha progresado mucho, no sólo por los contactos oficiales y los diálogos teológicos, sino también por la relación de amistad, de comunión y de colaboración de algunos grupos eclesiales, que han favorecido un ecumenismo de pueblo. La Iglesia no ha perdido definitivamente a los jóvenes, porque muchos han encontrado en los Movimientos la experiencia evangélica convincente que buscaban; han contemplado el rostro de una Iglesia joven y acogedora que no encontraban en otra parte; han tenido la posibilidad de expresar en la comunión con otras categorías de personas la aportación al diálogo de la caridad y al impulso del apostolado.



La Iglesia puede contar hoy con un laicado más maduro y consciente, más presente en la sociedad, más abierto al diálogo entre fe y cultura, gracias a los Movimientos eclesiales.



Por eso Juan Pablo II, en Pentecostés de 1998, mirando el presente y el futuro de la Iglesia podía afirmar: "Se advierte, pues, la urgente necesidad de un anuncio fuerte y una sólida y profunda formación cristiana. ¡Qué necesarias son hay personalidades cristianas maduras, conscientes de su propia identidad bautismal, de su propia vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cómo son necesarias comunidades cristianas vivas!Y aquí tenemos a estos movimientos y nuevas comunidades eclesiales: son una respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío de finales del milenio. Vosotros sois esa respuesta providencial"..



Los Movimientos en el presente histórico de la Iglesia, son el don del Espíritu para salir al encuentro de las necesidades de la misión en nuestro tiempo.




Con la fisionomía de la Iglesia Madre





Con gusto llamamos a los Movimientos de hoy "eclesiales". En esta palabra se expresa su ser y su deber ser. De hecho, a menudo los Movimientos han sido estudiados bajo el perfil de su "debe ser" y se han desarrollado los criterios de eclesialidad que son muy importantes para ejercitar una especie de discernimiento por parte de la autoridad de la Iglesia. Son conocidos, por ejemplo, los criterios de eclesialidad o de discernimiento propuestos por el Christifideles laici n. 30.



Estos criterios son en síntesis: El primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad, como crecimiento hacia la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad. La responsabilidad de confesar la fe católica. El testimonio de una comunión firme y convencida con el Papa y con los obispos. La conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia, comunión que requiere un decidido impulso misionero que les lleve a ser, cada vez, sujetos de una evangelización. El comprometerse en una presencia en la sociedad humana al servicio de la dignidad integral del ser humano.



A estos criterios Juan Pablo II añade los frutos concretos que acompañan la vida y las obras de un grupo y se convierten en una especie de verificación. Entre estos frutos, en una amplia y articulada lista, recordamos: "el gusto renovado por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental; la animación para el florecimiento de vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial, a la vida consagrada; la disponibilidad para participar en los programas y en las actividades de la Iglesia, a nivel, local como nacional e internacional; el compromiso catequético y la capacidad pedagógica para la formación de los cristianos; impulso para una presencia cristiana en los diferentes ambientes de la vida social y la creación y animación de obras de caridad, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica para una más generosa caridad hacia todos; la conversión a la vida cristiana o el retorno a la comunión de los bautizados ‘lejanos’.



Son muchos los Movimientos que reflejándose en estos textos han descubierto con alegría su pleno carácter eclesial dado que los criterios mencionados y los frutos propuestos se encuentran presentes. Pero hoy resulta mucho más positivo hablar no tanto de criterios externos de eclesialidad sino de efectivas características eclesiales que se encuentran en los Movimientos, como la fisonomía de la Madre Iglesia en cada una de estas expresiones que no sólo han nacido en la Iglesia, sino de la Iglesia, gracias al impulso del Espíritu, y de la Iglesia son como una realización; se parecen, como hijos e hijas, a la Madres.



Juan Pablo II habló en estos términos cuando afirmó: "Los Movimientos reconocidos oficialmente por la autoridad eclesiástica se proponen como formas de auto-realización y reflejos de la única Iglesia".



En efecto, en ellas están expresadas en diferente medida y en varias formas pero, sustancialmente válidas, las características de la Iglesia: la unidad de la comunión eclesial en la doctrina, los sacramentos y la disciplina; la santidad como vocación y como camino; una cierta universalidad católica, que no se explica sino como participación en la naturaleza de la Iglesia que es universal; una apostolicidad, medida con la fidelidad a la palabra del Evangelio, trasmitida por los apóstoles; un gran amor y obediencia a los pastores de la Iglesia, especialmente al Papa y a los obispos; un verdadero entusiasmo en el contribuir a la extensión misionera de la Iglesia.



Una característica común de los Movimientos el deseo de reflejar el modelo "ideal" de la vida de los primeros cristianos en la comunidad de Jerusalén (Hch 2, 42-47), con las típicas expresiones de la "koinonía": escuchar y traducir en vida la palabra evangélica, la fraternidad vivida en la comunión, la centralidad de la fracción del pan y de la oración en común, el testimonio de la evangelización y de la caridad social.



De la Madre Iglesia, en cuanto criaturas del Espíritu, los Movimientos tienen la fisonomía de su origen carismática, evaluada por la autoridad competente. Favorecen el descubrimiento de la vida cristiana como encuentro personal con Cristo en la fuerza del Espíritu, la celebración gozosa de la liturgia y de los sacramentos, la capacidad de vivir un cierto anticonformismo evangélico para preservar la pureza de la fe y de la vida cristiana en medio del mundo, la importancia dada a la espiritualidad vivida y a la formación; el testimonio de fe y el espíritu apostólico; la múltiple irradiación de la caridad en las obras de misericordia espirituales y corporales.



En todos los Movimientos se encuentran además una renovada devoción a la Virgen María. Es más, a veces hay en ellos una presencia característica, un perfil mariano carismático como si fueran, de alguna manera, una presencia viva particular de la Virgen María para nuestro tiempo. Dan testimonio que la Iglesia en cada una de sus realizaciones es mariana, porque no puede existir la Iglesia sin María y no se puede comprender y vivir María sin la Iglesia.



Los Movimientos no sólo están presentes en la Iglesia, parte integrante de su historia, sino que son Iglesia, y de la Iglesia de nuestro tiempo revelan el rostro más hermoso y característico. El rostro de una Iglesia joven, evangélica, dinámica, plasmada por la Palabra del Evangelio y dócil a la acción del Espíritu Santo.




Los Movimientos como expresión de la misión de la Iglesia





En pleno comunión con el Papa en la Iglesia universal, profundamente insertados en las iglesias particulares, en comunión con los obispos que son también garantes y promotores del carisma de cada grupo y de su unidad, los Movimientos eclesiales participan de la misión de la Iglesia. Algunas características de los Movimientos eclesiales manifiestan aspectos esenciales de la misión de la Iglesia de nuestro tiempo.



Por ejemplo, en ellos, se distingue una presencia activa de los laicos, hombres y mujeres, jóvenes, ancianos, niños, todos comprometidos en vivir y transmitir el mensaje evangélico. En ellos florece la familia con una típica espiritualidad conyugal y familiar.



Esto comporta una nota característica. Los Movimientos se remontan a una espiritualidad de carácter fundamentalmente bíblico y evangélico, a una catequesis que pone el acento en la Palabra de Dios, a una evangelización que funda su espiritualidad en categorías evangélicas y en una síntesis bíblica genuina. Miran al descubrimiento de la riqueza y belleza del bautismo, de la confirmación y de la Eucaristía.



En los Movimientos encontramos una fuerte experiencia del Espíritu Santo, hecha al inicio de los fundadores o fundadoras. En la raíz hay un carisma, una experiencia del Espíritu transmitida por los Fundadores a los propios seguidores para que sea vivida, custodiada e enriquecida. Una experiencia capaz de una emprendedora creatividad espiritual y apostólica. Es necesario entonces remontarse eventualmente hasta la fuente para comprender de qué fuerzas espirituales han nacido algunas experiencias eclesiales.



Se puede hablar, pues de los carismas de los Movimientos según su conocida imagen de H. Urs Von Balthasar: "Los verdaderos fundadores de los Movimientos espirituales han sabido mirar en el centro del Evangelio a través de una ventana particular, abierta por primera vez".



Juan Pablo II en su mensaje al Congreso de los Movimientos de 1998 ha identificado algunas características comunes que se pueden encontrar en los Movimientos eclesiales: "Una expresión eclesial concreta, en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados".



Los Movimientos llevan consigo la misma horma comunitaria de la Iglesia. Presentan una espiritualidad de comunión y tienden a vivir el Evangelio y la Iglesia con típicas manifestaciones comunitarias: desde la comunión de alma, con el intercambio de experiencias de vida, a la comunión de los bienes compartiendo los propios recursos, llegan incluso a experiencias nuevas de economía de comunión a nivel social.



En la Iglesia muchos Movimientos llevan la nota de la universalidad geográfica y cultural.



El hecho es importante porque pone en evidencia que los Movimientos poseen una raíz fundamentalmente católica, tienen una semilla carismática capaz de prender en el terreno donde la Iglesia vive y actúa. Y esto comporta también consecuencias teológicas de relieve. Cuánto más son universales, más su naturaleza se explica con una referencia al centro de la catolicidad y de la unidad que es la comunión con el Papa.



También su vínculo con los Obispos en la Iglesia particular favorece y compromete la capacidad de comunión concreta de los Movimientos en el territorio y la apertura a la inculturación.



En un momento eclesial como el nuestro, marcado por el diálogo ecuménico entre los cristianos y por el diálogo interreligioso con los seguidores de otras religiones, también los Movimientos participan de esta dimensión de la vida eclesial, a menudo como punta de diamante de contactos a nivel teológico y vital, especialmente a través de experiencias concretas de encuentros amistosos de distintos tipo.



En un tiempo en el que es importante también la subjetividad los Movimientos eclesiales presentan también una fuerte impronta de experiencia cristiana, personal y comunitaria.



Es muy positivo el fenómeno de la experiencia cristiana en los Movimientos, como método para acercarse a la fe a través de un encuentro vital con Cristo, a través de la mediación de un grupo de cristianos. El grupo, en el cual el Cristo viviente en la Iglesia se hace presente, ofrece con su presencia y testimonio la oportunidad de hacer experiencia concreta en la realidad más simple de la vida evangélica: la eficacia de la palabra de vida, la confesión de la fe, la liturgia, la oración, la comunión fraterna, el testimonio de caridad en la comunión interna y en la misión. El testimonio vivido convence más que muchas teorías y se presenta como válido método pedagógico- el mismo cristianismo primitivo- que mira a la transmisión personal de la fe mediante la irradiación del testimonio evangélico.



Todos los Movimientos, finalmente, presentan a sus adherentes una particular propuesta apostólica, en sintonía con la naturaleza del carisma y con relativa espiritualidad laical.



Hay Movimientos que se mueven en el ámbito de la evangelización y de la catequesis general y especializada (familia, jóvenes, parroquias...). Otros se dedican más al testimonio de la vida cristiana, personal y colectiva, en los diferentes campos sociales. Otros tratan de renovar desde adentro con su presencia y acción la sociedad y sus instituciones. Otros proponen una inserción en el ámbito político, en la ‘polis’, donde se juegan los grandes intereses de la gente, como presencia de una humanidad nueva y renovada para el provecho de todos.



Conclusión



Los Movimientos son Iglesia. Pertenecen de lleno a la historia, al misterio y a la misión de la Iglesia de nuestro tiempo. Se empeñan en vivir y expresar una espiritualidad apostólica, típica de nuestra época; vivifican con la caridad los cuatro grandes diálogos que, según la enseñanza de Pablo VI en la "Ecclesiam Suam" y en Gaudium et Spes n.92, constituyen la misión de la Iglesia en el mundo, a partir de una intensa y eficaz comunión entre ellos, inherente a la naturaleza misma de la Iglesia.



Por eso, el futuro de los Movimientos en la Iglesia debe pasar a través de un crecimiento en la comunión, una perseverante presencia activa en la sociedad, en espíritu de servicio y de gratuidad.



"Todos, pastores y fieles, estamos obligados a favorecer y alimentar continuamente vínculos y relaciones fraternas de estima, cordialidad y colaboración entre las diversas formas asociativas de los laicos. Solamente así las riquezas de los dones y carismas que el Señor nos ofrece pueden dar su fecunda y armónica contribución a la edificación de la casa común. (...) La vida de comunión eclesial será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo: "Como tú padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). De este modo la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión.



Mirando hacia el futuro el Papa afirmaba en la fiesta de Pentecostés de 1998: "Hoy ante vosotros se abre una nueva etapa: la de la madurez eclesial. Esto no significa que se hayan resuelto todos los problemas. Es más bien un desafío.. Un camino a recorrer. La Iglesia espera de vosotros frutos "maduros" de comunión y compromiso.



De este modo y con este programa trazado por el Papa y ya puesto en práctica, los Movimientos serán cada vez más Iglesia en la historia, reflejos de su misterio, fuerza carismática de su misión.

(Nuevo Pentecostés, nº 67)