DOCUMENTO DE MALINAS - 6

DOCUMENTO DE MALINAS - 6


Un Fenómeno Controvertido
EL DESCANSO EN EL ESPÍRITU
CARDENAL SUENENS
Prefacio
El Documento de Malinas nº 6 está consagrado al estudio de un fenómeno llamado: “El descanso en el Espíritu”, el cual suscita controversias y reacciones diversas. ¿Cómo entenderlo?
La cuestión divide los espíritus. Dada la difusión del fenómeno dentro de la Renovación, pero también fuera de su esfera de influencia, pedí, por medio de la I.C.C.R.O. (International Charismatic Catholic Renewal Office, Oficina Internacional de Renovación Carismática Católica), establecida en Roma, que las personas que tuvieran en la materia una experiencia o una opinión fundada -positiva o negativa- me hicieran el favor de comunicarme su testimonio en vista del presente trabajo.
Recibí un gran número de respuestas: su examen retrasó considerablemente la publicación del presente documento. Me llegó un gran número de reacciones, provenientes de todos los continentes, especialmente de Europa. Las respuestas eran generalmente personales; pero a veces también colectivas, en el sentido de que habían sido redactadas, en sus medios respectivos, después de una encuesta con cuestionario.
En la imposibilidad de agradecer a cada uno de mis amables corresponsales -como también a la I.C.C.R.O.-, les ruego acepten por este medio mi más sincero agradecimiento por su preciosa colaboración.
Mi intención inicial había sido consagrar el Documento de Malinas nº 6 a promover positivamente el ministerio y el carisma de sanación; pero, dado este hecho nuevo, fue preciso desbrozar previamente el terreno y tratar de discernir si estamos o no en presencia de una nueva intervención del Espíritu, de un nuevo modo de sanación, de una gracia inédita para nuestro tiempo.
La primera parte del actual Documento de Malinas nº 6, está consagrada a la descripción del fenómeno en sí mismo y en perspectiva histórica, bíblica mística; la segunda parte es un examen crítico; la tercera tratará de discernir y precisar la actitud pastoral prudente que nos parece precisa.
L. J. Cardenal SUENENS
Enero 1986

Primera Parte:
Descriptiva
CAPITULO I
Planteamiento de la cuestión
Este Documento de Malinas nº 6 está, pues, consagrado al discernimiento de un fenómeno ambiguo y controvertido que ha recibido diversos nombres -ya volveremos sobre esto- como “descanso en el Espíritu” o “caída en el Espíritu”.
Antes de examinarlo en particular, nos urge decir qué es el “movimiento carismático” en sí mismo, para situar mejor el tema preciso de estas páginas y el planteamiento del problema surgido.
LA RENOVAClÓN, UNA “OPORTUNIDAD QUE HAY QUE APROVECHAR”
I. Lo que no es la Renovación
Paradójicamente, el mejor modo de entrar en materia, para identificar la Renovación, es aclarar lo que no es el “movimiento carismático”.
En efecto, no captaremos exactamente la gracia propia de la Renovación que atraviesa la Iglesia, mientras veamos en ella un simple “movimiento” más al lado de otros movimientos espirituales.
En realidad no se trata de un movimiento en el sentido sociológico habitual del término: no hay fundadores, ni líderes institucionales, es decir, reconocidos como tales por la Iglesia. No forma la Renovación un todo homogéneo, comporta múltiples variantes, no impone obligaciones precisas.
Se trata en realidad de una “corriente de gracia”, de una “gracia actual” -para usar el lenguaje teológico-, de una moción o de un soplo del Espíritu Santo, válido para todo cristiano sea cual fuere el “movimiento” al que pertenece, ya sea el laico, religioso, sacerdote, obispo. Estamos sobre una falsa pista de partida cuando planteamos problemas de compatibilidad y preguntamos: ¿se puede ser a la vez miembro de un tal organismo o comunidad y miembro de la Renovación? Hay que responder con la vieja fórmula escolástica: “Nego suppositum” (niego el presupuesto de la cuestión).
No “entramos” a la Renovación; es la Renovación la que entra en nosotros, si aceptamos la gracia. No se puede ser franciscano y jesuita o la vez; pero se puede perfectamente ser franciscano abierto a la Renovación, y jesuita “carismático”, sin tener que dejar la orden.
Por otra parte, el término “carismático” aplicado al “movimiento” no es muy feliz que digamos: es ambiguo por varias razones.
Ante todo, porque ese término no tiene de suyo ningún sentido exclusivo: la Iglesia entera es carismática, cada cristiano lo es en fuerza de su bautismo y de su confirmación, sea o no consciente de ello.
Contraría inútilmente a los observadores de fuero y a veces es mal comprendido hasta dentro de los grupos que reclaman ese calificativo. Con demasiada frecuencia se consideran los carismas como dones en propiedad, dones recibidos de Dios sin duda alguna, pero de los que nos creemos depositarios. Kevin Ranaghan, uno de los pioneros de la Renovación en los Estados Unidos, protestaba muy recientemente contra esta interpretación “cosista”.
Poniendo el acento sobre los carismas, por reales que sean, se olvida fácilmente que el primer don del Espíritu Santo es el mismo Espíritu, que la gracia por excelencia es una gracia teologal de crecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad, y que la caridad es la prueba suprema de toda autenticidad cristiana.
Finalmente, con facilidad se dirige toda la atención hacia los carismas llamados extraordinarios -los únicos que llaman la atención de los mass media- y se ignoran los carismas “ordinarios”, que son el pan cotidiano en la Iglesia.
Se leerá con interés un discurso del Papa Juan Pablo II a los obispos de Bélgica, en el que enumera, aunque sin emplear el término, una serie de carismas ordinarios esenciales para la vitalidad de la Iglesia. (1) En el Concilio, sobre esta misma línea, yo había reivindicado el lugar de los carismas ordinarios en la vida de la Iglesia.(2)
Acentuando el papel de los carismas extraordinarios “puntuales”, o sea, transitorios, se corre el riesgo de olvidar los carismas permanentes, inherentes a la Iglesia “institucional”. Pienso en la Unción del Espíritu que reposa en los obispos, en los sacerdotes, en los diáconos, y que es inherente a la misma estructura sacramental de la Iglesia.
Sabemos que el término “carisma” comporta en la Biblia diversas significaciones. De suyo este término griego significa “don” y los dones de Dios son múltiples y diversos En el lenguaje bíblico, San Pablo lo emplea con gran libertad. Es preciso, pues, manejarlo con prudencia.
Entonces, ¿qué término vamos a escoger? Para captar mejor la realidad subyacente en el vocabulario, creo que el término más adecuado, sería: Renovación Pentecostal. Desde luego, la atención se pone así en lo esencial: que consiste en ser una renovación espiritual en continuidad con la gracia específica de Pentecostés.
El Pentecostés original y constitutivo de la Iglesia fue vivido por, los primeros discípulos:
- como una gracia de conversión,
- como una gracia de descubrimiento de Cristo vivo,
- como una gracia de apertura al Espíritu Santo, a sus dones, a su poder.
“Renovación pentecostal” abarca toda la amplitud de la acción del Espíritu Santo, vivificador de la Iglesia en todos sus aspectos; este término orienta de un solo golpe hacia la acogida del Espíritu con su finalidad dinámica. “Yo os enviaré mi Espíritu... y seréis mis testigos”.
El término invita a prolongar en la historia actual los Hechos de los Apóstoles. Se sabe que Juan XXIII pidió a los obispos, que leyeran los Hechos como preparación para el Concilio.
El Vaticano II fue una gracia de Pentecostés a nivel de los obispos del mundo. Por mi parte creo que la Renovación pentecostal se inscribe como prolongación espiritual del Concilio, y que ofrece a cada cristiano como una gracia de revitalización espiritual, en la línea de Pentecostés. Y es precisamente así como lo entendió el Papa Pablo VI cuando recibió en San Pedro de Roma a unos diez mil “carismáticos”. Su discurso queda como la carta magna de la Renovación, a la que él califica como “una oportunidad para la Iglesia”.

II. Una Oportunidad que Comporta Riesgos
Una oportunidad que hay que aprovechar, una gracia de elección, para no fallar en reconocer los signos de Dios.
Una oportunidad que hay que aprovechar: eso insinúa que ahí donde el Espíritu Santo actúa, el Espíritu del mal está al acecho para deformar, desestabilizar, destruir.
En el Concilio, durante un momento de tensión, me decía mi amigo Dom Helder Camara: “si el diablo no rondara en torno al Concilio, sería un imbécil”. Sucede lo mismo en torno a la Renovación. No hay que asombrarse si multiplica las falsificaciones de la Renovación auténtica, o si trata de que se desvíe la obra de Dios. Toca al discernimiento final de los obispos encargados por el Señor, hacer la selección y reconocer los signos de Dios en la obra a través de la debilidad o ignorancia de los hombres.
Una “oportunidad que hay que aprovechar”: ello significa también, por consiguiente, una oportunidad para no comprometerse introduciendo carismas no autentificados.
Y este peligro nos conduce rectamente al examen de fenómeno marginal llamado “descanso en el Espíritu”, fenómeno difundido más ampliamente de lo que se cree.
Con mucha frecuencia es ignorado por los obispos en el lugar de los hechos, sea que se evite hablarles de él y someterlo a su discernimiento, sea que las autoridades religiosas no perciban de él más que un débil eco.
Conocemos el atractivo y el engolosamiento de las masas ante lo extraordinario, trátese de visiones, apariciones, curaciones milagrosas, etc.
Por lo mismo, hay que estar atentos para no comprometer la misma credibilidad de la Renovación. En efecto, en el debate en que se oponen dos lecturas del mismo fenómeno se trata de una doble manera de enfocar las relaciones de la naturaleza con la gracia y de evitar que haya corto circuito entre las causas segundas. Tendremos que volver sobre este asunto. Pero por lo pronto tenemos que describir con más precisión de qué se trata, oyendo los testimonios.
CAPITULO II
“El descanso en el Espíritu”
¿Qué se entiende por el “descanso en el Espíritu”? Ante todo describamos el fenómeno tal como es percibido por los que han tenido su experiencia.
I. Descripción
Bajo este nombre se trata generalmente de un fenómeno de caída involuntaria, ordinariamente hacia atrás, en conexión muy frecuente con algún servicio religioso de curación o de oración. Esta manifestación corporal visible se puede describir -vista desde fuera- con una gama de palabras: caer, abatirse, hundirse, resbalar, dejarse ir, extenderse, oscilar, quedarse tieso.
El término clásico, proveniente del Pentecostalismo y empleado habitualmente en diversos ambientes carismáticos, es el de:
- “Slain in the Spirit” (fulminado por el Espíritu), o
- “Overpowering in the Spirit” (invadido por el poder del Espíritu), o
- “Resting in the Sprit” (descanso en el Espíritu), o
- “The Blessing” (la Bendición).
Todos estos términos implican que -visto desde dentro- el fenómeno está ligado a una acción particular del Espíritu Santo. Esta interpretación es precisamente lo que hace problema y materia de discusión; la primera cuestión que se plantea, aun antes de empezar un análisis crítico y de optar por una actitud personal, es: ¿cómo ponerse de acuerdo sobre el mismo vocabulario?
II. Vocabulario
Un ministro anglicano, J. Richards, ha sugerido que se adopte al principio un término neutral que quede en el plano puramente descriptivo y que no prejuzgue acerca de su contenido espiritual y de su interpretación. Ha propuesto que se le llame: “The falling phenomenon” (el fenómeno de caída), sin hablar de pronto de “descanso en el Espíritu”, porque precisamente el papel del Espíritu en, este contexto es lo que está en cuestión. La caída como tal es un fenómeno visible, natural; la caída, como efecto de la acción del Espíritu Santo, surgiría -si la interpretación es exacta- del orden de las realidades sobrenaturales.”
Hay que distinguir estos dos planos. El vocabulario “neutro” deja la puerta abierta para un estudio y discusión serenos. Veo que tal autor americano o tal otro alemán han aceptado la sugerencia de J. Richards, y yo también la adopto. Y para abreviar, hablaré las más de las veces de “falling”, de “caída”.
Este fenómeno se encuentra, en diversos grados, entre los cristianos que pertenecen a las grandes Iglesias históricas -en ambientes católicos, anglicanos, luteranos- en la medida en que han sido tocados por ciertos “revivals” (renovaciones religiosas) del pasado o por el Pentecostalismo aparecido al comienzo del siglo. Pero sobre todo después de la guerra mundial de 1940-1945 el fenómeno se produjo en los grandes dominios cristianos, y más recientemente en la Iglesia católica.
No es fácil una descripción del fenómeno en estado puro, porque las variantes son numerosas; pero nos esforzaremos por entresacar una especie de común denominador.
III. Escuchando los Testimonios
Como ya dije, en respuesta a mi llamado a través de la I.C.C.R.O., recibí un número considerable de testimonios provenientes de diversos continentes. Ellos hablan de la universalidad del fenómeno y merecen estudio y, atención.
Para evitar repeticiones, agrupo aquí las respuestas recibidas en función de las principales cuestiones planteadas.
En esta etapa me abstengo de toda reflexión crítica, para dejar la palabra a los testigos, a su vivencia, y a sus propias interpretaciones o deducciones.
1. ¿Quién cae?
2. ¿Cómo se desencadena el fenómeno?
3. ¿En qué contexto se produce?
4. ¿Qué se siente al momento de la caída?
5. ¿Se puede resistir?
6. ¿Qué se experimenta durante la caída?
7. ¿Qué ayuda se puede ofrecer?
8. ¿Qué se siente después de la caída?
9. ¿Cuáles son los frutos que se cree constatar?
1. ¿Quién cae?
Para empezar, constato una grandísima variedad de personas; pero con más frecuencia se cita:
- mujeres, en su mayoría;
- personas con depresión o con otras dificultades psíquicas;
- personas con fuertes resentimientos hacia otras
- personas en situaciones de vida difíciles, como parejas en estado de tensión;
- personas que no se lo esperan y que ni saben lo que les pasa;
- a veces, pero más raramente, niños;
- personas que tienen necesidad de una curación espiritual, emocional, más bien que personas con enfermedad física.
2. ¿Cómo sé desencadena el fenómeno?
La cuestión se refiere naturalmente al espíritu o ambiente. He aquí algunas respuestas recibidas:
- por personalidades muy conocidas, que son como especialistas en la materia y atraen multitudes;
- por personas que, al estar rezando como de costumbre, por otros, un buen día se dan cuenta de que algunas personas empiezan a caer, sin que ellas mismas hayan nunca tenido la experiencia;
- en una misma reunión, unas personas pueden caer bajo la acción de una persona determinada, y no de otra;
- algunas personas atestiguan que no saben que es lo que desencadena la caída de algunos, mientras ellas oran por los demás: simplemente constatan la caída.

3. ¿En qué contexto se produce?
A juzgar por las respuestas, el contexto es muy variado:
- A veces se trata de una gran concentración con miles de personas, en un ambiente que se presta al juego de la sugestión, y por medio de personalidades laicas o de sacerdotes especializados;
- eso puede producirse también en un pequeño grupo de oración en el que nunca nadie ha caído hasta entonces;
- con más frecuencia eso pasa en reuniones en que el fenómeno es esperado, y donde un equipo está preparado para cuidar de las personas que caen. Eso sucede en particular en el curso de un servicio de curación;
- sucede que el fenómeno se desencadena en algunos grupos después del paso de un “profesional”; sucede también que desaparece después de cierto tiempo, sin que los responsables del grupo sepan en verdad por qué;
- acontece que la oración no acompaña al tocamiento, y que el fenómeno se produce sin tocamiento ni oración;
- también puede suceder que el fenómeno se sitúe en el contexto de una Celebración Eucarística.
4. ¿Qué se siente en el momento de la caída?
Me han señalado una variedad de experiencias:
- la sensación de ser empujado por una fuerza invisible, una presión sentida en la frente, el pecho, las piernas;
- un sentimiento de volverse gradualmente coda vez más débil, hasta no poder ya resistir por más tiempo y caer al suelo;
- algunos se encuentran en el suelo sin saber lo que les ha pasado;
- otros tienen la sensación de que sus piernas son como levantadas antes de la caída al suelo; aunque algunos caen pesadamente, es raro que reciban algún daño;
- la duración del fenómeno varío entre algunos minutos y algunas horas;
- generalmente se cae hacia atrás,
- las personas que oran ponen de ordinario las manos sobre la cabeza del que cae, y dan a veces un ligero empujón sobre la frente o una unción con aceite,
- eso se produce también algunas veces sin tocamiento o sin que esté alguien cerca de la persona que cae;
- a veces este fenómeno se produce sin testigos;
-algunas personas tiemblan, vacilan, pero no caen, teniendo en todo las mismas sensaciones de las que caen;
- hay quienes declaran que al caer no experimentan pérdida de la conciencia, sino más bien pérdida del control.

5. ¿Se puede resistir?
A mi pregunta se responde en la mayoría de los casos: sí, si uno lo desea. Sin embargo, a veces eso se produce a pesar del escepticismo, la resistencia, la reserva de la persona que cae.
Pero se recomienda que no se resista, de modo -cito a la letra- “que se permita a Dios actuar cuando la persona está por tierra en una postura de relajamiento”.
Mas se añade: “si la persona se encuentra en un ambiente que no acepta o no comprende esa experiencia, se aconseja no exponerse a ella”.
6. ¿Qué se experimenta durante la caída?
La pregunta llamará particularmente la atención, porque las respuestas son múltiples y variadas.
He aquí algunas constataciones, a granel, sin clasificación:
- se siente una presencia especial de Dios, un sentimiento de euforia, de paz;
- “permanecemos conscientes, pero, con los ojos cerrados, oímos lo que se dice en torno nuestro, aunque a veces los sonidos nos parecen muy lejanos”;
- algunos están inconscientes o no tienen después más que un vago recuerdo, de lo que les ha pasado;
- la mayoría siente que son capaces de levantarse, pero no tienen ganas de hacerlo. Sin embargo, algunos son incapaces de levantarse;
- algunos tienen experiencias sensoriales, como de un suave perfume o como si oyeran el canto de un coro;

- muchos tienen imágenes mentales o “visiones” que los ponen “en contacto con Dios y con el mundo sobrenatural”;
- otros “oyen” voces y perciben “mensajes” de Dios, que los reconfortan y orientan;
- en ciertos casos la persona llora, ríe o grita de manera incontrolable.
7. ¿Qué ayuda se puede ofrecer al que cae?
La cuestión se refiere a la pastoral que hay que practicar cuando se produce el fenómeno. Se notarán en el transcurso los detalles de las precauciones:
- Es preciso poner personas que se mantengan detrás de las que van a caer, para amortiguar el golpe y evitar que la persona que cae lastime a los vecinos que ya han caído.
- Si no hay “catchers” (3) o receptores disponibles, la persona que ora debería poner su mano sobre la espalda o el cuello de la persona por quien ora, para estar lista a prestarle ayuda en caso de que sea “tirada por el Espíritu”.
- Si alguien cae inopinadamente “bajo el poder del Espíritu”, es necesario prever el caso en que se necesite ayudarle o extender sus piernas, cuando quedan plegadas bajo su cuerpo.
- Ya no se requiere orar más por los que han caído en “el descanso en el Espíritu”: “ya que el Señor está actuando en ellos”.
- Para evitar problemas con las mujeres, se necesita tener preparada una manta para ponerla sobre sus piernas en caso de necesidad, para preservar la modestia.
En relación con esta cuestión que nos ocupa, constato que algunos defensores del “falling phenomenon” creen que se pueden evitar las objeciones recomendando la posición “sentado”, que evitaría la caída con sus inconvenientes.
Cosa curiosa, leo en una libreta de directivas autorizadas: publicada recientemente bajo el patrocinio del Arzobispo de Hartford, en los Estados Unidos, que buen número de personas, deseosas de ser “tocadas por el Espíritu” no quieren adoptar la posición “sentado”, porque, según ellos, estorbaría la acción del Espíritu. A lo cual se ha respondido, con buen sentido, que el Espíritu Santo no se deja ganar de esa manera.
8. ¿Qué se siente después de la experiencia?
He aquí algunas respuestas que me llegaron:
- La mayoría dicen que experimentan un sentimiento de refrescamiento espiritual, emocional, psíquico. Un sentimiento de ligereza, de paz, de alegría, que dura algunas horas o algunos días. Con frecuencia, también el deseo de alabar a Dios.
- Cuando uno se levanta demasiado pronto antes de volver al estado normal, se siente débil, aturdido, y quiere sentarse o acostarse hasta recuperar su vigor.
- Algunos sienten miedo y confusión; se cree que esto acontece habitualmente cuando “Dios” hace aflorar en la superficie temores, tensiones o resentimientos sepultados en el inconsciente; se dice que eso sería el signo de que la persona tiene necesidad de consejos y de plegarias de sanación.
9. ¿Cuáles son los “frutos”?
Los frutos citados con más frecuencia en las cartas son:
- mejoramiento de achaques psíquicos;
- curaciones totales de profundas perturbaciones psíquicas;
- curaciones de heridas interiores, de resentimientos;
- curaciones en el campo de las relaciones (matrimonios, etc.);
- sensaciones de paz;
- posibilidades para perdonar, para arrepentirse;
- amor por la oración, por la Escritura, profundización en el encuentro de Jesús;
- algunas curaciones físicas (raras).
CAPITULO III
Antecedentes y Analogías
I. En ambientes cristianos.
El fenómeno que nos ocupa está lejos de ser inédito y desconocido en el pasado. Regularmente la Iglesia se encuentra enfrentándose a manifestaciones corporales más o menos análogas.
El Padre Georges A. Maloney, S.J., fundador del Instituto Juan XXIII para el estudio de las espiritualidades orientales, agregado a la Universidad de Fordham (U.S.A.), escribe en un estudio consagrado al “Slain in the Spirit”: “Para muchos carismáticos católicos, este fenómeno conocido entre los Pentecostales clásicos con el nombre de “slaying in the Spirit”, parece nuevo para nuestra generación. En realidad es un fenómeno viejo, común en la historia de los grupos calificados como “enthousiastes”, especialmente en los “revivals” de Nueva Inglaterra y del Oeste, de los siglos XVII y XIX”.
Limitémonos a una rápida mirada.
Monseñor R. A. Knox ha escrito el libro clásico en la materia, bajo el título Enthusiasm (Oxford Ed. 1973). El subtítulo indica que está consagrado sobre todo a la historia de esas manifestaciones en los siglos XVII y XVIII. Este libro ha sido en cierta forma puesto al día por James Hitchcock, profesor de Historia en la Universidad de San Luis (U.S.A.), con el título provocador: The new enthusiasts and what they are doing to the Catholic Church (4) (Los nuevos entusiastas y lo que están haciendo por la Iglesia Católica), (Thomas More Press, Chicago 1982).
Como muestra, he aquí unas líneas extraídas del diario de John Wesley, fundador del Metodismo. Cuenta la experiencia tenida después de una celebración litúrgica el 10 de enero de 1739:
“Hacia las tres de la mañana, mientras continuábamos en oración, el poder de Dios descendió sobre nosotros con tal fuerza, que muchos lanzaban gritos por el exceso de alegría, y muchos cayeron por tierra”.
Al principio, Wesley se regocijaba con el fenómeno como si fuera una señal de Dios; pero más tarde nos informa en su diario (4 de junio de 1772) que esas manifestaciones, frecuentes en un principio, se volvieron después excepcionales.
También se encuentra este tipo de fenómeno en las primeras reuniones del Ejército de Salvación (fundado por W. Booth en 1878); se le llamaba: “Having a holy fit” (teniendo un santo desfallecimiento).
En los tiempos del gran “revival” religioso de fines del siglo XIX, una gran variedad de sectas -de las que una recibió inclusive el nombre de Tembladores (“shakers”)- experimentaron el fenómeno en gran escala, en estilo dramático, con pérdida de la conciencia, convulsiones, etc.
Más cerca de nuestro tiempo, el evangelista George Jeffreys, fundador de la alianza “Elim Foursquare Gospel” en 1915 -mismo que dio un fuerte impulso al movimiento pentecostal entre 1925 y 1935- señala y estudia el fenómeno. Reconoce la exageración de las manifestaciones corporales que acompañan a los grandes “revivals” de 1859 y de 1904; pero la atribuye a la resistencia puesta al Espíritu por algunos, los cuales, dice él, son por eso víctimas de sus rechazos.
Indudablemente el “falling phenomenon” se presenta hoy con más frecuencia sin excesivos “trances” y “éxtasis”; pero se plantea la cuestión de si pertenecen a la misma familia.
II. Fuera del Cristianismo
Si dejamos el mundo cristiano, encontramos algunas manifestaciones corporales parcialmente análogas.
Se encuentran en ciertas experiencias religiosas introductorias a un nuevo estado de ánimo, y se perciben como un misterioso contacto con lo divino, que engendra las más de las veces un sentimiento de paz y de “transfert” a otro mundo; van acompañadas o no de caída al suelo y de cierta inconsciencia.
“Se habla, pues, de “trance”, de “éxtasis”, de “arrebato”. El término mismo de “trance” implica etimológicamente la idea de “transición” de un estado de ánimo a otro. Y la palabra “éxtasis” evoca la idea de una especie de salida de sí mismo, fuera del tiempo y del espacio. Sabemos el papel atribuido por sus discípulos a esta experiencia de “trance” o “éxtasis” en la vida de Buda o de Mahoma.
Es igualmente importante saber que el fenómeno se encuentra en las sectas orientales. Mircea Eliade ha consagrado a esto un estudio notable y clásico en su libro “Chamanismo”. (5)
El estudio de los “trances” entre las tribus primitivas de África y de América Latina amplía más el campo de investigación para la investigación científica en este terreno.
Finalmente, un estudio exhaustivo no podría descuidar el examen de las “analogías” que se sitúan fuera de un contexto religioso. Piense en las sorprendentes reacciones físicas de una multitud -incluidos los desvanecimientos- durante ciertos festivales de música o en conciertos de rock and roll.
Todo esto no prejuzga la interpretación que hay que dar a los fenómenos a los que asistimos en nuestros días; pero no se pueden pasar por alto las manifestaciones que presentan ciertas analogías que es útil conocer, aunque sea sólo para darnos cuenta de que nos encontramos sobre un terreno movedizo, en el que se requiere el discernimiento, especialmente para los cristianos preocupados por mantenerse dentro de la auténtica tradición de la Iglesia.
CAPITULO IV
El fenómeno a escala masiva
I. Katherine Kuhlman
El fenómeno bruscamente se ha vuelto a poner de moda en los Estados Unidos como consecuencia del ministerio de curación practicado por una fuerte personalidad de religión bautista: Katherine Kuhlman (muerta en 1976).
Su nombre es famoso por razón del carácter espectacular de sus sesiones de “sanación”, en las que el “falling phenomenon” tenía un lugar importante. Los medios masivos de comunicación la hicieron célebre en los Estados Unidos, en Canadá y en otras partes. Miles de personas se apretujaban ordinariamente en sus sesiones. Su ministerio de curación era apoyado por una gran orquesta musical, y una comisión de “catchers” adiestrados estaba lista a atenuar la caída de las personas tocadas por Katherine Kuhlman.
Se le han dedicado varias obras, sea para exaltar su ministerio, sea para discutir su personalidad y sus curaciones. No vamos a tomar partido a este respecto, estamos en la etapa de descripción.
Entre las múltiples descripciones recogidas, unas que he leído y otras que he escuchado de boca de los testigos, destaco aquí el informe que un sacerdote americano me hizo llegar, y que me parece típico y sugestivo. El interés particular de su testimonio se basa también en el hecho de que mi corresponsal formó parte él mismo de un equipo sacerdotal especializado en un ministerio de curación, el cual comportaba habitualmente el “descanso-caída”, con un estilo menos espectacular pero en la misma línea.
“Mi primer contacto, me escribía el Padre, con el “slain in the Spirit” data de 1972: Asistí a un servicio de sanación de Katherine Kuhlman en la ciudad de Nueva York, en la sala de baile del hotel Americana. Algunos miles de personas llenaban la gran sala: la multitud que había invadido los lugares contiguos estaba conectada por micrófono. Se percibía con toda claridad una atmósfera de fe “expectante”. Algunos oradores hicieron cortas introducciones, numerosos cantos crearon la atmósfera preparatoria para la entrada “dramática” de Katherine Kuhlman.
Avanzó sonriente, vestida con una larga túnica flotante; en seguida dirigió la oración de la multitud y animó los cantos. Después dijo un sermón de unos veinticinco minutos, sin talento oratorio ni especial profundidad; pero su sinceridad despertaba la fe. En repetidas ocasiones atribuyó a Dios solo la gloria de sus éxitos. Me pareció una persona que amaba y quería anunciar a Jesucristo. Después de su discurso hizo una pausa, como si estuviera escuchando, y luego anunció que entre sus oyentes alguien estaba curado de cierta enfermedad definida, llegando inclusive a indicar aproximadamente el lugar en que se encontraba la persona curada, y dando detalles de su vestido para encontrarla mejor.
Estaba bien organizado el servicio de curación: numerosos “asistentes” de servicio esperaban en los lados del salón para acompañar hasta el estrado a los enfermos curados o que se creían curados. Cuando subían, Katherine les preguntaba, bajo el fuego de los proyectores, sobre su enfermedad y su curación. El auditorio aplaudía a cada curación y manifestaba con plegarias su agradecimiento a Dios”.
Mi corresponsal señala que uno de sus feligreses que lo acompañaba se declaró curado de cáncer, lo que desencadenó el entusiasmo. Él mismo se presentó a Katherine Kuhlman, la cual le impuso las manos. Me escribe que estuvo tentado de resistir al “empujón” que sintió; pero finalmente se dejó caer también él hacia atrás en los brazos de un guardia. En seguida se puso de pie, sin haber experimentado personalmente ningún efecto especial. El servicio había durado entre tres y cuatro horas.
Más tarde, mi corresponsal tuvo de nuevo la experiencia mientras asistía a otro servicio de Katherine Kuhlman en una iglesia presbiteriana en Pittsburgh, Pensilvania. Durante este servicio, algunos miembros del equipo de Katherine Kuhlman se acercaron a él para decirle que también él tenía el poder de hacer “caer en el Espíritu”. Le pidieron que ejerciera ese don misterioso sobre ellos mismos, y efectivamente cayeron al suelo.
Esta experiencia lo determinó a adoptar él mismo durante algunos años ese método, tan inesperado para él, de curación de los enfermos. Pero con las experiencias hechas, y a la vuelta de los años, se prohibió esa práctica, cuyos peligros se le revelaron poco a poco.
El testimonio que me envió termina con las siguientes reflexiones, qué resumo:
- El fenómeno le parece hoy como una experiencia de orden natural, del que puede servirse a veces la gracia, excepcionalmente, pero sin que pueda clasificarse entre los. carismas sobrenaturales.
- Ve en él un peligro real para la Renovación carismática católica.
- Señala de paso que el parroquiano que lo acompañaba y que se declaró curado de cáncer, murió algunos meses más tarde.
- Termina con una llamada angustiosa para que los obispos, y los responsables de la Renovación salgan de su silencio sobre el fenómeno, y den orientaciones claras en la materia.

II. Su difusión actual en medios católicos
a) El clima ecuménico
La difusión del fenómeno en medios católicos se explica en parte por el clima postconciliar de apertura ecuménica, entendido a veces como un ecumenismo barato, tendiente a unir a los cristianos -y no a las Iglesias cristianas, sobre la base del más pequeño denominador común, y en relación directa con el Espíritu Santo. Una insistencia unilateral en el Espíritu Santo, con detrimento de las naturales mediaciones humanas, favoreció indiscutiblemente la acogida dispensada a esta clase de “carisma” de género tan especial.
Además, el contacto con los medios pentecostales y con las “Free Churches” (“Iglesias Libres”) tuvo también su influjo.
Sabido es cuánto se sorprendieron algunos líderes no-católicos al ver que la Iglesia de Roma aceptaba la Renovación en el Espíritu. Se recuerda la sorpresa de David Wilkerson -autor del célebre libro “La Cruz y el Puñal”-, que se expresó con esta fórmula de choque en relación a los católicos: “O dejáis a la Iglesia, o el Espíritu Santo os va a dejar”. A lo cual los católicos respondieron vigorosamente, por la pluma de Ralph Martin, afirmando su doble fidelidad: al Espíritu Santo y a la Iglesia. Pero eso no fue más que una escaramuza.
En cuanto al punto preciso que aquí nos concierne, ¡cómo no recordar la advertencia justificada de David du Plessis (el representante de las Iglesias pentecostales ante el Concilio Vaticano II), suplicando a los católicos que no cometieran el error de los pentecostalistas del pasado admitiendo el “falling phenomenon”, que les había traído tantos sinsabores!
b) La interpretación
A todos estos factores de difusión y de ósmosis hay que añadir naturalmente el hecho de la internacionalización del mundo, cada vez más acentuada.
El fenómeno no queda confinado a sus ambientes de origen, dónde parece ir menguando. Si en estos últimos años alcanza una rápida extensión mundial, se debe en parte a la internacionalización en curso.
Algunos misioneros, que habían encontrado el fenómeno sobre todo en los Estados Unidos, se lucieron propagandistas de lo que ellos consideraban como un carisma que el Señor daba a su Iglesia para los tiempos actuales. Vimos surgir imitadores e imitadoras de Katherine Kuhlman, que a su vez atraían a las masas y se convertían en centros de atracción.
Bastarán aquí algunos nombres: me abstendré de todo análisis a nivel de las personas. El propagandista más influyente fue, en la época, el ex-sacerdote dominico Mac Nutt (U.S.A.), cuyo estilo recordaba el de Katherine Kuhlman y cuyos libros de vulgarización circulaban en gran escala entre los católicos, y eran aceptados sin matices ni aclaraciones.
Yo mismo asistí por entonces a un seminario que reunía psiquiatras y moralistas, organizado por Mac Nutt en la Florida; estuve en sesiones de “slain in the Spirit”, en que caían al suelo una tras otras personas que se alineaban para recibir de él la imposición de manos. Otros vulgarizadores se hicieron de renombre, como el Padre de Grandis, S.J., o más todavía el Padre Orio, que escribió su propia biografía de especialista “en curación”, bajo el título al menos curioso de “A roan behind the gift” (6) . En nuestros países europeos algunos predicadores de retiros se hicieron igualmente especialistas en esta línea.
Los medios masivos de comunicación jugaron un papel importante en la divulgación de este fenómeno, que responde al gustó del público por lo sensacional.
Todo eso plantea un problema.
En conclusión,: creo poder afirmar que el “falling phenómenon” suscita cierto malestar y varios puntos de interrogación, tanto en medios católicos, como también en otras Iglesias cristianas.
¿Cómo hay que interpretarlo? Repitámoslo: ¿se trata de una intervención especial del Espíritu Santo, “de un carisma para los tiempos nuevos”, o se trata de un fenómeno natural que puede -eventualmente- ser benéfico, en ciertos casos y con ciertas condiciones?
El objetivo de la segunda parle será afrontar esta interrogante y ayudar al discernimiento.
Pero antes de pasar al estudio crítico directo, parece conveniente estudiar si está bien fundado el uso que han hecho los propagandistas de la Biblia y algunos autores místicos, para encontrar en la Escritura referencias y puntos de apoyo. Esta es la razón del siguiente capítulo, que estudia las referencias bíblicas y místicas que se han aducido en favor de la interpretación sobrenatural.

Segunda Parte:
Crítica

CAPITULO V
¿Hay referencias en la Biblia?
Para evitar toda confusión, es necesario, antes de buscar los puntos de apoyo en la Escritura, tener clara en la mente la descripción del fenómeno que nos ocupa.
Los textos de la Escritura en que se habla de “caída”, de “caer por tierra” frente a la majestad de Dios, o simplemente de “adormilamiento”, no corresponden ni a los fenómenos del estilo de Katherine Kuhlman, ni al “descanso en el Espíritu” presentado en términos suavizados y atenuados, como un “abandono físico tranquilo y consciente ante la acción curativa de Dios”.
Habrá que releer en el capítulo Il la descripción consagrada al fenómeno, para darse cuenta que las alusiones de la Escritura a caídas frente a la majestad de Dios son en verdad de otro orden.
No se trata de una persona que recibe la imposición de las manos de otro o de un grupo de oración, ni de caer hacia atrás; en la Escritura se trata generalmente de caídas con el rostro en tierra.
Cuando la Biblia habla de personas que “caen ante Dios”, no siempre es fácil distinguir si se trata de un acto de adoración consciente y voluntario o de un acto de abandono ante el poder de Dios, o simplemente de una manifestación de obediencia. Se pueden señalar numerosos ejemplos de caída en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento, en los Hechos de los Apóstoles, sin constatar en ellos el “falling phenomenon” con sus rasgos específicos: Se trata de realidades muy distintas.
Bastará aquí leer algunos pasajes aducidos, para darse cuenta de que no son calcados e idénticos respecto del fenómeno en cuestión.
Sin tratar de ser exhaustivo, he aquí, a modo de ejemplos, los principales textos a los que se hace referencia para apoyar la interpretación sobrenatural del fenómeno.
En el Antiguo Testamento:
Se cita Ezequiel 1, 28: “Vi la imagen de la gloria del Eterno. Al verlo, caí sobre mi rostro, y oí la voz de alguien que hablaba”.
Se cita Daniel 10, 7-9: “Yo, Daniel, quedé solo, y tuve esta grande visión... y como oía el sonido de sus palabras, caí en un letargo con el rostro en tierra”.
O también Génesis 15,12: “Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abraham y un terror intenso y oscuro cayó sobre él”.
Josué 5, 14: “No, soy el general del ejército del Señor, y acabo de llegar. Josué cayó rostro a tierra, adorándolo. Después le preguntó: ¿qué orden trae mi Señor a su siervo?”.

En el Nuevo Testamento:
Se cree encontrar analogías en:
- Mt 17, 6: los discípulos que caen durante la Transfiguración;
- Jn 18, 6: los soldados que caen cuando el arresto de Jesús;
- Hch 9, 4: la conversión de San Pablo, que cae por tierra en el camino de Damasco;
- Mt 28, 1-4: los guardias en la mañana de Pascua, que “temblaron de pavor y quedaron como muertos”;
- Apoc. 1, 17: donde San Juan describe su visión y termina con estas, palabras: “cuando miré, caí a sus pies como muerto. El puso sobre mí su mano derecha diciéndome: no temas”.
Creo que basta leer estos textos para percibir el contraste.
- Los soldados que retroceden ante la majestad de Jesús no experimentan de ninguna manera una gracia mística de “descanso en el Espíritu”. De pronto cayeron por tierra ante la majestad de Jesús, pero luego prosiguió el arresto.
- San Pablo es trastornado en el camino de Damasco. Su caída, debida a la luz deslumbrante del Resucitado, no tiene nada de una operación de “anestesia espiritual”: es una conversión radical, un descubrimiento al que sigue la orden del Señor de ir a encontrar a Ananías para conocer la voluntad de Dios sobre el nuevo apóstol que Él ha escogido.
- Los discípulos que caen en la cima del Tabor reaccionan inmediatamente y por boca de Pedro balbucean una súplica al Maestro: erigir tres tiendas, “una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todo esto no corresponde gran cosa a las manifestaciones catalogadas como “descanso en el Espíritu”.
En conclusión
El estudio comparativo de los textos escriturísticos y del “falling phenomenon” no ha sido objeto, en cuanto yo sé, de análisis exegéticos que enfoquen con precisión nuestro tema. Me limito a señalar tres testimonios que recalcan la disparidad de los fenómenos:
El Padre Maloney, S.J., tras haber explorado algunas referencias bíblicas, concluye:
“En ninguno de esos textos reconozco el fenómeno de 'slain in ihe Spirit'. El éxtasis no es comparable a un desvanecimiento provocado por medio de un hombre distinto de Jesucristo. No logro encontrar un paralelo para este fenómeno. Sabemos que Pedro, Pablo y los demás discípulos oraron y curaron: los Hechos nos lo dicen claramente. Pero casi no hay base para creer que las personas cayeran en esta clase de descanso mientras se imploraba sobre ellas la plenitud del Espíritu”.
Esta conclusión coincide con la de John Richard, ministro anglicano que se ha especializado en la materia y publicó un estudio titulado Resting in fhe Spirit. En un artículo escrito por él en lo revista Renewal in Wales today (nº 6, primavera de 1981), después de haber analizado las principales referencias aducidas, concluye con estas palabras:
“No hay fundamento bíblico para el desvanecimiento (the swooning) provocado por el tocamiento de algún sanador como Katherine Kuhlman...
Conviene aquí señalar que hay caída y caída, y que hay una diferencia esencial e importante entre caer hacia el frente y caer hacia atrás. Caer al frente es una respuesta profunda, natural, que puede ser motivada por un sentimiento de respeto y de humildad... Caer para atrás, por el contrario, es muy poco natural y sugiere la idea de cierta intervención extraña. Añadamos que la caída de prosternación es poco recomendada por la Escritura, porque en tres de cuatro casos (Dn. 10, 11; Ez. 2, 1; Mt. 17, s-7) Dios invita a quienes la experimentan a que se pongan de pie”.
Se encontrará una conclusión parecida en el artículo del teólogo y pastor luterano Wolfram Kopfermann en la revista alemana Rundbrief der charismatischen Geminde - Erneuerung iri der euangelischen Kirche (junio de 1983, pp. 19-25).

CAPITULO VI
¿Hay referencias en los autores místicos?
I. La prudencia de la Iglesia
A lo largo de la historia, ya lo hemos dicho, la Iglesia se ha visto con frecuencia ante fenómenos de interacción entre el cuerpo, el alma y el espíritu. Cuanto más influye en el cuerpo una reacción psíquica, más se requiere el discernimiento. Durante los procesos de canonización, la Iglesia tiene cuidado de distinguir lo que brota de la santidad auténtica -a base de virtudes teologales de fe, de esperanza y de caridad- de lo que toca a manifestaciones corporales exteriores, como éxtasis, levitaciones, estigmas, etc.
Un ejemplo típico de esta prudencia fue dado por Pío XII durante la canonización de la Madre Gemma Galgani en 1940. El Papa tuvo el cuidado de decir que él garantizaba su santidad, no por ciertos fenómenos corporales que aparecieron en su vida, sino a pesar de ellos, que podían sin duda relacionarse con tendencias neuróticas. No se podía decir más claramente que los dos aspectos son separables.
Otro signo de prudencia de la Iglesia se manifiesta en la insistencia que siempre ha puesto en distinguir los carismas que santifican al beneficiario y que lo hacen agradable a Dios (es el sentido de la clásica expresión latina: gratum faciens), de los carismas que tienen como fin directo el bien de la comunidad, su edificación en el sentido “constructivo” del conjunto, carismas que no santifican otro tanto al que es beneficiario e instrumento de ellos. Estos son dados gratuitamente (gratis datae) en vista de un uso que se sitúa más allá de la persona y en la óptica de un servicio comunitario pasajero.
II. Confusión que hay que evitar
Para fundamentar la interpretación sobrenatural de la caída, ciertos promotores se apoyan en algunas “analogías” místicas que deducirían de la misma familia de los fenómenos. “Descanso del Espíritu” es relacionado con descanso del alma e inclusive con la oración de quietud. Hay que decirlo claramente: se trata de dos mundos y de planos diferentes.
a) Descanso en el Espíritu y Descanso del Alma
He aquí lo que escribe San Francisco de Sales a propósito del “descanso del alma”:
“Estando, pues, el alma así recogida dentro de ella misma en Dios o delante de Dios, se vuelve a veces tan dulcemente atenta a la bondad de su Bienamado, que le parece que su atención casi no es atención, en cuanto que es ejercitada sencilla y delicadamente: como acontece en ciertos ríos que corren tan suave y tranquilamente, que a los que los miran o navegan sobre ellos les parece no percibir ningún movimiento, porque no se les ve ondear o fluctuar de ninguna manera. Y a este amable descanso del alma es al que la bienaventurada virgen Teresa de Jesús llama oración de quietud, muy poco diferente de lo que ella misma llama el sueño de las potencias, si es que lo he entendido bien” (Tratado del amor de Dios, Libro 6, cap. 8).
Compárese este descanso del alma con el “descanso en el Espíritu” y se verá inmediatamente que nos encontramos en presencia de una realidad espiritual de naturaleza totalmente distinta, que no tienen en común más que el, término “descanso”, el cual es sometido a un burdo equívoco.
b) Descanso en el Espíritu y Oración de Quietud
También se ha querido asemejar el “descanso en el Espíritu” a una forma de “oración de quietud”. Interrogado por mí sobre este punto, un teólogo carmelita irlandés, el Padre Christophe O’Donnell, profesor de teología mística, respondió con estas líneas:
“La oración de quietud es de forma muy diversa. Puede ser oscura o luminosa. Las descripciones que de ella se han hecho son muy defectuosas: Se puede fácilmente confundir la oración de recogimiento (más o menos la Tercera Morada) con la oración de quietud. Especialmente están expuestas a esta confusión los que no tienen experiencia amplia de la oración de quietud. ¿Qué significa la afirmación de que el “descanso en el Espíritu”, cuando es auténtico, se parece a la oración de quietud? No hay camino corto para alcanzar un alto grado de santidad: para gozar de modo habitual con la oración de quietud, es absolutamente necesario haber alcanzado ya un alto grado de santidad y una gran pureza de corazón. Por eso, a las personas que no están preparadas para dejar que el Señor purifique sus corazones, Él no puede darles esta gracia.
Pero, ¿no hay excepción posible? Seguramente. Mas no veo ninguna razón que obligue a asemejar el descanso en el Espíritu a la oración de quietud. Al parecer, se trata ahí de un tranquilo reposo de curación. El discernimiento de los diversos niveles de oración implica ordinariamente una valoración general de la vida de la persona: la Tradición es muy firme sobre este punto. Teresa quiere unos criterios de autenticidad como estos: el crecimiento en humildad, el amor fraternal, el desasimiento. El “descanso en el Espíritu” con mucha frecuencia no implica un cambio durable de vida, que se pueda constatar seis meses más tarde, digamos”. (7)
Se ve aquí una vez más que se trata de dos realidades heterogéneas.

III. El Discernimiento de los Grandes Místicos
Los grandes místicos, en particular aquellos que la Iglesia ha proclamado Doctores de la Iglesia, Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, han tenido que pronunciarse más de una vez sobre las experiencias místicas desde el ángulo de sus repercusiones corporales. No obstante la diferencia de temperamento entre ellos, hay una convergencia innegable en su actitud de extrema reserva frente a sus discípulos, tentados de sobrevalorar esos fenómenos periféricos.
a) Santa Teresa de Ávila
En el libro de las Fundaciones, Santa Teresa de Ávila, hablando de los desvanecimientos físicos durante la oración, escribe:
“Se puede preguntar en qué difiere este estado de arrobamiento, las apariencias son las mismas, pero la realidad es totalmente distinta.
El arrobamiento es, como lo he dicho, de corta duración, sus beneficios son inmensos, deja al alma bañada de luz interior, el entendimiento no actúa para nada, es el Señor quien obra sobre la voluntad. Sucede de muy diversa manera en el otro caso; el cuerpo está prisionero, pero la voluntad, el entendimiento, la memoria quedan libres; estas facultades operan con cierto extravío; si por acaso las ocupa una idea, se adhieren a ella con todas sus fuerzas.
Considero que el alma nada tiene que ganar con esos desvanecimientos del cuerpo... Aconsejo, pues, a los priores que prohíban esos largos desmayos -pues a mi entender no se trata de otra cosa-”. (8)
b) San Juan de la Cruz
San Juan de la Cruz en La subida al Monte Carmelo se pregunta qué valor hay que atribuir a ciertos fenómenos que afectan “nuestros sentidos corporales”, como ver “figuras o personas de la otra vida”, escuchar “palabras extraordinarias”, sentir “suavísimos olores”, gustar “un dulcísimo sabor” y otras impresiones recibidas en los “sentidos corporales”.
¿Y qué dice de eso?
“... aunque todas esas cosas, escribe, pudieran llegar a los sentidos corporales por el camino de Dios, es preciso no estar nunca seguros de ello, y no admitirlos, sino evitarlos enteramente, sin examinar si son buenas o malas; porque, cuanto más exteriores y corporales son, tanto más hay dudas de que vengan de Dios”.
San Juan de la Cruz escribe también:
“Es preciso saber que, aunque estos fenómenos que, tocan a los sentidos corporales pueden venir de Dios, no hay que estar nunca seguros de ello, ni hay qué admitirlos, sino evitarlos enteramente, sin querer examinar si son buenos o malos. Cuanto más exteriores y corporales sean, mayor duda hay de que vengan de Dios. El camino propio y ordinario de Dios es el de comunicarse al espíritu donde hay más certeza y provecho para el alma, más bien que a los sentidos donde ordinariamente hay mucho peligro y engaño, en cuanto que en estos fenómenos el sentido corporal se constituye juez y apreciador de las cosas espirituales, pensando que son como él las siente... El sentido corporal es ignorante de las cosas espirituales. Se equivoca grandemente aquél que hace caso de eso, y se pone en peligro de ser engañado, y por lo menos tendrá en sí un total impedimento para alcanzar el nivel espiritual”. (9)
Otro señalamiento de San Juan de la Cruz podría ser aplicado útilmente al fenómeno que nos interesa: “Si semejante experiencia viene de Dios, produce su efecto en el espíritu en el momento mismo en que aparece o es sentida, sin dar tiempo al alma de deliberar si la acepta o la rechaza. Porque, aunque Dios da sus gracias sobrenaturales sin que haya esfuerzo de parte del alma e independientemente de su capacidad, Dios produce el efecto que desea por medio de esas gracias... es como el fuego que se aplicara al cuerpo desnudo de una persona; poco importaría que esa persona deseara o no ser quemada; el fuego haría su obra necesariamente”.
c) El Padre Grandmaison, S.J.
Escribió hace poco unas líneas que valen todavía hoy como una invitación a la prudencia, si no como una señal roja, sí al menos como una preventiva anaranjada:
“El éxtasis (y restrinjo este nombre por ahora a los fenómenos de inhibición, de insensibilidad temporal, de inmovilidad y de contracción, de encorvamiento consiguiente, de sustracción parcial a las leyes de la gravedad, de palabras y gestos automáticos) no es un honor ni una fuerza; es un tributo pagado por los místicos a la debilidad humana. También puede el éxtasis ser imitado o, mejor dicho, producido por causas de toda especie. Hay desfallecimientos naturales debidos a la debilidad o a una intensa concentración del pensamiento, a esfuerzos excesivos por unirse a Dios. Hay éxtasis diabólicos, simulados, patológicos, frutos morbosos del fraude, de la histeria, de la ingestión misma de ciertos venenos, como la valeriana”. (10)
Nos falta por ahora llevar más adelante el análisis. La primera parte de esta sección no pretendía dirimir las cuestiones críticas subyacentes, sino simplemente descartar las referencias bíblicas o místicas como inadecuadas para crear un prejuicio favorable. Quisiera ahora enfocar de más cerca el fenómeno en su originalidad propia.

NOTAS:
(1) Doc. Catholique, 17 de octubre de 1982, p. 910.
(2) Card. Suenens, La corresponsabilidad en la Iglesia de hoy, pp. 209 211.
(3) Las palabra “catchers” es difícil de traducir. Significa las personas puestas previamente para sostener a la persona que cae, a fin de amortiguar la caída.
(4) Los nuevos Entusiastas...
(5) Shamanisme, archaic tecnique of ecstasy, Princeton University Press, New Jersey. 1964.
(6) El hombre tras el don.
(7) 1. Carta privada, 20 de octubre de 1982.
(8) Les Etudes Carmelitaines, p. 38, Ed. Desclée de Brouwer, París.
(9) Subida al Carmelo, Libro 2, cap. 11.
(10) Citado por Henri Bremond, Histoire literarie du sentiment religieux en France, t. II, “L'invasion mystique”, p. 591, París.


CAPITULO VII
Ambigüedad de las manifestaciones corporales en general

El “falling phenomenon” es un hecho que se constata; la interpretación del hecho exige un cuidadoso análisis crítico. ¿Estamos en presencia de un fenómeno de orden natural o de una intervención especial, de una gracia particular del Espíritu? Ya hemos dicho que ésta es la cuestión fundamental.
La respuesta es delicada, porque nadie puede determinar a priori y no varietur el modo de obrar del Espíritu Santo, ni delimitar las fronteras de sus operaciones.
Por otra parte, ¿cómo trazar la línea de demarcación entre las manifestaciones físicas naturales, o sea, patológicas, y las manifestaciones externas similares, pero de origen espiritual?
Con todo, si no podemos positivamente y a priori fijarle leyes y modos de acción, sí podemos, negativamente, eliminar modos de obrar que no llevan su sello. Hay, pues, criterios negativos que permiten un primer discernimiento.
A propósito de esta línea de demarcación, yo quisiera dejar la palabra a un maestro en la materia, el profesor Jean Lhermitte, que escribía:
“Muchos teóricos de la mística se han avocado a descubrir criterios con los cuales fuera posible distinguir las audiciones, las visiones, los éxtasis y los arrobamientos de esencia mística y, por lo mismo, preternaturales, respecto de manifestaciones semejantes que ofrecen a nuestra observación sujetos que nada tienen de místicos.
A decir verdad, los caracteres distintivos de estos dos estados tan diferentes en su origen –puesto que, los primeros responden a un origen sobrenatural, mientras que los segundos dependen exclusivamente de la naturaleza humana-, aparecen cuando se les analiza exactamente.
El éxtasis de un cierto enfermo célebre no difiere absolutamente en su fenomenología de un éxtasis tenido por el místico más auténtico. Lo mismo sucede con las visiones, las audiciones, la privación de los sentidos, el sentimiento de presencia.
Los más grandes místicos, como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, nos han puesto en guardia contra las visiones corporales y las audiciones, porque ellos saben que unas y otras se observan corrientemente fuera de toda ascesis y de todo impulso místico.
Sucede lo mismo con las intuiciones, las intelecciones que se manifiestan por un sentimiento íntimo de comprensión o de aprensión de lo divino. Es cierto, y nunca lo recalcaríamos demasiado, que ambas clases de estos fenómenos pueden muy bien, en ciertos casos, exigir una fuerza divina; pero el mecanismo que los sostiene no es más que psicofisiológico.
Algunos de nuestros pacientes nos explican claramente que ellos experimentan el sentimiento del que no pueden creer que sean ellos mismos los autores. Como lo declaran Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, son “seres que se hablan a ellos mismos” sin saberlo. Las palabras que ellos oyen no son más que el reflejo de su propio pensamiento. Pasa lo mismo con el “sentimiento de presencia” tan común entre los místicos auténticos. Sí, parece que Dios está ahí presente, cerca de él, está seguro de ello. Pero muchos de nuestros pacientes son también ellos invadidos por el mismo sentimiento de una presencia divina, demoníaca o humana, y que no es más que una ilusión.
Santa Teresa andaba acompañada de un ángel armado con un dardo encendido; pues bien, una de mis enfermas, muy inteligente y de ninguna manera demente, se creía ella también acompañada, desde que salía de su casa, por un deslumbrante caballero, imagen de un oficial que ella había observado en su juventud.
Una vez más, queremos precisar que si, desde el punto de vista psicofisiológico o fenomenológico, no podemos discernir en los estados que hemos mencionado ningún signo que autorice una especificación del estado místico, de ningún modo pretendemos que el origen de las manifestaciones que estudiamos responde a una misma causa. ¿No puede Dios ser una fuente de inspiración natural y utilizar modos psicofisiológicos que el psicólogo está llamado a conocer?
Como lo ha declarado la mayoría de los grandes místicos, empezando por Santa Teresa de Jesús (de Ávila), lo que en realidad confiere a estas manifestaciones el sello de su origen divino, son sus frutos.
Pues bien, los productos de los pseudomísticos no son más que pobres cosas, mientras que lo que nos ofrecen los auténticos místicos son flores de amor y caridad”. (1)
Para esclarecernos el pensamiento de la Iglesia en materia de reacciones corporales, puede ser útil saber que desde hace mucho reaccionó, por decreto del Santo Oficio, contra las representaciones de María al pie de la Cruz que la mostraba desfallecida o desmayada en los brazos de San Juan.
La Iglesia no quiere que los artistas atenúen o desmientan la palabra de la Escritura: “María estaba de pie junto a la Cruz”. Esta actitud de María en el Calvario ha sido mencionada por el escritor sagrado para recalcar el valor de la que fue asociada más que nadie al sacrificio redentor. La imagen misma tiene valor de símbolo y de ejemplo.

CAPITULO VIII
La soberana libertad y la discreción del Espíritu Santo

Las observaciones precedentes apuntaban principalmente a los aspectos humanos y a las disposiciones subjetivas respecto de la acción de Dios. Es necesario añadirles un criterio de orden objetivo y global, que caracteriza la acción misma, del Espíritu Santo, de su libre soberanía.
La acción del Espíritu se descubre por toques espirituales delicados más que por manifestaciones físicas, espectaculares o no. Su presencia se descubre con seguridad ahí donde hay crecimiento de fe, de esperanza teologal, de amor de Dios y del prójimo. Las manifestaciones fuertemente superficiales, en cuanto corporales, no pueden nunca prevalecer sobre este criterio fundamental.
Sabemos también que el Espíritu Santo no se presta a ninguna predicción humana: no acepta que se le fijen citas. No entra en nuestros cuadros preestablecidos.
El Espíritu Santo no trabaja en medio del jaleo ni en serie: no respeta nuestras formaciones en fila, ni nuestras sesiones prefabricadas. Él es por excelencia el Imprevisible, el Incontrolable.
Nadie puede darse a sí mismo una gracia mística, ni darla a otro. Una gracia mística no está sujeta a repetición ni puede ser provocada. El Espíritu Santo se opone a entrar en nuestra agenda, a acudir a nuestra cita, y ningún agente humano puede desencadenar su acción. Se sustrae a nuestros planes y no obra en función de una atmósfera colectiva de expectación.
Para lograr casi tocar con el dedo la discreción del Espíritu como garantía de su presencia, sería bueno releer la página de la Escritura que nos la recuerda con estilo tan poético y sugestivo, en el Libro de los Reyes:
“Y he aquí que el Señor pasó.
Vino un huracán tan violento, que desgajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto y salió afuera y se puso a la entrada de la cueva...” .(2)
Esta magnífica página de la Escritura nos invita a no encerrar la acción de Dios en nuestras categorías humanas y a reconocerlo por la delicadeza de su toque.
Todo lo que hemos dicho sobre la acción imprevisible y soberanamente libre del Espíritu, excluye cualquier idea de sesión que prevé este fenómeno.
Se puede decir a priori: “el dedo de Dios no está ahí”. No es compatible con todo lo que implica inducción psicológica, sugestión, etc. Hay que dejar a Dios su libertad y, por consiguiente, abstenerse de todo lo que, conscientemente o no, provoque el fenómeno en un grupo, y con más razón en un conglomerado más vasto. Entre más numerosos sean los participantes, más crece el riesgo de las manipulaciones colectivas, de la psicosis masiva, etc.
Me parece muy importante excluir todo fenómeno de este tipo de nuestras celebraciones litúrgicas. En Lourdes se han visto sacerdotes, revestidos con sus ornamentos sacerdotales, caer uno tras otro al término de una ceremonia en una capilla.
Uno de esos sacerdotes me contó él mismo el contexto y el desarrollo.
Todo eso debería evitarse cuidadosamente.
Tercera Parte:
Pastoral

CAPITULO IX
Los “Frutos” ¿Son un criterio decisivo?

¿Qué podemos pensar, en caso presente, del adagio: “un árbol se conoce por sus frutos”?
Si los testimonios atestiguan frutos excelentes y variados, ¿basta eso para decidir la cuestión y para garantizar la interpretación espiritual?
Hemos visto en el capítulo II que numerosas personas que han vivido esta experiencia dicen haber probado, en esa ocasión, sentimientos inesperados de paz interior, de alegría, de abandono en Dios, de curación espiritual o física, o inclusive haber vivido un contacto extraordinario con lo Sobrenatural.
Aplicando el principio de que “un árbol se conoce por sus frutos”, ¿no debemos, pues, concluir que los efectos benéficos señalados prueban por ellos mismos que se trata ciertamente de una acción extraordinaria del Espíritu?
Ante todo, quisiera decir que no se puede poner en duda el testimonio subjetivo y la sinceridad de los testigos; mas no por eso hay que ligar objetivamente los “frutos” atestiguados a la causa presunta, que sería, en esa ocasión, una intervención extraordinaria del Espíritu.
En buena lógica, hay que cuidarse de una conclusión que supera las premisas, y de concluir inmediatamente de una “concomitancia” a la “causa” (Cum hoc, ergo propter hoc), como si el efecto comprobado estuviera intrínsecamente ligado a tal gesto exterior y fuera de su resultante.
Sin duda, “el árbol se juzga por sus frutos”; pero es preciso no equivocarse ni sobre la identidad del árbol, ni sobre la valoración de sus frutos, ni sobre el nexo que los une.
No faltan ejemplos de excelentes frutos provenientes de una causa por lo menos turbia e inclusive totalmente errónea. Pienso en el pasajero despertar religioso que apareció en cierto lugar del mundo a consecuencia de alguna aparición que luego se demostró inauténtica. Pienso en un Vicente Ferrer anunciando el fin del mundo en el siglo XIV con frutos maravillosos de conversiones entre sus oyentes.
Se puede, pues, aceptar los testimonios; pero reservándonos el juicio sobre lo bien fundado de la causalidad alegada.
Para apreciar cuándo ocurren los frutos de este fenómeno, hay que mirar igualmente de cerca todos los frutos.
En efecto, algunos pueden ser excelentes, otros dudosos, o malos; algunos inmediatos pero no duraderos. Hay unos que se reconocen ahí mismo, otros que necesitan más tiempo para madurar, que son lentos para definirse hacia el bien o hacia el mal.
Hay frutos que pueden ser buenos y positivos en un cierto nivel, siendo completamente nocivos en otros aspectos; por ejemplo, por sus repercusiones sobre el grupo o la colectividad, en los que podrían acentuar la tendencia al fanatismo, a la exageración de lo extraordinario, etc.
Todas estas reflexiones, que nada tienen de exhaustivas, no tratan más que de ponernos en guardia contra toda aplicación simplista al campo moral.
En particular, cuando el fenómeno se produce en el contexto de una asamblea ad hoc, el espíritu crítico debe estar especialmente despierto.
Si se quiere considerar como “frutos” algunos efectos psicológicos de contento y de paz interior, obtenidos en esos momentos, se tendrá que observar que diversas actividades de orden humano pueden obtener un resultado parecido y pueden suscitar comportamientos mejores entre los participantes.
Parecidas mejorías pueden también ser efecto propio de tal o cual tratamiento psicológico. No se pueden, pues, atribuir necesariamente a la influencia de un toque particular del Espíritu.
Aunque el juego de los mecanismos humanos que actúan se “revista” y se “adorne” con oraciones y gestos religiosos, el discernimiento espiritual íntegro no puede excluir el análisis del contexto humano completo.
Me encontré ante el mismo argumento: “del árbol y de sus frutos” en el Documento de Malinas nº 4: “Renovación y poderes de las tinieblas”, (3) en el cual luchaba con el mismo razonamiento aplicado al uso de los exorcismos, cuando algunos frutos buenos autorizarían para hacer exorcismos “silvestres”, es decir, sin mandato explícito de la autoridad competente.
Igualmente encontré este argumento en mi libro:
“Qué pensar del rearme moral?,(4) en el cual era preciso poner reservas en el plano doctrinal, aun reconociendo sin más frutos cualificados en el plano moral.
Cito estos ejemplos para ampliar el horizonte y ayudar, quizás, a que se toquen casi con el dedo los múltiples campos en que el adagio tiene que ser interpretado.
CAPITULO X
Los peligros inherentes a la experiencia
I. Una cuestión preliminar: ¿Es preciso señalar los peligros?
Sucede que algunos recomiendan no hablar de peligros inherentes al fenómeno, por miedo a estorbar esta acción de Dios.
Se cree que no es bueno mirar el “descanso en el Espíritu” como un terreno peligroso.
El hecho mismo de pensar en términos de peligro reforzaría una actitud de desconfianza, la cual impediría un discernimiento lúcido.
Tal recomendación prejuzga la cuestión con una “petición de principio”. Eso es prohibir a priori un cuestionamiento y hacer del “slain in the Spirit” una de las gracias prometidas para nuestro tiempo, como fruto de un nuevo Pentecostés.
Sorprendente certeza cuyo fundamento escapa. ¿Y cómo pueden escribir todo eso tranquilamente sin sobre de referencia a los que el Señor ha encomendado el discernimiento definitivo de los carismas en su Iglesia?
Al contrario de esta actitud a priori, léanse las líneas de un teólogo ortodoxo de renombre, Olivier Clément, invitando a la prudencia.
“Puede uno preguntarse, escribe él, ante una experiencia tal, vivida colectivamente, si se trata de una experiencia propiamente pneumática, espiritual, o de una experiencia psíquica. Una cierta gula psíquica no es cosa buena. En el Oriente cristiano hay una actitud de gran sobriedad, de extrema vigilancia”. (5)
Encontramos el mismo son de campana en la revista ecuménica americana Pastoral Renewal, en la que el editor, Kevin Perrota, escribe:
“Una dificultad que tenemos que resolver en conjunto, dentro del Movimiento carismático pentecostaI, es la tendencia a confundir experiencia espiritual y experiencia emocional.
Una consecuencia de esta confusión es que, los que se emocionan fácilmente, se consideran como si estuvieran movidos por el Espíritu Santo, e identifican lo espiritual con lo emocional”.(6)
En efecto, tenemos que distinguir los planes y examinar atentamente los equívocos y los peligros posibles subyacentes en el fenómeno.
Esos peligros afectan simultáneamente a los que son beneficiarios del fenómeno y a los que se convierten en sus fervorosos propagandistas.
II. Peligros para las personas cuyo papel es pasivo
En una respuesta a mi pregunta de información, uno de mis corresponsales puso en orden él mismo los peligros que hay que señalar, de acuerdo a las siguientes reglas:
“1. Hay el temor de que algunos busquen inconscientemente, no a Dios, sino experiencias religiosas del último tipo, por curiosidad más bien que por necesidad de curación, por amor de las novedades y de lo espectacular.
2. Hay el temor de que, inconscientemente también, algunos traten de llamar la atención sobre ellos mismos, por necesidad psicológica o emocional, más bien que por abrirse a una verdadera acción del Espíritu.
3. Hay el temor de que otros, sin saberlo, respondan a algún estímulo psicológico, emocional o histérico, sobre todo cuando se busca desencadenar la reacción de caída mediante un adoctrinamiento, o presentando el fenómeno como parte integrante normal de una sesión de curación.
Se debe estar especialmente atento cuando eso sucede con cierto desorden.
4. Hay el temor de que otros tiendan a juzgar la acción del Espíritu, no por los frutos producidos en la vida ordinaria, sino por el número de personas que “caen en el Espíritu”.
5. Hay el temor de que en algunos surja un sentimiento de suficiencia elitista, y en otros una especie de turbación por no entender lo que pasa.”
Se podría alargar la lista. Por ejemplo, yo creo que algunos tienden a buscar ahí la respuesta a sus problemas, sin tener que resolverlos ellos mismos penosa y trabajosamente, a base de ascesis, olvidos de sí mismos, perdón, etc.
Deseosos cómo están, conscientemente o no, de la solución relámpago, de la solución-milagro, el descanso-caída juega entonces un papel de “anestesia espiritual”.
El Padre, Tardif que ejerce un ministerio muy famoso de curación, decía que él se rehusaba enérgicamente a responder a la súplica de personas que le pedían que rezara para qué ellas “cayeran bajo el poder del Espíritu”. Esa es la sana pastoral.
Otra consideración que merece atención es el papel que puede juzgar el deseo inconsciente de la persona pasiva.
Si ella cree que se trata de una gracia especial y aspira a ella, se sentiría frustrada si no la obtuviera, y lo interpretaría como menor amor de Dios hacia ella.
En tal caso, se juntan muchos elementos para desencadenar internamente el fenómeno, aunque todo eso no aflore plenamente en la conciencia y, por lo mismo, no aparezca claro.
No hablamos aquí de personas que experimentan bruscamente el fenómeno sin haber sido preparadas en lo más mínimo -éste es otro caso-, sino de personas que, atendiendo a una invitación, se presentan para ser conmovidas por el Espíritu, para “recibir la gracia que va implícita en el 'descanso-caída'”.
Estas personas se ponen en fila: se citan casos en que algunos se pusieron en fila varias veces seguidas con el deseo de probar de nuevo la experiencia prometida. En algunos hay un sentimiento de frustración si nada se produce, y se sienten casi culpables, sobre todo si el intermediario los exhorta con molesta insistencia a que lo dejen actuar.
Finalmente, una sutil tentación de autosuficiencia puede infiltrarse en esta experiencia, que fácilmente concentra la atención más en uno mismo que en la acción de Dios.
Esta observación no se aplica evidentemente a todos; pero, respetando siempre sus derechos al psiquismo humano, no se puede descartar la hipótesis.

III. Peligros para los que juegan un papel activo
Pasemos ahora a los que desencadenan el fenómeno. Morton Kelsey, teólogo y ministro anglicano, que enseñó numerosos años en la Universidad de NotreDame en South Bend (U.S.A.), y que publicó una serie de estudios de análisis psicológico, señala varios peligros que se añaden en buena parte a los ya mencionados.
Lo mismo pasa en los escritos de Mac Nutt, aunque luego en la práctica no siempre evite esos peligros. No es el único que olvida los peligros sobre la marcha.
Causa malestar leer, por ejemplo, sobre la cubierta del libro “The man behind the Gift” (El hombre detrás del Don), que cuenta la vida del Padre Ralph A. Diorio (U.S.A.). Ahí se hace decir al Padre: “Mientras yo recorra sus filas, algunos de entre ustedes van a sentir como una electricidad que sale directamente de mi cuerpo, como un calor, como rayo luminoso. Algunos de entre ustedes van a caer”.
Un líder religioso, con tal propaganda y fama previas, con su sola aparición condiciona a los que están con esa expectación.
El factor “sugestión” es particularmente activo en las grandes reuniones.
Conservo en mis cuadernos la narración de una sesión de curación, en Suiza, introducida por un religioso católico con estas palabras:
“Algunos de ustedes van a caer. No se asusten. En la Edad Media, en algunos conventos, caían filas enteras de religiosas. Estaban tocadas por Dios, como Pablo en Damasco y como los soldados en Getsemaní. El Señor va también a cuidar de ustedes para que no se hagan daño al caer”.
Sigue luego la narración de la primera sesión: “La señora X habló a su vez, refiriéndose a diálogos personales con Dios, a visiones, a exitosas curaciones y, para terminar declaró: “Ahora en este instante algunos de ustedes están curados. El Señor los toca ahora: un cáncer es curado en este instante; y, también, algunas venas coronarias; y también un cáncer que no debe ser operado porque el Espíritu es el que opera. Algunos cálculos renales son disueltos, en este momento, por la sangre de Cristo”.
Ahora tenemos la descripción de la segunda sesión: “Comenzó con los testigos curados en la sesión anterior: Comentaron sus experiencias.
La sesión duró más de dos horas; la serie de cantos y de melodías repetitivas era interrumpida por relatos de curaciones tomados de la Biblia y por consejos sobre la postura justa que habría que adoptar para caer bien.
El aire se enrarecía cada vez más. A ratos se trabajaba con ayuda de efectos luminosos”. (7)
Se ha visto que los peligros son evidentes cuando se trata del fenómeno vivido en gran escala, al estilo de Katherine Kuhlman; disminuyen cuando el fenómeno reviste una forma más discreta y “suavizada”.
Pero aun ese caso me parece excesivo ver en él “como una experiencia mística, por lo menos en estado germinal”.
CAPITULO XI
El fenómeno, ¿es natural o es signo de la acción del Espíritu Santo?
I. ¿Fenómeno natural o no?
Continuando con el estudio del fenómeno en sí, falta ponernos la cuestión final, por encima de los peligros señalados y que nada tienen de hipotético: ¿estamos ante un fenómeno de orden natural o ante una intervención especial del Espíritu, que trasciende las fuerzas de la naturaleza?
Tocamos así las relaciones entre naturaleza y gracia, siempre difíciles de precisar: ¿dónde termina la naturaleza, dónde comienza la gracia?
La acción de la gracia es difícil de definir en su influjo directo, pues por una parte se une estrechamente a los contornos de los factores humanos, y por otra, no se yuxtapone a ellos como en una vía paralela.
Además, el término “naturaleza” es complejo en su misma definición. El Diccionario Filosófico de Lalande le asigna dieciocho diversas significaciones. Y semejante definición es necesariamente estática, y así no puede decirnos dónde se detiene el dominio de las fuerzas naturales, todavía desconocidas al grado que, sólo los descubrimientos científicos del futuro nos permitirán dominarlas. Es larga la lista de los hallazgos científicos que han extendido progresivamente los alcances del hombre.
Con frecuencia se acuerda uno de la palabra de San Agustín: “Los misterios del Invisible no están en contradicción con la naturaleza, sólo están en contradicción con lo que sabemos de ella”.
La relación entre naturaleza y gracia ha sido expresada con rara exactitud, en función del papel del Espíritu Santo, por el Padre Adrien Demoustier, s.j., en el artículo “Intervención del Espíritu Santo”, a propósito de los Movimientos Carismáticos :(8)
“El Espíritu santificador es el mismo que el Espíritu creador. De ahí se sigue que la acción santificadora del Espíritu Santo no solamente respeta y utiliza los elementos de nuestra experiencia humana, sino que, además, los valoriza y refuerza. Así, pues, el Espíritu Santo santifica y manifiesta su acción santificante obrando en aquellos aspectos de nuestras vidas que son, por otra parte y con todo derecho, analizados por la psicología, la sociología, etc. Y esta acción del Espíritu Santo, lejos de invalidar o hacer superfluos esos análisis, exige, por el contrario, que los realicemos con más seriedad y verdad.
Al santificar al hombre, el Espíritu respeta y acentúa la autonomía de la experiencia humana.
Todas las manifestaciones de su acción son manifestaciones en el espíritu del hombre. Este espíritu del hombre permanece siempre distinto del Espíritu de Dios. Las manifestaciones del Santo Espíritu, desde el momento mismo en que deben ser interpretadas como signos auténticos de su intervención personal, quedan como acciones humanas que deben ser comprendidas y controladas según las reglas del conocimiento y de la sabiduría del hombre.
Las reglas de las conductas psicológicas, sociológicas, económicas, políticas, etc., siguen con pleno vigor o inclusive adquieren mayor urgencia a causa de la intensidad de la experiencia espiritual, porque el Espíritu de Dios interviene para hacer significativa su acción.
Los fenómenos carismáticos en el sentido estricto del término, como la glosolalia, la profecía, la sanación, etc., en cuanto son realizados por el Espíritu Santo, son fenómenos humanos bastante conocidos por los especialistas en la experiencia religiosa de la humanidad. Esos fenómenos acontecen regularmente cuando se juntan cierto número de circunstancias. Con estos conocimientos adquiridos, de sus causas y de sus consecuencias, es como se convierten en signos de la acción del Espíritu Santo”.

II. Las fuerzas desconocidas de la naturaleza
El Espíritu Santo se desposa con el obrar del hombre, lo penetra, lo conduce a sus fines más allá de él mismo. Pero es preciso no, atribuirle con demasiada rapidez una intervención directa que rebase o excluya el juego de las fuerzas naturales:
El campo de éstas es inmenso; pero el campo de las fuerzas naturales todavía no exploradas se extiende y amplía cada día ante nosotros. La historia de las ciencias es reveladora al máximo: con cada descubrimiento se ven surgir fuerzas naturales que revelan poco a poco su secreto y sus leyes.
Estos descubrimientos en nada restringen el poder creador de Dios, que sigue siendo causa primera del cosmos, pero dejando de ser, como les parecía a nuestros ancestros, causa directa y exclusiva de tal o cual fenómeno, trátese de huracán o de arco iris. Esto no es un retroceso de la actividad divina, sino de nuestras ignorancias.
Esto que es verdad en todos los órdenes, lo es particularmente en el que se refiere a la exploración de los poderes del hombre.
Los fenómenos psíquicos extraordinarios han existido siempre. Por largo tiempo fueron considerados como sobrenaturales, o a veces como diabólicos. Sólo poco a poco se fueron entendiendo como naturales.
A partir de Mesmer (médico alemán de 1734 a 1815) y de sus continuadores se empezó a conocer la radioactividad fisiológica: el mesmerismo ha contribuido a desarrollar cada vez más las energías psicomagnéticas latentes en cada individuo.
La ciencia actual nos enseña que el cerebro humano sólo ha ejercitado hasta ahora una mínima fracción de su capacidad.
También nos habla del hipnotismo sensorial, de sugestión, de acción telepática, de ondulación magnética terapéutica o experimental, de la visibilidad de los efluvios humanos, del estado cataléptico, letárgico, sonámbulo.
En lo que mira a nuestro terreno preciso, se pueden consultar con provecho tratados sobre la hipnosis parcial, en los que la caída hacia atrás (y hacia el frente) es parte integrante de las terapias de grupo, de los ejercicios que ahí se enseñan. Se trata ahí de inmovilización del sujeto por inhibición sugerida, y de otras experiencias de automatismo inducido.
No para decidir la cuestión ni para tomar partido en la materia, sino más sencillamente para mostrar la complejidad del “falling phenomenon” a propósito de su intervención, se pueden señalar, como también relacionadas con nuestro tema, las investigaciones que se haciendo hoy día especialmente en psicología y en parapsicología.
a) En psicología, sería oportuno que para este fenómeno se aclararía toda la autosugestión, la hipnosis, la psicología de las masas, el juego del inconsciente, las experiencias psicofísicas.
Sería interesante también, cuando el fenómeno se produce por tocamiento, preguntara los especialistas en una rama nueva que se ha creado y que podría darnos alguna clarificación a este respecto.
Es ya conocida la “therapeutic touch” (tocamiento terapéutico), que ocupa su lugar entre las recientes prácticas médicas.
Una revista americana Woman’s Day (Día de la Mujer, del 26 de junio de 1979) dedicó al tema una exposición en que se dice:
“Una nueva categoría de curanderos ayuda al alivio de los enfermos imponiendo las manos. El mundo científico no explica el cómo de este remedio, pero constata que eso resulta”.
La fundadora de esta escuela médica, Dolores Kriegen, profesora en la Universidad de Nueva York, publicó algunos resultados de sus investigaciones con el título Therapeutic touch: How to use your hands to help or heal (El tocamiento terapéutico: cómo usar las manos para ayudar o curar).
También merecería ser explorado, como un elemento que podría intervenir en algunos casos, el terreno de la Hipnosis o autohipnosis. Escribe el P. Maloney, S.J.:
“Yo fui hipnotizado y yo hipnoticé a muchas personas. En la hipnosis se puede sentir un deslumbrante sentimiento de paz, como si se dejara el cuerpo y se flotara en dirección al cielo. Una persona religiosa puede interpretar eso en relación a Dio; pero el resultado se obtiene con un método natural, con una técnica que no hay que confundir con la oración”.
Este mismo teólogo escribió a Morton Kesley que él había estudiado essos fenómenos bajo la dirección de un parapsicólogo no cristiano, el cual provocaba esos mismos fenómenos sin ninguna referencia a Dios.
Esto merece una atención especial, porque esa ausencia de toda referencia religiosa en ese practicante, nos obliga a examinar el fenómeno en sí con redoblado esmero y sin precipitar la conclusión religiosa del análisis. Eso invita a la prudencia, lo mismo que la interpretación.
Añadamos, siempre a nivel de la psicología, que también es preciso tener en cuenta, dentro de una apreciación completa del fenómeno, lo que sucede en la práctica de los métodos naturales de relajamiento, que producen ciertos efectos parciales semejantes.
b) En parapsicología. Pasando del sector psicológico a otros campos de exploración, todavía más o menos baldíos, constatamos que las investigaciones cada día se amplían y que su avance hace surgir problemas inéditos.
Se nos habla de campos de energías que fluyen de todo el cuerpo humano y forman una especie de “aura” que se puede fotografiar, etc.
Cada día se enriquece nuestro descubrimiento sobre los fenómenos paranormales, sobre las potencialidades todavía inexploradas del hombre y de su cerebro. Sería preciso que las investigaciones continuaran por estos terrenos; todo esto ilustra la palabra de Irineo: “La gloria de Dios es el hombre viviente”.
En una obra reciente, Historia natural de lo sobrenatural (Albin Michel), el biólogo Lyale Watson ha consagrado un capítulo a los poderes ocultos del espíritu sobre la materia.
Sin duda, el día de mañana habrá estudios cada vez más avanzados y científicos sobre fenómenos como la telepatía o la transmisión de pensamientos o de imágenes.
Según Charles Honorton, director del departamento de parapsicología en el hospital Maimónides de Nueva York, se podrían esperar descubrimientos.
Escribe:
“Si se realiza el nexo telepático, como lo creemos con base en nuestros experimentos, ello implica la existencia de un factor desconocido para nosotros, inherente a una forma superior de la materia. La constatación de la existencia de ese factor o de esa forma de energía tendría una importancia igual a la del descubrimiento de la energía nuclear”.
No somos peritos en la materia; pero debemos permanecer abiertos a lo que el día de mañana se podría revelar como una nueva dimensión en nuestro conocimiento del hombre.
Termino con un testimonio recibido directamente. Un sacerdote que practicó el “descanso en el Espíritu” durante varios años y que renunció luego, primero por obediencia a su obispo y después por convicción, me describe las impresiones más bien dolorosas que él sentía en sus manos supercalentadas como por una corriente eléctrica, cuando las extendía sobre personas enfermas o no.
Dejó completamente de practicar ese “descanso inducido”; pero me dice que le sucedía, cuando estaba sobre el estrado de una sala de conferencias, que al hacer algún gesto oratorio con sus manos, algunas personas de la primera fila de su auditorio caían por tierra. ¿Qué significa ese tipo de influjo?
Lo ignoro, igual que el Padre; pero no tengo razón para negar el hecho.
Mi única conclusión en este plano es que no se ha dicho la última palabra.

CAPITULO XII
Invitación a la prudencia
No podemos cerrar los ojos ante el fenómeno para no ver que ha tomado una real extensión en la Iglesia, a través de la Renovación carismática, y ha planteado múltiples interrogantes.
Es necesario que tomemos posiciones pastorales y que las autoridades responsables den orientaciones. Cuando realizaba la encuesta de la que hice la síntesis en el capítulo II, consulté a cierto número de teólogos y psicólogos de diversos países.
En general hubo convergencia en invitar a una actitud de reserva.
I. Para empezar, he aquí una respuesta emanada de una Comisión de estudios teológicos y pastorales, consultada a este respecto por el Servicio nacional de la Renovación carismática para la Iglesia católica en Irlanda.
Escojo los principales pasajes: “Pastoralmente sugerimos:
a) Que se evite siempre el término “caída en el Espíritu”, porque eso incita a las gentes a creer que el fenómeno viene de Dios, segura o probablemente. Vale más adoptar el término neutro “caída”, propuesta por el Reverendo John Richards. Eso queda el plan descriptivo, invita a un juicio más objetivo y a un discernimiento que no prejuzgue sobre la causa de la caída.
b) Desaconsejamos siempre crear las circunstancias en que, el fenómeno podría producirse.

c) No invitemos, a ministros cuya oración o enseñanza estén asociados con este fenómeno.
d) Hablando de “caída en el Espíritu”, adoptamos siempre una actitud negativa, dejando, sin embargo, abierta la posibilidad de que en algunas rarísimas ocasiones sea gracia de Dios.
No impulsemos de ninguna manera a las personas a que busquen esa caída como una gracia de Dios, porque eso las expone a caídas provocadas por ellas mismas...”
II El teólogo alemán, el profesor Heribert Mühlen, cuyas obras sobre el Espíritu Santo gozan de autoridad, me escribe al final de un estudio que yo le había pedido a título privado:
“La caída hacia atrás, el abandono corporal, de suyo puede ser una ayuda psicológica para llevarnos a un más profundo abandono en Dios.
Según la regla del discernimiento de los espíritus, juzgo que este fenómeno es en sí de orden psicológico y terapéutico y que no está en su lugar dentro de un contexto de servicio religioso.
Sólo personas calificadas en el plano psicológico y médico deberían ocuparse de él, porque reacciones de tipo médico podrían exigir sus cuidados”.
III. Y aquí tenemos una reacción del Padre Congar, O.P., que acaba de publicar, como se sabe, varios volúmenes importantes sobre el Espíritu Santo.
Habiendo consultado a algunas personas que conocían los hechos, el Padre me escribió sus reflexiones sobre el “descanso en el Espíritu”:
“Estando comprobados los hechos físicos externos e inclusive los psicológicos internos, no por eso estamos autorizados a atribuir necesariamente al Espíritu unos efectos que pueden lograrse con las fuerzas psíquicas que la práctica “carismática” ha podido liberar o suscitar.
Es de temerse un proceso de inducción. ¿Hay una respuesta libre a una visita secreta y personal de Dios? Es de temerse un posible aspecto de quietismo.
Ciertamente Dios invita al abandono (cf. Teresa de Lisieux); pero es un abandono que pone de pie y lo hace a uno activo (cf. Ezequiel 1, 1-2). Los que tienen esta experiencia atestiguan que prueban un sentimiento de abandono, de pérdida de la conciencia egocéntrica, una sensación de paz, de calor, de fuerza que escapa a la gravedad. Ahí se presenta el peligro tan claro entre los Corintios en tiempos de San Pablo. Ellos se gozaban con sus experiencias de los “pneumatika...”. Se inclinaban a interesarse menos por el Espíritu Santo, por Dios, que por sus dones: el peligro de gula espiritual denunciado por los místicos no es quimérico”.(9)
También de Francia, quisiera citar la conclusión obtenida y matizada mediante una encuesta:
Durante el octavo encuentro anual de los jesuitas de la Renovación que se tuvo cerca de París en enero de 1983, el “descanso en el Espíritu” fue objeto de un estudio publicado con el título de: “el descanso en el Espíritu, elementos de discernimiento”.
El juicio global dado sobre este complejo fenómeno concluye con estas palabras:
“Teniendo en cuenta los riesgos de desviación que existen, la actitud prudentísima de los pastores de la Iglesia y, finalmente, el hecho de que la vida carismática no depende del “descanso en el Espíritu”, nos parece preferible no introducir o favorecer este fenómeno en la Renovación Carismática Católica”.
Por nuestra parte, llegamos a la misma conclusión.
IV. ¿Un carisma para los tiempos nuevos?
Siguiendo en la misma línea de pensamiento, quisiera decir; ante todo, que me parece abusivo escribir que se discute este “carisma”, que se ponen en entredicho todos los carismas, como afirma una hoja de propaganda.
Y más abusivo me parece afirmar que estamos aquí ante un caso idéntico al de la glosolalia.
Eso es olvidar el fundamento bíblico de la glosolalia, la cual, por lo demás, no hay que interpretar como si se tratara de un milagroso don de lenguas desconocidas. Pero, de todas maneras, no hay que ligar la muerte del “falling phenomenon” a la de los carismas reconocidos y garantizados por la tradición de la iglesia.
Por otra parte, hay carismas y carismas; su significación no es uniforme.
San Pablo enumera una larga lista de carismas ordinarios que dan una finalidad sobrenatural a los dones naturales, y esa lista nada tiene de exhaustivo.
La lista va del carisma de administración hasta el de enseñanza, de la predicación, de la catequesis, hasta el servicio a los enfermos. Se podría alargar la lista.
V. No Prejuzgar
Un fenómeno se debe presumir como natural mientras no se demuestre lo contrario. La obligación de demostrar lo contrario corresponde al que lo alega.
Esto no es falta de fe o indicio de un racionalismo inconsciente, sino simplemente la aplicación concreta de la teología clásica sobre la relación naturaleza-gracia.
Para evitar toda confusión en los espíritus, sería oportuno dar o hacer que se diera, en los ambientes en que acontece este fenómeno, una explicación sobre las relaciones naturaleza-gracia, especialmente sobre la interferencia, dentro del comportamiento humano, entre lo somático, lo psíquico y lo espiritual.
De esta manera se evitarían las congestiones contagiosas.
La cuestión que se plantea en el plano general, que es el mío, no consiste en determinar en tal o cual caso individual preciso, la naturaleza o la interpretación que hay que dar al fenómeno.
No puedo sino tener en cuenta los testimonios recibidos y estoy agradecido con mis corresponsales por su respuesta a la llamada que les hice. No me toca pronunciarme sobre el tema en plan personal, sobre lo vivido por cada uno.
Pero sí es oportuno trazar aquí líneas generales de orientación pastoral, atendiendo al contexto y a las variantes en que aparece el fenómeno: grupos de oración, concentraciones más amplias, celebración eucarística; también hay que atender a los “especialistas” que se atribuyen este don en diversos países.

VI. Someterlo a la Iglesia
No es normal que no haya recurso al obispo del lugar para preguntarle si dicho fenómeno puede compaginarse o no con la tradición de la Iglesia.
Tampoco es normal, como lo he constatado más de una vez; que eso se haga ocultándolo al obispo por temor de que éste se oponga a su extensión y exprese sus reservas.
En la Iglesia Santa de Dios no hay lugar para prácticas religiosas reservadas a gente privilegiada, al margen de la vida cristiana común.
Me parece importante para la salud espiritual de los cristianos que éstos entiendan mejor hasta qué grado la Iglesia entera es carismática, lo cual quiere decir que no hay dos Iglesias: una Iglesia “institucional” y otra “carismática”.
El mismo término “institucional” sitúa a la jerarquía de la Iglesia en un cuadro sociológico, y ya se sabe hasta qué punto son objeto de crítica y de rechazo las “instituciones”.
La Iglesia es una realidad “sacramental”, y este término va al fondo de las cosas. Eso quiere decir que los obispos-presbíteros-diáconos han sido revestidos del Espíritu Santo por su consagración u ordenación, y han recibido un carisma permanente para el servicio del pueblo de Dios.
Esos carismas perduran y forman parte de la estructura misma de la Iglesia. Los carismas que miran a todos los bautizados son dones concedidos por el Espíritu -manifestaciones de su presencia- para construir y edificar la Iglesia. Pero son dones pasajeros, es decir, que no son inherentes a la persona que se los atribuye. Nunca se es beneficiario de tal o cual don, y menos todavía se es propietario.
Hay que subrayar esto, si se quiere aceptar plenamente el misterio de la Iglesia y vivirlo; ella está construida sobre el fundamento de los apóstoles -y de sus sucesores, los obispos- y a ellos corresponde, en última instancia, el deber y el cargo de juzgar a los profetas y de interpretar los carismas.
De ahí que es importante que ellos puedan, con conocimiento de causa y con plena apertura recíproca, ejercer su función de pastores y guías del pueblo de Dios.
Una curva del camino no es un estorbo para la circulación, sino una garantía que permite avanzar con seguridad y evitar accidentes.
En esta perspectiva de fe hay que situar los problemas que se plantean, para asegurar mejor la manifestación de los dones de Dios entre nosotros y, ante todo, para garantizar la autenticidad.
Conclusión
Así volvemos a lo que, más allá de un fenómeno controvertido, es la tarea del debate: la autenticidad y la credibilidad de la Renovación “Pentecostal”.
También se ve aquí cuánto necesitan vivir integradas la Iglesia visible y la Iglesia invisible. Los obispos, guías espirituales del pueblo de Dios, están obligados a estar cerca del mismo, especialmente en estas materias delicadas, para evitar desviaciones y pérdida de energía. También están obligados a invitar a sus mejores teólogos a que se ofrezcan a compartir con los cristianos de buena voluntad los tesoros de sabiduría de nuestros místicos y de la gran tradición espiritual del Occidente y del Oriente cristianos.
Los dones del Espíritu, igual que las virtudes morales, deben ser vividos no en abstracto, sino en la concreción movediza de las situaciones particulares. En esto hay una llamada a un resurgimiento que, partiendo de la fuente que es el Espíritu Santo, se adapte a la naturaleza del suelo, a la diversidad de los terrenos.
Nuestra doctrina espiritual y moral se ha desarrollado con demasiada frecuencia dentro de cuadros rígidos, y necesita también ella ser renovada por el Espíritu.
Ante fenómenos nuevos que miran a la vida espiritual, debemos ofrecer a los fieles orientaciones: algunas señales rojas, verdes o anaranjadas. Es la condición para el progreso verdadero y seguro.
Una política de no intervención a lo que los fieles tienen derecho a esperar de sus guías espirituales. Pero las advertencias no bastan: deben desembocar en llamadas a la auténtica fidelidad respecto de la variedad de dones y carismas del Espíritu.
El presente Documento de Malinas nº 6 trataba de despejar un camino en orden a ayudar ulteriormente a la renovación de todo lo que pertenece a la pastoral de la curación, que es parte integrante de la Encarnación redentora.
Cristo salvador del hombre es también quien cura las heridas del hombre. Su Iglesia tiene la tarea de proseguir su servicio de sanación, de continuar la lucha contra las Fuerzas del mal, y de reconocer, garantizar y favorecer el desarrollo del carisma de curación, señalándole vías seguras.(10)
Por otra parte, creo que un problema como éste que hemos abordado en estas páginas, invita también a continuar nuestras investigaciones en orden a una armonización cada vez mejor entre la naturaleza y la gracia. Esta simbiosis es esencial para que el desarrollo de la naturaleza no degenere en naturalismo, y para que la acogida de lo sobrenatural no nos desvíe hacia el sobrenaturalismo.(11)
A lo largo de toda la historia de la Iglesia se ve aparecer este mismo problema de equilibrio, cada vez que hay una exageración en detrimento de la complementariedad.
Me ha gustado mucho una frase de un personaje de una obra de Claudel, que dice: “amo las cosas que existen en conjunto”. Gracia y naturaleza deben desarrollarse simultáneamente, para responder al pensamiento de Dios sobre el hombre, a quien Dios quiere de pie y responsable, y a quien al mismo tiempo se ofrece Dios totalmente gratis, para enriquecerlo con sus dones maravillosos que rebasan todas nuestras esperanzas.
NOTAS:
(1) “Los fenómenos místicos a la luz de la ciencia contemporánea”, p. 148.199, publicado en el folleto Psicología contemporánea y cristianismo que agrupa algunos artículos aparecidos en la Revue Nouvelle, tomo XIX, n° 2, 1952.
(2) 1Re 9, 11-13.
(3) l. Ed. Les Cahiers du Renoveau, 31, rue de l’Abbé Gregorie, París, 1982.
(4) P. 116-118. Les Editions Universitaires, París-Bruxelles, 1953.
(5) Citado por André Fermet en: L'Esprit est notre vie. p. 84, Desclée de Brouwer, 1984.
(6) Pastoral Renewal, 1983, vol. 8, no. 1.
(7) Se encontrarán más detalles y observaciones críticas bajo la pluma de Karl Guido Rey, autor suizo que estudia en particular el condicionamiento en las grandes reuniones de las que fue testigo, Goffeserlebnisse in Schnellverfahren, Suggestion als Gefahr und Charisma, Ed. Kosel, 1985.
(8) Christus 93, tomo 24, enero 1977.
(9) Carta del 5 de abril de 1982.
(10) Card. Suenens: Renouveau et Puissances des ténébres, Cahiers du Renouveau, París, 1982.
(11) Card. Suenens, Culto a la personalidad y fe cristiana, cap. I, Desclée de Brouwer, París, 1985.

Índice
Prefacio
Primera Parte: Descriptiva
I. Planteamiento de la cuestión
II. El “Descanso en el Espíritu”
III. Antecedentes y analogías
IV. El fenómeno a escala masiva

Segunda Parte: Crítica

V. ¿Hay referencias en la Biblia?
VI. ¿Hay referencias de los autores místicos?
VII. La ambigüedad de las manifestaciones corporales en general
VIII. La soberana libertad y la discreción del Espíritu Santo
Tercera Parte: Pastoral
IX. ¿Son los “frutos” un criterio decisivo?
X. Los peligros inherentes a la experiencia
XI. El fenómeno, ¿es natural o es signo de la acción del Espíritu Santo?
XII. Invitación a la prudencia
Conclusión