LA ORACION DE INTERCESION (III)

MES DE JULIO DEL 2002.

En esta tercera parte de la oración de intercesión, deseamos centrarnos en dos puntos muy importantes, para orientar el ministerio de intercesión. Para trabajar en este ministerio se necesitan tener ideas muy claras para no desvirtuarlo. Hemos tomado como base de esta enseñanza, un artículo de Monseñor Ramón de la Rosa Carpio, publicado en la revista "Alabanza", nº 96.


a) La intercesión se sitúa en estos conceptos:La intercesión se coloca en la misma línea de la vida de Cristo, cuya misión fue mediar e interceder por la salvación de los demás. Es uno de sus ministerios y es toda su vida ministerial.
Oró por los demás.
Dio su vida por la salvación de todos.
Tomó la condición humana para poder mediar (Hebreos 10)

b) Se sitúa, igualmente, en la línea de la solidaridad que Dios pide a los hombres entre sí: el bien y el mal de otros nos afecta; de la colaboración que el mismo Dios pide a los hombres en Su plan de perfección de la creación y de la salvación del género humano: Dios acepta que cuando un hombre no ora, otro ore por él y el Señor acepta la oración de intercesión como si fuera propia del que no ora; de la mediación humana para toda obra de Dios.

c)La intercesión está colocada en el corazón mismo de la redención: comprar con oración, con sangre lo que pertenecía al demonio. Pagar un precio. Reparar el daño que otros han hecho; rescatar lo que estaba perdido: sin intercesión, sin mediación humana, Dios no salva.

HERRAMIENTAS PARA EL INTERCESOR.



En cualquier oficio, el hombre necesita herramientas adecuadas para realizar su trabajo. El albañil, el carpintero, el agricultor, el soldado, etc. sin herramientas es prácticamente inútil. Y cuando más adelantamos en tecnología, más imprescindible es la herramienta correspondiente: el ordenador, el microscopio, redes digitales, etc.

De la misma manera podemos hablar de las herramientas del intercesor; sin ellas nuestra intercesión quedaría muy pobre. Son cinco las herramientas principales del intercesor y cada una de ellas debe ser motivo de reflexión.




LA ORACION es el camino más a mano para la intercesión y uno de los más eficaces. Es nuestro compromiso orar por los demás. Tenemos que estar conscientes de la fuerza poderosa que hay en la oración. Dios conoce todas nuestras necesidades; pero Él quiere que se las digamos una a una.






EL AYUNO: Cuando ayunamos nos privamos de bienes materiales para adquirir bienes espirituales. El ayuno fortalece nuestra oración. Jesús nos dice que hay demonios que solo se expulsan con oración y ayuno. Cada cual debe descubrir su modo de ayunar. Pedir ayuda al Espíritu para ser guiados en esto y luego ofrecer cada ayuno específicamente por alguna necesidad de una persona o país.






EL SUFRIMIENTO: Es el más eficaz y poderoso camino de intercesión. Dios hizo del desecho humano, del estiércol, de la basura de la vida (el dolor y el sufrimiento) la más potente fuerza de la salvación, de la redención. Cuando el sufrimiento se acepta libre y gozosamente y se le da una dimensión redentora se convierte en sacrificio y lo que era estiércol se convierte en abono vivificador. Hay pecados y situaciones que no se resuelven si no es dando la vida misma para salvar. Es un camino que está diariamente en nuestras manos. Es una riqueza que se desprecia: Señor, te ofrezco.



Unos contemplan a Dios en el sufrimiento; otros lo contemplan en el Sagrario. Tenemos que unir nuestros sufrimientos a los sufrimientos de Cristo.

Algunas personas están llamadas a una vida de sufrimiento continuo, que ofrecido a Dios se convierte en un dolor redentor. Son almas escogidas. La mayoría de nosotros sufre por tiempos, y son estos momentos los que tenemos que aprovechar para ofrecerlos a Dios como armas para interceder.

Hemos descubierto el valor de la oración. El día que descubramos el valor del sufrimiento ofrecido habremos descubierto un tesoro.




LA LIMOSNA: Hay situaciones que no se resuelven si no es con la limosna. El mundo de hoy, endurecido por la idolatría del dinero y el apego a las riquezas, necesita la intercesión de la limosna. Cuando nos encontramos con hermanos que no se convierten a pesar de nuestras oraciones y nuestro ayuno, demos limosna en sus nombres.






LA EUCARISTÍA: Por último, tenemos la Eucaristía. Es el camino más poderoso porque encierra los cuatro caminos anteriores: es oración, es sufrimiento y es limosna. La Eucaristía es la fuente y culmen de toda intercesión. Colocamos en el sacrificio de la Eucaristía nuestros sufrimientos y nuestros dolores en Jesús que se presenta como único mediador.





MARIA, MODELO DE TODO CREYENTE QUE INTERCEDE.



El ministerio de intercesión es algo así, como un oficio. Todo el que desea aprender un oficio necesita de un maestro que le enseñe y de un modelo para aprender cómo debe actuar. Jesús es el maestro para todo intercesor, ya que es Él, el único intercesor válido ante el Padre. Por el contrario, María es nuestro modelo en la intercesión, porque supo aprender bien de su Hijo y aprovechó cualquier circunstancia y necesidad para actuar.




María está atenta a las necesidades que la rodean, las necesidades humanas, para interceder. En Caná, cayó en la cuenta de que el vino se había acabado.




María actúa. Su corazón de madre no puede ver la necesidad sin preocuparse; su corazón es un corazón compasivo. Se acerca a Jesús y le dice: "No tienen vino".




María permanece firme en la intercesión a pesar de la respuesta de Jesús: "Mujer, ¿a ti y a mí, qué?" Como Abraham, cuando oró por Sodoma y Gomorra; como Moisés cuando intercede por el pueblo de Israel en su testarudez. Oraron a Dios con confianza y presentaron sus propias intenciones y puntos de vista.




María no se cansa de interceder: sigue intercediendo desde el cielo, igual que todos los santos, nuestros intercesores.





A MODO DE CONCLUSION.



Los hermanos que desarrollan una auténtica intercesión, no tienen palabras para expresar lo que les sucede como fruto de la intercesión. Casi todos terminan con esta frase: "¡Jamás imaginaba que se pudiese recibir tanto!" En la intercesión se descubre que, cuanto más prodigas los tesoros de Cristo sobre otros, más inundas tu propia vida y tu corazón con ellos. Al interceder por los otros, estás enriqueciéndote a ti mismo.