EL ESPÍRITU SANTO, ¿QUIEN ES?

P. Diego Jaramillo


El amor del Espíritu Santo es realmente lo que da sentido a toda nuestra vida. Porque si queremos sentirnos hijos del Padre, él es el Espíritu del Padre, puesto en nuestros corazones, que nos hace gritar "ABBA", "TÚ ERES NUESTRO PADRE"; si queremos hablar de Jesús, S. Pablo nos dice en la carta a los corintios que "nadie puede decir "Jesús es el Señor" si no es movido por el Espíritu Santo". Si queremos hablar de la Iglesia, Él es el alma de la Iglesia, Él hizo nacer a la Iglesia en Pentecostés. Si queremos hablar de la Virgen María, Él fue el que bendijo las entrañas de la Virgen y ¡la convirtió en la Madre del Señor Jesús! Y así, cualquier tema que nosotros tratemos de explorar, podemos hacerlo únicamente por la gracia, por el amor, por la fuerza, por la asistencia de ese Espíritu Santo de Dios, al que invocamos diciéndole que more en nosotros y nos ilumine con su resplandor.

En la Renovación Carismática se habla mucho del Espíritu Santo, se le invoca. En todas las partes del mundo hay emblemas del Espíritu; la paloma, sobre todo, es un emblema del Espíritu que se ve en los estandartes, en los libros, etc. Y muchos cantos en la Renovación lo invocan y lo alaban. Y sin embargo, yo me pregunto si somos plenamente conscientes del valor del Espíritu de Dios, no en el aspecto de vivencia -yo pienso que en la Renovación Carismática todos queremos abrirle las puertas del corazón- sino en la necesidad de madurar en la fe. El Papa León XIII decía hace un siglo que del Espíritu Santo se habla mucho, pero se preguntaba él hasta dónde los cristianos que hablan de Él lo hacen con una fe madura, siendo conscientes de su acción, de su bendición en nosotros.

Cuando en los primeros años de la Renovación, hacíamos el Seminario de Vida en el Espíritu, eran seis o siete enseñanzas sobre los temas fundamentales de la fe cristiana. Estaba primero el del amor de Dios, venía después el de la Salvación en Cristo Jesús, y luego se hablaba de una Vida Nueva, se hablaba de la Conversión. Y en quinto lugar se hablaba del Don del Espíritu Santo, más tarde se hablaba de la madurez en Cristo, del crecimiento en Jesucristo. Y podría parecer, aún dentro de la Renovación Carismática, que ese quinto tema era "el quinto tema". Sin embargo, yo un día meditando en eso pensé que realmente ese era "EL TEMA" que daba sentido a los otros seis temas. Que si ese tema no se vivía, si no dejaba de ser únicamente la enseñanza de un Seminario y de un testimonio y de un compartir..., sino que se volvía realmente en una PRESENCIA y una VIVENCIA muy intensa del Espíritu Santo, los otros seis temas no tenían sentido, porque nosotros no podemos sentir, ni percibir, ni vivir el amor del Padre si no se derrama ese Amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm. 5, 5).

Nosotros no podemos realmente llamar a Dios "Padre nuestro" si el Espíritu Santo no lo está gritando en nuestro corazón y nos está impulsando a que a Dios le demos el nombre de "ABBA, PADRE". Nosotros no podemos recibir la salvación de Jesús, realmente no somos hombres salvados por Jesucristo, si Él no nos baña primero en su Espíritu Santo. Sólo cuando Jesús desde la derecha del Padre, con todo el poder que Él tiene en su Señorío, derrama sobre su Iglesia la fuerza de su Espíritu, en ese momento, nosotros, bautizados en su Espíritu, podemos decir que hemos pasado de las tinieblas a la luz y del pecado a la gracia. Que hemos dado una vuelta total en nuestra vida, que es lo que llamamos una conversión. y por eso, ese tercer tema de la conversión no lo podemos vivir si no le decimos al Señor como leemos en Jeremías: "SEÑOR CONVIÉRTENOS y NOS CONVERTIREMOS"; que seas Tú, Señor, el que nos da la media vuelta hacia Ti y nosotros con ese impulso tuyo estaremos fijando en Ti nuestra mirada y no nos apartaremos de Ti.

La VIDA NUEVA es Él en nosotros. La VIDA NUEVA no es, como a veces tal vez, con cierta limitación de miras, lo podemos presentar: antes estábamos en el alcohol, o en el cigarrillo, o en cualquier pequeño o grande vicio que pueden tener los hombres..., y de pronto cambiamos. NO, la Vida Nueva es que antes vivíamos lejanos de Él y ahora vivimos cercanos a Él. La VIDA NUEVA ES QUE ÉL VIVE EN NOSOTROS, que ya podemos decir con San Pablo "Mi vivir es Cristo, y ya no vivo yo, es Él el que vive en mí"; y ya no oro yo, es Él el que ora en mí; y ya no canto yo, es Él el que canta en mí, es Él actuando plenamente en mí. ESA ES LA VIDA NUEVA, antes era la vida mía y ahora es la vida de Él en mí, Él morando en mí.

No se puede, CRECER EN EL CONOCIMIENTO y EN LA GRACIA DE JESUCRISTO, si no es por la fuerza del Espíritu, por esa savia vital que es Él actuando en cada uno de nosotros. Ningún aspecto de la vida cristiana tiene realidad ni fuerza, ni vigor, ni sentido, si no es porque el Espíritu Santo está actuando en nosotros. Está ayudándonos, está empujándonos, nos está dando la fuerza, está posibilitándonos para que vivamos esa experiencia espiritual.

¿QUÉ ES LA EUCARISTÍA SIN EL ESPÍRITU SANTO? Pues, sencillamente, un pequeño rito con pan y vino, pero cuando viene la fuerza del Espíritu Santo, cuando se invoca el Espíritu de Jesús sobre ese pan y sobre ese vino, se convierten en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, y ese Espíritu que hizo fecundas las entrañas de las Virgen María transforma el trigo y transforma el vino en Cuerpo y Sangre de Jesucristo el Señor.

Y así podríamos decir de cada Sacramento, de cada realidad de la Iglesia, de la realidad grande que es nuestro prójimo, nuestros hermanos. Si son hermanos es porque hay un Espíritu Santo que vive en cada uno de nosotros y es el mismo, sin estar dividido, viviendo en mí y viviendo en ti. Eso es lo que nos une, que a pesar de que seamos distintos hay UNA PERSONA ÍNTIMA, INTERIOR, QUE NOS ES COMÚN A TODOS NOSOTROS..., y es como el cemento que une las piedras vivas que configuran el templo del Señor.

CON EL ESPÍRITU SANTO, la "nada", lo "pequeñito", lo "atomizado" llega a una plenitud, y sin el Espíritu Santo todas las cosas se vuelven NADA. Con el Espíritu de Dios, la tiniebla se vuelve LUZ y la Palabra adquiere profundidad de sentido y de sonido, que no tendría cuando somos los hombres solamente tratando de gritar y de llegar al oído de los demás. Por eso, el tema del Espíritu Santo es fundamental, para cada uno de nosotros, que de una u otra manera estamos viviendo y somos realmente beneficiados de esta corriente de gracia y de amor de ese MANANTIAL que brotó en la Iglesia hace unos años. Para cada uno de nosotros, fue ABRIR LOS OJOS DELANTE DE ESA LUZ NUEVA, CAPTAR ESA MODALIDAD DE AMOR QUE DIOS TIENE PARA NOSOTROS. y ESA PRESENCIA DE ÉL EN NUESTROS CORAZONES, ES UNA GRACIA, UNA BENDICI6N ESPECIAL.

Es curioso que, a pesar de tener tanta importancia en la vida de los hombres, de la Iglesia, de los creyentes, de los discípulos de Jesús, realmente se hable poco del Espíritu Santo. Hablamos sí, en la Renovación Carismática; tal vez, sin profundizar mucho... Yo me siento frustrado ante lo que no hemos hecho todavía en la Renovación Carismática para que el mundo lo conozca a Él. Todavía no hemos producido obras serias de divulgación y de conocimiento y de predicación sobre el Espíritu de Dios. Tenemos libros sobre sanación física, sobre sanación interior, sobre sanación de relaciones, sobre la sanación del árbol genealógico..., de todo. Todo se puede sanar; por supuesto que es la acción de Él, pero somos egoístas y estamos viendo en qué medida nos beneficiamos de una u otra manera. Pero, sobre Él, que ES EL QUE SANA, sobre Él que es la FUERZA, que es el DON, que es la GRACIA, sobre Él que es la PRESENCIA, sobre Él que es la PERSONA..., vivimos un poco callados.
Cuando viajo siempre voy a las librerías y el libro que diga "Espíritu Santo" en la carátula, ése lo compro. De manera que tengo una buena biblioteca de libros del Espíritu Santo. Por supuesto que hay unos buenos y otros flojos..., unos que me aportan mucho, otros que me aportan menos..., pero todos dicen del Amor del Espíritu de Dios. Pero, muchos de esos libros se quejan precisamente de lo poco conocido que es el Espíritu y le aplican -tal vez forzando un poco los textos bíblicos- dos palabras que aparecen en la Sagrada Escritura.

Una es cuando Pablo está predicando en Atenas y después de pasearse por todas las calles de Atenas buscando cómo llegar con su evangelización a los griegos, les dice: "Ciudadanos atenienses, yo he visto que vosotros sois los más religiosos de los hombres, tanto que paseando por calles y plazas he encontrado un monumento que dice: "AL DIOS DESCONOCIDO" (Hech 17, 23). A ese Dios desconocido, es al que yo vengo a anunciar". Esas palabras que Pablo decía en general de Dios, se las podemos aplicar de una manera muy concreta a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Él es un Dios desconocido.

Si no existiera el Espíritu Santo; -supongámoslo como en un imposible, y sólo existieran el Padre y el Hijo-. ¿En qué cambiaría tu vida? Tu familia, tus negocios, tu trabajo, tu comunidad, tu oración... ¿en qué cambiaría? Y tal vez muchos honradamente, podrían decir: "Pues quizá no cambiaría en nada, porque Jesús está vivo, yo lo estoy invocando. El Padre del cielo es el que me lo da y yo lo invoco porque yo oro". Tal vez, la respuesta de alguno sería: "Pues no, mi vida no cambiaría en nada'. Pero la respuesta es: "MI VIDA CAMBIARÍA EN TODO". ¿Por qué? porque yo no puedo ser hijo de Dios, ni lo puedo invocar, ni lo puedo llamar PADRE si no es porque tengo su Espíritu en mi corazón, y si yo no tuviera su Espíritu en mi corazón Él no sería mi Padre ni yo sería su hijo.

Tampoco puedo hacer un acto de fe en Jesús hecho Señor para la gloria del Padre, si no es ¡por el Espíritu Santo! y al fin y al cabo, Romanos dice: "Los que no tienen el Espíritu de Cristo no son de Cristo"; de manera que si yo no tuviera, si no hubiera Espíritu Santo, yo no sería de Cristo! Todo lo que Cristo hizo y el gran honor de Jesús es que Él, hecho de carne como la nuestra y en todo semejante a nosotros menos en el pecado, estando a la derecha del Padre, pueda derramar el Espíritu Santo. Jesús con cuerpo de hombre, derramando a Dios, Jesús haciéndonos dioses; Jesús dando a Dios en el corazón de los hombres; ¡ese es el mayor señorío de Jesús!, es decir, un Hombre que comunica a Dios, un Hombre que salva, que santifica, y eso no lo podría hacer Jesús si no tuviera Espíritu Santo, porque no tendría nada que dar, porque su regalo ¡es el Espíritu! y como el Espíritu es el que hace Iglesia, si no hubiera Espíritu nosotros seríamos una sociedad anónima, seríamos un sindicato de siervos de Jesús pero no seríamos una Comunidad, no habría una unión íntima entre todos nosotros, PORQUE EL QUE HACE LA UNIÓN ES EL ESPÍRITU. Cuando decimos: "Hermano, yo te amo", el amor es Él derramado en nosotros, de manera que tampoco habría amor. Y así, cualquier aspecto y todos los aspectos de la vida cristiana que se deshacen si no fuera por la gracia del Espíritu Santo.

De manera que cuando se habla de "crecer en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo" y "los cursos de crecimiento" que hacemos, y "la vida cristiana adulta", y todo ese dinamismo que Él ha derramado en la Iglesia nos lleva a llenarnos del Espíritu Santo, no hay otra forma. Porque en el orden del amor del Padre, "Dios Padre amó tanto al mundo que le dio a su Hijo", y ese Hijo por amor a nosotros, derrama su Espíritu; su promesa es el Espíritu, para que el Espíritu, viviendo en nosotros, nos lleve hacia Jesús y con Jesús al Padre. De manera que se completa el camino: el Padre al Hijo, el Hijo al Espíritu, el Espíritu a nosotros, y movidos por la fuerza del Espíritu, nosotros a Jesús y con Jesús al Padre. Pero la fuerza que nos lleva hacia el Padre Es el Espíritu; si cortamos la fuerza del Espíritu, si reducimos a dos las Personas Divinas queda Dios lejano y los hombres más lejanos todavía.

¿Por qué será que teniendo tanta importancia, tenemos ese desconocimiento respecto al Espíritu Santo, por qué será que estamos como distraídos del Espíritu Santo? Dicen que el Espíritu Santo es "la humildad de Dios", que el Espíritu Santo es "el silencio de Dios". Es decir, Dios actuando en nosotros, pero no interesado en que nosotros estemos siempre mirándolo, sino que Él es como el ojo que nos permite ver pero al mismo tiempo no se deja ver. Él es la luz interior que nos permite percibir, pero al mismo tiempo no se deja descubrir. Por eso dicen que el Espíritu Santo es como el sol, cuando el sol sale brillante en la mañana en un cielo sin nubes, todo lo ilumina, pero uno no lo mira porque la luz del sol encandila, molesta al ojo, si acaso uno mira un momento pero aparta la mirada del sol. Pues algo así es el Espíritu, uno no lo puede mirar, pero si El no saliera todo estaría en oscuridad. El Espíritu Santo, es el que ilumina el misterio del Padre, el que permite conocer el misterio de Jesús, el que permite ver la Iglesia, todos los Sacramentos..., Él fue el que habló por los profetas en la Palabra revelada, Él es el que produce frutos de amor. Él es el que distribuye carismas, Él es el que hace la comunión entre los hombres, Él es el que perdona los pecados, Él es la reconciliación de los pecados, como lo llama la Liturgia; Él es el que resucita a los muertos, como nos dice S. Pablo: "El Señor va a resucitar vuestros cuerpos mortales con el mismo Espíritu que resucitó a Jesús..." Ello hace todo. ES DIOS EN NOSOTROS, y sin embargo discreto, silencioso, callado.

(Nuevo Pentecostés, n.44-45)