ABBA - PADRE

Nombramos a Dios en la Biblia con distintos nombres y le asignamos variados atributos. Sin embargo, para nosotros, sus hijos, el nombre suyo más lleno de sentido es 'Dios Padre nuestro', y su atributo más tierno será 'Dios es Amor'. ¿Por qué? La lógica es inequívoca en el asombroso paralelismo y la más admirable polaridad entre nuestros padres terrenos y nuestro Padre celestial. "Si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo se las dará a los que se las pidan!" (Mt 7,11).

Dios me hizo

Si debemos el nacimiento a nuestros padres terrenos en lo que a nuestros cuerpos se refiere, ¡cuánto más somos deudores con Dios por haber creado nuestra persona íntegramente y por crearnos a su imagen y semejanza, para ser como Él es, buenos y hermosos (Gn 1,1,26,27). Una imagen, por muy perfecta que sea, siempre es distinta de su objeto e inferior a él; pero, a veces, es tan parecida que se la puede confundir con el original.

Un padre apasionado puede decir con orgullo de su hijo recién nacido que se le parece a él en cada rasgo y la enamorada mamá añadirá que el niño es la perfecta imagen de su padre. Cuando el salmista le pregunta a Dios: "¿Qué es el hombre para que Te acuerdes de él, el ser humano para que te ocupes de él?", él mismo nos da la respuesta: "Lo hiciste poco menor que un dios, lo coronaste de gloria y dignidad" (Sl 8,4.5). También San Pablo insiste: "Para nosotros no hay más que un Dios, el Padre de quien procede el universo y por quien existimos todos" (1 Cor 8,6)'.

Y yo le pertenezco.

Un niño, a su vez, se siente orgulloso de su padre, simplemente porque es su papá. Incluso cuando él mismo más tarde llegue a ser padre y famoso, todavía conservará el respeto por su padre, y le llamará amorosamente 'papá'. Me viene a la memoria la nietecita de un amigo mío, de cuatro años, que estaba jugando con su vecinito en el jardín. Como suele suceder entre niños, él comenzó a jactarse de su padre. Luego, inesperadamente, le preguntó a la niña: "y tu padre ¿que?". Por un segundo, ella se quedó perpleja, pues sus padres se habían separado y ella vivía con su madre. De repente, ella me señaló a mí y se descolgó diciendo: "Ése es mi papá". Con cuánta más audacia y orgullo podía proclamar el salmista: "El Señor es nuestro Dios; él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su redil. Él es Dios y Creador nuestro, y nosotros su pueblo" (Sl 100,3; 95,7).

El me ama

Aunque existe una diferencia infinita entre nosotros, como si se diera una 'ruptura generaciona1', el Dios trascendente me invita a una relación personal con Él. Dios no es una energía divina impersonal o una fuerza, que tengo que captar en torno a mí, o que tengo que descubrir en las profundidades de mi ser, sino una persona divina que me ama. "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre", exclama San Juan con temor reverencial; "que nos llamamos hijos de Dios, y además lo somos"; mientras que "el mundo... no reconoce lo que somos". Enseguida Juan prorrumpe ante este descubrimiento extraordinario: "¡Dios es amor!" (1 Jn 3,1; 4,8.16). San Pablo por su parte nos asegura: "Dios nuestro Padre nos demostró su amor y nos dio graciosamente un ánimo indefectible y una magnífica esperanza" (2 Ts 2,16). Dios mismo, nuestro Padre, especifica así esta relación personal: "Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios y vosotros mi pueblo"; y de nuevo: "Yo seré un Padre para vosotros y vosotros para mí hijos e hijas" (Lv 26,12; 2 Cor 6,16.18).

Y yo soy amado por Él.

Es un privilegio increíble relacionarse con Dios, como un persona que tiene libertad, en vez de buscar el quedar inmersos en una divinidad universal y perder así nuestra propia identidad, que Dios nuestro Padre respeta. También los padres se preocupan de que sus hijos sean personas diferentes y de que hasta su hijo más pequeño tenga 'su propia voluntad', que el papá amoroso acepta gozosamente y se jacta de ello ante sus amigos. "Llamáis Padre a Dios, que no tiene favoritos" (1 P 1,17), nos advierte San Pedro. A su vez, sucintamente nos recuerda San Pablo: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, y actúa entre todos y en todos" (Ef. 4,6) . Él nos creó a cada uno de un modo único y nos ama a cada cual como si fuésemos la única persona que tuviera que amar en este mundo, de tal manera que cada uno de nosotros es en cierto modo un hijo favorito de Dios.

El se preocupa por mí.

Cuando pregunto a un joven en el curso de una curación interior, " ¿qué es lo que más te ha herido en tu vida?", uno de cada dos me responde bruscamente: "Mi padre pasa de mí". Sin embargo Pedro nos asegura: "Descargad en Dios vuestras angustias, que Él se interesa de vuestro bien" (1 P 5,7). Dios nuestro Padre no se despreocupa de nuestra vida ni de lo que comemos o vestimos. Conoce lo que necesitamos antes de pedírselo y se preocupa de nuestras necesidades. Sólo la gente que no conoce a Dios está continuamente preocupada por estas cosas. Si Dios cuida de las flores y de las aves, ¿no somos nosotros más que ellas? Si nuestros padres de la tierra, siendo malos, saben como dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más nuestro Padre del cielo está dispuesto a dar cosas buenas a los que se las pidan, pues todo bien y todo don perfecto desciende del Padre. Pero nos pide que primero busquemos su voluntad y su Reino y lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,8.32; 7,11; Lc 12,22-31; Flp 4,19; St 1,17). El Padre jamás ha cesado de actuar y de hacer el bien, incluso en sábado (Jn 5,17), y siempre responde a nuestras oraciones, no como nosotros queremos sino como Él sabe que necesitamos.

Él nunca me olvida.

Durante un retiro de sanación interior para jóvenes, que tuve en Goa, una adolescente de clase social baja, que estaba desfigurada por la pobreza, el alcoholismo y la violencia, vino a consultarme. Su padre había abandonado la familia cuando ella tenía tres años. Resumiendo, su madre aceptó un empleo doméstico en Kuwait, dejando a su hija al cuidado de un viejo y respetado matrimonio de Panjim, a los que ella sirvió como criada. Cinco años más tarde, su madre regresó por un mes a Goa. La hija, entonces de ocho años, estuvo deseando verla, pero esperó en vano. Su madre regresó a Kuwait al día siguiente de su cumpleaños, pero sin visitarla. Cuando oré por esta muchacha, toda su amargura y tristeza represada salió a borbotones en un torrente de gritos y de lágrimas (Hb 5,7). En total contraste, nuestro Padre del Cielo nos asegura: " ¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, Yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada" (Is 49,15-16).

El me perdona.

"El Padre, afirma San Pablo, es cariñoso y Dios que es todo consuelo" (2 Cor 1,3). Jesús mismo alegaba: "Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de estos... Es voluntad del Padre del cielo que no se pierda ni uno de estos pequeños" (Mt 18,10.14). Ya en el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba así: "Se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena ni te volveré a destruir, porque soy Dios y no hombre" (Os 11,8-9). Con frecuencia algún penitente me confiesa: "He faltado a los diez mandamientos. ¿Dios me perdonará? Soy peor que María Magdalena". ¿Cual es la respuesta de Dios? "Venid y litigaremos, dice el Señor. Aunque tus pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana" (Is 1, 18) . Todavía de modo más convincente: "Yo perdono tus culpas y olvido tus pecados" (Jr 31,34). Dios no proscribió a David cuando cometió el doble pecado de adulterio y asesinato. Él no sólo lo perdonó, sino que le confirmó la promesa de que sería ascendiente del Mesías. Uno podría concluir razonablemente que el Rey David recibió de las manos del Dios sin pecado un tratamiento mejor que el presidente Clinton de manos de sus conciudadanos pecadores.

Quiere que yo perdone a los otros.

Después de enseñarnos a orar, Jesús se extiende curiosamente sólo sobre la sexta petición. "Si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras culpas" (Mt 6,14-15). Todavía resulta peor cuando el dueño exige cuentas al siervo inmisericorde: "Lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano" (Mt 18,35). De nuevo, al menos por gratitud a Dios, deberíamos ser compasivos con los otros, como nuestro Padre es generoso con nosotros (Lc 6,36). Pero la razón más llamativa para perdonar es que el perdón a los demás nos hace semejantes a nuestro Padre Dios. "Sabéis que se mandó: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo'. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigo, rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos... Sed buenos como es bueno vuestro Padre del cielo" (Mt 5,43-48; Lc 6,27-36).

Él me corrige.

"Dichoso el hombre a quien corrige Dios", recordaba Elifaz a Job (Job 5,17). Los Proverbios advierten: "Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión, porque el Señor reprende a los que ama, como un padre al hijo preferido" (Pr 3,11-12). Por el contrario, me decía una joven señora en la consulta: "Odio a mi madre, porque nunca me corrigió y me dejó hacer todo lo que quise. Yo pensaba entonces que era una madre maravillosa. Cuánto hubiera deseado que hubiese sido más severa conmigo. No me hubiera metido en todos estos líos". La Carta a los Hebreos escribe con mucha persuasión: "No tengas en poco que el Señor te eduque, ni te desanimes cuando te reprende, porque el Señor educa a los que ama y da azotes a los hijos que reconoce por suyos... Dios os trata como a hijos; y ¿qué hijo haya quien su padre no corrija? La corrección llega a todos y si no nos corrigen, es que somos bastardos y no hijos. Tuvimos por educadores a nuestros padres carnales y los respetábamos. ¿No nos sujetaremos con mayor razón al Padre de nuestro espíritu para tener vida? Aquellos nos educaban para breve tiempo y según sus luces; Dios, en cambio, en la medida de lo útil para que participemos de su santidad. En el momento ninguna corrección resulta agradable..." (Hb 12,511).

El me pone a prueba.

Dios nuestro Padre quiere también que confiemos ciegamente en El y que no le abandonemos cuando nuestra fe sea puesta a prueba (St 1,12). En un retiro me dijo una señora joven que, al volver a su casa desde la parroquia después de la misa de la noche de Navidad, una pandilla la violó. Me abordó con tristeza y con ira: " ¿Cómo pudo Dios dejar que me sucediera esto a mí? Toda mi vida he sido muy buena y piadosa y encima me sucede esto después de la Misa de medianoche en Navidad". "No les tengáis miedo", animaba Jesús a sus discípulos atormentados. "Tampoco tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma... No les tengáis miedo" (Mt 10,26.28.31).

Durante su agonía Jesús se dirigió a Dios como Padre, mejor como Papá (Abbá), la única palabra aramea que se halla en el Evangelio: 'Abbá, Padre, si es posible, que no me toque este trago. Sin embargo, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Mt 26,39); Mc 14,36; Lc 22,42).

Él me enseña .

Dios Padre habla a sus hijos a través de la creación, de la ley y los profetas. Cuando permitió que los Israelitas pasaran hambre en el desierto, les estaba enseñando que la gente necesita más que del alimento material de toda palabra que salga de la boca de Dios (Dt 8,23). Así pues, El declaró al pueblo: "Escribiré mis leyes en vuestros corazones y en vuestras mentes... No tendréis que enseñaros más uno al otro para conocerme.. todos me conocerán" (1 r 31,33.34). Simón Pedro no tuvo su conocimiento profundo de Jesús por sí solo. Se lo mostró el Padre que está en los cielos (Mt 16,17). El Señor no nos impone las cargas, sino que nos invita a venir y a convencernos (Is 1,18). Finalmente, el Padre nos enseña sólo lo que necesitamos. Cuando los apóstoles le preguntaron a Jesús el momento en que tendría lugar la destrucción del Templo, les replicó: "Nadie conoce el día ni la hora; tampoco los ángeles del cielo ni el Hijo del hombre. Sólo el Padre lo conoce" (Mt 24,36; Mc 13,32). Cuando de nuevo le preguntaron: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino para Israel?” J esús les contesto: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre se ha reservado" (Hch 1,6-7).

También me anima .

En un Retiro que predicaba a sacerdotes en 1979 en la diócesis de Truchur, un sacerdote hizo una plegaria en la adoración que hizo reír estruendosamente a los 120 sacerdotes asistentes. Yo me sentí incómodo por cómo lo iba a tomar el Obispo, que tenía fama de ser rígido y tradicional. Pero enseguida otro sacerdote oró: "Dios, Padre mío; te doy gracias porque por primera vez en mi vida me he reído en la iglesia. Ahora he caído en la cuenta de que si hay un sitio en el mundo donde me deba sentir a gusto y alegre, éste debería ser en la Casa de mi Padre, bajo el techo de mi Papá". Cuántos me han dicho que lo que más han echado de menos en su infancia ha sido un abrazo de aliento: "mi padre nunca me abrazó". En cambio, otros me hablaron de sus padres como de alguien en quien podían confiar y apoyarse: "Papá estuvo siempre disponible". Siempre me causa admiración la actitud de los padres, que dan apoyo a sus hijos drogadictos, como en el caso de Russell Pinto, cuando fui a orar por él a la Clínica de la Salud. ¡Cuánto más Dios, nuestro Padre, no nos dará apoyo. Desde su experiencia personal San Pablo pudo decir con absoluta seguridad: "Sabemos que, con los que aman a Dios... El coopera en todo para su bien... Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra?" (Rm 8, 28.31). Nuestro Padre celestial es un Dios que nunca cesa de alentarnos. "No recordéis lo de antaño; no penséis en lo antiguo. Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43,18-19).
El me quiere perfecto

Un amigo Carmelita de Kerala, que estaba haciendo su doctorado en Sagrada Escritura en el Instituto Bíblico de Roma, me dijo que su tesis, en la que llevaba ya trabajando dos años, trataba de un sólo verso de la Biblia: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Viendo mi cara de sorpresa, me explicó que esta frase era para él como el resumen de toda la Buena Noticia. Podría concretarse así: "Siempre debéis proceder como vuestro Padre del cielo", lo que significa que esto y sólo esto es el secreto y la fuente de la dicha humana. Sabemos cómo los padres tienen grandes planes para sus hijos. ¡Cuánto más Dios, nuestro Padre, tiene un gran designio para cada uno de nosotros, sus hijos! "Yo conozco mis designios sobre vosotros: designios de prosperidad y no de desgracia, de daros un porvenir y una esperanza" (Jr 29,11). He visto con frecuencia cosas que deseaba, que se convertían en nada. Pero cuando sometí mis deseos y sueños al Señor y oré: 'Padre Dios, que se haga tu voluntad a tu modo y en tu tiempo', las cosas se arreglaban y se desarrollaban rápida e inesperadamente más allá de mis sueños y expectaciones más audaces. Nuestro Padre siempre tiene en reserva algo maravilloso: "Mis pensamientos y mis caminos no son como los vuestros... están muy por encima de los vuestros" (Is 55,8.9).

Quiere sentirse orgulloso de mí .

Cuando mostraba a mi padre mis brillantes resultados en los exámenes de la escuela primaria, ciertamente esperaba un elogio, pero él se fijaba más bien en la nota algo inferior al 10, en vez de en estas últimas, y me devolvía las notas sin una alabanza y con este seco comentario: "Hazlo mejor la próxima vez". Al principio esto me hubiera herido de veras, hasta que caí en la cuenta que luego tomaba mi certificado académico y se lo mostraba a sus amigos con orgullo suyo y con apuros míos. Más tarde cuando me encontraba con un niño disminuido, encontraba difícil creer que Dios también lo amaba a él, y tenía mayor dificultad en aceptar que Dios Padre estuviese orgulloso de 'las obras de sus manos'. Solía decirme a mí mismo: " ¿Por qué y cómo querría Dios hacer así a este niño?"; hasta que descubrí el tremendo amor que tienen los desafortunados padres de un niño espástico y el orgullo y la alegría que tienen por sus retoños sin esperanza. Ésta fue siempre para mí una impresionante experiencia para comprender cuánto más infinitamente Dios, su Padre, los ama y está orgulloso de ellos. También en este caso las palabras de Jesús son verdaderas: "Brille de tal modo vuestra luz, de modo que los que vean vuestras buenas obras alaben a vuestro Padre del cielo" (Mt 5,16).

Este título de ' Padre ' es tan propio de Dios que Jesús rehúsa emplearlo con otras personas que no son dignas de llevar este nombre sublime. "No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra. Uno solo es vuestro Padre, el del cielo" (Mt 23,9). Los padres en la carne o en el espíritu quedan interpelados por el modelo del Padre celestial y su amor debe ser a la vez signo y canal del amor del Padre a los que tienen bajo su cuidado. .

Tradujo: C. SANTOS.

(Nuevo Pentecostés, n.62)