SANTIDAD SACERDOTAL

La comunión implica comunicación y compartir

El Espíritu Santo es comunicativo. El personifica en la Trinidad el amor del Padre al Hijo y el amor del Hijo al Padre.

En la familia de los hijos de Dios es el Espíritu el que establece la gran comunión de todos los que estamos incorporados a Cristo y esta comunión constituye la Iglesia.

Signo de la presencia del Espíritu es la comunión que se establece entre aquellos que están en el Señor. El crea esta comunión que se exterioriza en unidad, estableciendo lazos profundos, canales de comunicación y de compartir.

El gozo de los que están en el Señor es también el gozo de estar en comunión con tantos hermanos en Cristo, y saber que en Cristo todos compartimos el mismo Espíritu, la misma vida, la misma fe. De aquí deriva, entre aquellos que siguen un mismo camino espiritual o que han recibido una misma gracia, la necesidad de comunicación y de compartir la experiencia de la acción del Señor en nosotros.

Entre comunidades y grupos de cristianos esto se hace una realidad que produce mutua edificación, estímulo y ayuda de unos a otros, testimonio de acción evangélica para todo el que lo contempla.

Lo mismo que los individuos nos podemos convertir en islas, también los grupos y las comunidades. Llegamos a sentir la tentación de no necesitar de los demás, de prescindir de ellos a la hora de construir nuestras vidas, de sentirnos autosuficientes. Son pecados de egoísmo y de soberbia que llevan consigo implícito un gran empobrecimiento, terminando a la larga por erosionar la unidad y el amor entre los que se creían muy unidos y seguros.

La relación y la comunicación es el presupuesto para poder hacer algo en común. Podemos explotar aún más los recursos que tenemos. Aquellos que han sido "enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento" (1 Co 1, 5), lo mismo que los que se sienten pobres y pequeños, pueden compartir mucho entre si, mediante una relación y comunicación más estrecha.

Un grado elemental, pero de un gran valor, en lo que a compartir se refiere, es hacer partícipes a los demás de lo que el Señor está haciendo entre nosotros, de forma que redunde en alabanza suya, y contribuya a enriquecer a otros. Si creemos que no merece la pena porque nos parece muy pequeño, es que no valoramos el don de Dios. Y si no vemos más que miserias entre nosotros, el deseo y la humildad del compartir nos llevará a una liberación más rápida.

Cada grupo o comunidad tendría que estar siempre muy sobre aviso para no caer en el aislamiento, como mal endémico que lleva al empobrecimiento espiritual.

En las páginas de la Revista deberíamos todos hacer lo posible para reflejar más esta inquietud, de forma que se constatara un mayor afán de comunicar, no solo un acontecimiento aislado, como puede ser retiros, semanas y acampadas, con el frío estilo de una crónica, sino la marcha y evolución que va llevando el grupo, la experiencia espiritual que vive, la acción constante del Señor.

Esto enriquece a todos, enseña y estimula grandemente, como páginas del diario en las que se vuelcan las vivencias, y el que lee no puede menos de sentirse movido.

"No sabemos si estamos destinados a ser río caudaloso o si hemos de parecernos a la gota de rocío que envía Dios en el desierto a la planta desconocida; pero más brillante o más humilde, nuestra obligación es cierta: no estamos destinados a salvarnos solos" (M. Domingo y Sol).




Santidad sacerdotal


por el P. Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.


"¡Sed santos para mí, porque Yo, el Señor, soy santo; y os he separado de entre los pueblos para que seáis míos!"

“El sacerdote, como otra nueva Encarnación de Cristo:
También forja su santificación en las manos de María”



Charla pronunciada por el P.S. Carrillo en el Retiro Mundial de Sacerdotes celebrado en Roma (5-9 Oct. 84)

I.- UNA LLAMADA A LA SANTIDAD.

1. "¡Sed santos para mí¡"

Es una gracia de Dios y un enorme privilegio estar presentes aquí en Roma, en el corazón de la Iglesia de Cristo Jesús, para este Retiro Mundial de Sacerdotes. Estos días brillarán con especial fulgor, porque son un paso de gracia del Espíritu Santo en favor, no solamente de los sacerdotes participantes, sino de la Iglesia universal. ¡Qué significado eclesial tan venturoso el encontrarnos aquí 6000 pastores de 100 países, venidos de los cinco continentes!

El lema del Retiro "Una llamada a la santidad" (1) trae a nuestra memoria una palabra feliz de la Sagrada Escritura que, dirigida a todo el Pueblo de Dios, tiene sin embargo una resonancia particular para nuestros oídos sacerdotales:

"¡Sed santos para mí, porque Yo, el Señor, soy santo; y os he separado de entre los pueblos para que seáis míos!" (Lv 20, 26).

2. Somos "uno" con Jesús

"¡Os he separado... para que seáis míos!" Qué bien se conecta este pensamiento con lo que Jesús dice a sus apóstoles, los primeros sacerdotes de la Nueva Alianza: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16). Y en otro lugar dice también Jesús: "¡Padre Santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros!" (Jn 17, 11).

Según estos textos, nosotros sacerdotes somos un regalo que el Padre le ha hecho a Jesús. Y, ¿con qué finalidad? Para que, siendo uno con El, continuemos su misión: "¡Santifícalos en la Verdad...; como tú me has enviado al mundo, Yo también los he enviado al mundo, y por ellos me santifico a mí mismo!" (Jn 17, 17-19). Consciente de esta participación profunda del ser y de la misión de Cristo, Pablo exclamaba:
"Somos embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros" (2Co 5, 20).

Esta relación íntima entre Cristo y el sacerdote ha quedado sintetizada en la doctrina del Concilio Vaticano II:

"El sacerdocio de los presbíteros... se confiere por aquel especial sacramento con el que ellos, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo Sacerdote, de suerte que pueden obrar como en persona de Cristo Cabeza" (2).

"Por el sacramento del orden los presbíteros se configuran con Cristo sacerdote... para construir todo su Cuerpo que es la Iglesia" (3).

Hermanos sacerdotes: Si nuestro ser y nuestra misión es ser reflejos vivos o "transparencias de Cristo Sacerdote" ante el Padre y ante nuestros hermanos los hombres, pidámosle al Espíritu Santo, él que tiene la misión de dar testimonio de Jesús, que nos revele en lo más profundo de nuestro espíritu quién es Cristo y que nos lo dé a conocer para tratar de ser como El (cf Mt 11, 27; Jn 14, 9-11; 15, 26-27).



II.- QUIEN ES JESÚS

1. Jesús es "el Santo de Dios"

Con su conducta y sus palabras, Jesús fue mostrando que entre él y Dios, a quien llamaba su Padre (Jn 5, 18), existía una inter comunión total que quiso expresar con estas palabras: "Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío" (Jn 17, 10); y "Todo lo que tiene el Padre es mío" (Jn 16, 15a).

Pues bien, si el Padre le comunica todo a su Hijo Jesús, eso significa que ante todo le comunica aquel tributo por excelencia que define a Dios: su santidad. Dios es "el Santo de Israel"; él es el "santo, santo, santo"; su Nombre es "el Santo". Esta santidad evoca la trascendencia divina y su radical separación de lo profano, y subraya que una lejanía abismal existe entre él y el pecado. El es la pureza misma. (4)

Adornado con la plenitud de la santidad divina, pudo Jesús preguntar: "¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador?" (Jn 8, 46). Y Pedro un buen día, en nombre de los Doce, hizo esta solemne confesión de fe: "¡Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios!" (5).


2. Jesús es "el Santo", porque ha sido ungido por el Padre con el Espíritu Santo

Pero, tratando de profundizar, podríamos preguntarnos: ¿cómo fue que Jesús recibió la comunicación de la santidad divina? La respuesta a esta pregunta nos la brindan diferentes pasajes de la Escritura Sagrada; todos ellos en conexión con el Espíritu Santo que actúa sobre la naturaleza humana de Jesús.

Jesús fue ungido por el Padre con el Espíritu Santo:

a) en su encarnación (Lc 1, 28-35);

b) en su bautismo en el Jordán (Lc 1, 10-11 y paralelos);

c) y en su glorificación celeste (Hch 2, 33).

a) Su unción en la encarnación

Después del saludo mesiánico "¡Alégrate, Llena de gracia!" que el ángel Gabriel dirige a la Virgen María, éste le descubre el proyecto divino: ella será la madre del rey davídico, esperanza del Pueblo de Israel. Ante tal revelación, María pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?". A lo que el ángel responde:

"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la Fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo cual, también el que va a nacer será llamado 'santo', Hijo de Dios" (Lc 1, 35).

María nada tiene que temer. La acción soberana del Espíritu de Dios, que a lo largo de la historia ha hecho irrupción sobre muchas personas para realizar a través de ellas una obra salvífica (6), y que sobre todo actuó con omnímodo poder al principio de la creación para hacer brotar la vida (Gn 1, 2), hará fecundo ahora el seno de la virgen para que conciba y dé a luz al Mesías; y como necesaria consecuencia de esa intervención creadora del Espíritu Santo, el fruto que va a nacer también será llamado "Santo", esto es, heredará el Nombre divino; y como tiene directamente a Dios por Padre, será llamado "Hijo de Dios" a título especial y exclusivo (7).

En otros términos, Dios-Padre unge con su Espíritu de santidad la naturaleza humana que en ese mismo instante es asumida por el Hijo, y será Jesús "el Santo Hijo de Dios". Es la gracia de unión: la constitución de la realidad divino-humana de Cristo por el poder del Espíritu Santo (8).

Más tarde, la Epístola a los Hebreos nos revelará que en ese mismo momento Jesús quedaba también ungido "Sacerdote y Víctima":

"Al entrar en este mundo, dijo: 'Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo'. Entonces dije: '¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!'. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesú-Cristo" (Cf Hb 10, 5-10) (9).

b) Su unción en el Jordán.

Un acontecimiento particularmente importante en la vida de Jesús es su bautismo en el Jordán. Una vez que Jesús ha sido bautizado por Juan -cerrándose así los tiempos de la preparación-, de inmediato, al salir del agua, los Cielos (símbolo de Dios) se rasgan y de allí desciende sobre Jesús el Espíritu Santo en forma como de paloma, a la vez que se escucha esta palabra: "¡Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco!" (Mc 1, 11; Mt 3, 17; Lc 3, 22; Jn 1, 32).

Es un momento trascendental en la vida de Jesús. El Espíritu Santo desciende y entra en él, toma posesión de él y lo llena, y lo irá guiando en el transcurso de su misión mesiánica (10). No se trata ciertamente de una efusión de Espíritu que consagre o santifique a Jesús. Jesús es "el Santo" y fue lleno del Espíritu desde el primer instante de su concepción en el seno virginal de María, en el momento de la unión hipostática. La función que el Espíritu Santo va a desempeñar ahora en Jesús se sitúa en el orden de su actividad salvífica. Se trata de una efusión carismática del Espíritu Santo sobre Jesús para inaugurar la era nueva ?de los tiempos mesiánicos. La teología oriental ha dado particular realce a este misterioso momento de la vida de Jesús (11).

Ungido así por el Padre con el Espíritu... Jesús es manifestado como "el Santo de Dios". Fácilmente se explica que, a partir del Jordán, Jesús "lleno del Espíritu Santo" -según la bella expresión de san Lucas 4, 1-, haya comenzado la proclamación del Reino de Dios en la tierra, y con ello su obra de liberación y de santificación en el mundo (12).

San Juan, recordando en amplia perspectiva la vida de Jesús, sintetizó sus experiencias en una fórmula preñada de sentido: ''Y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo Único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14; cf 1Jn 1, 1-3).

c) Su unción en la glorificación celeste

Finalmente, un dato de la revelación, grandioso a la vez que lleno de misterio, es la unción que Jesús recibe en su naturaleza humana al ser exaltada gloriosamente a la diestra del Padre (13). El Padre no solamente resucita a Jesús con el poder de su Espíritu de santidad. El texto de san Pablo en Romanos 1,4 lo insinúa, pero Lucas lo explicita en los Hechos con toda claridad:

"A este Jesús, Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y habiendo sido exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado lo que vosotros veis y oís" (Hch 2, 32-33).

La efusión carismática del Espíritu Santo el día de Pentecostés fue hecha a través de Jesús glorificado, ungido con el Espíritu Santo. Y el testimonio de Pedro con los Once se cierra con esta decidida declaración de fe:

"Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que a este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado, Dios lo ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2, 36).

Por su resurrección-ascensión-exaltación, y por su unción con el Espíritu Santo, Jesús quedó constituido en plenitud "Señor y Cristo". El Apocalipsis proclamará al Cristo celeste "Rey de reyes y Señor de señores" (Ap 17, 14; 19, 16); y la Carta a los Hebreos insistirá también ampliamente en que Cristo ha sido constituido Sumo Sacerdote por toda la eternidad a su entrada en el Santuario de los cielos (14).


3. Jesús, Hijo obediente del Padre

Jesús fue, pues, "el Santo-Hijo-de-Dios", resplandor de la gloria del Padre e imagen de su sustancia (Col 1, 15; Hb 1, 3). En ese Jesús, reflejo perfecto de la santidad de Dios, brillaron dos actitudes fundamentales que tienen entre sí mutua relación: su actitud de Hijo y su actitud de obediencia filial.

El Cuarto Evangelio es todo un himno a Jesús, el Hijo Único, que conoce los secretos del Padre (15); que ama al Padre y que es amado por él (16); y que tiene un ideal: hacer la voluntad del Padre, hacer lo que le agrada, sabiendo que su voluntad es la salvación del mundo (17).

Hermanos sacerdotes: Ese "ser y quehacer" de Jesús, ser santo y santificador (1 Co 1, 30; Hb 2, 11), es nuestra herencia sacerdotal: ser santos, ser hijos en forma particular del Padre de los Cielos, conocer sus secretos, recibir su amor y darle el nuestro, hacer lo que le agrada, trabajar en la empresa de salvar a los hombres.


III.- QUIEN ES EL SACERDOTE

1. Un elegido por Dios desde toda la eternidad

Con frecuencia se escucha esta afirmación: "Hemos sido escogidos por Dios al sacerdocio desde toda la eternidad" (18). ¿Qué valor puede tener esta frase? Ante todo, esa expresión ha brotado espontáneamente en la tradición de la Iglesia; y creemos que tiene un fundamento bíblico teológico muy consistente.

En efecto, para Dios todo es presente; para él no hay ni pasado ni futuro. Por eso san Pablo pudo escribir a los Efesios a propósito del llamamiento a nuestra filiación adoptiva:

"Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor; eligiéndonos en Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya" (Ef 1, 4-6).

Hemos estado desde toda la eternidad en la mente de Dios. En nuestro caso, se trata de la elección para un ministerio salvífico. En la Escritura hay algunos casos que sirven de ilustración. La elección de Jeremías viene de inmediato a nuestra memoria. Dios le dice: "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía; y antes de que nacieses, te tenía consagrado; yo te constituí profeta de las naciones" (Jr 1, 5). Vocación semejante es la del Siervo de Yahvé en Isaías (Is 49, 1). Y el Apóstol Pablo, a pesar de haber perseguido a la Iglesia de Jesús, no teme escribir: "Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que lo anunciase entre los gentiles... “(Ga 1, 15-16).

Esta sorprendente realidad de nuestra elección eterna para ser sacerdotes:

- nos debe llenar primero de inmensa gratitud a Dios; él nos escogió para el servicio sacerdotal sólo por amor, y nos escogió en la persona de Cristo-Sacerdote;

-y luego debe despertar en nosotros una plegaria instante para implorar de él mismo la gracia de la correspondencia a su elección y a su llamamiento.



2. Como Jesús, el sacerdote es un ungido con y por el Espíritu Santo

El Espíritu Santo acompaña con su acción santificadora al sacerdote a través de toda su vida (19).

-Lo hace nacer en el bautismo como hijo de Dios, comunicándole la vida divina, y lo introduce en el Reino: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3, 5).

-En la confirmación, el Espíritu Santo lo llena de su fuerza divina y lo capacita para ser testigo de Cristo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... “(Hch 1, 8).

- Y en su ordenación sacerdotal, el Espíritu Santo lo invade de gracia y de carismas, y le imprime el sello indeleble que lo configura a Cristo Sacerdote y Víctima para la eternidad: "Tú eres sacerdote para siempre... “(Sal 110, 4; Hb 5, 6). A partir de este momento el sacerdote es "sacramento viviente de Cristo Mediador entre Dios y los hombres" y actualiza constantemente en la tierra el ejercicio sacerdotal del Cristo celeste; y todo esto, gracias a la acción eficaz y soberana del Espíritu Santo que lo acompaña en cada instante, siempre que ejerce el sagrado ministerio que le ha sido confiado (20).

El sacerdote es un triplemente sellado con el Espíritu y por el Espíritu; sellado en el bautismo como hijo de Dios; sellado en la confirmación como testigo de Cristo resucitado; sellado en su consagración sacerdotal como sacramento en la tierra de Cristo sacerdote eterno. Tres veces sellado con y por el Espíritu, el sacerdote es en plenitud una pertenencia del Espíritu. Es del Espíritu Santo. Bien se comprende en esta perspectiva la palabra del apóstol Pablo: "¡Y es Dios el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello, y el que nos dio como arras el Espíritu en nuestros corazones!" (2Co 1, 21-22).


3. Como Jesús, el sacerdote está llamado a ser "santo"

El sacerdote, en cuanto tal, vive y actúa en una atmósfera impregnada de Espíritu Santo. El Espíritu siempre está con él, mora en él, y lo conduce sin cesar. Lleva, por tanto, en su mismo ser una vocación a la santidad (21).

La Constitución "Lumen Gentium", tratando de la vocación universal a la santidad, afirma con nitidez: "Creemos que la Iglesia es indefectiblemente santa" (22). Y aduce tres razones: "Porque Cristo 'el solo' Santo:

1º. Amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificada (cf Ef 5, 25-26).

2°. La unió a sí mismo como su propio cuerpo.

3°. Y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios".

Aquí está la razón profunda del llamado a la santidad cristiana y la posibilidad de alcanzarla. El Señor es fiel y no fallará a sus promesas de amor para con su Iglesia.

Pues bien, si la santidad, que según el Concilio consiste en "la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad" (23), es vocación de todo cristiano, cuán?to más lo será del sacerdote, cuya misión es tratar de las cosas santas del Señor. A él se pueden aplicar con mayor urgencia las palabras que san Pablo escribía a los fieles de Tesalónica: "Hermanos amados del Señor, Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad" (2Ts 2, 13).

En otros términos, el sacerdote es a los ojos del Padre, a partir de su ordenación sacerdotal, corno el Jesús del Jordán, a quien bautiza con su Espíritu, a quien llena de su Espíritu, y a quien le dice: "¡Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy!" (Lc 3, 22). De allí dimana nuestra hermosa obligación de ser y sentirnos predilectos hijos del Padre, y vivir relaciones verdaderamente filiales respecto de él, como las vivió Jesús.

Jesús fue "el Consagrado", "el Santo de Dios", y su santidad práctica consistió:
-en una ausencia total de pecado: "¿Quién de vosotros me arguye de pecado?" (Jn 8, 44; cf 2Co 5, 21; Hb 4, 15);

-en una consagración y entrega absoluta de su vida: "Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida" (Jn 10, 17);

- para gloria del Padre: "Yo te glorifiqué sobre la tierra llevando a cabo la obra que me has encomendado hacer" (Jn 17, 4);

-y salvación del mundo: "No envió Dios al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo fuera salvado por él" (Jn 3, 17).



4. El sacerdote es un transformado en Cristo Sacerdote y Víctima

En virtud de nuestra configuración sacerdotal con Cristo, nosotros sacerdotes estamos llamados a ser transformados en Cristo Sacerdote y Víctima por la acción poderosa del Espíritu Santo. Nuestra vocación es ser "transparencias en la tierra de Cristo Jesús": quien ve al sacerdote, ve a Jesús; quien encuentra al sacerdote, encuentra a Jesús; quien va al sacerdote, va a Jesús. El Señor expresó esta idea en varios momentos de su ministerio (Mt 10, 40; Lc 10, 16; Jn 13, 20).

Y por parte del sacerdote, él tiene que ver por los ojos de Jesús, oír por los oídos de Jesús, tocar con sus manos, bendecir con sus palabras, entender con ?su mente, amar con su corazón, entregarse con la generosa voluntad de Jesús. En una palabra, el sacerdote está llamado a ser "otro Cristo" - "alter Christus" (24).

San Pablo describió esta transformación perfecta y total en aquella inolvidable palabra: "Con Cristo estoy concrucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 19-20).



5. El sacerdote tiene a su alcance óptimos medios de santificación

a) El ejercicio de las virtudes teologales.

La Constitución "Lumen Gentium" subraya que "una misma es la santidad para todos", y la describe en cuatro puntos: dejarse guiar por el Espíritu Santo, ser obedientes a la voz del Padre; adorar al Padre en espíritu y verdad; y seguir a Cristo pobre y humilde y cargando la cruz. Y cada quien, según su propia vocación, tiene que realizar ese plan mediante el ejercicio de una fe viva, de una esperanza segura y de una caridad operante (25).

b) Otros recursos.

Por su parte, el Decreto sobre los Presbíteros menciona ocho recursos para fomentar la santidad sacerdotal (26), a saber:

1°. La doble mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía.

2°. El sacramento de la reconciliación.

3°. Hacer la voluntad de Dios y seguir las mociones de la gracia.

4°. La devoción a la Santísima Virgen María.

5°. El culto personal a la Sagrada Eucaristía.

6°. El retiro espiritual.

7°. La dirección espiritual.

8°. La oración.

Permítaseme poner de relieve dos de estos medios: la oración y la celebración de la Eucaristía.

1°. La oración (27).

La oración es un medio insustituible de santidad. Cristo Jesús fue el hombre de la oración, del contacto íntimo y constante con el Padre; él dijo: "Es preciso orar siempre" (Lc 18, 1) (28). Hay una conexión tal entre la oración y la santidad, que no puede existir la una sin la otra.

En la oración el sacerdote entra en comunión directa con Dios Padre, con el Hijo Cristo Jesús y con el Espíritu Santo; y el contacto con Dios-santo siempre santifica. Orar es unirse íntimamente a Dios con el entendimiento y la voluntad, "haciéndose un solo espíritu con él" (l Co 6, 17), mediante la fe.

Pero, ¿qué hará el sacerdote si hubiere perdido el gusto por la oración? La respuesta es muy simple, pero sumamente eficaz: ¡Que sencillamente comience de nuevo a orar! Una comparación pone de manifiesto la eficacia de la oración aun en medio de una grande aridez espiritual: si me pongo bajo el sol, me quemo; si me pongo al agua, me mojo: si al hielo, me congelo; ¿no pasará por ventura algo importante en mi existencia sacerdotal si con fe, con sencillez, con sinceridad, con humildad, con entrega, con constancia, me postro ante Jesús Eucaristía para recibir su influjo de vida eterna? (Jn 6, 37-40; 56-57).

2. ° La celebración de la Eucaristía

En la celebración de la Eucaristía hay dos momentos privilegiados de santificación sacerdotal y de transformación en Cristo: el de la consagración del pan y del vino, y el de la comunión.

En el primero, el sacerdote es tomado por el Espíritu Santo como "instrumento vivo" y es elevado por él a un nivel divino para producir un efecto inaudito: la verdadera, real y sustancial conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Es el mismo Jesús quien habla por sus labios: "¡Este es mi Cuerpo! ¡Esta es mi Sangre!" (29).

En el segundo, el corazón del sacerdote es habitado por Cristo resucitado y glorificado de quien, como de fuente inagotable, brota el Espíritu Santo. El primer regalo que Jesús hace en la comunión es la comunicación del Don por excelencia de Dios: su Espíritu divino. En ese momento Cristo nos bautiza con su Espíritu, nos unge con su Espíritu, nos envuelve con la luz de su Espíritu, nos santifica y consagra con su Espíritu. Y al instante, el Espíritu Santo por su parte derrama en nuestros corazones el amor de Dios, y con su acción divina nos va transformando en la imagen de Jesús (30).

Así pues, la celebración eucarística -realizada en la fe y en el amor- es el momento augusto de nuestra configuración con Cristo, cuando "con el rostro descubierto vamos reflejando como espejo la gloria del Señor, y nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa. Así es como actúa el Señor que es Espíritu" (2 Co 3, 18).

En esos instantes se impone que el sacerdote le diga al Señor:
"Cincela, Jesús, tu imagen en mí, con el fuego y el poder de tu Espíritu, hasta ser transformado en ti".


6. El sacerdote santo es un glorificador del Padre

Siendo santos, glorificaremos al Padre de los Cielos. El Padre anda en busca de verdaderos y auténticos adoradores que lo glorifiquen en Espíritu y Verdad, esto es, que le rindan gloria al ser guiados y conducidos por el Espíritu Santo, y al estar unidos y transformados en Cristo Jesús que es la Verdad (cf Jn 4, 23-24; 14,6).

Nuestra santidad es glorificación al Padre (31). El Padre será glorificado por nosotros y en nosotros sacerdotes, si -como Jesús- realizamos en plenitud la misión que nos ha sido encomendada:

"Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17, 4).



IV.- ¡SURSUM CORDA! ¡HACIA LA SANTIDAD!

1. "¡En tu palabra lanzaré las redes!"

Ante el grandioso panorama de nuestra santidad sacerdotal, haciendo a un lado cansancios y olvidando infidelidades, lancémonos una vez más a su conquista. Echemos nuevamente nuestras redes al mar, confiando en la palabra del Señor (cf Lc 5, 5).

No digamos: "Mi vida ha pasado. Ante mis miradas no se abre ya porvenir alguno". No, porque ante Dios un día es como mil años y mil años son como un día (2 P 3, 8). Más bien, tengamos presente lo que decía san Pablo: "Olvidándome de lo que dejo atrás y lanzándome a lo que me queda por delante, puestos los ojos en la meta, sigo corriendo hacia el premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3, 13-14).

Esta hora es el momento de la humildad y de la confianza, de la entrega renovada y de decirle al Señor: "Sí, Señor, tú lo sabes todo... Tú sabes que te amo" (Jn 21, 18). No importa que haya pasado apenas un año desde nuestra ordenación sacerdotal, o hayan transcurrido ya 10 o 25 o el jubileo de oro. Todavía es tiempo. Más aún, esta es la hora en que Jesús, con el poder de su Espíritu, puede hacer el prodigio de transformarnos en "santos" para su Padre: "Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios" (Lc 18, 27).

Nuestras miserias y debilidades no son más fuertes que el infinito amor con que Dios ama a sus sacerdotes. Si bastan unos minutos para que el oro y los metales preciosos queden fundidos debido a los grados de calor de un alto horno, y así se vean libres de su escoria; ¡cuánto más en nuestro caso, el Espíritu Santo, Fuego de Dios, deshará nuestra miseria y pondrá como nuevo el oro fino de nuestro sacerdocio!

¡Hombres nuevos, creación nueva! ¡Sacerdotes renovados! Santos en nuestro ser y santificadores en nuestra acción. Si el sacerdote no arde en sí mismo, no podrá incendiar a otros (32).



2. En nuestras manos están las fuentes de la santidad

¡Animo, que tenemos a nuestra disposición las fuentes mismas de la Santidad: Porque:

-poseemos a Jesús, el Santo de Dios: "El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y Yo en él" (Jn 6, 56); poseemos al Espíritu Santo, principio de santificación (l Co 6, 11);

-tenemos al Padre, fuente de toda santidad: "Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23).

San Pablo hacía esta oración: "Que el Padre os conceda que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior; que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y cimentados en el amor..., os vayáis llenando de la total plenitud de Dios" (Ef 3, 16-19).

Además, con todo sacerdote está "la Santísima Virgen María", la Madre de Cristo Sacerdote, la Theotókos hyperagía. Ella, que fue la formadora del corazón sacerdotal de Cristo, intercede siempre con maternal amor por los sacerdotes a fin de que, fieles como ella y dóciles al Espíritu Santo, seamos transformados en Cristo Sacerdote por la acción del Espíritu; y que, al vernos el Padre pueda decirnos: Este es mi hijo en quien me complazco y en quien pongo mi Espíritu para que lo santifique y lo transforme (33).

3. ¡Envía, Señor, tu Espíritu!

Es necesario que en estos días elevemos hasta el trono de la gracia una intensa "epíclesis" para que el Espíritu de Dios sea enviado y descienda al corazón de todos los sacerdotes de la tierra y los transforme con su energía divina en "hostias puras, hostias santas, hostias inmaculadas", en comunión con el Sumo Sacerdote eterno que, siendo a la vez la Víctima purísima, alcanza del Padre el perdón de los pecados y la santificación de todos los hombres.

¡Santo eres, en verdad, Padre, fuente de toda santidad. Santifica a todos estos hijos tuyos con la efusión de tu Espíritu, para que se conviertan en sacerdotes que sean imágenes vivas de tu Hijo Jesús, Sacerdote y Víctima, para alabanza de tu gloria! Amén.


NOTAS
(1) Documentos del Magisterio de la Iglesia sobre el sacerdocio.
S. PIO X, Exhortación Apostólica "Haerent animo". 4 de agosto de 1908.
PIO XI, Encíclica "Ad catholici sacerdotii'•. 20 de diciembre de 1935.
PIO XII, Exhortación Apostólica "Menti nostrae". 23 de septiembre de 1950.
JUAN XXIII, Encíclica "Sacerdotii nostri primordia". 1 de agosto de 1959.
PABLO VI, Carta Apostólica "Summi Dei Verbum". 4 de noviembre de 1963.
CONCILIO VATICANO II, Constitución "Lumen Gentium". 21 de noviembre de 1964, nn. 18-29.
CONCILIO VATICANO II, Decreto "Christus Dominus". 28 de octubre de 1965.
CONCILIO VATICANO II, Decreto "Presbyterorum Ordinis". 7 de diciembre de 1965.
PABLO VI, Encíclica "Sacerdotalis coelibatus". 24 de junio de 1967.
SINODO DE LOS OBISPOS, Sobre el Sacerdocio ministerial. 30 de noviembre de 1971.
JUAN PABLO II, Cartas a los Obispos y a los Sacerdotes: "Magnus dies" y "Novo incipiente". Jueves Santo de 1979.
JUAN PABLO II, Carta "Dominicae Cenae". ?Jueves Santo de 1980.
JUAN PABLO II, Cartas con ocasión del Jueves Santo de 1982 y 1983.
Ver la coleccioín de estos Documentos en:
J. ESQUERDA BIFET, El Sacerdocio hoy. ?BAC, Madrid 1983.

(2) "Presbyterorum Ordinis" n. 2.

(3) "Presbyterorum Ordinis" n. 12.

(4) Lv 11, 44-45; 19, 2; 20, 7.26; Jos 24, 19; ls 2, 2; Sal 99, 3; 111, 9; Is 1, 4; 5, 19.24; 6, 3.
H. SEEBASS, Santo. Diccionario Teológico del NT Sígueme, Salamanca 1984. Vol. IV p.149-159.

(5) Jn 6, 69; 10, 36; 17, 19; Hch 3, 14; 4, 27.30; Jn 2, 20; 3,5; 1 P 1, 19; 1 Co 1, 30; 2 Co 5, 21; Hb 2, 11; 4, 15; 7, 26; Ap 3, 7.

(6) Nu 11,25-29; ls 10, 6.10; 16, 13; Is 32, 15; 42, 1; 61, 1

(7) El verbo griego acusa una expresión hebrea. En hebreo el verbo "ser llamado" no indica solamente una denominación extrínseca, sino que expresa una realidad intrínseca: Jesús será el Hijo del Altísimo y será el Hijo de Dios.

(8) CONCILIO DE EFESO. De la encarnación. Denzinger n.111a.
CONCILIO DE CALCEDONIA, De las dos naturalezas de Cristo. Denzinger n. 148.
S. TOMAS DE AQUINO, Summa Theologica III q.2 a.2.

(9) S CIRILO DE ALEJANDRIA, Sobre el Evangelio de San Juan. Libro 4, 2: PG 73, 563-566.
A. VANHOYE, El Sacerdocio de Cristo y Nuestro sacerdocio. En "La llamada en la Biblia". Ed. Atenas, Madrid 1983, p. 226-233.

(10) Cf Mt 4, 1; 12, 18.28; Lc 4, 1.14.18; 10, 21; Hb 9, 14.

(11) W. KASPER, Espíritu, Cristo, Iglesia. Concilium, Nov. 1974, p. 30-47.
A. ORBE, La Unción del Verbo. Analecta Gregoriana 113. Roma 1961.
H. PAPROCKI, Le Saint Esprit dans les Sacrements de l'Eglise. lstina 28 (1983) 267-281.

(12) Lc 4, 18-19.33-36.40-43; Mc 2, 5.17; 3, 10-12; etc.

(13) S. CARRILLO, Los Hechos de los Apóstoles. Instituto de Sagrada Escritura. México 1978, p. 53-54.

(14) Hb 4, 14; 5, 9; 6, 20; 7, 24-25; 8, 1; etc.

(15) Jn 1, 18; 3, 13.16-18; 6, 46; 10, 15; 17, 5. 24-26; Mt 11, 27; Lc 10, 22.

(16) Jn 3, 35; 10, 17; 14, 31; 15, 9; 17, 23. 24. 26.

(17) Jn 3, 17; 4, 34; 5, 30; 6, 38-40; 8, 29; 17, 4; 19, 30.

(18) J. ESQUERDA BIFET, El Sacerdocio hoy, BAC, Madrid 1983, p. 590.
C. CABRERA DE ARMIDA: "Los sacerdotes fueron elegidos por Mí, porque no a Mí me eligieron ellos; mi amor se adelantó a su amor. Y aún antes de darles el ser, y con él la vocación al sacerdocio para que sirvieran a mi Iglesia, y a mi Padre, de toda la eternidad, los había engendrado en su mente con singular elección, con mirada eterna de amor de Padre. Ya desde aquel principio sin principio, me miraba a Mí en los sacerdotes y a los sacerdotes en Mí" (CC 52, 3-4).

(19) "Presbyterorum Ordinis" n. 2.
PABLO VI, A los Sacerdotes y seminaristas residentes en Roma, Pentecostés, 6 de julio de 1965.
SINODO DE LOS OBISPOS, n. 17.

(20) Y. CONGAR, El Espíritu Santo. Herder, Barcelona 1983: El Espíritu Santo y los sacramentos. p. 647-703.
H. PAPROCKI, Le Saint Esprit dans les sacrements de l'Eglise. Istina 28 (1983) 267-281.

(21) "Ad catholici sacerdotii" n. 36-44: Exigencias sacerdotales de santidad.
"Menti nostrae" n. 8-47: La santidad de la vida sacerdotal.
"Lumen Gentium" n. 41b-c: Santidad de los Obispos y Presbíteros.
"Presbyterorum Ordinis" n. 12: Importancia y significación de la santidad sacerdotal.
PABLO VI, Siervos del pueblo. Sígueme, Salamanca 1971.
JUAN PABLO II, Cartas a los Sacerdotes. ?Jueves Santo 1979. 1980. 1982. 1983.

(22) "Lumen Gentium" n. 39.

(23) "Lumen Gentium" n. 40: Ver la nota n. 4.

(24) Ver la expresión "alter Christus" en "Haerent animo" n. 58; "Ad catholici" n. 16; "Menti nostrae" n. 5; "Sacerdotii nostri" n. 6. PABLO VI, A los nuevos sacerdotes. Manila, 28 de noviembre de 1970.
Sobre la transformación espiritual, obra del Espíritu Santo: S. BASILIO, Tratados sobre el Espíritu Santo": Cap. 9 n. 22-23: PG 32, 107-110.

(25) "Lumen Gentium" n. 41.

(26) "Presbyterorum Ordinis" n. 18.

(27) "Haerent animo" n. 40-45; "Menti nostrae" n. 32.41; "Sacerdotii nostri" n. 39-42; ,JUAN PABLO II, Jueves Santo 1979, n. 10.
PABLO VI, "Evangelica testificatio" n. 42.

(28) Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 16, 18. 28-29; 10, 21; 11, 1; 22, 17. 19.32; 22, 39-44; 23, 34, 46

(29) "Lumen Gentium" n. 26; "Christus Dominus" n. 15-30; "Presbyterorum Ordinis" n. 6-7.

(30) Y CONGAR, El Espíritu Santo. p. 687-695.

(31) A propósito de este tema, es útil recordar cómo nuestra "castidad sacerdotal" glorifica al Padre:" ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! ¡Glorificad, por tanto, a Dios con vuestro cuerpo!" (l Co 6, 19-20)
El Espíritu Santo, que ha sellado nuestra alma y nuestro cuerpo, en nuestro bautismo, en la confirmación y en la ordenación sacerdotal, y que habita en él como en su santuario, es el principio y la fuente de nuestra fidelidad en la castidad y pureza sacerdotal; como también, el principio de nuestra renovación y purificación interior: "¡Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesu-Cristo y en el Espíritu de nuestro Dios!" (l Co 6,11)

(32) Cf 2 Co 5, 17; Ga 6, 15; Ef 2, 15; 4, 24; Col 3, 10.
S. GREGORIO MAGNO: "Neque enim res, quae in se ipsa non arserit, aliud incendit" (Mor. VII, 44.72).

(33) "Menti nostrae" n. 124-125; "Presbyterorum Ordinis" n. 18.
JUAN PABLO II, A los Sacerdotes. Jueves Santo 1979, n. 11.






LA ENSEÑANZA EN LOS GRUPOS DE LA R. C.

Por Serafín Gancedo, CMF


I.- PROGRAMACION DE LA ENSEÑANZA

1. Necesidad de formación

La falta de formación cristiana es un hecho evidente en la gran mayoría de los católicos. A pesar de que, al menos hasta hace poco, en los estudios básicos y medios existía una asignatura de formación religiosa, la cultura que queda en este terreno es muy escasa: en amplitud, en profundidad y en precisión. Y son muy pocos los que por propia iniciativa cultivan sus conocimientos cristianos.

Sin embargo la formación es base indispensable de la vivencia cristiana y del apostolado. Mucho más en nuestro ambiente social en que abunda el pluralismo ideológico y religioso, y en que la vida, los criterios y los medios de comunicación suelen moverse en un paganismo indiferente con frecuencia hostil ante los valores religiosos.

La Iglesia urge esta formación en el seglar para que pueda desempeñar su misión dentro de la misma Iglesia. Habla expresamente de ello el Vaticano II en el ?Decreto sobre el Apostolado de los Seglares, números 28 y 29. Entresaco algunas afirmaciones:

"El apostolado sólo puede conseguir su plena eficacia con una formación multiforme y completa".

"La formación para el apostolado supone una completa formación humana, acomodada al carácter y cualidades de cada uno".

"Además de la formación espiritual -de la que asegura el Concilio que 'debe considerarse como fundamento y condición de todo apostolado fecundo'- requiérese una sólida preparación doctrinal, teológica, moral, filosófica, según la diversidad de edad, condición y talento".

Dice también Juan Pablo II: "Para llevar a cabo todo esto (la misión de los seglares en la Iglesia) es necesario hacer de la adecuada formación de los laicos una prioridad pastoral en cada una de las iglesias locales ... Tenía (antes de ser Papa) la convicción, y la sigo teniendo, de que la formación espiritual, moral y teológica de los laicos, hombres y mujeres, es una de las más urgentes prioridades de la Iglesia" (Mensaje a los laicos de Asia, 24 noviembre 1983).

Y para terminar, recojo dos pasajes sobre el tema dirigidos expresamente a los carismáticos. De Pablo VI:

"Por eso sentís la necesidad de una formación doctrinal cada vez más profunda: bíblica, espiritual, teológica. Sólo una formación así, cuya autenticidad tiene que garantizar la jerarquía, os preservará de desviaciones siempre posibles y os proporcionará la certeza y el gozo de haber servido a la causa del Evangelio, no como quien azota al aire" (Discurso al III Congreso mundial de la Renovación c.c., 19 mayo 1975).

De Juan Pablo II:

"Debéis preocuparos de suministrar sólido alimento para la nutrición espiritual mediante el partir del pan de la verdadera doctrina... Dios quiere que todos los cristianos crezcan en el conocimiento del misterio de salvación... Quiere también que vosotros, que sois dirigentes de esta Renovación, estéis cada vez más sólidamente formados en la enseñanza de la Iglesia... a fin de ir descubriendo sus riquezas y de darlas a conocer al mundo. Procurad, pues, como dirigentes alcanzar una formación teológica segura encaminada a ofreceros a vosotros y a cuantos dependan de vuestra orientación un conocimiento maduro y completo de la Palabra de Dios" (Discurso al IV Congreso internacional de Dirigentes de la R.C.C., 7 de mayo 1981).

Concluyamos que es necesario tomar conciencia de lo urgente de esta formación. Necesitamos formarnos para nuestra personal vida cristiana y para nuestra actuación apostólica. Cierto que la formación que exigen estos documentos de la Iglesia es muy seria y no está al alcance de todos, supone años de dedicación y estudio. Ni podemos pretender conseguirla con los minutos que dedicamos a la enseñanza en nuestras reuniones semanales. Pero sí es una llamada a tender a ese ideal de formación, y desde luego a tomar en serio la enseñanza en nuestras asambleas.

Esta enseñanza no debe ser un puro cumplimiento, algo que hacemos a la fuerza y que ojalá desapareciera para evitarnos preocupaciones, sino un espacio imprescindible tomado y preparado con responsabilidad. No puede llenarse con cualquier cosa, ni ser habitualmente sustituida por algún testimonio. Hay que aprovecharla para formar al Pueblo de Dios en "la enseñanza de los Apóstoles" (Hch 2, 42).

Lo deseable sería contar con algún curso de formación permanente aparte de la reunión de oración, pero mucho me temo que en la mayoría de los grupos esto sea imposible por múltiples causas: falta de profesores, falta de tiempo, falta de compromiso... Por eso lo que voy a decir a continuación se refiere a esta enseñanza en los grupos. De ser posible esa otra formación paralela en la que estuviera comprometido casi todo el grupo, tal vez la cuestión tendría que plantearse de otro modo.


2. Necesidad de Programación

No puede improvisarse sobre la marcha el tema de cada semana, ni puede dejarse al criterio personal del hermano al que toque hablar. Eso conduciría a una falta de visión unitaria del misterio cristiano, a insistencias y reiteraciones sobre algunos temas olvidando otros, etc. Para evitar estos y otros inconvenientes se impone una programación.

También es necesaria por parte de los catequistas, que muchas veces no sabrán de qué hablar o no tendrán previsto el tema con tiempo para poder prepararse debidamente.

Sería bueno preparar un programa de doctrina sólido y amplio para desa?rrollar en varios años, de tal manera que no queden lagunas importantes en el conocimiento del misterio de Cristo. Tanto si no se hace como si se hace esta programación, cabe programar para un período inferior de tiempo: un trimestre, un semestre, un año.



3. Tipos de programación

A la hora de programar, lo primero que se nos ocurre es preguntar cómo se programa. Voy a intentar responder en este apartado y en el siguiente.

Pueden ser varios los tipos de programación. Insinúo algunos que, aunque se enumeren por separado, no se excluyen entre sí.

BlBLICA

Consiste en proponerse el estudio total o parcial de la Biblia. Pueden darse aspectos introductorios o más o menos generales: la composición o la verdad de la Biblia, el profetismo, los evangelios sinópticos, etc.; o ir viendo un libro determinado: Isaías, el evangelio de San Juan; o algún tema a lo largo de la Biblia: la Alianza, la oración, la pobreza, el Reino, etc.

LITURGIA

Es la programación que sigue el ritmo del año litúrgico con sus diferentes tiempos y celebraciones: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua... A lo largo del año la Iglesia recorre los misterios de la vida de Cristo. Es el método de santificación de la Iglesia. Pío XII llegó a decir que "el Año Litúrgico es el mismo Cristo". Todo esto significa que, aunque llevemos otro tipo de programación, no podremos dejar de hablar o al menos de conectar el tema programado con los momentos fuertes de la Liturgia.

ECLESIAL

Podríamos llamar así a la que toma como base documentos de la Iglesia, como el Concilio Vaticano II, las exhortaciones apostólicas de los Papas, los documentos de los Sínodos o de las conferencias episcopales, etc.

"CARISMATICA"

Es la que se centra en el desarrollo de los elementos característicos de la Renovación Carismática: gestos, ritmo de oración comunitaria, carismas, alabanza, testimonios, etc. Hay grupos que acostumbran recordar alguno de estos elementos al comienzo de cada sesión de oración. Me parece laudable, entre otras cosas porque dispensa de tener que incluirlos en el programa de enseñanza.

OCASIONAL

Se basa en los acontecimientos o circunstancias de distinto tipo que van ocurriendo a lo largo de los días: una fiesta, la proximidad de una asamblea nacional o de un sínodo, la publicación de un documento, un viaje papal, etc. Tal programación -que es más bien una falta de programación- se presta a ser floja, improvisada y fragmentaria. Es desaconsejable.

"INSPIRADA"

Llamo así a la que se hace siguiendo las guías o palabras proféticas que el Señor va dando a través de los hermanos en la oración personal o comunitaria. Aún admitiendo que los mensajes sean verdaderamente del Señor, se presta a la improvisación, sobre todo si se pide esta luz de Dios en un tiempo inmediatamente anterior a la asamblea en que se tiene que hablar.

TEMATICA

Atiende prioritariamente a los temas y presta un cuerpo doctrinal sistemáticamente organizado. Es la programación que considero nuclear para conseguir los objetivos de una sólida formación. Podemos proponernos profundizar en uno o varios años todo el contenido del Credo, o los mandamientos o la ?doctrina sobre Jesús o sobre la Iglesia, etc.

MIXTA

Precisamente porque, como decía antes, estos tipos de programación no se excluyen entre sí, cabe una programación mixta, en la que entran varios de ellos. Tal vez la mejor sea la temática, como base sólida bien organizada, en la que se van incrustando la visión bíblica del tema, las referencias eclesiales, conexiones con las principales celebraciones litúrgicas, y que admite ocasionales interrupciones para tratar de sucesos importantes o de algún tema concreto y reducido, impuesto tal vez por una situación o necesidad surgida en el grupo.



4. Criterios para programar

Sigo respondiendo a la pregunta de cómo programar. Para realizarlo acertadamente se imponen unos criterios de discernimiento. Señalo algunos:

4.1. Necesidades del grupo. Tipo de personas que lo integran: hay grupos en que predominan los jóvenes y grupos en que predominan los mayores; grupos cultos o de escasa cultura; de zona urbana o de zona rural, etc.

Grado de madurez humana, cristiana y "carismática": grupo reciente o veterano; de personas maduras o de personas infantiles o problematizadas; de una vida cristiana arraigada y convencida o más bien de personas que han estado muy alejadas y comienzan a descubrir qué es ser cristiano; de gente comprometida desde hace tiempo en la Renovación y que se lo toma en serio o de los que acuden como aficionados y sin mucha convicción...

Problemas que presenta el grupo: tensiones, mal momento que tal vez esté atravesando, crisis, presencia de algún factor o elemento perturbador...

4.2. Palabras proféticas recibidas para el grupo en oración personal o comunitaria a través de los hermanos con reconocido carisma de profecía. No es raro que el Señor, durante una temporada, vaya insistiendo sobre algún punto. Conviene detenerse de vez en cuando a repasar las profecías. Si en ellas descubrimos una constante, se trata sin duda de una clara llamada del Señor que no debe caer en vacío.

4.3. Orientaciones de la Iglesia.
No podemos quedar, indiferentes, al margen del magisterio del Papa o de los Obispos, sobre todo en cuestiones que nos presenten con carácter de urgencia. También nos llega la voz del Señor a través de la Coordinadora Nacional y de la respectiva Coordinadora Regional.

4.4. Y en cualquier caso, el desarrollo del "misterio íntegro de Cristo, es decir, aquellas verdades cuya ignorancia es ignorancia de Cristo, e igualmente el camino que ha sido revelado por Dios para glorificarle, y por eso mismo para alcanzar la bienaventuranza eterna" (Ch D 12). La exposición, pues, del misterio íntegro de Cristo, tal como aquí lo urge la Iglesia a los obispos, es un deber y por tanto un criterio fundamental para programar nuestra enseñanza.


5. Temario

A pesar de las indicaciones anteriores, en los grupos persistirá la dificultad para encontrar temas y materiales con que desarrollarlos. Por eso me permito algunas indicaciones más concretas.

5.1. Los temas de las catequesis de iniciación –lo que llamamos "las siete semanas" - son básicos y hay que volver a ellos con frecuencia. Se encuentran ya desarrollados o con abundantes pistas de desarrollo en PhVERHAEGEN, "Introducción a la Renovación en el Espíritu. Seminario de las siete semanas", editorial ROMA, Barcelona, y en los números 35 y 36 de la revista KOINONIA, de mayo-agosto de 1982.

5.2. Una ampliación y profundización de estos temas la tenemos en KOINONIA, números 38-42, de noviembre de 1982 a agosto de 1983. Van organizados en tres ciclos. Para facilitar el contenido y la visión de conjunto ofrezco a continuación los títulos:


Ciclo I: Relación personal con Dios.

1) La oración personal. Alabanza. Oración en lenguas.

2) Vida sacramental: Eucaristía.

3) Sacramento de la Penitencia.

4) Palabra de Dios: lectura y formación bíblicas.

5) Dirección espiritual. Acompañamiento. Discernimiento.

6) Orden y ascesis en la propia vida: sueño, alimentación, ocio, diversión.

7) Sobriedad y austeridad: sentido de los bienes materiales.



Ciclo II: La Iglesia.

1) El misterio de la Iglesia.

2) El Espíritu Santo y la Iglesia.

3) La Iglesia es carismática e institucional: carismas, ministerios eclesiales.

4) La Iglesia institucional.

5) Función de la jerarquía en la Iglesia: triple ministerio, primado de Pedro.

6) La evangelización.

7) Presencia de la Iglesia en el mundo: familia, trabajo, sociedad.


Ciclo III: La comunidad.

1) Una comunidad eclesial y carismática.

2) Pasos primeros hacia la comunidad.

3) La comunidad fruto de la efusión del Espíritu.

4) La relación consigo mismo: aceptación, equilibrio.

5) La relación con los demás: respeto, aceptación, reconciliación, amor.

6) Transparencia comunitaria.

7) Obediencia y sometimiento.


5.3. Para un temario más completo conviene manejar algún libro donde se exponga sistemáticamente todo el cuerpo doctrinal católico. He aquí algunos:

• "Con vosotros está". Catecismo para los preadolescentes, pero que en sus 74 temas ofrece una visión panorámica, aunque no profunda, del mensaje cristiano, que nos puede servir a todos. Presenta un enfoque actual de los temas destacando las dimensiones cristológicas, bíblicas y eclesiales. Tiene la garantía de estar aprobado por el Episcopado Español y por la Sagrada Congregación para el Clero, de la Santa Sede. En cada tema vayamos derechos a la página o dos páginas finales del mismo donde figura el contenido doctrinal. Las demás contienen fotos, pasajes bíblicos, experiencias, citas variadas, etc. Podemos pasarlas por alto o aprovecharlas para el desarrollo del tema.

• "Señor, ¿a quién iremos? Catecismo para adultos", de los obispos italianos, elaborado durante diez años y editado en España por MAROVA en 1982. Es un libro de más de 600 páginas que recomiendo vivamente tanto para lectura personal como para desarrollar los temas.

• "Libro básico del creyente hoy", preparado por un equipo pedagógico de PPC. Intenta ofrecer una síntesis actualizada del "Credo" del Pueblo de Dios y de sus criterios de actuación en el mundo; trata los contenidos fundamentales de la fe católica y de la ética según la ley de Cristo. Prueba del servicio que este libro puede presentar es que se han vendido ya más de 60.000 ejemplares. Va por la décima edición.

• "Exposición de la fe cristiana. Catecismo católico para el estudio personal y la enseñanza". Está basado en textos fundamentales para el cristiano y la Iglesia: el Padrenuestro, el Credo, los Sacramentos y el mandamiento de Cristo: la caridad. Editado en SIGUEME, Salamanca, 1983.

En estos libros los encargados de la formación de nuestros grupos encontrarán material abundantísimo y organizado para sus programaciones.



II.- LA ENSEÑANZA COMO ELEMENTO DE LA ASAMBLEA CARISMATICA

Vamos a fijamos ahora en el acto mismo de la enseñanza dentro de la reunión de oración. Es uno de los elementos integrantes de la asamblea carismática junto con otros, como la alabanza, los testimonios, las lecturas bíblicas, los cánticos, etc., y del que no debe habitualmente prescindirse. Se designa también con los nombres de formación, instrucción, catequesis. Quizá ninguna de estas denominaciones exprese con exactitud el carácter que tiene el servicio de la Palabra en la Renovación Carismática, pero tampoco importa demasiado la denominación si entendemos debidamente su función, su modalidad y sus exigencias.


1. Obra profética

Ante todo, la enseñanza carismática -como toda predicación en la Iglesia- es obra profética. No es mera información o exposición para proporcionar ideas a la mente, sino obra de la Palabra de Dios dotada de poder para cambiar las vidas.

El objetivo último de esta enseñanza es producir cambio, ser instrumento a través del cual el Señor pueda cambiarnos, convertirnos.

Para ello recordemos los dos aspectos de la Palabra de Dios:

• Palabra que simplemente describe, expone, orienta, indica. Como una flecha en el camino, que señala la debida dirección, pero sin poder en sí misma: ni ella se mueve ni mueve al caminante.

• Palabra que hace presente, que actúa, que es eficaz, que realiza lo que dice, porque además de orientar, cambia la vida. Es Palabra sacramental: signo eficaz. Y este es el objetivo de toda evangelización.

Considero muy importante insistir en esto. Frecuentísimamente convertimos los medios en fines. Para unas charlas o una novena o un retiro o unos ejercicios espirituales, lo primero que solemos buscar es un predicador que hable bien, que sea brillante o que destaque por sus ideas originales o llamativas; o desde otros puntos de vista: que sea famoso o titulado, o que sea tradicional o progresista... No es normal preguntarse quién nos ayudará más a convertimos, a cambiar de vida. Y sin embargo ésta debiera ser la primera pregunta que nos hiciéramos. Porque el fin de toda predicación cristiana, no es hablar, ni hablar bien, ni hablar de un determinado tema, ni exponer ideas profundas o brillantes. Todo eso pueden ser medios; pero el fin es ¡convertir! Si esto se olvida, todo se nos va en ideas, programaciones, organizaciones, estructuras, montajes. Quizás ni al preparar todo eso ni al revisarlo o evaluarlo, nos planteamos la pregunta fundamental: ¿Produce conversión o no produce conversión? ¿Cambia o no cambia las vidas?

Debemos comenzar nosotros mismos por convencernos del poder divino de la palabra que servimos al Pueblo de Dios. Lo afirma Pablo VI: "En cuanto pastores, hemos sido escogidos por la misericordia del Supremo Pastor, a pesar de nuestra insuficiencia, para proclamar con autoridad la Palabra de Dios" (EN 68,4).

Nos resultará difícil aceptar esto si nos centramos en nuestra insuficiencia, como les resultó difícil a los mismos Apóstoles. Para ellos "era fácil creer en Jesús y en su poder, pero era mucho más difícil convencerse de que podían ser instrumentos eficaces de la presencia prolongada del Salvador en el mundo" ("Señor, ¿a quién iremos?", pág. 160). Con Pentecostés comprendieron la verdad de las palabras de Jesús: "El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores" (Jn 14, 12).

Pablo debió de ser un pésimo orador (cf 2 Cor 10, 10), pero hablaba con autoridad fundada en el poder de Dios (cf 1 Cor 2, 1-5). Debemos recobrar la conciencia de esa autoridad que se nos ha concedido. Frecuentemente nosotros somos los primeros que no creemos en nuestra propia palabra; quizá porque somos conscientes de que no hablamos en nombre de Dios, sino en nombre propio, apoyados en ideas o ideologías humanas, sin habernos preguntado previamente en oración por los planes del Señor. Un hombre convencido de que no predica lo suyo ni por propia iniciativa, sino lo de Dios y por encargo de Dios, es irresistible.


2. Testimonio

El que sirve la palabra debe servirla sobre la bandeja de su propia vida. No se acepta un buen manjar servido en una bandeja deteriorada o repugnante. La eficacia y autoridad de la palabra que se predica está íntimamente conectada con la vida del predicador. A éste se le exige ser una persona humanamente, cristianamente y carismáticamente madura. Quien, por ejemplo, es caprichoso, temperamental, parcial en sus juicios; quien murmura con facilidad o no sabe guardar secretos; quien no administra bien su casa o no es responsable en su profesión; quien, teniéndose por carismático, descuida habitualmente la oración personal o con facilidad o sin causa justificada deja de asistir a las reuniones y a los retiros, no puede ser maestro "profético”.

El auténtico evangelizador evangeliza ante todo con su propia persona, es decir, él mismo es evangelio. Se dice en una hermosa fórmula de consagración apostólica a la Virgen María: "Enséñame a guardar como tú la Palabra en el corazón, hasta transformarme en evangelio de Dios". Nosotros mismos, cambiados por la fuerza del mensaje que predicamos, somos Buena Nueva, somos la encarnación de los frutos del Espíritu: gozo, paz, paciencia, amor... Cuando los oyentes nos pidan una prueba de lo que anunciamos, que podamos responder señalándonos a nosotros mismos: "Aquí está; la prueba soy yo".

Es un pasaje de la "Evangelii nuntiandi", Pablo VI exhorta a los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, y termina: "Les decimos a todos: es necesario que nuestro celo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como nos los sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación, alimentada con la oración y sobre todo con el amor a la Eucaristía, redunde en mayor ?santidad del predicador" (EN 76). Escribía D. Marcelino Olaechea a sus sacerdotes de Valencia: "Haceos amar y predicaréis con eficacia... Si al terminar vuestras palabras queda en el alma de los fieles esta expresión: ¡Qué bueno es!, ¡qué gran sermón habréis predicado!" (Pastoral sobre la predicación, 1947).


3. Trabajo

Es frecuente confundir lo carismático con lo espontáneo, o sea, con lo que nos sale a la primera, con lo informal, con lo improvisado, con lo que no se prepara. Y amparados en una ingenua superficialidad presumimos que el Espíritu Santo en el momento de hablar nos inspirará lo que hayamos de decir.

Esto es una equivocación. Excepto casos raros en que la necesidad o la obediencia nos impongan hablar sin posibilidad de prepararnos, el respeto a la Palabra de Dios y al Pueblo de Dios nos exigen preparación a conciencia. El caso del Santo Cura de Ars, a quien Dios concedió hablar improvisadamente, no puede tomarse como norma.

Hay que invocar al Espíritu y contar con su asistencia, sin la cual no podemos hacer nada, pero más en el momento de prepararse que al momento de actuar. Si luego el Señor, como verdadero Señor, es decir, como quien dispone y manda, nos borra lo preparado y nos pone en la mente, en el corazón y en los labios otra cosa no prevista por nosotros, ¡bendito sea! Pero nuestra obligación es prepararnos.

En su librito "Escuche mi confesión", Orsini se refiere a un sermón suyo meditado, orado y escrito palabra por palabra, del cual no dijo nada porque a la hora de pronunciarlo el Señor le cambió el plan, pero que resultó eficaz.

Naturalmente para esta preparación no todos necesitarán el mismo tiempo y el mismo trabajo; dependerá de la cultura, del carácter, de la experiencia y práctica de cada uno. Para lo que uno emplea una hora, tal vez otro necesite una semana. Una preparación remota como son unos estudios teológicos, facilitará mucho las cosas. La Iglesia, que rehúye los carismatismos baratos, impone a los sacerdotes toda una carrera para que sean pastores no improvisados del Pueblo de Dios.



4. Asimilación y control de la enseñanza

Si la enseñanza tiene como objetivo producir cambio, no termina con la actuación en el grupo; requiere además que se empleen los medios adecuados para que fructifique en dicho cambio.

Inmediatamente después de la enseñanza conviene dejar un silencio de algunos minutos para la reflexión y asimilación antes de responder con un cántico o con oración en voz alta. Este espacio de silencio evitará que el tema recién desarrol1ado se nos evapore, y permitirá que se nos queden grabados en el alma algunos puntos que interpelen nuestra vida y nos llamen a conversión.

Los hermanos, en general, deben llevar un cuaderno donde vayan anotando las principales ideas expuestas y alguna pregunta sobre la materia, no con el fin primordial de alimentar el entendimiento y menos de discutir, sino con el fin de meditar y orar y aplicárselo durante la semana.

Esta práctica difícilmente se implantará a corto plazo. Puede comenzarse entregando a cada hermano una cuartilla con el esquema y alguna pregunta, o dictándoles las dos o tres ideas principales y una o dos preguntas, hasta que vayan adquiriendo cierta facilidad y logre cada uno realizarlo por sí mismo.

Esto, que puede parecernos demasiado reglamentado, complicado y rígido, opuesto a la flexibilidad y libertad tan características de la Renovación, no es más difícil que el balance económico que realizan aun las personas más incultas en una tienda o en un negocio cualquiera al final de semana o de mes. O sin salirnos de la ascética tradicional, es un sencillo examen de conciencia sobre un punto tan importante como es la Palabra de Dios, que no debe entrarnos por un oído y salirnos por otro. En la actitud ante la Palabra de Dios nos jugamos nuestro cambio; por eso merece cuidado especial. Quien va a pie, se ocupa y preocupa de avanzar, de moverse; quien va a caballo no se preocupa de avanzar, sino del caballo, que será el que avance y lo haga avanzar a él. El grupo debe ser conducido por la Palabra de Dios, servida por sus profetas. La rendición de la Iglesia viene de los profetas. La Iglesia siempre está dirigida por la palabra de los profetas. Por eso nuestro deber fundamental es atender a la Palabra