SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPIRITU - II

Oigamos lo que el Espíritu dice a las iglesias

El encuentro ecuménico-carismático de Estrasburgo ha congregado en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios y en el testimonio a unos 30.000 cristianos procedentes de distintas iglesias y tradiciones, que durante siglos han vivido en hostilidad o en desconocimiento recíproco. Allí pudimos experimentar la comunión que crea el Espíritu entre todos los que hemos sido justificados en el bautismo por la fe e incorporados a Cristo.

En los mismos días se realizaba otro acontecimiento de singular importancia para la unidad de los cristianos:
Juan Pablo II celebraba, en su viaje al Reino Unido, diversos encuentros con hermanos anglicanos y de otras iglesias.

Prescindiendo de lo espectacular y grandioso de tales momentos, lo que ahora nos corresponde es recoger en el corazón lo que el Señor nos ha dicho a unos y a otros.

Con la simplicidad que siempre tiene la verdad lo podríamos resumir en muy pocas palabras: vivir permanentemente el deseo ardiente de la unidad visible en la Iglesia de Cristo.

Para cada iglesia esto significa una voluntad seria de renovación y de reforma, iniciando todo un movimiento de conversión, ya que de otra manera no es posible que unas iglesias acepten a otras en reconciliación y amor.

El mismo empeño tiene que ir extendiéndose a cada cristiano, para que a nivel personal adoptemos con más decisión el espíritu del Evangelio.

Ya el Vaticano II nos había marcado en el Capítulo II del Decreto sobre Ecumenismo unas líneas muy definidas, que nos concretan el cambio a realizar, pero que aún no se han tenido en cuenta todo lo suficiente.

"El restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia, tanto de los fieles como de los Pastores, y afecta a cada uno según su propia capacidad" (N. 5). Para esto es necesario:

1.- Renovación de la Iglesia o aumento de la fidelidad hacia su vocación, porque es Iglesia peregrina en este mundo, llamada por Cristo a una perenne reforma (N. 6).

2.- Conversión interior o del corazón: "De la renovación interior, de la abnegación propia y de la libérrima efusión de la caridad es de donde brotan y maduran los deseos de la unidad" (N. 7). Esto es una verdadera curación interior, sin la que no será posible "superar los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesiástica", y nos exige "poner todos los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no responden, según la justicia y la verdad, a la condición de los hermanos separados y que por lo mismo hacen más difíciles las relaciones entre ellos" (N. 4).

3.- La oración unánime: "Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico" (N. 8).

4.- El conocimiento mutuo de los hermanos: Sin conocimiento no hay amor, y sin amor no se llega a la unidad. Es necesario que lleguemos a "un mejor conocimiento de la doctrina y de la historia, de la vida espiritual y cultural, de la psicología religiosa y de la cultura propia de los hermanos" (N. 9), y que los católicos "reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentren entre nuestros hermanos separados".

5.- La formación ecuménica

6.- Atender a la forma de expresar y de exponer la doctrina de la fe, "con una forma y un lenguaje que (respecto a la fe católica) la haga realmente comprensible" (N. 11).

7.- Buscar formas de cooperación, de todos los cristianos, la cual "expresa con viveza la unión que ya los vincula entre sí, y expone a más plena luz el rostro de Cristo siervo". "Todos los que creen en Cristo pueden aprender con facilidad la manera de conocerse mejor los unos a los otros y de apreciarse más y de allanar el camino a la unidad de los cristianos" (N. 12).


CUARTA SEMANA

La Promesa del Padre


I.- Pentecostés y la transformación de los primeros discípulos

OBJETIVO: Tomar mayor conciencia de la acción del Espíritu Santo en la historia de salvación.

A.- El deseo del Espíritu Santo.

La Sagrada Escritura nos habla del Espíritu desde su primera página: nos presenta la creación como obra de Dios por medio de su Palabra y por medio de su Espíritu. A lo largo de toda la Biblia aparecerá como una de las características del Espíritu de Dios el ser espíritu creador:

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, pero el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas" (Gn 1, 1-2).

El Pueblo de Israel, después de su experiencia de infidelidad, deseaba una profunda renovación que llegase a lo más íntimo del ser, una renovación que fuese como una nueva creación. Este era el deseo del Salmista:

"Crea en mi, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mi renueva; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu" (Sal 51, 11-12).

La profecía de Jeremías:

"Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr 31, 33).

Y la profecía de Ezequiel:

"Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne" (Ez 11, 19).

Pero esto no podían realizarlo los antiguos jueces o los profetas o los reyes ungidos de Israel, que sólo recibían la fuerza del Espíritu de modo pasajero; esta obra sólo podía hacerla el Mesías sobre quien debía reposar de forma estable el Espíritu Santo, tal como indica Isaías:

"Reposará sobre él el Espíritu del Señor" (Is 11,2).

O el canto profético del Siervo de Yahvé:

"El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido el Señor.
A anunciar la Buena Nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos" (Is 61, 1).

Es sobre esta obra del Mesías que se centran los profetas de Israel cuando anuncian un nuevo Pueblo movido por el Espíritu. Así la célebre profecía de Joel:

"Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne.
Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños,
y vuestros jóvenes verán visiones.
Hasta en los siervos y en las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días" (Jl 3, 1-2).

B) Jesús anuncia el cumplimiento de la promesa

Cuando pasamos a los escritos del Nuevo Testamento, vemos claramente como Juan Bautista señala la proximidad del cumplimiento de esta promesa:

"Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo" (Mc 1,8).

Jesús, por su parte, antes de su resurrección indica también que es él el que dará el Espíritu Santo:

"El que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4,14).

- "El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el crea en mí, según dice según dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39).

- "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7).

Por eso, tal como nos indica S. Juan, la primera cosa que hace Jesús resucitado cuando se aparece a sus discípulos es comunicarles su Espíritu Santo:

"Jesús les dijo: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. Diciendo esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 21-22).

C.- Pentecostés

San Lucas recalca también a su modo el hecho de que Jesús es el que, lleno del Espíritu Santo, da a sus discípulos su Espíritu, inaugurando un mundo nuevo. El tercer evangelio termina con las siguientes palabras de Jesús a sus discípulos:

"Yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder desde lo alto" (Lc 24, 49).

Luego, al comenzar el libro de los Hechos de los Apóstoles, repite de nuevo esta cercanía del cumplimiento de la Promesa:

"Les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre que oísteis de mí. Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días" (Hch 1, 4).
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8).

A continuación, después de indicar el hecho de la ascensión, señala que "todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con los hermanos de éste" (1,14). Y luego, se refiere a la experiencia de Pentecostés:

"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" (Hch 2, 1-4).

De este texto hemos de tener en cuenta varios detalles para comprender el mensaje que nos quiere transmitir S. Lucas:

a) Pentecostés: significa cincuenta días, es decir, cincuenta días después de la Pascua. Con ello se nos pone en relación la donación del Espíritu Santo con la muerte y resurrección de Jesús (Pascua).

b) Todos reunidos: no se trata de una experiencia individual, sino comunitaria. El Espíritu Santo es el don que Jesús hace a su Iglesia.

c) Viento: la imagen del viento es una forma de hacer gráfica la venida del Espíritu Santo, ya que "viento" en griego se dice igual que "espíritu".

d) Lenguas como de fuego: simbolizan la fuerza ardiente de la predicación apostólica. La venida del Espíritu Santo hace posible dar testimonio con fuerza de la resurrección de Jesús.

e) Se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse: el episodio de la Torre de Babel indica que la unidad de la humanidad quedó rota por el egoísmo y el pecado; y esto lo simboliza con la división de las lenguas (Gn 11, 1-9). Aquí la diversidad de lenguas no es símbolo de división, sino, al contrario, teniendo un mismo Espíritu, se convierte en símbolo de unidad. Por otra parte, había una leyenda judía que hablaba de la proclamación de la Ley en el Sinaí en setenta lenguas, aquí la presencia de lenguas indica que se trata de una Ley nueva y más grande: el Espíritu derramado sobre toda carne.

Textos para meditar en la semana:
1.- Gn 1, 1-5
2.- Is 11, 1-5
3.- Is 61, 1-3
4.- Jl 3, 1-2
5.- Jn 4, 10-14
6.- Jn 7, 37-39
7.- Hch 1, 4-8

II.- Nuestra acogida al Espíritu: una nueva efusión


OBJETIVO: Tomar conciencia de la necesidad de una mayor apertura a la acción del Espíritu y preparación para recibir una nueva efusión.

Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles nos quedamos admirados de la presencia de Cristo resucitado en las primeras comunidades cristianas y del dinamismo del Espíritu de Pentecostés. Si comparamos esas primeras comunidades con nuestra situación actual en las parroquias y en los grupos cristianos, nos damos cuenta de la gran diferencia existente y de la necesidad de esa fuerza interior que es el Espíritu Santo.

A) - Todos nosotros hemos recibido ya el Espíritu Santo

Todo cristiano ha recibido el Espíritu Santo, en primer lugar en los sacramentos de iniciación, que son el Bautismo y la Confirmación:

a) el Bautismo. En el Bautismo hemos recibido el Espíritu Santo como perdón de los pecados y como fuente de vida; de este modo, por el Espíritu de Jesús hemos entrado en comunión con el Padre y con el Hijo, hemos entrado en la comunidad cristiana.

b) la Confirmación. En la Confirmación hemos recibido el Espíritu Santo como constructor de la comunidad y como fuerza de testimonio y evangelización. Si la gracia del Bautismo se coloca en el orden del ser cristiano, la gracia de la Confirmación va dirigida más bien hacia la misión.

Todas las demás celebraciones sacramentales son auténticas efusiones del Espíritu para cada uno de nosotros. En la Asamblea Eucarística, después de pedir que el Espíritu Santo descienda sobre las ofrendas del Pan y el Vino, pedimos que para los que participen del Cuerpo y Sangre de Cristo se convierta en una efusión que les convierta en un solo Cuerpo y en un solo Espíritu, por la obra del Espíritu Santo, que es él mismo el perdón de los pecados. En el sacramento de la unción de los enfermos pedimos igualmente el Espíritu Santo capaz de fortalecer y curar al enfermo. En el sacramento del matrimonio pedimos también el Espíritu Santo que es el amor y la alianza entre Dios y los hombres. En el sacramento del Orden pedimos el Espíritu Santo para que consagre en el ministerio sacerdotal a una persona.

L. MARTIN, "Los sacramentos como manifestación del Espíritu ", en "Koinonía" núm. 30, pp. 8-13.

Pero no sólo en los sacramentos, sino a lo largo de toda nuestra vida cristiana, en cada experiencia espiritual que supone para nosotros un crecimiento en la fe, en la esperanza y en el amor, se realiza una efusión del Espíritu. El Espíritu Santo es el que realiza las conversiones en el corazón, el que da la fuerza a los mártires, el que nos mantiene en la perseverancia diaria, el que nos empuja a perdonar, el que nos enseña a amar.

- B) La Iglesia ha de vivir en un continuo Pentecostés

Por otra parte, no sólo cada uno de nosotros ha de estar recibiendo continuamente esta fuerza del Espíritu Santo, sino también toda la Iglesia. El Papa Pablo VI decía que la Iglesia necesita "un continuo Pentecostés". La realidad de la comunidad cristiana es un continuo milagro, que se ha de realizar cada día. Las instituciones, la entrega al Señor, las comunidades tienden siempre a caer en la rutina y a perder el entusiasmo, de ahí que la Iglesia necesite continuamente períodos de Renovación para que este Pentecostés sea permanente.

Así en la historia de la Iglesia podemos ver estas nuevas efusiones del Espíritu a lo largo de los siglos. Si el primer Pentecostés fue los inicios, vemos en los Hechos de los Apóstoles una nueva efusión del Espíritu cuando empiezan las comunidades cristianas en Samaría, e igualmente cuando empezaron entre los no judíos, como en el caso de Camelia. En los siglos III y IV las persecuciones y la experiencia de los mártires supuso también una verdadera renovación de la Iglesia. En el siglo XIII con S. Francisco de Asís se vive de nuevo un fuerte período de Renovación. Lo mismo en el siglo XVI con las figuras de Sta. Teresa y S. Ignacio de Loyola. En este último siglo hemos vivido los movimientos de renovación bíblica, litúrgica y ecuménica que culminaron con el Concilio Vaticano II, que fue el principio de la gran gracia de renovación para la Iglesia de hoy.

C) - La gracia de la Renovación Carismática

No nos ha de extrañar, pues, que después del Concilio el Espíritu Santo haya suscitado en la Iglesia esta fuerte oleada de Renovación Carismática. No se trata de ningún movimiento, sino de un momento fuerte de Renovación en la Iglesia, un aplicar por la fuerza del Espíritu la gracia del Concilio.

Esta gracia de Renovación, tanto a nivel personal como ?comunitario, la describía el Papa Pablo VI del modo siguiente:
-gusto por una oración profunda, personal y comunitaria,
-vuelta a la contemplación,
-gran disponibilidad a las llamadas del Espíritu Santo,
-mayor asiduidad a la lectura de la Sagrada Escritura,
-generosa entrega fraterna,
-voluntad de concurrir a los servicios de la Iglesia (10 octubre 1973).

¿Cómo llamar a esta gracia de Renovación que tantos de nosotros han experimentado? En los primeros años de la R.C. y por influencia de la terminología Pentecostal se la llamaba "bautismo en el Espíritu", haciendo una referencia al texto de los Hechos de los Apóstoles "pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo" (Hch 1, 5). Dado que esta terminología se presta a confusiones en cuanto puede parecer que se trata de un segundo bautismo o de la verdadera recepción del Espíritu Santo, actualmente entre los católicos se tiende más bien a emplear la expresión "nueva efusión del Espíritu". De este modo queda claramente reflejado que esta gracia de Renovación indica la experiencia espiritual por la que "la fuerza del Espíritu Santo, comunicada en la Iniciación Cristiana (sacramentos del Bautismo y de la Confirmación), llega a ser objeto de experiencia consciente y personal" (Documento de Malinas-l, C 2 d).

Cfr. R. PUlGDOLLERS, Redescubrimiento del Bautismo y de la Confirmación, en "Koinonía" núm. 16, pp. 4-6.
L. MARTIN, El bautismo en el Espíritu a la luz del NT, en "Koinonía" núm. 5, pp. 5-7.

D) - Condiciones para recibir esta nueva efusión del Espíritu

¿Qué disposiciones se necesitan para poder recibir esta gracia? Toda gracia es un don gratuito y, por lo tanto, no podemos pensar en esperar merecer esta gracia o estar preparados para recibirla. La única disposición que se requiere es desearla ardientemente con gran sencillez. Jesús vino para los pobres, para los enfermos, para los que tienen necesidad. Si tú no necesitas nada, si te consideras satisfecho, no podrás recibir el regalo de Dios.

Pero señalemos algunas actitudes que es conveniente intensificar para prepararse a recibir una nueva efusión del Espíritu Santo con un corazón plenamente abierto:

a) espíritu de pobreza: no te asustes de tus necesidades ni tengas miedo de verte tan necesitado. Jesús dijo: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, que yo os daré descanso" (Mt 11,28).

b) perdona de corazón a todos los que te han ofendido: el Espíritu Santo que vas a recibir es él mismo el perdón de los pecados, por lo tanto perdona tú a todos los que te han ofendido para que puedas recibirlo. A veces tenemos en nuestro pasado personas que nos han hecho mal y que nunca hemos perdonado.

c) reaviva fuertemente la fe en Jesús: es Jesús quien te dará su Espíritu. Acércate a él como se acercaba la hemorroísa a tocar su manto, o como Zaqueo se subió al sicómoro; grita como el ciego de Jericó: "Jesús, hijo de David, ten piedad de mí".

d) invoca desde lo más profundo de tu ser al Espíritu Santo: deja que nazca en tu interior este deseo profundo del Espíritu, deseo que sólo él puede poner.

El papa Pablo VI dijo en una de sus audiencias este hermoso resumen: "Nos limitaremos ahora a recordar las principales condiciones que deben darse en el hombre para recibir el Don de Dios por excelencia, que es precisamente el Espíritu Santo, el cual, lo sabemos, 'sopla donde quiere' (Jn 3, 8), pero no rechaza el anhelo de quien lo espera, lo llama y lo acoge (aunque este anhelo mismo proceda de una íntima inspiración suya). ¿Cuáles son estas condiciones? Simplifiquemos la difícil respuesta diciendo que la capacidad de recibir a este 'dulce huésped del alma', exige la fe, exige la humildad y el arrepentimiento, exige normalmente un acto sacramental; y en la práctica de nuestra vida religiosa requiere el silencio, el recogimiento, la escucha y, sobre todo, la invocación, la oración, como hicieron los Apóstoles con María en el Cenáculo. Saber esperar, saber invocar: ¡Ven Espíritu creador! ¡Ven Espíritu Santo!" (16-X1974).

E) - Cómo se recibe esta gracia

En los grupos de Renovación Carismática es costumbre, aunque no sea una cosa necesaria, prepararse a esta gracia mediante un tiempo fuerte de oración y catequesis (las siete semanas que estás haciendo).

Durante este tiempo de preparación es conveniente hablar en particular con alguno de los que llevan estas catequesis para poder discernir la situación de cada uno, sus necesidades y su conveniencia o no de que pida ya esta gracia.

Cuando hay una o varias personas que lo desean y están preparadas se reúne un grupo de hermanos para orar por los que han pedido esta gracia. Esta oración se acostumbra a hacer de una forma que ni es completamente pública ni completamente privada: acostumbran a asistir los catequistas que han llevado las siete semanas, los dirigentes del grupo, las personas más vinculadas a aquellos por los que se ora y algunas otras personas que se sienten llamadas; de todos modos se acostumbra a evitar que haya demasiada gente, sobre todo gente nueva, para evitar todo tipo de emocionalismo y al mismo tiempo para no romper el clima de recogimiento y de confianza que las personas por las que se ora requieren (lo importante es que las personas por las que se ora se encuentren a gusto, con libertad para poder expresarse).

Una vez reunidos en oración y después de algunos cantos y alabanzas, se acostumbra a invitar a las personas que desean que se ore por ellas que se adelanten. Luego se las invita a que en su interior perdonen a todos los que les han ofendido y renuncien al mal; a continuación se les invita a proclamar su fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (para estos dos momentos se puede emplear si se quiere el ritual de la renovación de las promesas bautismales en la noche pascual). Por último todos oran por los hermanos que han pedido esta gracia. Si son muchos hermanos es conveniente dividirlos en pequeños grupos, si no se ora por cada uno de ellos individualmente. Si quieren pueden ponerse de rodillas o bien sentados, lo importante es que se encuentren bien. Se acostumbra a orar imponiendo las manos sobre la cabeza o sobre los hombros; este gesto bíblico se emplea como signo de fraternidad y de solidaridad con aquel por el que se ora. De todos modos, tampoco es un gesto necesario; lo importante es que sea una oración sincera y fraterna.

Textos para meditar en la semana:
1.- Hch 2, 1-13
2.- Hch 2, 14-24
3.- Hch 4, 23-31
4.- 8, 14-17
5.- 9, 1-7
6.- 10, 34-48
7.- 19, 1-7.


QUINTA SEMANA

El fruto de Pentecostés: la comunidad cristiana


OBJETIVO: Tomar conciencia de que Jesús ha derramado su Espíritu Santo no solamente para realizar una transformación individual, sino para crear una verdadera fraternidad universal.

A) - Lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles

En los Hechos de los Apóstoles, S. Lucas nos indica en el episodio de Pentecostés la obra que Jesús resucitado quiere realizar por medio de su Espíritu Santo; ésta es la verdadera fraternidad entre todos los hombres:

a) deshacer la Torre de Babel: el egoísmo sólo consigue construir una Torre de Babel en la que los hombres se alejan y dispersan; sólo el Espíritu Santo es capaz de llevar a la unidad a los hombres.

b) hacer que los hombres se entiendan: en Jerusalén, en el Pentecostés se ve entenderse a todos los pueblos de la tierra: "partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios" (Hch 2, 9-11).

c) todos sin distinción: S. Pedro explica la experiencia de Pentecostés mediante la profecía de Joel que habla del Espíritu derramado "sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu" (Hch 2, 17-18).

Frente a esta llamada a construir un mundo nuevo, una nueva humanidad, la gente reunida en Jerusalén le pregunta a Pedro y a los demás discípulos: "¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2, 37-38). Y a continuación el texto indica que "los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil personas. Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles... - (Hch 2, 41-42a.). Y a continuación S. Lucas describe la comunidad cristiana. Es decir, la respuesta al Pentecostés es unirse fuertemente a Jesús para recibir el Espíritu Santo y que nazca así la comunidad cristiana.

B) Las características de la Comunidad Cristiana

Los Hechos de los Apóstoles nos resumen en tres textos fundamentales las características de la comunidad cristiana nacida de la experiencia del Espíritu Santo en Pentecostés. Leyendo estos textos nosotros podremos comprender mejor la gracia que hemos recibido al ser insertos en la Iglesia y recibir el Espíritu Santo:

a) "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan ya las oraciones" (Hch 2,42). La "enseñanza de los apóstoles" es la escucha de la Palabra de Dios tal como nos viene anunciada en medio de la comunidad. La "fracción del pan" es la asamblea eucarística en la que se reúne toda la comunidad para participar del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y todo esto "en la comunión fraterna" y "en las oraciones".

- La primera característica de la comunidad cristiana es, por lo tanto, el ser unacomunidad de alabanza a Dios, centrada en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración de la Asamblea eucarística.

b) "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos" (Hch 4, 32). La comunidad cristiana no está dirigida sólo hacia Dios, sino que establece entre sus miembros una profunda unidad, por eso se ha de establecer entre los creyentes esta unidad perfecta que es el tener "un solo corazón y una sola alma". De esta unidad profunda brota el compartir, pues sabiéndonos hermanos, hijos de un mismo Padre, aprendemos a reconocer todo lo que somos y tenemos como un don de Dios para el servicio de los demás. De ahí que en la comunidad cristiana Jesús sea reconocido como el Señor de todo, y nosotros aparecemos como simples siervos, simples administradores. De esta forma las cosas recuperan su verdadero sentido mediante el compartir cristiano

-La segunda característica de la comunidad cristiana es, por lo tanto, el ser una comunidad de amor fraterno, que tiene su expresión en el compartir espiritual y material.

c) "Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús" (Hch 4, 33). La comunidad no está encerrada entre los miembros que la forman, sino que con la fuerza del Espíritu Santo ("con gran poder") dan testimonio de la resurrección de Jesús. No se trata de predicar una palabra o manifestar una fe, sino dar testimonio de que Jesús está realmente vivo. Y esto sólo se puede hacer si uno vive auténticamente como él vivía, es decir, según su Espíritu.

-La tercera característica de la comunidad cristiana es, por lo tanto, el ser una comunidad que da testimonio de la resurrección de Jesús por la fuerza del Espíritu Santo.

C) - Crecer en todos los sentidos

Estas tres características de la comunidad cristiana, la alabanza, el compartir y el testimonio, no son tres formas posibles de comunidad, como si pudiese existir una comunidad centrada exclusivamente en la escucha de la Palabra de Dios, o una comunidad de sólo ayuda fraterna, o una comunidad de sólo testimonio. Los Hechos de los Apóstoles, nos muestran muy claramente la comunidad cristiana primitiva como constando de estas tres características. La alabanza lleva al compartir y al testimonio. El testimonio se basa en la alabanza y en el compartir. El compartir sólo es posible a partir de la alabanza y del testimonio.

Al haber recibido el don de la Iglesia, nosotros hemos recibido el don de la comunidad cristiana y por lo tanto el don de la alabanza, del compartir y del testimonio. A veces esta comunidad cristiana, en las parroquias o en los grupos cristianos está muy poco desarrollada. Pero el don, el germen siempre está. Y es sólo a partir del don de la Iglesia que hemos recibido como podemos conseguir desarrollar y edificar la comunidad que vemos reflejada en los Hechos de los Apóstoles.

El grupo de oración, en comunión con la Parroquia y con toda la Iglesia, debe ser una ayuda para ir edificando esta comunidad cristiana, que no debe quedar circunscrita al pequeño grupo de oración, sino inserta en toda la gran comunidad cristiana.

Textos para meditar y orar en la semana:
1.- Hch 2, 42. 46-47
2.- Hch 4, 13-22
3.- Hch 4, 23-31
4.- Hch 4, 32. 34-35
5.- Hch 4, 36-37
6.- Hch 4, 33; 5, 12•16
7.- Hch 5, 27-33.


SEXTA SEMANA
Los dones para la construcción de la comunidad


OBJETIVO: Reconocer que todo lo que somos y tenemos es un don del Señor para el servicio de los demás.

INTRODUCCION

S. Pablo advierte a los Corintios que no han de ser "niños en Cristo" (1 Co 3, 1) sino que han de ir creciendo hasta convertirse en adultos en Cristo.

¿Qué significa "ser niño en Cristo"? El niño es un ser que necesita continuamente que se le dé todo: necesita las papillas, necesita que se le lleve de paseo, que se le lleve a dormir, etc. Cuando aprende a hablar su expresión preferida será "esto es mío". Luego, ya un poco más crecido sabrá decir "yo y tú", pero sólo cuando tome verdadera conciencia de lo que es la sociedad y se ponga al servicio de ella empezaremos a hablar de un adulto. El niño sólo recibe; el adulto también da. Por lo tanto, "ser niño en Cristo" significa no haber tomado aún conciencia de que somos el Cuerpo de Cristo y que hemos sido llamados a construirlo, aportando todo lo que somos.

Jesús mediante varias parábolas nos muestra claramente este deseo suyo de que crezcamos cada vez más. En primer lugar en la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) en la que "un hombre, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó". Luego, cuando vuelve el amo pide cuenta a cada uno de aquellos siervos sobre los frutos que han dado aquellos talentos que habían recibido. El hecho que se trate de siervos y que luego el amo pida cuentas, indica claramente que hay un único Amo y que todos los demás si tienen algún talento es porque lo han recibido como administradores para que lo hagan fructificar. Lo mismo encontramos en la parábola del administrador fiel (Mt 24, 45-51) en que se elogia al siervo que administra las provisiones de la casa según el Amo le ha encargado. Uno sólo es el Amo de todo, el Señor, Jesucristo. Y todos nosotros no somos más que siervos suyos y administradores de sus bienes. Si tenemos algo es que lo hemos recibido para administrarlo al servicio de los hermanos.

-"¿Qué tienes que no lo hayas recibido?", nos pregunta S. Pablo (1 Co 4, 7). Por lo tanto, Jesús es el Señor, todo lo que tenemos es un "don gratuito de Dios". Nosotros no podemos considerarnos dueños de lo que tenemos, sino que hemos de reconocer que todo procede de Dios poniéndolo al servicio de los demás. Sólo por obra del Espíritu Santo podemos reconocer que todas las cosas son un don gratuito de Dios: "Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado" (1 Co 2, 12).

Esta actitud de recibir todas las cosas como un don gratuito de Dios para el servicio de los demás es lo que llamamos actitud carismática. En griego "carisma" significa "manifestación de la gracia" o como dice S. Pablo "manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co 12, 7).

Cfr. R. PUlGDOLLERS, ¿Qué significa la palabra carisma? ¿Qué dice S, Pablo sobre los carismas? ¿Cuántos carismas hay? en "Koinonía" núm. 33 y 34, pp. 8-25

Esta actitud que sabe apreciar la obra de Dios no solo en las cosas grandes, sino también en las cosas pequeñas, es la que quiere inculcar S. Pablo a los corintios en el célebre capítulo 12 de la primera carta. He aquí unos versículos de este capítulo:

“A uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu. A otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, obras milagrosas. A otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus. A otro, diversidad de lenguas; a otro, interpretación de lenguas" (1 Co 12, 8-10).

En este texto S. Pablo exhorta a tener una actitud carismática en varias áreas de la vida de la comunidad:

a) A ver la predicación de la Palabra de Dios como un don: tanto cuando se anuncia con sabiduría (palabra de sabiduría), como cuando se anuncia con la ciencia de Dios (palabra de ciencia), como cuando se recibe con la fe (fe).

b) A ver todos los bienes como un don: tanto en la curación que nos devuelve la salud (curación), como en el compartir los bienes materiales (obras).

c) A ver la actualización de la Palabra de Dios como un don: tanto cuando ésta se hace proféticamente (profecía), como cuando se realiza mediante el discernimiento de la voluntad de Dios (discernimiento de espíritus).

d) A ver toda forma de oración como un don: tanto cuando es una oración espontánea sin palabras (oración en lenguas), como cuando se trata de una oración bocal (interpretación de lenguas).

A) - Acoger como un don la predicación de la Palabra

La Palabra de Dios a los hombres se hace presente en medio de nosotros a través de los hermanos que por ministerio o de forma espontánea nos proclaman la realidad evangélica.

• S. Esteban, tal como nos lo presentan los Hechos de los Apóstoles, es para nosotros modelo de un modo de hablar fuertemente inspirado. S. Lucas nos lo describe como un hombre "lleno de Espíritu y de sabiduría" (Hch 6, 3) de forma que los que le escuchaban "no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba" (Hch 6, 10). S. Esteban estaba lleno de esa sabiduría de Dios de la que hablaba Jesús cuando decía:
"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños" (Mt 11, 25; Le 10, 21). Esa sabiduría que prometió a sus discípulos: "Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios" (Lc 21, 15). Este "hablar con sabiduría" es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

• S. Pablo se nos presenta él mismo como modelo de otro modo de hablar también inspirado aunque menos espectacular. El dice de sí mismo que carece de elocuencia, "no así de ciencia" (2 Co 11, 6; cf. 6, 6). No se trata de una ciencia humana, sino del "conocimiento del amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" (Ef 3, 19). Los Hechos de los Apóstoles nos indican que enseguida después de su conversión "se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios. Todos los que le oían quedaban atónitos" (Hch 9, 20). Este "hablar con (1a) ciencia" de Dios es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

• Los Tesalonicenses son para nosotros ejemplo de otra actitud carismática cual es el acoger la predicación con fe. San Pablo les escribía diciendo: "al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes" (1 Ts 2, 13). Esta actitud de fe ante la acción de Dios es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

De este modo, S. Esteban, S. Pablo y los Tesalonicenses nos enseñan a acoger como una manifestación del Espíritu Santo para provecho de toda una serie amplia de manifestaciones que se presentan en la comunidad cristiana. Desde la más espectacular del que habla con sabiduría de Dios que sólo el Espíritu puede dar, pasando por el que habla de las cosas de Dios con esa ciencia que penetra y está llena de unción, hasta llegar a la actitud humilde del que acoge la Palabra con fe. En todo, en lo más espectacular y en lo más humilde hemos de saber contemplar la obra de Dios que lo "obra todo en todos" (1 (1 Co 12, 6).

B) - Acoger como un don todos los bienes que Dios nos da

Todo lo que nosotros tenemos es un don de Dios. Tanto las cosas materiales como las espirituales. Si acogemos con agradecimiento los dones espirituales, también hemos de saber acoger los dones materiales.

Las comunidades cristianas primitivas sabían recibir todos los acontecimientos como un don de Dios, de modo que san Pablo podía escribir: "en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8, 28). De esta aceptación de la voluntad de Dios es de donde nace la apertura a esas manifestaciones como la curación y el compartir.

• El tullido que pedía en la puerta Hermosa del Templo de Jerusalén (Hch 3, 1-10) es para nosotros un ejemplo de esta actitud carismática de acogida del don de Dios. Alaba y da gracias a Dios por la curación que ha recibido. Al darse una curación tomamos mayor conciencia de que toda nuestra vida está en manos de Dios y de que tanto la vida como la salud son un gran don de Dios.

Los mismos Hechos de los Apóstoles nos muestran a continuación que cuando se da una curación hay siempre el peligro de poner los ojos más en los hombres que en Dios. De forma que san Pedro tiene que decir: "Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste?" (Hch 3, 12). Es Jesús y sólo Jesús el que cura. Por eso hemos de decir que la curación es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

* Pero no sólo en las curaciones se manifiesta que todo lo material que tenemos es un don de Dios, esto también queda claro cuando nosotros compartimos nuestros bienes unos con otros. Hay varios milagros en los Evangelios que nos muestran esta importancia de compartir, reconociendo que todos los bienes son para el provecho de todos. Recordemos especialmente las multiplicaciones de los panes (Mt 14,13-21; 15, 32-39; Mc 6, 31-44; 8, 1-10; Lc 9, 11-17; Jn 6, 1-13), la conversión del agua en vino (Jn 2, 1-11), la viuda de Sarepta (1 R 17, 7-16); pero también hay otros episodios no milagrosos que nos muestran la manifestación de Dios en el compartir humano. Así el óbolo de la viuda (Mc 12, 41-44; Lc 21, 1-4), y la actitud de Bernabé que vende el campo que tenía y pone lo conseguido a disposición de los apóstoles (Hch 4, 36-37). De este modo la Sagrada Escritura nos muestra que el compartir los bienes es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

C) - Acoger como un don la manifestación de la voluntad de Dios

El gran deseo de Jesús es realizar en todo momento la voluntad del Padre. Este es "su alimento", tal como dice a sus discípulos en Samaría (Jn 4, 34), y su oración en el Huerto no hace sino pedir que "se haga" la voluntad del Padre. Pero, ¿cómo conocer la voluntad del Padre? San Pablo, al final del cap. 2 de la primera carta a los Corintios, hace esta pregunta: "Quién conoció la mente del Señor para poder enseñarle?". Y contesta: "Pero nosotros tenemos la mente de Cristo” (Co 2, 16). Esta mente de Cristo a que se refiere el apóstol es el Espíritu Santo, porque "nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11). La manifestación de la voluntad de Dios es un don que Dios nos hace, no podemos pretender conocer su voluntad por nuestro simple esfuerzo humano.

* Judas y Silas se nos presentan en los Hechos de los Apóstoles como modelo de esta manifestación de la voluntad de Dios que es el hablar profético. Después de haber puesto en comunicación de las comunidades el contenido de la carta escrita por los apóstoles en el Concilio de Jerusalén, "Judas y Silas eran también profetas, exhortaron con un largo discurso a los hermanos y les confortaron" (Hch 15, 32). El hablar profético es un hablar inspirado por el Espíritu para "edificación, exhortación y consolación" de la asamblea (1 Co 14, 3). Los hemos visto en Judas y Silas y lo encontramos también en Agabo, de la comunidad de Jerusalén (Hch 11, 27 ss.; y 21, 10 ss.), en los dirigentes de la comunidad de Antioquía (Hch 13, 1), en los discípulos bautizados en Efeso (Hch 19, 6), en las cuatro hijas vírgenes de Felipe (Hch 21, 9), en la comunidad de Corinto (cf. 1 Co 14, 29 ss), en Pablo (1 Co 14, 19), en el autor del Apocalipsis (Ap 1, 3 ss). En el Apocalipsis nos ha quedado recogida una forma concreta de palabra profética que es aquella que se presenta en primera persona, como en boca de Jesús. He aquí el texto:
"Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso" (Ap 1, 8). El hablar profético en cuanto actualización de la Palabra de Dios y manifestación de su voluntad es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

J. M. Martín Moreno, Funciones de la profecía en la construcción de la Iglesia; en "Koinonía" núm. 15, pp. 6-9.
X. QUINCOCES, Criterios para discernir la profecía, en "Koinonía" núm. 15, pp. 10-12.

* Este hablar profético, sin embargo, está sometido al discernimiento (cf. 1 Co 14, 29-32). De tal forma que el discernimiento aparece como la forma fundamental y básica del conocimiento de la voluntad de Dios. La primera carta de S. Juan lo señala muy claramente: "No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo" (1 Jn 4, 1). S. Pablo señala la siguiente regla de oro: "nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: 'Anatema es Jesús', y nadie puede decir: 'Jesús es Señor', sino con el Espíritu Santo" (1Co 12, 3). El discernimiento es un don gratuito de Dios, y ha de ir acompañado de la oración y de una vida entregada al Señor. S. Pablo señala a los Romanos: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2). El discernimiento es, pues, un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

D) - Acoger como un don todas las formas de oración

La oración no es sólo la expresión de nuestro espíritu, sino que ha de ser la expresión del Espíritu de Dios. S. Pablo nos indica cómo en el cristiano es el Espíritu Santo el que clama en nuestros corazones "Abba, Padre" (Ro 8, 15). De modo que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).

* Una forma de oración que se utilizaba mucho en la Iglesia primitiva y que posteriormente se ha utilizado sólo en algunos grupos aislados, es la que se llama "oración en lenguas". Se trata de un orar con sonidos, pero sin palabras; un orar dejando de lado la lengua como forma de expresión humana, de ahí la expresión "en lenguas" o "en otras lenguas", que no quiere decir en lenguas antiguas (latín, arameo, sánscrito, etc.) ni en lenguas actuales desconocidas por el que habla, sino en ningún tipo de lengua entendida ésta como forma de expresión conceptual. Tampoco se trata de un movimiento irrefrenable, como si uno estuviese movido por un espíritu que lo domina; no se trata de ningún histerismo, sino de una forma de orar que intenta expresar lo más profundo del ser. Es una forma muy provechosa de oración afectiva. Como dice el Cardenal Suenens: "es una forma de desprendimiento de sí mismo, de desbloqueo y de liberación interior ante Dios y los hombres. Si al comienzo de la experiencia se acepta este acto de humildad se probará la alegría de descubrir una manera de orar por encima de las palabras y más allá de todo cerebralismo". Sin embargo, como ya indica S. Pablo, es una forma de oración que se presta a abusos y que sólo se debe emplear cuando la asamblea está preparada para ello y con mucho discernimiento. (cf. 1 Co 14). La oración en lenguas es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

Cf. R. PUlGDOLLERS, ¿Qué es la oración en lenguas?, en "Koinonía" núm. 5, pp. 11-13.

• Pero no sólo la forma de orar en lenguas es una oración inspirada por el Espíritu, sino que toda auténtica oración es una oración en el Espíritu. No sólo la oración que no se entiende, sino también lo que llama S. Pablo "la interpretación de las lenguas", es decir, la expresión bocal de estos gemidos inenarrables del Espíritu que intentan reflejar las lenguas. La oración sencilla del cristiano es siempre la oración del Espíritu Santo que ora por nosotros. Como dice S. Pablo "nadie puede decir: 'Jesús es Señor', si no con el Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Si podemos decir a Dios "Padre nuestro" es porque Jesús nos ha dado su Espíritu que clama con nosotros 'Abba, Padre". La oración bocal es, por lo tanto, un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

CONCLUSION

Jesús ha derramado sobre todos nosotros sin distinción su Espíritu Santo que obra en nosotros, para construir la comunidad cristiana, el Cuerpo de Cristo. Sólo cuando nos abrimos a esta dimensión carismática de contemplar todas las cosas como un don de Dios podemos vivir en la continua alabanza de Dios, podemos reconocer el don que existe en cada hermano respetándolo, podemos captar la voluntad de Dios que se manifiesta a través de sus dones. De lo contrario, con una actitud cerrada, racionalista o autoritaria, limitamos la obra del Espíritu y al fin Y al cabo nos encontramos siempre con nosotros mismos. Dejamos de construir el Pueblo de Dios y empezamos a construir la Torre de Babel que no es capaz de construir una verdadera hermandad entre los hombres.

Textos para meditar y orar en la semana:
1. - Ef 4, 11-16
2. - 1 P 4, 8-11
3. - Rm 12, 3-13
4.- 1 Co 1, 17-31
5. - 1 Co 2, 1-5
6.-1 Co 12, 4-11
7.- 1 Co 12, 12-30.



SEPTIMA SEMANA
Crecimiento en la vida del Espíritu

OBJETIVO: Dar las pautas necesarias para asegurar un crecimiento real en la vida del Espíritu, evitando que todo quede reducido al entusiasmo de unos días.

INTRODUCCION

La obra que el Espíritu Santo quiere realizar en nosotros no es sólo la labor de un día. Pentecostés, tal como lo vemos en los Hechos de los Apóstoles, es el comienzo de una vida dedicada al Señor, vida en la que no van a faltar dificultades, desalientos y fallos. También para nosotros el recibir una nueva efusión del Espíritu Santo no marca un punto final, sino un nuevo punto de arranque. Es una renovación de toda nuestra vida, pero una renovación que debe mantenerse y crecer cada día.

S. Lucas nos indica en los Hechos de los Apóstoles que "los que acogieron su palabra (de Pedro)... acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles" (Hch 2, 41-42). También nosotros tenemos que mantenernos asiduos y firmes en el camino emprendido. Para ello es necesario apoyarse en tres aspectos fundamentales del crecimiento: 1) la oración (oración personal y comunitaria, la lectura de la Sagrada Escritura, los sacramentos); 2) la comunidad (vida comunitaria); y 3) el servicio(testimonio, evangelización, servicio y compromiso cristiano).



I.- La oración

La importancia de la oración la descubrimos sobre todo al constatar el lugar que ocupa en la vida de Jesús: se retiraba a orar (Mt 14, 23; Mt 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16; 6, 12; 9. 18; 9, 18-28ss; 11, 1), oraba durante la noche (Lc 6, 12), enseñó a orar a sus discípulos (Lc 11, 1), oró después de su bautismo (Lc 3, 21), oró antes de elegir a sus discípulos (Mt 14, 23; Lc 6, 12-13), oró antes de su pasión (Mt 26, 36ss; Mc 14, 32ss.; Lc 22, ?41ss); oró en la última cena (Jn 17), oraba sobre los niños (Mt 19, 13).

Por medio del Espíritu Santo nosotros nos adentramos en la oración de Jesús. S. Pablo nos señala que "Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! Padre!" (Ga 4, 6). Y S. Juan en el Apocalipsis dice que "el Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!" (Ap 22, 17). Si verdadera mente nosotros nos dejamos mover por el Espíritu de Jesús también nosotros haremos como él.

La vida de oración presenta distintos aspectos, tanto en su dimensión individual como comunitaria. Si queremos crecer en la vida del Espíritu, hemos de intentar crecer en todos ellos:

A) La oración comunitaria. Hemos tomado contacto con un grupo de oración, donde hemos descubierto la oración comunitaria. Si queremos mantenernos en un crecimiento continuo en la vida del Espíritu, el primer punto que hemos de tener en cuenta es el mantenernos asiduos a la oración semanal del grupo. Allí aprenderemos a salir cada vez más de nosotros mismos y a ponernos a la escucha del Señor por medio de los hermanos. Aprenderemos a unirnos a la oración de los demás, a pedir por sus necesidades, a alegrarnos con ellos.

Para comprender cada vez más la oración comunitaria hemos de tener en cuenta sus líneas de fuerza:

a) la presencia de Jesús y la apertura al Espíritu. Vamos a la oración a centrarnos en Jesús por medio de su Espíritu. No se trata de hacer unas reflexiones o de escuchar como los demás oran, o de hacer nuestra propia oración personal, sino de ponernos todos ante la presencia de Jesús. Cuando entres en la oración procura centrarte en Jesús y abrirte al Espíritu; a partir de esta presencia de Jesús todo lo demás lo verás distinto.

b) la alabanza. Una de las razones principales por las que el grupo se reúne es para alabar a Dios. Alabar es centrarse en Dios por lo que él es, por el amor que nos tiene. Procura dejar de lado lo que tienes que pedirle y hasta aquello por lo que quieres darle gracias. Repite: "¡Gloria a ti, Señor!". La alabanza nos centra en Dios y nos hace salir de nosotros mismos.

c) dimensión comunitaria. No se trata de varias personas que se han reunido para hacer juntas su oración personal, sino del Cuerpo de Cristo que, movido por un solo Espíritu, eleva a Dios una misma alabanza. Es una misma y sola oración la que debe elevarse entre todos: la oración de Jesús. Procura sentirte profundamente unido a todos los demás hermanos, reconciliado con todos. Escucha sus oraciones y hazlas tuyas, apóyalas. Que ellos oren a través tuyo y tú ores a través de ellos.

d) escucha de la Palabra de Dios. En la oración comunitaria debe resonar la Palabra de Dios; en primer lugar a través de lecturas de la Sagrada Escritura, otras veces también por medio de palabras proféticas. No dejes que la Palabra de Dios caiga en el vacío. Después de escuchada una lectura, haz silencio y deja que el Señor te hable en tu corazón. Cuando el Señor habla es él el que marca el ritmo de la oración.

Aunque la oración comunitaria en los grupos carismáticos es muy espontánea, sin embargo en líneas generales acostumbra a presentar la siguiente estructura que nos puede ayudar a orientarnos mejor en la oración:

1a. parte: Introducción: cantos, invocación. Alabanza. Palabra de Dios. Adoración. 60-75 min.
2a. parte: Catequesis. 10-15 min.
3a. parte: Testimonios, compartir y avisos. 15-120 min.
4a. parte: Oraciones de petición. 10-15 min.

B) La oración personal. La oración comunitaria no es posible si no viene respaldada por la oración personal diaria. Si hemos descubierto la importancia de la oración comunitaria, nos daremos cuenta dentro de poco que ésta existe porque hay un grupo de personas que diariamente realizan un rato de oración personal. Si nosotros queremos crecer en la vida el Espíritu y no ser unos niños en Cristo, debemos procurar tener también nosotros nuestro tiempo de oración.

Hay momentos en nuestra vida en que la oración nos sale espontánea y querríamos poder tener tiempos para orar. Son a veces momentos de gran alegría, o de gran necesidad. Es bueno que vivamos esos momentos. Pero si queremos crecer de una forma madura en la vida espiritual, no podemos quedarnos a merced del viento que sopla y a esperar que llegue un tiempo de euforia para orar. La oración debe entrar dentro de nuestra vida diaria.

En nuestro día hay algunos momentos privilegiados, que parecen pedir un elevar más nuestro interior hacia Dios. Así, p. ej., al levantarse, la comida, al acostarse. La alabanza parece que surge espontánea al empezar un nuevo día, la acción de gracias al empezar la comida, la revisión con acción de gracias y petición de perdón antes de acostarse. Estos momentos son importantes y no debemos olvidarlos. Pero además de esto, es necesario tener un tiempo concreto en que nosotros hacemos nuestra oración personal.

Para hacer posible esta oración personal es conveniente tener en cuenta los siguientes consejos prácticos:

a) debemos determinar de antemano a qué hora haré mi oración personal. Normalmente uno lleva un horario muy apretado, y sólo si lo he previsto anteriormente encontraré tiempo para la oración. De lo contrario, siempre diré "no tengo tiempo", o dejaré pasar el tiempo que tengo diciendo "ya la haré más tarde".

b) debo determinar cuánto tiempo voy a hacer. No importa que sean sólo cinco minutos, lo más importante es que sean diarios. Normalmente, como principiantes, nuestra oración debe oscilar entre los diez minutos y la media hora.

c) debo determinar en qué lugar la haré. A algunas personas les ayuda mucho el hacer la oración siempre en el mismo lugar, en un lugar en que se encuentren bien. No se trata de hacerlo en el lugar que me parezca más digno, sino en el lugar en que me encuentre más recogido y que me ayude más a hacerla.

d) la oración personal es para estar con el Señor, para escucharle, para alabarle. No existen métodos fijos. Has de encontrar tu forma personal. Quizá te ayude la lectura de la Sagrada Escritura, algún salmo...

(Cf. R, Caries, Necesidad de la oración personal, en "Koinonía", núm. 19, pp. 4-5).

C) La lectura de la Sagrada Escritura. La Biblia es la Palabra de Dios. Si queremos saber qué es lo que el Señor nos dice debemos conocer la Sagrada Escritura, San Jerónimo decía que desconocer la Sagrada Escritura es desconocer a Cristo.

La Biblia es proclamada en primer lugar en medio de la asamblea litúrgica, cuando toda la comunidad está reunida. Pero, también debe ser escuchada y meditada continuamente a nivel personal.

No se trata de hacerla objeto de un estudio frío, sino lugar de meditación y oración. Para ello, sin embargo, es muy conveniente tener una cierta formación bíblica, sobre todo cuando ésta es impartida con unción y por personas que han captado su dimensión espiritual. Este estudio nos ayudará a situarnos rectamente para poder escuchar a Dios que nos habla, teniendo en cuenta las características de algunos géneros literarios y de algunos textos más difíciles.

Es conveniente que cada día dediquemos un tiempo a esta lectura gratuita de la Palabra de Dios, en espíritu de oración. Podemos emplear para ello diversas formas. A continuación señalamos tres:

a) Abrir la Biblia al azar. En algunos momentos de oración puede ser una buena forma, pero a la larga tiene el inconveniente de que no nos ofrece una lectura orgánica de la Biblia, de modo que puede haber textos que nunca leamos.

b) Leer cada día los textos correspondientes a la Eucaristía del día. Puede ser una gran forma para leer la Sagrada Escritura al mismo ritmo que toda la Iglesia. Sobre todo, es válida si no se asiste a misa diariamente.

c) Leer cada día la lectura del Oficio de Lecturas (ciclo bienal). Es quizá una de las formas más completas de leer la Sagrada Escritura al mismo ritmo que toda la Iglesia. De esta forma se lee casi toda la Biblia en el plazo de dos años. Esta forma es válida sobre todo para los que ya escuchan los textos de la Eucaristía en la misa diaria.

D) La asamblea eucarística y el sacramento de la reconciliación. En el crecimiento de nuestra vida espiritual no podemos dejar olvidado el alimento principal, tanto a nivel individual como comunitario: la asamblea eucarística. Somos el Cuerpo de Cristo y de él nos tenemos que alimentar. A medida que van renaciendo las comunidades cristianas vamos redescubriendo cada vez el sentido de asamblea de la comunidad que tiene la Eucaristía dominical. Es allí donde se encuentra la comunidad en su máxima expresión. De modo que con toda razón el Concilio Vaticano II dice que "es la fuente y cúlmen de toda la vida cristiana" (S.C. 10).

La experiencia nos muestra que a medida que vamos descubriendo cada vez más la dimensión comunitaria de la vida cristiana, aparece con una luz nueva el sacramento de la reconciliación. Cuando nos vamos acostumbrando a que los hermanos oren por nosotros en nuestras necesidades, descubrimos el gran tesoro que es el que el Sacerdote, en nombre de toda la comunidad, ore por nosotros por el perdón de nuestros pecados.

II.- La comunidad

El crecimiento en la vida del Espíritu no es sólo una relación con Dios, sino también una relación con los hermanos.

San Pablo, en la Carta a los Corintios, dice que "del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1 Co 12, 12-13). Todos los que hemos recibido un mismo Espíritu, por lo tanto, hemos sido reunidos en una comunión profunda que es el Cuerpo de Cristo, la comunidad cristiana.

Ahora bien, si es verdad que somos el Cuerpo de Cristo "el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: 'Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo', ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si fuero todo oído, ¿dónde el olfato? Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, más uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: '¡No te necesito!: Ni la cabeza a los pies: '¡No os necesito!'. Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Y los que nos parecen los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Asi a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo" (1 Co 12, 14-26)

Este texto nos muestra mejor que ninguno la realidad que crea en nosotros el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones. Un solo Espíritu, un solo Cuerpo.

No siempre es fácil salir de nuestro egoísmo y de nuestra formación individualista, para entrar dentro del plan de Dios y de la realidad comunitaria. Pero vale la pena. A medida que nos abrimos a los hermanos, el rostro de Dios se nos va revelando cada vez más. Hemos de pensar que Dios se nos ha manifestado en Jesús, y Jesús es nuestro hermano.

Para irnos adentrando cada vez más en esta dimensión comunitaria de la vida en el Espíritu es conveniente tener en cuenta una serie de puntos:

a) para que nazca en nosotros esta dimensión comunitaria es necesario que asistamos a los actos del grupo de oración, de un modo especial a la oración semanal. Si perdemos el contacto con el grupo, la experiencia que hemos tenido se irá debilitando cada vez más.

b) procurar entrar cada vez más en relación con los hermanos del grupo. Cuando conocemos al hermano se nos hace más fácil compartir sus penas y sus alegrías. Al mismo tiempo nos damos cuenta de que cada hermano es distinto y que hemos de vencer nuestro egoísmo para permanecer abiertos a todos.

c) si queremos dar dos pasos seguidos en la dimensión comunitaria, hemos de vigilar mucho nuestra lengua y eliminar todo rastro de crítica. Santiago en su carta dice que "la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua que es uno de ?nuestros miembros, contamina todo el cuerpo, y encendida por la gehenna prende fuego a la rueda de la vida" (Sí. 3,6).

d) en toda comunidad hay una diversidad de ministerios, por lo tanto es necesario para crecer en la dimensión comunitaria aprender a aceptar el discernimiento de los dirigentes del grupo y saberse servir de las ayudas espirituales que en él haya.

Cuando aquí hablamos de comunidad hay que saber entender la dimensión comunitaria que toda verdadera vida cristiana comporta, es decir, nos referimos a la comunidad en su sentido más amplio y eclesial. La llamada a formar parte de una comunidad más cerrada, con unos compromisos concretos y una vocación especial, no es cosa de todos. Es muy necesario darse cuenta de esta distinción para no rechazar la dimensión comunitaria que comporta la vida cristiana como si fuese cosa de unos pocos, o bien pensar que formas cerradas de comunidad deben ser la llamada de todo cristiano. El grupo de oración en principio se coloca en el ámbito de la comunidad cristiana abierta, sin que esto quiera decir que algunos de los miembros del grupo de oración no estén llamados a constituir entre ellos una comunidad más cerrada y con una vocación más específica.

(Cf. J.M. Martín Moreno, Las relaciones interpersonales en la comunidad cristiana, en "Koinonia", núm. 22, pp. 10-13., y X. Quincoces, El acompañamiento espiritual, medio de crecimiento, en "Koinonía", núm. 27, pp. 17-19)


III.- El servicio

El crecimiento en la vida del Espíritu no puede limitarse a nuestra relación con Dios y a nuestras relaciones dentro de la comunidad, si queremos que nuestro crecimiento espiritual y comunitario sea real debe convertirse en un servicio a los demás. Jesús es para nosotros el modelo, él que no vino a ser servido, sino a servir (Cf. Mt. 20, 28; Mc. 10, 45). Uno crece sólo en la medida en que sirve. La misma comunidad cristiana no existe para estar cerrada en sí misma, sino para realizar una misión en medio del mundo, es decir, un servicio.

Este servicio cristiano lo podemos sintetizar en tres puntos, que son en los que cada uno de nosotros y toda la comunidad debe centrarse si quiere que se realice un verdadero crecimiento en el Espíritu:

A) - TESTIMONIO.

El primer punto a tener en cuenta es la importancia de nuestro modo de vivir. Esta es la acción primera. La palabra de anuncio del Evangelio sólo tiene sentido si se basa en una vivencia que corresponde a un intento de respuesta a esta Palabra. Por eso, el primer servicio que debe realizar el cristiano es el vivir toda su vida como un auténtico cristiano, dando así testimonio de la resurrección de Cristo.

Este testimonio que es la propia vida queda enriquecido cuando compartimos las obras que Dios realiza en nuestra vida, de modo que confesamos la acción maravillosa de Dios, invitamos a los hermanos a la alabanza y les ayudamos a contemplar y esperar esta acción del Señor en sus propias vidas. Hay cosas que Dios obra en nuestra vida que deben permanecer guardadas, pero hay otras que pueden ser compartidas para edificación de todos. Como dice el ángel a Tobías: "Es bueno mantener oculto el secreto del rey y es bueno publicar las obras gloriosas de Dios". - (Tb 12, 11). Para dar este testimonio de autenticidad es conveniente tener en cuenta algunos puntos:

a) Se da testimonio para gloria de Dios, no para gloria propia;

b) Hay que centrase en la acción de Dios, no en las anécdotas de lo que ha ocurrido;

c) Hay que ser breves;

d) Hay que discernir qué cosas hay que explicar públicamente y qué cosas hay que callar.

B) - EVANGELIZACION

El anuncio del Evangelio no puede quedar reducido al testimonio de la propia vida, sino que debe ir acompañado en algunos momentos del anuncio explicito de Cristo.

Con demasiada facilidad dejamos que quede en silencio el mensaje de Jesús, bajo la excusa de que ya todo el mundo conoce el Evangelio, o bajo la costumbre de conservar la boca cerrada.

La propia experiencia nos mostrará que la gente está muchas veces ansiosa de la Palabra de Dios o de una palabra de ánimo que les ayude a levantar los ojos hacia arriba. No siempre es fácil encontrar la forma respetuosa y adecuada, pero hay que pedir al Señor esta actitud correcta en la que se une el respeto con la valentía.

Evangelizar no es anunciar con palabras el mensaje evangélico, sino que es ayudar a transformar las personas, las relaciones interpersonales y las estructuras sociales a la luz del Evangelio. En este punto hay que tener en cuenta que todo anuncio, toda forma de expresarse, todo método empleado lleva una carga cultural determinada y una serie concreta de valores. Hay que saber ser muy crítico y muy respetuoso para poder hablar a cada uno según su lenguaje y ayudarle a enfrentarse de verdad a la Palabra de Dios.

No hay que confundir la evangelización con la predicación por las calles, la distribución de folletos o la organización de festivales o de retiros. Cada lugar puede necesitar sus métodos propios. Lo único importante es que el anuncio del Evangelio, con toda la realidad de la propia vivencia, se vaya haciendo realidad en cada población.

(Cf. X. Quincoces, Diversas formas de evangelizar hoy, en "Koinonia", núm. 20, pp. 11-13)

C) - COMPROMISO CRISTIANO

La vida de seguimiento de Jesús supone dejarse mover por su mismo Espíritu y, por lo tanto, no vivir para sí mismo, sino al servicio de los demás. El Espíritu derramado sobre nuestros corazones nos hace reconocer en cada persona a nuestro hermano y ponernos a su servicio.

Esta vida de servicio no está reducida a nuestras acciones sino también a todo el enfoque de nuestra vida y a todo lo que tenemos. El sentido de todo lo creado es el servicio del hombre y sólo cuando construimos una sociedad en que todas las cosas están al servicio del hombre y no para su explotación, estamos respetando realmente el designio creador.

Esta vida de servicio y este sentido cristiano de los bienes no se reduce al ámbito de la comunidad cristiana, sino que es válida para toda nuestra vida. Por eso, nuestro seguimiento de Cristo debe transformarse en un verdadero compromiso cristiano que vaya haciendo posible cada vez más la construcción de una sociedad más justa y más fraterna.

(Cf. R. Puigdollers, La. R.C. y el compromiso socio-político, en "Koinonia", núm. 6, pp. 9-11. Y C. Talavera, La dimensión horizontal de la R.C., en "Koinonia", núm. 29, pp. 20-22).

Textos para meditar y orar en la semana:
1. - Col 3, 12-l7
2. - Rm 12, 1
3. - 1 Tes 5, 12-22
4. - Ga 5, 22-23
5. - 1 Jn 4, 7-11
6. - Mt 5, 13-16
7. - 1 P 3, 15-17.