La oracion

LA SOBRIA PROFUSIÓN DEL ESPÍRITU

Sobre los que estamos en la R.C. hay personas que piensan, más bien por falta de información exacta, que somos exagerados en las exteriorizaciones de la fe y de la alabanza al Señor. Y hasta se trata de buscar interpretaciones de todo género, desde los que hablan de neurosis y desequilibrio hasta los que nos tachan de fanatismo. Cuando la interpretación se quiere hacer desde la perspectiva de la psicología o de la sociología, las explicaciones que se dan son también bastante peregrinas recurriendo a ciertos tópicos demasiado socorridos, menos a lo que puede ser la verdadera causa: la espontaneidad, la naturalidad de la fe, la admiración y el amor a Alguien a quien de verdad se ama y por quien se está dispuesto a darlo todo. Y esto sí que no es fanatismo ni neurosis.

También los sabios y doctores de la época dieron de Jesús las más variadas explicaciones: sus parientes dijeron que estaba "fuera de sí" (Mc 3,21) Y "ni siquiera sus hermanos creían el El" (Jn 7. 5); otros recurrieron al príncipe de los demonios para explicar su poder espiritual (Mt 12. 24-31), le acusaron de "malhechor" (Jn 18, 30) y de blasfemo (M t 26. 65) que se tenía "por Hijo de Dios" (Jn 19, 7).

A nosotros, como a cualquier cristiano convencido, no debe preocuparnos mucho que los demás nos calumnien y difamen, o que no nos comprendan, si nuestra fe es sincera y consecuente. Es la persecución anunciada por Jesús y que ha de tocar sufrir a los discípulos por su Maestro (Jn 15,20).

Y esto no tiene que disminuir nuestro entusiasmo, decisión y coraje para dar testimonio de admiración por Aquél que es nuestro Líder, nuestro Maestro y Señor, y difundir su mensaje. Que sus discípulos llegaran a "alabar a Dios a grandes voces” (Le 19.37) es un hecho que recogen los Evangelios, un gesto que agradó al Señor, es más, que El mismo provocó, y que siempre será necesario repetirlo de cara al mundo y para que lo aprendan muchos cristianos demasiado cohibidos e inseguros ante el que es "el Primogénito de entre los muertos, y el Príncipe de los Reyes de la tierra" (Ap. 1, 5), porque, de callar sus discípulos, habrán de "gritar las piedras" (Lc 19, 40).

Toda exteriorización de fe sincera y auténtica es algo que arrastra e invita a los demás, y también será alabanza del Señor. Y si hay apertura al Espíritu sin duda que se darán sus frutos. Una buena regla de discernimiento es que donde haya "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5, 22) no se puede negar la presencia del Espíritu y, en consecuencia, no procede hablar de exageraciones ni de emocionalismo. Es algo tan natural y sencillo como el desahogo y la efusión de un amor.
El Espíritu Santo realiza en las personas una admirable integración de lo humano y de lo divino, de la humildad y del arrojo, de ser como niños pero maduros en la fe, "prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas" (Mt 10, 16).

Es la difícil sobriedad del Espíritu, según la fórmula que Pablo VI nos proponía en el Congreso de Roma: "Laeti bibamus sobriam profusionem Spiritus", y que él mismo traducía y nosotros recogemos y subrayamos como un seguro lema: "alegres absorbamos la bien identificada y bien medida profusión del Espíritu.




NECESIDAD DE LA ORACIÓN PERSONAL.

Por el Sr. Obispo de Tortosa, D. Ricardo Carles.

Presentamos a continuación el tema de la oración con el resumen de la charla del Sr. Obispo de Tortosa, pronunciada en el Encuentro Interregional de Levante.

Un primer punto sobre esta necesidad de la oración.- No es una excepción en nuestra vida humana. En toda actividad la contemplación es necesaria. Cuando digo que he contemplado algo se supone que me he detenido y mirado atentamente. En la contemplación el ser entero se centra en lo que contempla. Cualquier vida que quiera ser humanamente fecunda, si se quiere evitar desastres, hay que detenerse y mirar: hay que contemplar.

Un planteamiento falso es el dilema que se propone: ¿acción o contemplación? La acción y la contemplación no se excluyen, sino que se complementan. Hemos de ver en qué medida nuestra acción es auténtica: si es un rebosar de contemplación o más bien una doctrina que ya no es evangelizadora ni santificadora. Y en qué medida nuestra contemplación es auténtica: si se queda sólo en un gusto espiritual o es algo que se traduce en obras apostólicas.

Nuestra civilización actual favorece todo lo que significa acción, ganar tiempo, disminuir esfuerzos. Nos lleva a una extraversión, haciéndonos estar siempre pendientes de los estímulos exteriores y ser incapaces de interiorización. Este es el problema de mucha gente para poder orar: no tienen capacidad de interiorización, no saben pensar ni revisar su vida, en cuanto quedan solos se aburren.

La acción no es cristiana si no hay contemplación. El símil del fuego nos ayuda a comprenderlo: si el fuego es pequeño, si apenas hay llama y echamos encima unos grandes troncos, lo apagamos. Pero cuando es muy potente, si echamos un leño grueso el fuego se hará más grande. Así también, con poca oración, con poco fuego en tu vida, si le echas mucha acción, apagará el fuego; pero si tu vida tiene suficiente oración, cuanto más trabajes y más te muevas, el fuego será más grande. Habrá veces que tendremos que frenar un poco y volver al desierto porque el fuego se está apagando y no admite mucho más trabajo. Hay que tener la humildad para reconocer muchas veces que el fuego se nos está apagando y que necesitamos unos días de retiro y soledad para reanimarlo.

También la oración es necesaria para algo tan elemental como es cumplir los mandamientos fundamentales. No es un trabajo de adorno, ni se puede vivir como cristiano sin hacer oración. Lo fundamental en la vida cristiana es amar a Dios y al prójimo: y para esto es necesaria la oración. No hablo de la oración considerada sólo como experiencia de lo sagrado, de lo luminoso, sino de la oración que comporta una unión vital con Cristo por la fuerza del Espíritu para acercarnos al Padre. Y esto exige una conversión, reforma de vida. Si en nuestra oración nos quedáramos con un sentirnos a gusto con Dios, sin llegar a una radical exigencia de conversión, nuestra oración no sería cristiana.

Jesús nos recordó el principal mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas; y al prójimo, como a ti mismo". Para amar a alguien hace falta tres cosas: conocerlo, que tenga cierta amabilidad y contacto personal.

El amor depende del conocimiento y conocemos a Dios en la medida en que conocemos a Jesús, que nos dijo:

"A Dios nadie lo vio jamás: el Unigénito que está en el Padre, éste le ha dado a conocer" (Jn 1, 18). "Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9). Por Jesús conocemos a Dios y esto lo hemos de cultivar en la oración.

La amabilidad por lo que se refiere a Dios no es problema: no hay nadie que se haga querer como Dios cuando se le conoce.

La amistad, el amor se enfrían con la falta de contacto. También se enfría el amor de Dios cuando falta el trato con El en la oración. Y si disminuye el amor en cuanto hace referencia a Dios y al prójimo, aumentará en cuanto a mi amor propio se refiere. "O el amor de Dios crece hasta el olvido de uno mismo y crece el amor del prójimo, o bien crece el amor propio hasta el olvido de Dios y del prójimo", decía san Agustín.

Cuando amamos a un hermano como Dios le está amando, el amor de Dios y el mío se unen en el hermano: esto no es posible sin la oración. Hemos de orar para tener amor, de lo contrario vamos cayendo en la espontaneidad de amar aquello que nos gusta y entonces el amor sería una inclinación natural y no una disposición sobrenatural para amar a toda persona.

¿COMO HAY QUE ORAR?

Mejor hacerlo que decirlo. Es muy difícil dar recetas para orar.

No hace falta que a nadie se le enseñe a orar, igual que a nadie se le enseña a respirar. Para un cristiano orar es vital.

El problema no consiste en que los hijos de Dios no sepan hacer oración. Sí que saben. El problema está en que a veces no tienen ambiente: o están bajo el agua o rodeados de demasiado humo: así no se puede respirar, o porque vivimos en ambiente de extroversión o de distracción total o de falta de control de nosotros mismos. Es decir, porque dentro o fuera de nosotros mismos hay un ambiente que no nos permite respirar.

Otras veces no se hace oración porque no queremos tocar el problema de fondo que nos lo impide: allá dentro hay un tapón, el que sea, que no deja entrar al Espíritu. Hasta que eso no desaparezca por la fuerza del Espíritu, la oración se mantendrá a niveles muy superficiales, si es que llegamos a tener oración.

Os diré una cosa muy elemental sobre cómo hay que orar. Es imprescindible estar en gracia. Hoy no hay clara conciencia del pecado, se ignora la necesidad de estar en amistad con Dios. Hoy todo el mundo está convencido de que Dios es muy bueno, de que Dios es Padre, y esto es muy positivo, pero es algo que comporta la necesidad de ponerse a tono con Dios y hacer su voluntad. Y esta segunda parte es la que ya no está en la conciencia de muchos cristianos de hoy: se acercan al Padre con una carga de pecados de los que ni siquiera piensan plantearse. "¿Por qué me decís: ¡Señor! ¡Señor!, si no hacéis lo que digo?" (Lc 6, 46), decía Jesús.

Hoy día son muchos los que dicen ¡Señor! ¡Señor!, pero no hacen lo que El dice: por eso debo afirmar que es fundamental estar en gracia para hacer oración y no esperar a una etapa posterior para buscar una reconciliación con Dios.

FORMAS DE ORACION

Ha de haber tiempo para la oración. Cuando vamos a hacer oración es fundamental el sentirnos amados. Más que buscar tal tema o tal pensamiento, lo básico es que cuando te pones en presencia de tu Padre Dios tengas conciencia de que eres amado por El, y así aún en el día más difícil para ti: incluso cuando te falla la idea de que tú amas a Dios, porque no lo ves ni lo sigues, la verdad de que El te está amando será el mejor comienzo de la oración. Te podrá fallar todo, dentro o fuera de ti, pero Dios es fiel y en ese momento Dios te está amando. Esta es la postura radical para la oración: sentirnos hijos amados por Dios.

De la oración bocal se ha hecho burla y menosprecio, pero digamos que al menos inicia un ansia de Dios y para muchas personas es una ayuda para conectar con Dios como pueden y como saben. ¡Cuántos enfermos y ancianos se han santificado con una oración sencilla!

Al acercaros a hacer una lectura sobre la Biblia hacedlo con un gran respeto y una ilusión mayor que cuando tenéis el periódico o la carta de un amigo. Hasta los párrafos más leídos y que sabemos de memoria nos pueden dar un mensaje nuevo.

La oración de petición está siendo ahora objeto de crítica. Algunos teólogos nos dicen que Dios no es un tapa-agujeros, que Dios no está para que le pidamos cosas tan concretas. Pero cuando Jesús nos dijo "Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá" no nos dio una muestra falsa de un Padre que quiere cuidar de nosotros hasta en las cosas más insignificantes. Por muy bombardeada que haya sido la oración de petición no deja de ser oración rotundamente cristiana.

La oración de ofrecimiento: hacedla cuando veis a los hombres trabajando, por ejemplo, en la construcción de un rascacielos. ¿Por qué no ofrecerle a Dios esa colaboración con la creación del mundo?

La oración de acción de gracias es la que da más alegría y la más desinteresada.
Oración de presencia de Dios: algunos temen que el estar ante el Señor, simplemente contemplándolo, sin decir nada, sea perder el tiempo. Si te sientes así con Dios, deja pasar el tiempo, pues puede ser una oración muy profunda; no te distraigas con la tentación de buscar un tema, ni de abrir un libro. Déjate llevar por el Espíritu, pues estás a dos pasos de la oración de unión con Dios. Alerta, porque esa oración que parece que se diluye, pero que tiene una gran conciencia de la presencia de Dios, es en la que el Espíritu está trabajando con más profundidad.

La oración de adoración o de sentimiento de admiración en su presencia, de lo bueno que El es, es una oración silenciosa, no hay que pensar demasiado. Es muy importante dejar crecer en el silencio el sentimiento de que Dios nos ama.

No os dejéis atar a ningún método: habéis de estar en contacto con Dios como El os dé a entender, ya sea una lectura lenta, una oración de petición, de arrepentimiento, de ofrecimiento, de acción de gracias, de revisión de vida u oraciones bocales: lo importante es que os sintáis cerca de Dios. Dejad el Espíritu en libertad según os conduzca.

Tal como Jesús hacía la oración, es fundamentalmente oración de Hijo.

Quiero insistiros en que es inútil poneros a orar si no hemos perdonado de corazón a quien nos haya hecho algo. Si no podemos perdonar, pidamos fuerza para ello, pues el Señor no puede conectar con nosotros si tenemos algo contra nuestro hermano. Jesús nos lo avisó. Si no podemos ir a reconciliarnos con ese hermano, pedid al Señor con amor por él.

Si en mi oración no busco la voluntad del Padre, sino mis cosas concretas, entonces intento hacer de Dios algo que se mueve con los hilos de mi oración. Recordad el ejemplo del Libro Primero de Samuel, 9, 10: Saúl iba en busca de unas asnas, pero Dios le dio un reino. Si en la oración Dios no os da las asnas que pedís, pero sí os da el Reino, y esto siempre es verdad, no habéis perdido el tiempo.

La oración no es magia: no debemos creer que es eficaz por los resultados apetecidos. Dios te santifica y te da gracia, lo demás El lo sabe mejor. Jesús también pidió ser liberado de la muerte y fue escuchado, pero en la Resurrección (Hb 5. 7-10). No sabemos a través de qué túneles y oscuridades y de qué tropiezos Dios nos lleva a la gloria, a la casa del Padre.

No queramos en nuestra oración algo que valga menos que Dios. Esto sería convertir a Dios en un instrumento de mi propio bienestar, tentación en la que a veces caemos. La oración tiene que realizarse, como en el caso de nuestro padre Abraham, contra toda esperanza. En ocasiones puede ser dramática, pero indudablemente será una experiencia de fe.





LA ORACION PRIVADA

A) "ORAR SIEMPRE SIN DESFALLECER" (Le 18, 1)

Uno de los frutos más inmediatos de la efusión del Espíritu es el gusto por la oración, al mismo tiempo que una gran necesidad de orar. Tras el descubrimiento o más bien, experiencia de sentirse amado por el Señor, el alma añora momentos de estar más a solas con El. Empezamos a comprender el anhelo del salmista:

- "Tiene sed mi alma de Dios, del Dios viro" (Sal 42, 3)

- "¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!”

- “Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo”.

- “... Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre”.

- “Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa"(Sal 84,1-13).

A partir de este momento cambia para muchos cristianos el problema de su vida de oración. Los que la practican experimentan una renovación en la oración; los que apenas si oraban o nada más recitaban sus oraciones empiezan a descubrir la oración y a entrar por sus caminos.

Toda la insistencia del Evangelio y del Nuevo Testamento de ser "perseverantes en la oración" (Rom 12,12), de "orar constantemente" (1 Ts 5, 17) resulta fácil de cumplir.

La vida del cristiano es lo que es su oración. Si no hay oración, no hay vida. Cual sea la oración, floja o ardiente, así será el tono de su vida. Uno de los mayores males que hoy sufren los cristianos y la Iglesia, en general, es la decadencia en la oración individual a la que hemos llegado. Muchos cristianos se sienten dispensados de esta necesidad por la renovación que ha experimentado la liturgia. Otros, por la revalorización de la acción y del compromiso por el servicio al prójimo. Y esta crisis se acusa en las comunidades religiosas hasta el punto de que se deja menos tiempo para la oración, e incluso durante el tiempo reservado a la misma, que antes se consideraba sagrado, se celebran reuniones para tratar asuntos de la vida de comunidad o del trabajo específico que realiza. Incluso en aquellas comunidades en las que aún se respeta esta observancia, muchas personas pasan el tiempo de la oración simplemente meditando, sin llegar a una comunicación y diálogo personal con el Señor. Otras, incluso aprovechan la ocasión para leer algún libro piadoso, que fácilmente puede ser la última novedad que ha salido de teología o de pastoral o el artículo de una revista.

B) MANTENER LA LAMPARA SIEMPRE ENCENDIDA (Lc 12,35)

Las mayores dificultades para la oración son de tipo personal e interno.

La principal es cuando permanecemos en estado de infidelidad contra Dios, o por pecados deliberados que corrientemente cometemos y nunca nos arrepentimos, o por arrepentimiento insuficiente.

De aquí derivan los estados de desgana, o de falta de inquietud espiritual, en los que no se experimenta hambre de Dios y se vive en tibieza constante. Nuestro estado psicológico en relación con el Señor es algo así como cuando estamos reñidos con una persona: evitamos el trato porque nuestro interior se resiste al encuentro, a dar la cara y a la reconciliación. Para llegar al restablecimiento de la confianza, y sobre todo de la amistad y del amor, tiene que mediar un diálogo, que a veces tiene que ser largo y muy sincero. Solamente a partir de este encuentro puede empezar a fluir espontánea y fácil la oración.

A las personas que manifiestan lo difícil que les resulta orar porque "no sienten nada", porque "no se pueden concentrar", etc. etc., hemos de llevarles siempre a la raíz de las mayores dificultades para la oración. Y para esto han de empezar a orar humildemente y con fe al Espíritu Santo. En realidad no hay estado de tibieza, sequedad o desgana, de falta de anhelo espiritual, del que no se pueda salir en muy poco tiempo, a veces en muy pocas horas, orando ardientemente al Espíritu.

Pero para esto habrá que insistir en el arrepentimiento. La calidad de la oración cristiana depende en proporción muy considerable del arrepentimiento. Es un gran error darlo por supuesto. De nuestra psicología lo único que puede surgir es el sentimiento de culpabilidad, que angustia, oprime y acobarda ante Dios y no libera. El arrepentimiento es purificación y lavado interior, que ablanda el corazón endurecido y pone el espíritu en actitud de alerta y apertura a Dios.

C) ENTRA EN TU APOSENTO Y CIERRA LA PUERTA (Mt 6,6)

Entrar en nuestro aposento y cerrar la puerta para orar al Padre "que está allí en lo secreto" exige silencio exterior e interior.

El silencio exterior supone no sólo la ausencia del ruido que nos puede impedir o distraer tanto la concentración necesaria, sino también la ausencia de otros excitantes en los que a veces no reparamos.

Un clima de paz, luz discreta, la postura que adoptamos para que también podamos orar con el cuerpo, mejor dicho, con toda nuestra persona. En esto nos puede servir de gran ayuda el empezar la oración postrando el rostro en tierra y durante unos minutos adorar profundamente al Señor que está presente. En ciertos momentos, también levantar los brazos en actitud de abandono, confianza y apertura, tal como expresa la Palabra de Dios (Sal 63, 5; 134; 1 Tm 2,8). Otra postura que prefieren los jóvenes es la de estar sentados en el suelo, con las piernas cruzadas.

El silencio interior tiene aún más importancia. Lo primero que se requiere es el silencio del corazón: todo estado de nerviosismo, cualquier choque emocional, cualquier alteración fisiológica de ordinario repercute en el corazón, acusando la falta de silencio. Hay que relajar el corazón de la agitación que producen las emociones y sentimientos.

Cuando empezamos a entrar en oración profunda enseguida experimentamos que nuestro corazón necesita purificación, y recordamos la doctrina de Jesús: "De dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas... todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7,21-23). "Los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5, 8), y para poder nosotros ir "tras su rostro sin descanso"(Sal 105,4; 24.6) necesitamos esa limpieza progresiva y constante del corazón y que el Señor prometió en su Palabra hablándonos de un corazón nuevo (Ez 11, 19; 36, 26) y de "un corazón contrito y humillado" (Sal 51, 19).

Sosegado y purificado el corazón es más fácil el silencio de la mente: quitar de la mente ideas, preocupaciones, pensamientos y las mil cosas que constantemente van a estar durante la oración tratando de invadir nuestra consciencia y acaparar la atención y distraernos del objeto que ha de centrar la oración: el Señor ante el que nos hemos presentado.

EL ESPIRITU VIENE EN NUESTRA AYUDA

En la oración no andemos con vaguedades. Nos dirigimos directamente a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Es el Dios que se nos ha revelado en el Verbo hecho carne. Cada vez que oramos hemos de entrar un poco más en comunión con el misterio de Dios Trino.

Si la oración es movida por el Espíritu, y para nosotros no cabe otra forma de orar, de tal forma que El lleve la iniciativa, es decir, que nos dejemos guiar por sus insinuaciones y mociones interiores, por su toque suave, más que por nuestras ideas y pensamientos, sin duda que nos llevará a alabar al Padre y al Hijo, y a darle gracias a El, el Espíritu de la verdad, que en nosotros "da testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16) intercediendo por nosotros con gemidos inefables.

Para el cristiano esta es el alma y el secreto de la oración y no es posible hallarlo en otra parte.

?En toda la Sagrada Escritura se nos presenta la oración como un diálogo íntimo con Dios en el que se da una respuesta profunda de amor personal, un permanecer contemplativo en la presencia de Dios y un rendirse al Espíritu buscando incesantemente la voluntad de Dios.

Son tres notas importantes que merecen les dediquemos atención. Nos ayudarán a profundizar más en nuestra atención.

1. Que nuestra oración sea respuesta personal de amor.

No siempre la oración es personal. Con frecuencia son nuestras ideas las que oran, no nosotros. Otras veces lo que hacemos es más bien hablar a nuestro concepto del Señor, pero en realidad no nos abrimos a su presencia personal.

También es posible que nuestro ser íntimo más profundo no esté presente en el diálogo. El Señor llega a nosotros, pero nosotros podemos seguir vagando por entre nuestras preocupaciones, fantasías, planes, distracciones.

Si la oración es personal, hecha con la mente y el corazón, podemos llegar a experimentar el amor personal de Dios, cosa que con frecuencia reconocemos con la mente, pero que quizá nunca experimentamos de verdad. Para esto el Espíritu nos invita a una apertura cada vez más personal a su amor. Entonces la oración se convierte en intercambio de amor, en un sumergimos en su presencia porque nos damos nosotros mismos de verdad a El y ya no nos quedamos tan sólo en el campo familiar de nuestras preocupaciones y problemas.

Pero hagamos una oración insistente y ardiente que sea como un grito que sale del alma. Esto hace actuar más nuestra fe. Y así también debe ser la oración, afectiva. El ímpetu y la vehemencia de los dos ciegos de Jericó (Mt 20, 29-34) y la insistencia de la siro fenicia (Mc 7. 24-30) es lo que muchas veces necesitamos.


2. Que sea un estar contemplativo en la presencia de Dios.

La oración es un proceso en el que, más que decir nosotros cosas a Dios, dejamos que nos invada su presencia y amor. Desde el punto de vista psicológico puede parecer que la oración es algo muy pasivo, pero hemos de saber que se dan distintos niveles de oración, desde el que solamente ora cuando tiene necesidad, o el que ora mecánicamente y sin contacto profundo y personal con Dios, hasta el que llega a permanecer contemplativo en la presencia de Dios, y aquí se vive muy profundamente su presencia con toda la actividad del espíritu. Más bien la oración tiene que llegar a convertirse en ejercicio de amor, o sea, en momentos dónde más se renueva y actualiza nuestro amor.

En esencia, es estar a los pies de Jesús, como María. Si llegamos a descubrir lo que esto significa, estaremos siempre anhelantes de hallar más momentos a lo largo del día en los que nos podamos sentar junto a El, escuchar y amar.

Pero estos momentos privilegiados llegarán si sabemos escuchar y acoger al Señor en lo más íntimo de nuestro ser, en lo más íntimo de nosotros mismos, donde nos encontramos con nuestro ser profundo, y a donde pocas veces llegamos a entrar porque vivimos muy superficialmente, muy al exterior, absorbidos por la realidad de afuera o por las cosas que pasan por nuestra mente. Dios quiere establecer su morada dentro de cada uno, en las habitaciones más íntimas de nuestra persona, cerrando detrás de nosotros mismos las puertas de las habitaciones exteriores, para que no llegue todo su ruido. En el curso de nuestro encuentro es de esperar que lleguemos a rendirnos personal y conscientemente a El, y que le hagamos entrega de las llaves de todas estas habitaciones o áreas de nuestra personalidad, para que El las limpie y ordene a su manera y tome posesión de las mismas, y ya no sepamos nosotros salir afuera sin ir en su compañía.

3. Y un rendirse al Espíritu

La experiencia de este encuentro personal con el Señor, de este "entrar en su descanso" (Hb 4,1-11) es algo muy grande. Pero el Espíritu Santo nos quiere llevar aún más lejos. Quiere que seamos fortalecidos por su acción "en el hombre interior", para conocer "la anchura y la longitud, la altura y la profundidad" de un amor que supera todo conocimiento (Ef 16, 19). Para esto es preciso rendirse y someterse a El en todo. Es una meta que nos puede parecer imposible o que nos puede asustar, pero todos estamos llamados.

Para dejar que el Espíritu pueda hacer esta obra en nosotros basta que nos abramos cada vez más a El en la oración, "orando en toda ocasión en el Espíritu" (Ef 6, 18). El nos dará los dones y los frutos y hará el resto que nosotros no podemos hacer.

Si atendemos a que en nuestra oración se den estas tres notas, no hará falta decir ya muchas más cosas sobre' la oración privada. El problema estará principalmente en el grado de relación con el Señor en que nosotros queramos vivir, y en la práctica.

A ejemplo de los grandes "amigos de Dios", que constantemente oraron no sólo en forma de acción de gracias, de alabanza y de petición, sino también como familiares que acostumbraban a hablar al Señor de cada cosa que se proponían hacer o tenían que decidir, hemos de aprender nosotros a convertir todas las cosas en oración, aun las más pequeñas. Solemos hablar con el Señor de las cosas más importantes de nuestra vida y damos por supuesto que 1o demás marchará bien automáticamente y que no hace falta presentarlas en la oración. Confiamos en nuestras propias energías para hacerlo todo bien, y parece que no nos importa gran cosa las muchas veces que hemos fracasado por no pedir al Espíritu que nos guiara en algo de lo que nos parecía estar seguros y que era demasiado fácil.

Es posible que en muchas cosas hayamos triunfado. Pero cada uno somos un verdadero fracaso en el objetivo que verdaderamente nos interesa: el amor del Señor y de los demás. El secreto está en aprender a someter cada cosa al Espíritu Santo.






LA ORACION EN GRUPO

No tratamos de explicar aquí cómo ha de funcionar la reunión del grupo de oración, sino, bajo un enfoque más personal, de la importancia y necesidad que tenemos de esta oración, de las cualidades o actitudes evangélicas que exige y de los objetivos que se logran.

A) SU IMPORTANCIA Y NECESIDAD

Yo estoy con vosotros todos los días (Mt 28, 20).

Para que la oración en grupo sea auténtica siempre supone la oración privada. La una no sustituye a la otra, sino que se complementan y ambas son necesarias para el crecimiento espiritual.

Aquí tengo que abrirme a la presencia del Señor, pero al mismo tiempo también al hermano, a su plegaria, a sus sentimientos y situación y a todo lo que va pasando en el transcurso de la oración. Tengo que saber "decir amén" a la acción de gracias del hermano (1 Co 14, 16).

Por tanto, ir a orar en grupo no es ir a hacer cada uno nuestra oración, sino a orar juntos, a orar con los hermanos, a ofrecer al cielo una alabanza conjunta, el clamor unánime de unos hermanos unidos en el amor y la fe. Para que yo personalmente haga bien esta oración he de saber conjugar estas dos presencias: el Señor en medio de nosotros y la de mis hermanos: de ninguna de ellas me puedo desentender.

Hoy quizá más que nunca el Espíritu del Señor hace sentir entre los cristianos la necesidad de orar en grupo, en comunidad, de escuchar juntos la Palabra. Vemos como aun fuera de la R.C. están surgiendo diversidad de grupos de oración y de reflexión cristiana.

No podemos olvidar que Jesús dio una gran importancia al hecho de cuando "están dos o tres reunidos en mi nombre" (Mt 18, 20), y la mayor efusión del Espíritu en la historia se dio en esta circunstancia especial: "todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), y "al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1). Igualmente, cuando tras haber sido apresados y conducidos al tribunal, Pedro y Juan vuelven a los suyos y cuentan lo ocurrido, "al oírlo, todos a una elevaron su voz a Dios ... acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía" (Hch 4, 23-31).

Si permanecemos encerrados en el individualismo, sin darnos cuenta entramos más fácilmente por un camino de rutina y conformismo, y difícilmente nos renovamos.

Por otra parte, muchos sienten que no les basta la participación en la oración litúrgica en la que echan de menos la espontaneidad, apertura y facilidad para la comunicación e intercambio espiritual. Para esto se busca orar en grupo, con un estilo no tan formal, pero sí con un clima más familiar.

B) ACTITUDES EVANGÉLICAS NECESARIAS

Vete primero a reconciliarte con tu hermano (Mt 5, 24).

Cuando oramos juntos, cualquier cosa que hagamos o digamos, hemos de procurar "que todo sea para edificación de la asamblea". Tanta importancia da a esto San Pablo, que lo repite cinco veces en el mismo cap. 12 de la 1 Co.

Y para esto lo primero que se requiere es la reconciliación de unos con otros, de lo contrario sería imposible orar juntos. Con la reconciliación y el perdón mutuo empiezan cayendo muchas cadenas y podemos aceptarnos tales como somos, con nuestras enfermedades y pecados comunes.

Esto facilita la apertura y el que nos sintamos pobres, humildes, "como niños" (Mt 18, 3) y tengamos sensibilidad espiritual ante el hermano, actitud de acogida, haciendo nuestra su oración y alabanza. Entonces vemos cómo, si cada uno se olvida de sí mismo y de sus propios problemas, para orar más con el hermano y por el hermano, comprobará que su problema se ha solucionado, o en todo o en parte.

Así es posible compartir la experiencia del Señor y las luces que recibimos en la oración. La comunicación espiritual, que generalmente se desconoce en la mayoría de cristianos y hasta entre los mismos esposos, por ciertas barreras e inhibiciones, empieza a fluir sin dificultad. Y esta es una de las sorpresas que desconocíamos, a pesar de una antigua amistad, y entramos más en sintonía con él.

Si somos asiduos a esta oración en grupo, avanzaremos en el afianzamiento en nosotros de todas estas actitudes evangélicas, que son fundamentales en la vida cristiana, y que si les damos la importancia que tienen, sabremos hacer comunidad y construir unidad.

C) OBJETIVOS A CONSEGUIR

Allí estoy Yo en medio de ellos (Mt. 18,20).

En la oración en grupo hallamos unas oportunidades que no podemos despreciar:

1.) Por el sentido profundo a que se llega de la presencia del Señor en medio de los que se reúnen, se vive una forma peculiar de gozo, fortaleza y aliento espiritual y en cualquier crisis o dificultad en que nos hallemos siempre nos reanimará e impulsará aun más a la oración individual.

Parece que experimentamos aun más la misericordia del Señor y salimos renovados por la forma como el Señor nos ha hablado y ha actuado a través de los hermanos.

2.) Nos compromete con los hermanos en el servicio y en el amor, en muchas situaciones no podemos llegar a perdonarnos y amarnos si no oramos juntos.

Cuando descartamos esta forma de oración porque ya llevamos una vida intensa de oración individual, corremos el riesgo de ir a buscarnos a nosotros mismos en nuestra oración, olvidando que la calidad de nuestra oración ha de tener su manifestación en la relación con el prójimo.

3.) Crea más fácilmente "un mismo Espíritu" (Hch 2, 46; 5, 12), "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).

Especial importancia tiene en las comunidades de vida consagrada, en los grupos de trabajo, en los equipos de evangelización y de acción apostólica, en los encuentros ecuménicos. Hay comunidades en las que se ora juntos, pero la oración no es más que la suma de muchos monólogos y no hay un verdadero nosotros. Así no es posible vivir "de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros con amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de ?la paz" (Ef4, 1-3).

La Renovación en el Espíritu lleva a crear comunión no sólo entre los hermanos de la misma comunidad, sino con otras comunidades, iglesias, grupos de espiritualidad distinta, trabajando para llegar a ser "todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos" (Flp 2, 2).

4.) Es así como en los que oran juntos se manifiesta "un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros" (Rm 12,5). Nuestra preocupación y actividad común no puede ser otra más que ésta: formar el Cuerpo de Cristo.

5.) Allí donde se realiza el Cuerpo de Cristo también se manifiestan los diferentes dones del Espíritu "para la edificación de la asamblea" (1 Co 12, 12). Lo mismo que cuando los primeros cristianos se reunían y cada uno solía "tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lengua, una interpretación" (l Co 12, 26), así' también hoy en la oración en grupo, tanto dentro como fuera de la R.C., siempre tendrá su lugar privilegiado la percepción intima de la Palabra, la revelación, la fe profunda, la exhortación, la consolación, la palabra de sabiduría, la palabra de ciencia, la profecía, la enseñanza, la curación, la oración en lenguas, etc.







LA ORACIÓN LITÚRGICA.


Después del Concilio Vaticano II son muchos los laicos que empiezan a descubrir la riqueza y profundidad de la oración litúrgica a través del Oficio Divino o la Liturgia de las Horas.

En los grupos de oración de la R.C. son también cada vez más numerosos los hermanos que de esta forma tratan de orar sin interrupción, como enseña San Pablo (l Ts 5,17) y de santificar el día.

Es una oración de gran excelencia. El Vaticano II dice que "el Oficio Divino está estructurado de tal manera, que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche, y cuando los sacerdotes y todos aquellos que han sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen debidamente este admirable cántico de alabanza, o cuando los fieles oran junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre" (Const. de Sagrada Liturg., núm. 84). "En cuanto oración pública de la Iglesia, es además fuente de piedad y alimento de la oración personal" (lb., núm. 90).

El deseo de la Iglesia es que cada vez sean más los laicos que sepan utilizar esta oración y que adquieran también para ello una instrucción bíblica y litúrgica, sobre todo acerca de los salmos.

El mismo Concilio encarece que "procuren los pastores de almas que las Horas principales, especialmente las Vísperas, se celebren comunitariamente en la iglesia los domingos y fiestas más solemnes. Se recomienda asimismo que los laicos recen el Oficio Divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí, incluso en particular" (lb., núm. 100).

El precio de los libros del Oficio Divino puede resultar caro para algunos. Pero para obviar esta dificultad se puede recomendar que, de los tres tomos de que actualmente consta la edición castellana del Breviario, basta que se compre y utilice el Tomo 1, llamado Diurnal, con el que, menos el oficio de la Lectura o Maitines, se pueden rezar todas las demás Horas: Laudes, Hora intermedia, Vísperas, Completas, durante todo el año.

La experiencia que tenemos de los retiros, en los que los Laudes nos duran una o dos horas, nos da una idea de cómo podemos hacerla también a nivel individual.

(Nota de la redacción. No nos hemos detenido más en la oración litúrgica porque ha de volver a salir en números posteriores.)







LA ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN

Hace unos años hablar de oración de contemplación significaba referirse tan sólo a aquéllos que se sentían llamados a la vida del monasterio o del desierto, y apenas si se podía concebir que se diera la contemplación en medio del mundo.

Por otra parte la vida contemplativa había quedado desvalorizada, más bien diríamos que incomprendida y desconocida, no sólo por la incapacidad del mundo occidental moderno para los valores del Espíritu, para la reflexión y la concentración, sino también por los cambios y corrientes que han exaltado el compromiso y la actividad temporal.

Pero hoy se observa un fenómeno nuevo dentro de la Iglesia en general y de manera especial en la R.C.: son muchos los hermanos que, en medio del mundo y llevando una actividad temporal, descubren la contemplación y se sienten cada vez más atraídos hacia la misma y hasta la empiezan a vivir, sin grandes pretensiones ni organización de ninguna clase, como una consecuencia de la vida intensa del Espíritu. Los Hermanitos de Foucauld son un testimonio elocuente. El libro de la Pustinía, que acaba de aparecer en la edición española, es algo más que un caso curioso de espiritualidad rusa. Como se lee en su capítulo final, "considerando bien las cosas, la pustinía no es del todo un lugar... es un estado, una vocación, que pertenece a todos los cristianos en virtud de su bautismo. Es la vocación contemplativa" (Pág. 185).

Esto será una gran riqueza para el cristianismo y obedece a una ley general de la espiritualidad de la Iglesia: una difusión cada vez más universal de los valores espirituales que en un principio fueron patrimonio de unos pocos.

Para que nos formemos una idea exacta de este fenómeno, hemos de advertir que hay una diferencia respecto del pasado. Es decir, en la contemplación cristiana hay unos elementos esenciales que nunca cambiarán: la relación personal del cristiano con el Dios Trino, tal como se nos ha revelado en Jesucristo, la cual por su misma naturaleza exige hacerse cada día más íntima y profunda. Y hay también unos elementos accidentales y cambiantes: son los medios y formas de expresión de las distintas épocas, como el alejamiento del mundo, buscando vivir para Dios solo, no sólo en presencia de Dios, sino para Dios solo: ciertas formas de ascesis y penitencia, la concepción filosófica y teológica de entonces, la forma como se organizó e institucionalizó, etc. Aunque hoy nos puedan parecer irrelevantes estos modos, no son motivo para poner en duda la autenticidad de la experiencia contemplativa que se vivió en otros tiempos siguiendo estas prácticas.

La novedad, o mejor, la creatividad imprevisible del Espíritu, es que hoy se empieza a realizar en medio del mundo y en número cada vez más creciente.

¿EN QUE CONSISTE LA ORACION DE CONTEMPLACION?

En el itinerario espiritual de cualquier cristiano en el que haya crecimiento y progreso en la vida de oración se puede llegar a una forma de orar que se hace cada vez más sencilla, intuitiva y profunda, simple mirada o visión de fe, simple presencia de Dios, en la que predomina más la actividad divina que el esfuerzo humano. San Juan de la Cruz diría que es ciencia de amor que juntamente va ilustrando y enamorando al alma.

En esta forma de oración predomina una iniciativa del Espíritu Santo por medio de sus dones, actuando de manera especial el conocimiento y el amor hasta adquirir una cierta intensidad. A medida que se va haciendo cada vez más fácil, simplificada y penetrante, se va abandonando el discurso mental y la multiplicación de los afectos para dar paso a un conocimiento más intuitivo de Dios, conforme el alma va respondiendo con generosidad a la misericordia divina. Es un conocimiento amoroso que cada vez une más con Dios. Los dones de inteligencia y de sabiduría hacen gustar así y experimentar el amor divino.

Hay un dato importante que siempre hemos de tener en cuenta: la causa de la contemplación no es el esfuerzo natural del hombre, no es fruto de un ejercicio o entrenamiento, ni tampoco algo que se pueda provocar cuando se desee poniendo en juego unas técnicas de concentración. Esto es válido para la contemplación que busca el yoga y el zen, pero no para la contemplación cristiana. Hay aquí una diferencia esencial.

La iniciativa, la causa principal es Dios que, por la acción del Espíritu Santo, eleva el conocer de nuestra fe y el amor de nuestra caridad a una simple mirada u oración de quietud, en la que el hombre ya no habla sino que escucha y contempla a Dios en silencio entregándose con generosidad a su acción.

Cierto que para llegar a esta cima de conocimiento y amor hay que entrar antes por un camino de purificación, que puede ser más o menos largo, pero en el que se viva un arrepentimiento profundo que lleve a una liberación de toda falta deliberada, y el espíritu se despoje y libere de las muchas cosas que atan y ocupan la atención y el amor, despego imprescindible para llegar a centrarnos en él. Pero, sobre todo, tiene que haber respuesta constante a la invitación del Espíritu, rindiéndonos y sometiéndonos totalmente a El, dispuestos a dar al Señor todo lo que nos pida y a aceptar cualquier renuncia que sea necesaria. En este proceso siempre se da pasividad y actividad: Dios tiene la parte principal, aunque el hombre ha de poner su partecita, que también es imprescindible. En la contemplación de tipo hindú, como el yoga, o de tipo budista, como el zen, e incluso en algunas prácticas hesicastas que vemos en la Filo calía, todo se cifra en la técnica del "no pensar en nada”, o del "quietarse espiritual y corporal", y se considera la contemplación como un término y un absoluto en la vida espiritual. Para el cristiano contemplativo el término y el centro es Cristo, que nos lleva al Padre y nos comunica su Espíritu, y no puede admitir otro absoluto.


TODOS ESTAMOS INVITADOS

Por muy altas que nos puedan parecer estas metas, no son más que un grado de desarrollo de la vida cristiana en sus elementos más esenciales. No es más que un proceso de responder siempre a Dios que se nos da en Cristo. Dialogando con ese Dios a quien oye en Cristo y a quien responde por Cristo, cada uno debe ser siempre un orante asiduo y fiel en espíritu y en verdad.

Todo cristiano está llamado a vivir una relación de intimidad con Dios por medio del misterio de Cristo, y a vivirlo no de cualquier modo, sino con intensidad y altura. Esto quiere decir que la contemplación debe existir en todo cristiano, al menos en estado de germen, el cual es de desear que se desarrolle hasta sus últimas consecuencias. Atrofiar este germen no es más que frustrar las posibilidades que tenemos, los talentos que hemos recibido, y desairar la invitación que a todos dirige el mismo Jesús: "Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,48).

Esto no quiere decir que todos estemos llamados al mismo grado de unión contemplativa con Dios. Para cada uno hay una llamada concreta, unos dones muy personales, una historia de salvación y unos condicionamientos humanos, pero cada uno "está llamado ya en este mundo a ese mínimum de conocimiento amoroso de Dios, a la luz de los dones del Espíritu Santo, sin el cual sería incapaz de rezar, de amar al Señor y de vivir según el Evangelio" (R. Voillaume).

Sí, podemos tratar de vivir inmersos en la humanidad y encarnados en el mundo en que nos ha tocado vivir. Pero nunca perdamos de vista la inspiración anticristiana y atea que inspira muchas de sus realizaciones y que de hecho busca remodelar al hombre de acuerdo con las categorías de la eficacia y la acción, y la productividad, considerados como valores absolutos. Sólo el Espíritu Santo puede darnos una mirada más profunda de todas las realidades, para llegar a descubrir al final el único que llena todos los deseos y aspiraciones de nuestra alma.

Si vivimos la vida del Espíritu con intensidad, necesariamente ha de llevarnos a vivir una vida de amor con el Señor, a vivir en diálogo continuo de intimidad. Es la lógica de la fe.

Hoy día "se dan circunstancias en las que el cristiano puede sentirse acosado a ser un contemplativo o a dejar de ser cristiano" (Voillaume).









METODOS DE ORACION
SEGÚN PRÁCTICAS ORIENTALES
EQUÍVOCOS Y PELIGROS PARA EL CRISTIANO

A Occidente nos está llegando toda una invasión de civilización oriental a través de ciertas técnicas y terapias, que revestidas de espiritualismo se presentan como un camino de salvación, como algo mágico y fascinante, no sólo por los efectos y poderes que prometen al que gradualmente se ejercita en sus métodos, sino también por sus fanáticas exigencias y las normas éticas y disciplinarias que imponen, mucho más exigentes que las del cristianismo.

Tal como las proponen sus maestros y gurús, exigen "una conversión" para llegar a la reestructuración psicosomática de la persona, o al conocimiento supramental o a la iluminación interior, según el método de que se trate.

Las corrientes actualmente más en boga son: la meditación trascendental, el entrenamiento autógeno, el control mental de Silva, el yoga y el zen.

No tratamos de discutir aquí la eficacia que puedan tener como medios terapéuticos, que utilizan la relajación para combatir ciertos trastornos psicosomáticos.

Nos vamos a fijar en la pretensión con que se presentan algunos de ellos, en cuanto movimientos de la consciencia que vienen a ofrecemos a los cristianos unos métodos de oración y una espiritualidad muy peculiar.

En efecto, los "evangelizadores" de todas estas técnicas están cosechando abundantes frutos y ganancias materiales entre los cristianos, y de manera especial dirigen sus esfuerzos hacia sacerdotes, ministros y personas consagradas. Saben que en las iglesias cristianas tienen muchos posibles seguidores y piensan con buena razón que todos aquellos que se preocupan por la oración han de estar interesados por unas técnicas que ofrecen un gran poder espiritual.

Son cada vez más los sacerdotes y religiosos que se entregan al cultivo de estos métodos, respondiendo a sus exigencias con una fidelidad que nunca tuvieron para con las exigencias de la vida cristiana, llegando a confesar que ello les ayuda a tomar una conciencia más profunda de su fe y a descubrir la verdadera oración.
Algunas casas cristianas de espiritualidad incluyen en su programa anual ejercicios espirituales según el yoga, o según el zen, o incluso cursos de meditación trascendental.

He aquí un campo donde se requiere más discernimiento y la verdadera sabiduría cristiana del Espíritu de la verdad que Jesús prometió.

Veamos más en detalle, algunos de estos métodos.

LA MEDITACION TRASCENDENTAL

Su fundador fue Maharishi Mahesh Yogi. Llegó a Estados Unidos en 1957 con un plan mundial de siete puntos, presentándolo como un movimiento explícitamente espiritual con el nombre de Movimiento de Regeneración Espiritual. Todo estaba fundamentado en una teología hindú según el pensamiento de Shankara, filósofo hindú del siglo IX.

La meditación es presentada como el medio de unirse a Brahman, es decir, a la conciencia impersonal que es la única realidad que existe, porque todo lo demás que nosotros percibimos no es más que "maya" o ilusión.
Al principio consiguió un gran número de adeptos, pero más tarde empezó a decaer el fervor, por lo que volvió a la India, para regresar unos años después con una reelaboración del plan, que ahora sería presentado con nombre y terminología científicos: La Ciencia de la Inteligencia Creativa, creando en 1969 la universidad de Stanford Californis, para estudiar y propagar los resultados fisiológicos, clínicos o biológicos de la meditación. Se cree que actualmente hay en el mundo más de millón y medio de personas que practican la meditación trascendental, con centros en la mayor parte de los países. El de Burdeos, del sur de Francia, cuenta con unos dos mil meditantes. Hasta se ofrecen cursos a los soldados del ejército de USA.

La finalidad mística de esta meditación es permitir al espíritu individual la unión con el espíritu cósmico. A los seguidores ya no se les habla de Brahman, sino del campo de la conciencia, y se les pide meditar veinte minutos por la mañana y otros veinte por la tarde, según el principio del segundo elemento: el pensar positivo. Esencialmente la meditación consiste en la repetición de un "mantra" o palabra sánscrita secreta, que el que la medita hizo juramento, cuando la recibió del gurú, de no revelarla a nadie, y por la que en Estados Unidos se llega a pagar hasta 150 dólares.

En el cuarto estado de conciencia trascendental el que medita pierde la conciencia de las cosas para no quedar más que centrado en el ser.

Los reparos que se puede poner desde el punto teológico y cristiano son bastante considerables:

1. La "puja", que es la ceremonia habitual a la que debe asistir el neófito para ser iniciado en la meditación trascendental y recibir su "mantra", en sustancia es un culto a divinidades hindúes, y el maestro se inclina ante el cuadro del Guru Dev, el maestro Maharishi, ofreciendo flores, frutas y un mantel sobre el altar. El "mantra" suele ser también la invocación de una divinidad hindú.

2. Tal como presenta Maharishi su movimiento, para el hombre no existen problemas que él por si mismo no pueda resolver. Es el hombre el que crea sus propios problemas y tiene dentro de si la capacidad de resolverlos. Y esto a través de la meditación por la cual puede hasta llegar a comunicarse con otros espíritus o los millones de dioses que hay en el panteón hindú.

3. Asimismo el hombre para ser feliz y sentirse salvo sólo necesita conocerse a si mismo, pues es entonces cuando llega a encontrarse con su esencia íntima, y esto se lo puede procurar el hombre por si mismo. Basta que trate de despertar la conciencia cultivando un estado pasivo de la mente.

La Revelación cristiana nos enseña que nuestro yo está corrompido por el pecado y el egoísmo y que necesitamos una redención y salvación que sólo Cristo Jesús puede ofrecer y que no tenemos bajo el cielo otro nombre "por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch, 4,12).

METODOS DE RELAJACION Y DE CONTROL CEREBRAL

Los métodos y las técnicas que están floreciendo en este sentido son muy variadas, y algunos de ellos buscan cierta relación con el campo espiritual de la persona a la que pretenden ofrecer una salvación espiritual.

No podemos ni siquiera mencionarlos todos; baste dar un toque de alerta respecto a algunos métodos.

La relajación dinámica se basa en la nueva ciencia que se llama Sofrología. Su creador es el médico español Alfonso Caycedo. Se practica en grupo y comprende tres grados en los que se conjugan elementos procedentes de técnicas budistas, del yogo y del zen. Uno de los objetivos es llegar a un estado de contemplación y a dominar los fenómenos de desconexión de la consciencia.

Las ondas alfa: Joe Kamiya, de la Universidad de Chicago, ha introducido la técnica de dominar conscientemente nuestro ritmo alfa, provocando voluntariamente ondas alfa relajantes. Pero esto forma parte de otro fenómeno más amplio, el "biofeedback", con el cual se pretende conseguir en un día lo que con las técnicas del yoga y del zen no se logra sino en varias semanas: un estado de relajación y distensión mental en el que se tiene la sensación de flotar.

El control mental de Silva: José Silva es el fundador en Estados Unidos de este método que se atreve a presentar como el mayor descubrimiento del hombre y que de momento no es más que el comienzo de la segunda fase de la evolución humana.

Desde el punto de vista de la fe y la moral cristianas hay mucho que objetar contra este método. De las cuatro partes que comprende el curso, las dos primeras se orientan a la relajación controlada y al automejoramiento general, utilizando el pensar positivo y la auto hipnosis. Un punto importante en el que se insiste es en el "biofeedback" que es la capacidad de la mente para ejercer cierto grado de control sobre funciones corporales que antes se creía eran automáticas o al menos fuera de control consciente. En realidad el "biofeedback" es la clave de un sistema místico-metafísico con la que la mente, mediante un "master sense" que posee, puede realizar una gran variedad de poderes psíquicos, como la telepatía, la transferencia del pensamiento, el preconocimiento y la clarividencia. Siguiendo esta línea se llega a enseñar a los adeptos a controlar a las personas y los acontecimientos mediante los nuevos poderes psíquicos ocultos en la mente, y que para Silva son el verdadero reino celestial que está dentro de nosotros.

En la segunda parte de la enseñanza se entrena a los estudiantes a entrar en ese reino interior por medio de unos ejercicios con los que llegarán a saber proyectar sus mentes sobre la vida animal y vegetal, y a controlar cualquier situación externa: es la ciencia de la psicoorientología. Como una parte de esta enseñanza, el estudiante llega a entrar en contacto con "seres espirituales" o consejeros, que le ayudarán en sus operaciones psíquicas, los cuales, según la clase de público a quien se hable, serán alteregos (si se habla a freudianos) o ángeles de la guardia (si se habla a católicos).

No es necesario insistir sobre el grave peligro espiritual que existe en el cultivar deliberadamente el contacto con otros seres espirituales desconocidos. Y la gran inmoralidad que ello supone cuando lo que se busca es dominar e influir sobre otras personas.

Es evidente que ciertas fuerzas espirituales malignas actúan en estas técnicas con las que se busca liberar y aumentar los poderes personales. Prueba de ello es que la práctica prolongada tanto de la meditación trascendental como del método del Silva y de otros afines llega a causar serios problemas espirituales a los que a ellos se entregan: además de que la persona se vuelve introvertida y centrada sobre si misma, queda abierta en cierta manera al hostigamiento de malos espíritus.



EL YOGA

1.- ¿Qué es?
El Yoga viene de la India y del Tibet, pero también del antiguo Egipto. No es algo uniforme, sino que se distinguen numerosas tradiciones, métodos y escuelas, entre las que destaca el yoga clásico. Asimismo hay diferentes clases de yoga, según lo que preferentemente se busque: de éstas las más importantes son: el yoga de la voluntad y del cuerpo o "hatha-yoga", el yoga de la inteligencia y de la reflexión, que en un aspecto en que se utilice la mente será "raja-yoga" y en otros aspectos será el "jnana-yoga", el yoga del amor y del bienestar o "bakta-yoga".

El Yoga clásico es en su base y desarrollo ante todo una práctica, y en cuanto tal es también un camino de salvación con unos objetivos muy concretos que se van ofreciendo a los que gradualmente se entregan a su ejercicio. La meta a la que se propone llegar es a un conocimiento de orden supramental. Para esto hay que responder a tres grandes exigencias: un cambio de conducta, un dominio somático y una actitud psíquica de búsqueda continua.

En este camino largo a recorrer hay ocho grados:

a) Para el cambio de conducta: grado primero: abstenciones; grado segundo: obligaciones.

b) Para el dominio de si: grado tercero: las posturas o "asanas"; grado cuarto: el control respiratorio o "pranayama"; y grado quinto: la abstracción o "pratiahara".

c) Para el ejercicio superior o actitud psíquica de búsqueda continua: grado sexto: la contemplación o "dharana"; grado séptimo: la meditación o "dhyana"; y grado octavo: la concentración o "samadhi". Llegar al último grado supone llegar al conocimiento de orden supramental.

En el "samadhi" se logra la supresión total y absoluta de los procesos mentales, se rompen los circuitos del conocimiento lógico, deductivo, científico, y la mente ha de llegar a la perfecta transparencia o vacío mental, condición extática en la que se rompe la conexión con el mundo exterior y hasta se pierde la conciencia del propio cuerpo. En esta forma de concentración, en la que se dan también distintos grados, se ha de llegar a un conocimiento supramental o supraconceptual para captar el ser absoluto, la experiencia de cuyo conocimiento produce liberación.

La mayoría de los interesados apenas si pasan de los primeros grados, sin llegar hasta las últimas consecuencias, manteniéndose en la variada gama de recursos de entrenamiento fisiológico y psicológico.

2.- Su valor como método de oración cristiana.

Cuando se habla de yoga cristiano o cuando se nos quiere presentar un nuevo método de oración, y, en general, para todo aquel que quiera entregarse en serio a su práctica, hay que tener en cuenta algunas observaciones:

a) Tan fundamental resulta la práctica en el yoga, que de alguna manera condiciona la aceptación de sus doctrinas filosóficas. Estas descartan la idea de una creación a partir de la nada y toda moralidad está en función de la liberación que es el único bien absoluto. Todo esto supone la adopción de ciertos conceptos hindúes: trasmigración, reencarnación, una concepción diferente del hombre y de Dios, repetición de fórmulas mágicas, etc.

b) Hay que aceptar unas normas éticas y disciplinares que tienen una fuerte carga de contenidos religiosos hindúes ajenos totalmente al cristianismo. La salvación se presenta como la conquista del autodominio, el cual se logra mediante el esfuerzo humano. Consecuencia es el girar siempre en torno a si mismo, como el propio centro, y la exaltación del "ego", lo cual crea incapacidad para la comunidad. El descubrimiento de si mismo, de las fuerzas del universo, la liberación de si mismo, el "yo originario", la armonía total: todo esto ignora la realidad del pecado y pretende una deificación del hombre.

c) Tal como presentan el método algunos manuales, sobre todo los vedánticofakiristas, hablan de los poderes y maravillas a las que se llega en los últimos grados, cosa que el cristiano no puede aceptar ni tratar de buscar, como el penetrar la mente en el cuerpo ajeno, la levitación provocada, el conocimiento del pasado y del futuro, conocimiento de la mente ajena, y otros poderes como el caminar sobre el fuego sin quemarse, o sobre el agua sin hundirse, desarrollo de una energía extraordinaria, etc.

d) Los ejercicios corporales, por los que se empieza inocentemente para superar el stress y fortalecer el cuerpo, a la larga son inseparables de los aspectos espirituales, pues todo está encaminado a llegar, mediante el retardo o la supresión de los pensamientos, al vacío artificial de la conciencia, la cual así se abre a las fuerzas o energías del universo, y éstas son las fuerzas del alma mundial hindú, el "Brahman". Estas fuerzas se presentan como mágicas y, si se recorre todo el camino, terminan encerrando en un círculo tenebroso en el que es incompatible la presencia del Señor Jesús, sin que jamás aporten la felicidad, la paz interior y la armonía que nos ofrece la presencia del Espíritu Santo. Los ejercicios gimnásticos están de por si orientados a conseguir estos efectos.

e) Respecto al pretendido "Yoga cristiano", en el que se usan como "mantras" palabras y frases de la Sagrada Escritura, como camino para renovar la vida de oración y llegar a un mayor conocimiento espiritual, hemos de decir que tanto los ejercicios físicos como los espirituales, en el más inocente de los casos, podrían ser a lo más un método de tantos de oración. Pero la oración cristiana no es cuestión de métodos ni de técnicas, sino de actitudes de fe y fidelidad a Dios y a su Palabra que nos habla en Jesucristo, y no hay ningún "yo divino" aprisionado dentro de nosotros mismos que podamos liberar más que la vida y la luz que Jesús nos pueda dar por su Espíritu de manera gratuita y por pura misericordia.

f) El yoga puede ser instrumento válido para el hindú que busca con sinceridad la salvación y no ha conocido la verdad revelada por el Verbo de Dios. Pero para el cristiano es un camino erizado de peligros y, a la larga, si no le aparta de Jesucristo, le llevará a una gran confusión, pero no a la verdadera perfección cristiana.




EL ZEN

Si el yoga procede de la India y es algo propio del hinduismo, el zen es propio del budismo y procede principalmente del Japón.

Hoy día cuando el budismo atraviesa una honda crisis en el Japón, el zen penetra firmemente en Occidente, principalmente en los monasterios y casas de espiritualidad, en los que se practica el zezen o forma de meditación del zen. En el Japón se han construido "zendos" (monasterios zen) en los que los occidentales son amaestrados para marchar después a Europa y Estados Unidos, donde ellos enseñarán el zen en su propia lengua. En Madrid acaba de crearse una comisión entre los más veteranos en el zen para la organización de sesiones de iniciación y práctica.

En el zen hay también diversidad de ramas o tradiciones, como el "soto•zen'. y el "rinzai-zen": las diferencias, más que en el fin que buscan, están en el camino que siguen. Algunos presentan el zen como religioso, como "el fondo de toda religión" y algo que puede existir en todas las religiones, y hasta hay quien afirma que converge con la Biblia, es más, que Cristo y Buda son parecidos, buscando paralelismos entre el espíritu del zen y los pasajes del Nuevo Testamento, sin escrúpulo de instrumentalizar la Palabra de Dios.

Es muy difícil para un occidental comprender y explicar lo que es el zen, ya que el lenguaje y la mentalidad de las concepciones religiosas orientales son tan diversas de las occidentales que prácticamente es imposible traducir. Esta dificultad es aun mayor con el zen.

Si en el yoga la cumbre a la que se llega es el "samadhi", en el zen el punto culminante a que se puede llegar por la experiencia meditativa es el despertar o la iluminación interior en la que se da la toma de conciencia del Yo universal y en la que uno mismo se identifica con el Todo: esto es lo que se llama el Satori.

En el Satori toda la diferencia entre el Yo y el Tú, entre Dios y el hombre, desaparece. Es el espíritu de Buda o Bodhi (el saber por el que se experimenta la iluminación) o Prajna (suprema Sabiduría).

He aquí algunos reparos que un cristiano no puede minimizar:

a) La práctica del zazen implica de algún modo la adopción de la filosofía e ideología que subyace en el mismo, en la que no se da una distinción entre un Dios Creador y las cosas: el Ego absoluto es más bien el Dios casi personal. Este es el punto neurálgico de la diferencia. De dios se hablará en tanto en cuanto realización de sí mismo. El hombre “zen” podrá decir: "yo soy tan grande como Dios, El es tan pequeño como yo".

b) Bajo el análisis implacable de la luz zen, aquel que lo abraza ha de repensar todo, hasta los conceptos que tiene de Dios, de su yo, de la persona. Y esto necesariamente según el espíritu y la mentalidad del Budismo.

c) La semejanza del zen con la vida y la mística cristianas no tiene sentido más que en la línea de una meditación de tipo intuitivo y no discursivo, lo cual se da en la contemplación cristiana en grado mucho más profundo. Puede haber ciertas coincidencias entre la iluminación del budista y la contemplación del místico cristiano: en ambos se da una intuición del Ser, es cierto. Pero a pesar de todas las concordancias, siempre hay una diferencia esencial.

Para terminar reconozcamos que una gran mayoría de cristianos nunca llegan a descubrir la oración cristiana, ni a tener una experiencia profunda de Dios en la oración. Habría que atender más a este aspecto tan esencial de la educación de la fe, en la que se ha puesto más el acento en lo que a la transmisión de conocimientos se refiere con detrimento de una preocupación por la creación de actitudes evangélicas.

Es necesario llegar por una oración profunda, sosegada y humilde, a una relación profunda con el Señor Resucitado, al que no podemos aceptar como camino si no aceptamos como verdad y la vida.

Quizá se estaba perdiendo la clave de la oración y de la contemplación. Tenemos un rico tesoro de sabiduría y experiencia en las Sagradas Escrituras y en la tradición cristiana acumulada durante siglos. No tenemos por qué ir a buscar el secreto de la oración y hasta la sustancia de los misterios divinos en otras fuentes fuera del cristianismo.

Quizá también necesitemos redescubrir la experiencia de los místicos cristianos, esa experiencia que brotó espontáneamente del desarrollo de las grandes virtualidades de la vida cristiana, y que se manifestó en todos los tiempos, desde la época de los Padres, pasando por la Edad Media y el Renacimiento, hasta los grandes contemplativos de nuestros días.