La vida en el espiritu II

CONOCER MEJOR EL MISTERIO DE CRISTO Y TESTIMONIARLO


Juan Pablo II, en la audiencia del 23 de Noviembre concedida a los grupos de la Renovación en el Espíritu de Italia, cuyos representantes según la prensa vaticana oscilaban entre los 18.000 y los 20.000, terminaba sintetizando su exhortación con las palabras que ya había escrito en su Encíclica Catequesi tradendae, en la que decía que la Renovación en el Espíritu "tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no en la medida en que suscite carismas extraordinarios, sino más bien en la medida en que lleve al mayor número posible de fieles, en los caminos de la vida cotidiana, al esfuerzo humilde, paciente, perseverante por conocer siempre mejor el misterio de Cristo y testimoniarlo ".

Deliberadamente hemos subrayado la última frase porque es lo que mejor resume y expresa no sólo el deseo del Papa, sino también lo que es e intenta comunicar esta corriente del Espíritu.

En efecto, nuestra Renovación es ante todo cristocéntrica: en nuestras asambleas y celebraciones es Cristo el que lo llena todo con su presencia y al que dirigimos nuestras exclamaciones, alabanzas y acción de gracias, al que reconocemos y proclamamos como Salvador y Señor porque El es "el esplendor de la gloria del Padre" (Hb 1,3), el "Rey de la gloria" (Sal 24, 1; Co 2.8), el Alfa y la Omega, el principio y el fin de todo (Ap 1.8.17.18), el único nombre por el que somos salvos (Hch 4.l2), porque nos ha rescatado con su propia sangre (Ap 5.9) y nos apacienta y guía a los manantiales de las aguas de la vida (Ap 7.17).

Todo esto es lo que encierra y expresa nuestro lema preferido: JESUS ES EL SEÑOR, " ¡a El la gloria por los siglos de los siglos. Amén!" (Rm 16.27).

A Pablo le fue comunicado el conocimiento del Misterio de Cristo por revelación, y revelado también a los santos Apóstoles y Profetas por el Espíritu (Ef 3.1-l0s).

Nosotros no podemos pretender siquiera vislumbrar el Misterio de Cristo y su inescrutable riqueza, mucho menos conocer su Amor que excede todo conocimiento, y poderlo anunciar a otros, si no es también por la fuerza del Espíritu, el único que nos dará "sabiduría y revelación" y nos llevará a la total plenitud de Dios.

Lo que más necesita el cristiano de hoy es encontrarse personalmente con su Señor y sentirlo vivo en la vida de cada día.

Este encuentro ha de ser en los principales aspectos que para nosotros encierra el Misterio de Cristo:
-En nuestra vinculación, como miembros vivos, a El que es la Cabeza de la Iglesia (Col 1,18). El vive en nosotros y nuestra relación con El no puede limitarse a ciertos momentos del día o de la semana. Sólo este trato continuo con El puede llevamos a profundizar en su misterio, trato que es personal, pero también comunitario, por ser miembros unos de otros.

-Ser verdaderamente discípulos suyos (Jn 8,31), con toda la seriedad que esto representa, lo cual exige asimilar su pensamiento, su doctrina y escala de valores, y adoptar sus actitudes evangélicas, su manera de ser.

-Solamente el que conoce personalmente al Señor puede profundizar en su misterio y hablar persuasoriamente de El a otros. Nadie da lo que no tiene. Nadie se acerca a El, si el Padre no le atrae. Ni con diálogo, ni con bellas palabras podremos dar testimonio de Cristo, si no le conocemos y vivimos sus actitudes evangélicas.

Nuestros grupos de oración deben ser ante todo escuelas donde se aprenda a ser verdaderos discípulos de Jesús y a vivir comprometidos por el Reino de Dios.





ENCUENTRO CON CRISTO EN LOS SACRAMENTOS
MOMENTO PARA EL ARREPENTIMIENTO, LA CONVERSION Y LA CURACION

Por Domingo Fernández, O.C.D.

El mensaje cristiano es una invitación al amor y al servicio del Señor y de los hombres, pero por encima de todo es una invitación a recibir, con alma de pobre y como un don gratuito, la fuerza que posibilita este servicio.

Dios se escogió desde antiguo un pueblo de creyentes (Gn 12,2), pueblo sacerdotal (Ex 6.6: 19, 5-6), con el que estableció una Alianza y al que dio una Ley e hizo una Promesa. En la plenitud de los tiempos Dios llegaría a cumplir su Promesa estableciendo una nueva Alianza con un pueblo formado de dentro y de fuera de Israel (Rm 9, 24), pueblo sacerdotal y profético, al que el hombre se incorpora por la fe y el bautismo. Esta Alianza está sellada con la sangre del Cordero (Lc 22, 20) Y el nuevo Pueblo está formado por adoradores del Padre y seguidores de Cristo su Hijo, con poder para alabar a su Señor, para amar como El amó y ser testigos de su Resurrección salvadora. Esta fuerza se recibe de lo alto (Lc 24,49), la Promesa del Padre es la fuerza del Espíritu Santo (Hch l. 8).

Desde el primer momento este Nuevo Israel ha reconocido y vivido unos momentos fuertes en los que el Cristo Resucitado se hace infaliblemente presente para comunicar esa fuerza liberadora y transformadora. Son las celebraciones sacramentales, los signos de la Nueva Alianza. Nada hay que pueda sustituir al encuentro sacramental con Cristo.

La R.C. ha llevado a muchos cristianos a redescubrir el tesoro oculto de los sacramentos cuando con el corazón convertido y una fe expectante se llega a un encuentro personal con el Señor.

ENCUENTROS DE PRESENCIA INFALIBLE DEL SEÑOR

La presencia del Señor y la manifestación de la fuerza de su Espíritu no se limitan a los encuentros sacramentales, pues desbordan incluso el marco de la Iglesia visible porque Dios quiere ser Padre de todos los hombres y Cristo es Salvador de todo hombre venido a este mundo. Dios se hace encontradizo y presente de múltiples maneras. Las asambleas de oración carismática, por ejemplo, son una realización de la promesa que hizo el Señor de estar presente de una manera especial cuando dos o tres se reúnen en su nombre (Mt 18,20).

Todo esto en nada aminora el carácter único del encuentro con Cristo en los sacramentos: su presencia infalible con misericordia y fuerza liberadora. Son muchos los cristianos que pueden dar testimonio de esta verdad de fe. La experiencia de la "Efusión del Espíritu" ha sido algo decisivo en la vida de muchos hermanos de la R.C. aunque nada más hubiera sido que por ver como se actualizan en sus personas los efectos de los Sacramentos, sobre todo del Bautismo y de la Confirmación, al vivir por el don del Espíritu la certeza de ser hijos de Dios, con poder para ser testigos del Cristo vivo. La Reconciliación y la Eucaristía son encuentros muy reales con el Señor resucitado que perdona, que cura, que da luz, paz y esperanza.

Entre los hombres y mujeres de Palestina que contemplaron y oyeron al Jesús histórico hubo muchos, los más numerosos, que no llegaron a reconocer al "Salvador" y "Señor" en aquel maestro y profeta, a pesar de los muchos signos de curación, perdón y amor que matizaron siempre su vida de ministerio. Ni siquiera la primera Eucaristía en la cena pascual produjo todo el efecto posible en sus discípulos; algunos, Pedro entre ellos, le negaron, todos le abandonaron y huyeron (Mt 26,56).

Pero hubo muchos que con verdadera fe reconocieron en aquel maestro al Señor que tenía poder sobre el pecado, sobre la vida y la muerte, y por tanto sobre toda clase de dolencias del alma y cuerpo, y al acudir a El como Salvador recibieron el perdón, la paz, la salud, la esperanza.

Esto mismo sucede hoy, aunque en distinta medida, con los signos sacramentales.

Para algunos ni siquiera son un encuentro de verdad, en otros casos quizá es posible que no signifiquen gran cosa como el que exclama: “1a confesión, o la misa, me dicen muy poco", o también: "sé que el sacramento da gracia, pero no veo sus efectos en mi vida".

En contraposición está la experiencia de muchos para los que los sacramentos son decisivos en la vida de cada día en forma de curación, fortaleza y crecimiento espiritual.

¿Por qué esta diferencia de efectos en unos y en otros? Jesucristo es el mismo siempre, deseoso de curar, salvar, confortar y fortalecer. Su acción en los sacramentos es eficaz por sí misma, o como dice la Teología, "ex opere operato”.

La diferencia debemos buscarla en el distinto grado de receptividad que cada persona dispensa a la acción de Cristo. Se requiere algo que es mínimo pero necesario para recibir: abrir la mano al que nos ofrece, o como diría San Juan de la Cruz, abrir ''las fauces del alma” de par en par. La teología lo llama disposiciones "ex opere operantis”.

No cabe duda que, al recibir un sacramento, cualquiera de nosotros puede bloquear la acción liberadora y transformante de Cristo, simplemente no abriéndose a ella. Los sacramentos no actúan de forma mecánica o como si fueran una medicina de poderes mágicos.


ACTITUDES BASICAS DE CONVERSION EVANGELICA Y FE EXPECTANTE

EL Señor actúa en nosotros en juego constante con nuestra libertad, con un amor incondicional de hermano y Salvador, y con un poder total sobre el pecado y el mal, como Señor de todo.

El secreto para experimentar toda su acción liberadora y santificadora, por nuestra parte, no consiste más que en aceptarle a El como Salvador y Señor, que me invita a recibir "su salvación", y en una fe expectante, es decir, en una fe que espera, que al entrar El "en mi casa" por este encuentro sacramental, voy a obtener toda esa salvación.

Son las actitudes básicas que animaron a todos los contemporáneos de Jesús a quienes llegó "su salvación" en forma de perdón, curación, fortalecimiento, etc.; se sentían en necesidad, pobres, enfermos, sin sentido fundamental en sus propias vidas, "¿a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna?"; y le reconocieron con poder para perdonar, curar y hasta para amainar los elementos de la naturaleza, percibiendo en El un corazón lleno de compasión hacia ellos. Aquellos gritos que resonaron al recorrer Jesús los caminos de Palestina: “¡Señor, ten compasión de nosotros!". "si quieres puedes curarme" o "di una sola palabra y será salvo" eran gritos de hombres y mujeres que se sentían verdaderamente pobres y necesitados y al mismo tiempo con una fe expectante de que la Buena Nueva que anunciaba iba a cumplirse en ellos. Y El fue fiel a su palabra y a la misión para la que había venido, y les dio el perdón, la salvación, la vida.

Estas mismas actitudes son las que hoy nos abren a nosotros a la acción salvadora de Cristo en los Sacramentos. Ante todo conversión radical, renovada en cada encuentro sacramental, la cual supone reconocer mi pobreza, mi indigencia, mi dependencia de Dios y hacerme como niño (Mt 18,3) para que el Reino de los cielos, los frutos del Espíritu Santo, se hagan realidad en mi vida. Esto se expresa a veces en hambre de sustento, como en la Eucaristía, en sentimiento profundo de perdón y curación, en deseo indigente de poder alabar a Dios y ser testigo del Cristo Resucitado con esa fuerza que sólo El puede conferir por la acción de su Espíritu.

Elemento central de esta conversión es que yo acepte o renueve mi aceptación de Jesús, como mi Salvador y Señor personal, y que lo haga con un gozo creciente, como fruto de la seguridad que tengo de que El me ama con amor incondicional y de que El desea mucho más que yo dirigir mi vida según los designios de paz y amor del Padre.

De aquí surge la fe expectante. Cuánto más viva sea mi fe en el amor incondicional de Dios Padre y del Señor hacia mí, cuanto más cierta sea mi fe en el poder de Cristo Resucitado sobre todo mal, más amplia y segura será mi respuesta en el encuentro sacramental en el que recibo de Cristo lo que el signo sacramental significa.

Hoy se está haciendo un gran esfuerzo para llevar a los fieles a una más adecuada recepción de los sacramentos: preparación catequética, preparación de ceremonias y símbolos que mejor ayuden a significar la acción de Cristo y de la Iglesia como comunidad en los sacramentos. Pero la clave para una preparación más eficaz debe ser ayudar a que surja en la mente y en el corazón del cristiano una actitud de conversión evangélica y que se fomente esa fe expectante, a la que nunca se había llegado o por una deficiente educación cristiana o por el influjo negativo de una sociedad secularizada.

No hace mucho tiempo, al dirigir un retiro a un buen grupo de jóvenes de 17 años como preparación inmediata para recibir el sacramento de la Confirmación, cuando les subraya en mi charla que la fuerza del Espíritu Santo que iban a recibir en el Sacramento podía cambiar sus vidas y hacerles verdaderos testigos de Cristo, como estaba sucediendo en la vida de muchos jóvenes cristianos, una joven me respondió: ''Yo creo en confirmar mi fe al recibir el Sacramento, pero no creo en eso del Espíritu".

No echo la culpa a la preparación catequética que aquella joven tuvo. Pero si a pesar de todos los laudables esfuerzos de preparación que se hacen en muchas parroquias, no se lleva a los jóvenes más que a la idea de confirmar su fe, lo cual es necesario e indispensable, pero no a la fe y a la seguridad de la fuerza del Espíritu Santo, que significa y confiere el Sacramento, tenemos que nunca podrán vivir en profundidad la recepción del Sacramento, no se llegará a la experiencia de pedir y recibir el Espíritu que transformó a los Apóstoles en el primer Pentecostés, y, una vez acabada la celebración del Sacramento, volverán a la vida diaria con voluntad renovada de confesar a Cristo, pero sin la seguridad y el gozo de que esto va a ser posible por el don del Espíritu Santo que les ha sido dado, ni tampoco podrá mantenerse aquella voluntad mucho tiempo entera.

Lo mismo puede decirse respecto a los Sacramentos de la unción de los enfermos si el enfermo y grupo de cristianos que le rodean "no esperan en realidad" que la acción de Cristo traiga la curación; o del matrimonio si los que contraen no esperan con fe expectante y en conversión a Cristo que para ellos va a ser fuente perenne de fortaleza para vivir la unión matrimonial en amor y entrega mutua, a prueba de cualquier crisis que pueda surgir.

Estas actitudes básicas son aún más decisivas en los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. Si ellas faltan, no se llega al verdadero encuentro con Cristo y estos sacramentos pueden llegar a parecernos una pura inutilidad, pero si las poseemos se convertirán las celebraciones en momentos fuertes de encuentro con el Señor, en fuentes inagotables de liberación y de vida, y siempre se esperarán con gozo.


ENCUENTRO SACRAMENTAL DE RECONCILIACION

Según el plan de Dios, en el Sacramento de la Reconciliación, celebración penitencial de la Nueva Alianza, se realiza la parábola del Padre misericordioso que recibe con gozo, amor y ternura al hijo pródigo y se vive el encuentro con el Señor Resucitado que perdona y fortalece, lo mismo que un día pudieron experimentar la mujer pecadora, la Magdalena, Pedro y tantos otros.

Las parábolas de la misericordia, en el Capítulo 15 del Evangelio de San Lucas, subrayan todas un elemento común: la alegría que hay en el cielo por la vuelta de un pecador arrepentido.

La conversión y el perdón en el sacramento de la Reconciliación confluyen con el gozo y la fiesta del Padre de las misericordias, que no quiere ver a sus hijos heridos y maltrechos, y la emoción del hijo al sentirse abrazado por el amor del Padre.

La nueva liturgia del Sacramento de la Reconciliación, sin minimizar la necesidad de la confesión y de la penitencia, ha puesto de relieve la esencia del Sacramento que es reconciliación con el Padre y la Iglesia. Esta es la exigencia de la primera actitud fundamental de quien se acerca al Sacramento: volver al Padre que espera para recibirlo, proclamando su misericordia y la decisión de permanecer en "la casa paterna". Es la conversión que supone sentirse miserable y pecador y que es posible por la esperanza cierta que se tiene de que el Padre está esperando para acogerme de nuevo.

Pero aquí está también la dificultad de experimentar una conversión evangélica esperanzadora para quien no haya vivido nunca una relación con Dios como Padre, o para quien se forme la imagen de un Dios lejano o juez severo sin entrañas de misericordia.

La conversión evangélica nace de una luz del Espíritu, que por una parte me hace ver mi pecado para rechazarlo (Jn 16,8) y por otra imprime en mi corazón una certeza de que Dios me ama tan entrañablemente que goza perdonándome y acogiéndome de nuevo. Por eso, no me acerco al Sacramento simplemente para quitarme una carga molesta o porque me haga sentir finalmente bien, sino para responder a ese amor del Padre que me invita a la reconciliación.

La certidumbre de este amor hace que mi arrepentimiento sea más profundo y más firme mi decisión de orientar mi vida de acuerdo con los designios del Padre misericordioso, y al mismo tiempo hace brotar en mí una actitud de fe expectante de que el encuentro con el Señor va a ser un toque que producirá perdón, curación, fortaleza.

La mayoría de los cristianos sólo piensan en el perdón, y lo obtienen, ciertamente, pero hemos de abrirnos a una acción más abundante del Señor que ya está sugerida en la nueva liturgia del Sacramento y de la que muchos cristianos de la R.C. pueden testificar. Es la acción liberadora y sanante del Señor, que viene a curar las raíces de las que brotan muchos de nuestros pecados y a fortalecer las áreas más débiles de nuestra personalidad.

No hay espacio para tratar aquí de la dimensión curativa de este sacramento, que exige una acción conjunta del sacerdote y del penitente para discernir con la ayuda del Espíritu Santo las raíces de nuestras dolencias y dar la respuesta que pide el Señor. Está comprobado que el Espíritu es la luz que ilumina áreas negativas y fuerza que ayuda a desbloquear los obstáculos que impiden el gozar de la plenitud de vida que Dios quiere darnos. Hasta la barrera más firme v tenaz, como la de no poder perdonar: se derrumba ante la acción del Señor. La absolución, que lleva el perdón del Señor, y la oración de sanación, que clama por el toque curativo de su Espíritu, convierten al Sacramento de la Reconciliación en un encuentro gozoso y rejuvenecedor para el penitente, y también, no cabe duda, para la comunidad cristiana. El miembro que se siente perdonado y curado por el Señor se hace a su vez portador de la esperanza del perdón y de la curación.


LA EUCARISTlA

Si la Eucaristía es el rito cultual por excelencia de los cristianos, en el que se reúne la comunidad con su Señor Resucitado para adorar al Padre por la fuerza del Espíritu Santo, es también para cada uno de nosotros la gran invitación a un encuentro muy personal con Jesús, y por tanto momento privilegiado para abrirse al Espíritu y a sus carismas de adoración, de alabanza, de profecía para edificación en la fe, en el amor y en la unidad de toda la asamblea.

Es también el Sacramento en el que la curación interior -a veces también la física- y el robustecimiento de la fe, de la esperanza y del amor corren parejos a las necesidades diarias de los hijos del Padre. La comunidad cristiana vivió esta realidad desde sus comienzos. Lo expresa San Lucas en el relato de los discípulos de Emaús (Lc 24.13-35). La crucifixión y muerte del Maestro les había dejado tristes y desesperanzados y abandonaban la compañía de los discípulos de Jesús con una herida abierta en el alma, raíz de la congoja y desaliento que los dominaba. El forastero que encuentran, después de explicarles las Escrituras y encender sus corazones, se puso a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron" (Lc 24,30-31) Y en ese momento El desapareció. No necesitaban ya más su presencia visible.

Fue éste un encuentro sacramental en fe, que sanó la memoria de los días pasados e iluminó sus mentes con la certidumbre de la presencia de Cristo resucitado y vivo, y les devolvió al seno de la comunidad de los discípulos reunidos, para compartir con ellos el mismo gozo.

La experiencia de los discípulos de Emaús es la misma que se nos ofrece a nosotros en el encuentro eucarístico con el Señor. Nosotros también nos encontramos, por los diversos sucesos de nuestra vida, con oscuridad en los ojos, que nos impide reconocerle, y con tristeza y desaliento en el corazón, que nos llevan a centrarnos en nosotros mismos y a alejarnos de los hermanos. Pero El viene para darnos nueva luz, nueva esperanza y nuevo amor...

La liturgia de la Iglesia ha ido preparando a lo largo de los siglos los pasos, los signos, por los que podemos abrirnos a esta presencia transformante del Señor. Son los pasos de la conversión, de la escucha de la palabra de Dios, de la alabanza, de darse mutuamente el perdón y la paz del Señor hasta llegar a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo que dan vida.

Lo importante es vivir estos signos con sinceridad, y, sobre todo, en la fuerza del Espíritu Santo.

Nos apoyamos en el poder y en la luz del Espíritu, al celebrar los ritos de la reconciliación y del perdón fraterno, para prepararnos por esa conversión interior a los carismas de la alabanza y del amor. La experiencia de nuestras celebraciones eucarísticas nos muestra que cuanto más se siente uno perdonado y reconciliado con Dios y los hermanos, con tanta más fuerza brota el grito de alabanza al Señor. Al “¡Señor, ten piedad!" hay con toda seguridad una respuesta misericordiosa del Padre, que es la mejor preparación para el "Gloria a Dios en los cielos".


LAS ASAMBLEAS DE ORACION Y LOS ENCUENTROS SACRAMENTALES

Todo lo dicho en líneas anteriores subraya la verdad de que los encuentros sacramentales con Cristo Resucitado en la Nueva Alianza no se pueden substituir por nada. En efecto, los grupos de R.C. encuentran la máxima expresión de su fe, amor y presencia del Señor en las asambleas penitenciales, y de manera especial en las celebraciones eucarísticas.

La experiencia también nos muestra cómo muchos cristianos han llegado a descubrir las riquezas de las celebraciones sacramentales por haberse abierto antes, en las asambleas de oración, a la escucha de la palabra de Dios, al amor fraterno, manifestado en signos visibles, por haberse abierto a la acción del Espíritu Santo y a sus carismas. Todo ello les ha preparado para acercarse después a los sacramentos con un corazón convertido, con fe expectante y en amor de hermanos. Con ello las asambleas de oración están prestando un gran servicio de preparación catequética y vital para la recepción de los sacramentos como encuentros personales con Cristo Resucitado.





MEDIOS PRACTICOS PARA CRECER EN LA VIDA DEL ESPIRITU


Por Alejandro Balbás Sinobas

Todo caminar, como todo desarrollo, supone un punto de partida, un origen. De este modo será un caminar consciente, con sentido y con perspectiva de futuro.

En nuestro caso, por tanto, todo crecimiento en la vida del Espíritu ya supone la vida del Espíritu. Así, al hablar del caminar o del crecimiento, afirmamos una consecuencia lógica y honrada. Suponemos que ha habido un encuentro y experiencia personal, como fuera, con Jesús, que es quien cambia y transforma nuestras vidas por su Espíritu. Afirmamos la efusión del Espíritu Santo y la opción clara y decidida por Jesús para que sea real y personalmente Camino, Verdad y Vida, (Jn 14-6)

Considerando los Sacramentos como un encuentro personal y también comunitario con Cristo, se reavivará y fortalecerá dicho encuentro con la Eucaristía y el Sacramento de la reconciliación por amor, fuerza, oblación y también ante la propia debilidad.

Solamente así podremos hablar de caminar y de crecer. Y es así como nos fundamentamos en la Renovación Carismática, abriendo nuestras vidas a la acción del Espíritu Santo para poder ser luz y sal de la tierra, para responder a la llamada urgente de Jesús: "Id, id, id...” (Mt 28. 19) .

El futuro de nuestros grupos y comunidades está en que sean transparentes de su identidad carismática por la vida pletórica y dinámica de sus miembros.

Partiendo, pues, de Jn 15,5: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada", presentamos los pasos, o medios prácticos, para solidificar, hacer perdurar con eficacia lo que se comenzó, y crecer así en la vida del Espíritu.



I.-ORACION PERSONAL: EL TRATO CON EL SEÑOR

"De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros vinieron en su busca; al encontrarle, le dicen: Todos te buscan" (Mc 1, 35-37). Estamos ante un modo de orar, que creo atañe a nuestro caso. Siguiendo a Jesús tendremos que levantarnos de lo ordinario, de lo corriente, tal vez de la comodidad, y salirnos de la multitud, del vivir "pagano" de la gente y marcharnos a solas con Dios.

Tendremos que ir donde está Dios. "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo escondido; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará" (M t 6,6). Dios no se deja "atrapar" con nuestras cosas y nuestro bullicio y nuestros líos. Es necesario ir donde está Dios, donde todo es puro y donde se deja oír.

Es decir, Dios ve en lo escondido, en la sencillez de la verdad, donde a uno nada le estorba ni le oculta. Allí habla Dios y da su recompensa.

La oración es Dios con nosotros, que nos recibe y se nos comunica. Dios se desborda en su paternidad, en su amor y también en su llamada.

La oración es poder llamar a Dios Padre y esto es válido en cuanto que nosotros, al estar unidos a Jesús, su único Hijo, hacemos nuestra su oración y terminamos siempre en la voluntad del Padre. Hemos de buscar siempre su voluntad por encima de nuestro bienestar personal.

Así la oración es un don, cuando es movida y guiada por el Espíritu Santo. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8,26).

No pequemos de palabreros que oculte el verdadero rostro de Dios. El es quien tiene que construir. Por nuestra parte haya una apertura confiada y esperanzada siempre.

Tampoco consideremos la oración como un simple acto piadoso que responda, o bien a una obligación que tengo que cumplir, o bien a un gusto subjetivo. Es Dios mismo quien nos ama y nos llama y quiere construirnos y transformarnos en su Hijo por el Espíritu. Toda la alabanza para EL.

Necesitamos orar, pues en este caso del crecimiento la efusión del Espíritu no se agotó ni en los sacramentos ni el día de la oración de los hermanos. Y es precisamente la oración un medio por el que seguirá derramándose en Espíritu con sus dones y frutos.

II - EN COMUNION COMO MIEMBROS DE UN MISMO CUERPO

Recuerdo haber leído, creo que de Ralph Martin, que en la Renovación Carismática nada es obligatorio, pero que recibida la efusión del Espíritu no se puede menos de buscar y vivir en grupo, en comunidad.

Es claro que Dios nos quiere caminando unidos. La doctrina de S. Pablo, voluntad de Dios, reflejo de una realidad es clarísima: Todos hemos sido bautizados con el único Espíritu para formar un solo cuerpo y sobre todos se ha derramado el único Espíritu (1 Co 12,13).

Del mismo capítulo 12 de la 1ª a los Corintios se deduce clarísimamente el objetivo de comunidad. Hablando de la variedad de carismas, dice que, sin embargo, todos proceden del mismo y único Espíritu para la edificación común. Y a continuación habla de la variedad de personas, que teniendo todos el único y mismo Espíritu, han de formar un solo cuerpo.

Creo que todo esto más que ulteriores explicaciones y razonamientos lo que necesita es mucha oración, oración auténtica y llena de generosidad por nuestra parte.

Para que la efusión del Espíritu no resulte nula, es necesario el grupo, la comunidad, que apoye y confirme a los que desean vivir la vida en el Espíritu. Porque tratar de vivir la vida cristiana aisladamente es una forma de espiritualidad egoísta, no del Espíritu. Hablando de la fe, es igualmente nuestro caso, un autor francés, Liégé, dice: "La fe o será fraterna, es decir, vivida en comunidad, o no será fe".

Las relaciones interpersonales constituyen un medio necesario de crecimiento comunitario. Han de ser en nombre del Señor, selladas con su Espíritu y, por tanto, limpias de todo egoísmo, conveniencias o gustos personalistas.

Cada hermano ha de procurar ser hermano de todos los demás. Ello no excluye el que haya que buscar las relaciones siempre que cada uno las necesite para sí. Y entonces, tampoco habrá que esperar a que vayan los demás, amparado en un egocentrismo aislante. Salir de uno mismo es apertura, comunión, comunidad.

El someterse es señal también de comunión y de crecimiento. El sometimiento es fundamental. La vida y el crecimiento de un cuerpo se lleva a cabo contando siempre con el sometimiento de todos sus miembros, que producen la unidad.

Someterse es corresponsabilidad y enriquecimiento mutuo.

Someterse es contribuir a la construcción y desarrollo del grupo, del cuerpo de Cristo, según S. Pablo.

Someterse es negarse uno a sí mismo, primera condición que pone Jesús a sus seguidores, (Mt 16,24).

Someterse es ponerse en actitud de búsqueda y dar con la voluntad de Dios, juntamente con los otros hermanos, prueba de mayor garantía. Libertad sí, la de los hijos de Dios guiados por su Espíritu, independencia no.

En comunión. Es un proceso constante y necesario.

III.-COMPROMETIDOS EN EL SERVICIO Y EN EL COMPARTIR

El compromiso es síntoma y expresión de crecimiento. Me refiero ahora al compromiso con los demás hermanos del grupo y sus derivaciones o exigencias. No trato aquí del compromiso expreso y pretendido de evangelizar.

Podemos considerarlo, pues, en una doble dimensión: el servicio y el compartir. Ambas manifestaciones demuestran la seriedad de la opción por Jesús, la fuerza de su amor y la acción del Espíritu.

"Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,13•15). Lo propio del discípulo de Jesús, del que le ha dicho "sí", es seguirle en el servir, en el amar, en el ser útil a los demás.

El servicio desborda los límites de las meras obligaciones y sobre todo si no pasan de ser meramente asistenciales. El servicio supone o exige de nosotros la generosidad, la amplitud de espíritu, el corazón nuevo que se mueve a favor de los demás y cuya fuerza es el mismo Espíritu. Con sentido de corresponsabilidad los que son movidos por el Espíritu van haciendo de su vida una verdadera prestación personal espontánea.

El crecimiento de su vida en el Espíritu se va manifestando en algunos de los más variados servicios que van siendo necesarios en el grupo y que pueden ir desde el preparar el local para la reunión de oración, pasando por un compartir oración y llegar hasta una asistencia personal.

Igualmente se manifiesta colaborando en algún ministerio: música, p.e., secretaría, acogida, biblioteca, etc, etc.

Todos estos compromisos, siendo vida, servirán además para una mayor integración en el grupo y para ir descubriendo su propia vocación cristiana dentro de la comunidad.

La otra dimensión del compromiso es la de compartir. Cuando Dios ha irrumpido en un alma, en una vida, es muy difícil guardarlo a solas. Cuando uno busca al Señor de verdad movido por su Espíritu, necesita de los hermanos, de su misma actitud o situación para alabar o dar gracias, para dejarse así construirse por el Señor. El poderse reunir dos o más en el nombre del Señor (Mt 18.20), es una invasión amorosa y de poder del Señor, es una plataforma básica de lanzamiento, de crecimiento.

El apóstol Santiago (5 ,6) nos enseña a orar juntos e incluso a confesarnos mutuamente nuestras faltas y encontrar así curación. Necesitamos compartir nuestras vidas. Pero por encima de la simple, aunque buena, amistad, de la frialdad del acto u obligación.

Pueden darse grupos pequeños de compartir. Pero siempre habrán de ser cauce de crecimiento, no ghetos, y tampoco meta o simple necesidad psicológica. Serían espontáneos e informales.

Porque para un compromiso más serio y de crecimiento no solo personal, sino del grupo está el llamado grupo de profundización. Su reunión tendrá como base la oración, la enseñanza y el compartir las propias experiencias de vida. El Espíritu del Señor se ha de mover necesariamente, habiendo un clima de fe y de unidad. Esas vidas en una transformación enriquecedora llegarán a ser una levadura en todo el grupo, crecerá todo él, el Espíritu derramará sus dones, será muy alabado el Señor y otros muchos hermanos podrán descubrir al Señor.

IV.-EL ESTUDIO COMO FORMA DE ENSEÑANZA

Nos lamentamos frecuentemente de la ignorancia de los cristianos. Constatamos, por otra parte, los grandes deseos de formación de los hermanos de nuestros grupos. Es que la enseñanza, el estudio, de mil formas, es necesario. Todo grupo sin enseñanza languidece y la persona sin el debido y adecuado estudio no crece.

En el mandato que deja Jesús, según Mt 28.19-20, queda constancia no solo de hacer discípulos, sino de enseñar cuanto EL les había mandado.

Y ya S. Lucas en los Hechos 2,42 nos dice cómo aquellos primeros cristianos perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles.

Por eso, Ralph Martín, hablando de esta cuestión, dice que la efusión del Espíritu Santo es tan solo una parte del largo proceso de la formación cristiana.

De todo lo cual se deduce que no es suficiente para crecer en la vida del Espíritu la sola evangelización primera, es decir, la aceptación de la Buena Nueva de Jesús como Señor y Salvador, que es necesario. Traducido a nuestro caso equivaldría a decir que las catequesis de iniciación para la efusión del Espíritu, y ?ésta, nunca son una meta, un fin de curso, sino que exigen una enseñanza posterior y constante. En el caso de los primeros cristianos, repito, se dice claramente que perseveraban, acudían asiduamente en la enseñanza de los Apóstoles.

Por parte del que enseña habrá de haber discernido sobre las personas y el grupo. ¿En qué situación están? ¿Qué es lo que necesitan? ¿Cómo hay que presentárselo? No caer en el peligro de una bella exposición y poco fruto. La enseñanza ha de ir en orden no de una simple ilustración, sino de una profundidad práctica y progresiva de tal modo, que se identifiquen con la enseñanza, queden enriquecidos y se de una verdadera transformación, aunque lenta, firme.

Todos necesitan enseñanza. En todos ha de haber una preocupación e interés especiales, que han de traducirse en acciones, tiempos, instrumentos, personas, libros, revistas, etc. Es peligrosa la autosuficiencia. No podemos contentarnos con que ya lo sé todo o que ya somos un grupo promocionado. Qué bien que todos los grupos dispusieran de una biblioteca adecuada y que se pudiera preguntar a cada uno ¿qué libro estás leyendo? y nos pudiera contestar favorablemente.

La Palabra de Dios merece una atención especial al tratar del estudio. Uno de los frutos de la efusión del Espíritu es el amor y lectura de la Palabra de Dios. Jesús alababa a los judíos el que estudiaran las Escrituras y les interpelaba a que le descubrieran a El en ellas, pues daban testimonio de El, (Jn 5,39). Ningún día sin meditar, sin orar sobre las Sagradas Escrituras.

Glosando l Tes 2.13, en la Palabra de Dios hemos de ver y reconocer al mismo Dios que habla. No es palabra de hombre, no es mera idea o doctrina, sino vida de Dios, el Hijo de Dios, la Fuerza de Dios, el mensaje de Dios de salvación revestido de palabra humana.

Por nuestra parte sea bien acogida para que sea operante (Is 55,10-11). Oremos personalmente con la Biblia y su lectura sea, a su vez, oracionada. Acudamos a la Biblia, a Dios, en nuestra circunstancia difícil, en nuestro problema agobiante o encrucijada de indecisión. El nos dará su Palabra. Sepamos también mostrar a otros la riqueza de la Biblia que es revelación de Dios y revelación del hombre.

Para vivir, para crecer y luchar, sea según Jer 15.16: "Cuando recibía tus palabras (Yahveh), las devoraba, tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima, yo llevaba tu nombre, Señor. Dios de los ejércitos".





DOS ETAPAS INICIALES PARA EL CRECIMIENTO EN EL ESPIRITU

Por Francisco López, Aranjuez

Respecto a los hermanos que comienzan a venir a los grupos de oración observamos que hay muchos que desconocen la vida en el Espíritu y que deben descubrirla y empezarla a vivir.

Para ellos es necesario un plan de iniciación y de integración.

PRIMERA ETAPA: INIClACION A LA VIDA EN EL ESPIRITU

Esta etapa implica dos aspectos importantes y simultáneos: información y experiencia en la vida del espíritu. Los dos van íntimamente unidos y si atendemos solamente a uno no habrá verdadera iniciación. Es lo mismo que ocurría con el catecumenado cristiano de los primeros siglos, que ponía el acento en la conversación y en la catequesis.

La forma más común de realizar esta etapa es a través del Seminario de las siete semanas sobre la vida en el Espíritu, que de ordinario exigirá que sean más de siete semanas para ampliar y profundizar más en los temas. El Seminario quedará completado con el retiro de dos o tres días, con que acaba, y en el que se recibe la Efusión del Espíritu.

En el Seminario, a la vez que se exponen los temas principales, se va dando información sobre los aspectos más importantes de la vida en el Espíritu: fundamentalmente sobre la Efusión del Espíritu y todo lo que es la R.C., " sobre el valor y la práctica de la oración, que deberá ser una de las preocupaciones más importantes del semanista hasta llegar a hallar gusto y facilidad para la oración. La Renovación es fundamentalmente una experiencia del Espíritu a través de la oración. Por tanto al hermano nuevo hay que aconsejarle un tiempo determinado de oración, que al principio debe ser breve para que resulte fácil de cumplir. El dirigente o acompañante debe orientarle y revisarle este compromiso.

Para empezar, es de aconsejar que no se adquieran otros compromisos más que el de la fidelidad a la oración. Si se quieren adquirir otros, que sean de forma que no les perturbe en su vida de oración.

Este compromiso de oración deberá estar animado y protegido con ciertas prácticas ascéticas, por ejemplo, vigilias de oración, servicios prestados a los hermanos, obras de misericordia, y hasta el ayuno practicado algún día, pues hay que tener muy presente que la vida del Espíritu es una lucha decidida contra todo lo que representa el mundo, la carne y el demonio (Rm 8,5: Ga5, 16). Por esto necesitamos espiritualizar nuestro cuerpo, hacerlo ágil y obediente a las exigencias del Espíritu, no en plan de guerra, sino de adiestramiento para la lucha contra las fuerzas del mal y de nuestro propio egoísmo.

Las dificultades que van a encontrar los nuevos van a ser tentación para abandonar el camino emprendido, que es un camino de conversión, personas que califican la Renovación como algo raro o extravagante, falta de tiempo para la oración, desconfianza y dudas sobre la misma Renovación.

Por esto se aconseja que un dirigente o un servidor se encargue del acompañamiento espiritual de los hermanos iniciados y les vaya aclarando las dificultades que se les van presentando. Esto es ya una forma de discipulado en el seguimiento del Señor.

Una vez hecho el Seminario se celebra el retiro para que se llegue a la verdadera experiencia de fe y de vida en el Espíritu. Se ha de procurar prevenir a los nuevos contra las emociones, pues fácilmente se da un engaño al confundir el estado emocional con la experiencia del Señor. Todo lo que sea emocional es muy transitorio y no deja cambio permanente en la persona ni llega a cambiar una vida.

Después habrá que fomentar las convivencias y encuentros para conseguir unas relaciones personales profundas, muy necesarias para el proceso de integración en el grupo. Si se presenta la oportunidad también es bueno asistir a otros retiros o convivencias de otros grupos para un mayor enriquecimiento.

En esta primera etapa no se aconseja dar a los iniciados puestos de responsabilidad en el grupo, por muy admirable que nos parezca su conversión, ya que la falta de conocimiento y experiencia podrían crear problemas tanto para los dirigentes como para el mismo grupo. En cambio sí que pueden ayudar en alguno de los servicios.

Después conviene seguir dando instrucción. A algunos habrá que adiestrarlos en el manejo de la Biblia y enseñarles a gustar y amar la Palabra de Dios que es luz y vida. Será útil, para el que sea posible, asistir a cursillos o cursos completos sobre la Biblia.

También se debe leer libros que completen la formación, literatura sobre la Renovación, sobre la oración, los carismas, la vida espiritual, y hasta utilizar folletos, cassettes, cantos. etc.

En cuanto a la enseñanza se deberá aclarar los temas fundamentales y repetirlos una y otra vez: qué es la Renovación, la oración de alabanza, la intercesión, la liberación y la curación, la oración en lenguas, el bautismo en el Espíritu, las principales tentaciones y dificultades, la necesidad de comprometerse con el Señor y los hermanos y de caminar juntos, etc.

La duración de esta etapa puede llevar un par de años. Los dirigentes discernirán si el hermano deberá pasar a la siguiente.

SEGUNDA ETAPA: INTEGRACION Y CRECIMIENTO

Esta segunda etapa se da cuando el hermano, convencido ya de que este es el camino claro para la realización de su vida cristiana, y habiendo sido orientado y discernido por los dirigentes, desea seguir en su crecimiento de la vida en el Espíritu. Desea formar parte de un grupo en el que se sienta plenamente aceptado, y que pueda integrarse.

Deberá tener ya una cierta garantía de fidelidad a la oración, tanto personal, como de constancia y asiduidad en el grupo.

Aceptará a los dirigentes en sus orientaciones, pensando que el Señor los ha puesto en su camino para su crecimiento espiritual.

Deberá dar muestras de espíritu de servicio y de disponibilidad al grupo.

Se deberán fomentar mucho las convivencias en el grupo a fin de crecer en las relaciones humanas con todos y cada uno de los hermanos.

En cuanto a la formación, tendrá como objetivo: el llegar a conocer más profundamente a Jesús y por tanto a su plena aceptación, o mejor, a entregarle plenamente la vida.

Esta enseñanza se puede dividir en los siguientes periodos:
1.-Purificación y desmonte de la fe, hasta llegar a una verdadera liberación de todo aquello que es obstáculo para aceptar a Jesús, como único Salvador y Señor. Podemos seguir unos textos bíblicos que nos presentan los diccionarios bíblicos.

2.-Construcción y fortalecimiento de la fe, mediante la insistencia sobre el tema de Jesús. Conocerlo más profundamente, para terminar con una aceptación de su vida.

3.-De crecimiento en la fe, insistiendo en los temas: frutos y carismas del Espíritu, vida en el Espíritu, lo que supone dejarse guiar por El y ser llenados de sus dones.

Otros temas que se pueden tratar en la enseñanza son los Sacramentos, y de modo especial la Confirmación.

Al término de cada uno de estos periodos, se deberá tener un retiro, con una celebración o rito de compromiso. Al final del primero con una renuncia especial a todo lo que significa el pecado, el demonio, el mal. En el segundo, haciendo una profesión de fe, con la aceptación de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y al finalizar el tercero, recibiendo el sacramento de la Confirmación, para los que no lo hayan recibido, o renovando la Efusión del Espíritu, o recibiéndola por primera vez.

La duración de esta etapa puede ser de dos o más años.

Los hermanos irán sintiendo la necesidad de un mayor compromiso, de un mayor crecimiento en la vida del Espíritu.

Los compromisos de esta segunda etapa serán de una mayor fidelidad a la oración, tanto personal como comunitaria. Más integración en el grupo, más transparencia y espíritu de disponibilidad en algún servicio o ministerio del grupo. También podrán aceptar algunos servicios y compromisos fuera del grupo, como pueden ser en las parroquias, y también habrá que iniciar ya alguna forma de compartir bienes en el grupo.

Estas son las que podríamos llamar etapas iniciales, pues aún podemos distinguir otras dos siguientes: etapa de grupos de profundización y etapa de comunidad de alianza.






EL ACOMPANAMIENTO ESPIRITUAL
MEDIO DE CRECIMIENTO


Por Xavier Quincoces i Boter

"Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con Ellos". (Lucas 24, 13-15)

San Lucas empieza y termina su Evangelio con dos experiencias maravillosas de Acompañamiento espiritual.

La primera la tenemos en Lc 1,39-45: "En aquellos días se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando oyó Isabel el saludo de María saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz dijo: 'Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!'"

María a impulsos del Espíritu Santo lo deja todo, y en el momento oportuno, cuando Isabel la necesitaba, se dirige a su casa para ayudarla, para acompañarla.

La segunda experiencia está en Lc 24,13•35: es el texto, con el que hemos encabezado este artículo, de los discípulos de Emaús. En este pasaje vemos en Jesús todas las cualidades del acompañante ideal, como se dirá al final de estas líneas. Jesús se acerca a ellos en un momento muy decisivo, sin ruido, con dulzura, los acepta como son, les pregunta, les escucha, no se impone... y provoca en ellos una oración de petición: "Quédate con nosotros" (Lc 24,29).

LA ACOGIDA EL PRIMER ACOMPAÑAMIENTO

Si observamos un grupo de oración durante varias semanas, posiblemente dos asambleas de oración con un interés evidente y faltas de acogida regresan a sus casas con una serie de preguntas que posiblemente no podrán ser contestadas, pues nadie se ha acercado a ellos. Estas personas terminan por dejar de asistir al grupo. Otras, haciendo un acto de fe en Dios y de confianza en la oración, se deciden a hacer el Seminario de iniciación, encuentran un equipo que las atiende durante estos días y normalmente piden la efusión del Espíritu. Pero si falla el acompañamiento difícilmente podrán superar los combates espirituales y tentaciones que acompañan a todo crecimiento auténtico en la vida del Espíritu. Les puede ocurrir que aquellos que les animaron a pedir la fuerza del Espíritu no estén ahora a su alcance en momentos en que necesitarían una palabra de aliento, un pasaje oportuno de la Biblia, una oración de intercesión, para superar las primeras dificultades que se les presentan.

Del ministerio de acogida depende en gran parte el crecimiento y el porvenir de los grupos de oración. Ha de ser un ministerio responsable y activo y su acción se notará en la vida del grupo.

EL ACOMPAÑAMIENTO NECESARIO PARA UN CRECIMIENTO ARMONICO

Hoy por desgracia no es fácil encontrar buenos maestros de la vida espiritual. Los grandes santos sintieron necesidad de ayuda espiritual y siempre temían actuar por su propia cuenta, como San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, etc. En su crecimiento espiritual, tal como ellos manifiestan, debieron mucho a sus maestros o directores espirituales.

Ante la dificultad que tenemos para hallar buenos acompañantes, la Renovación Carismática ha ideado un modo sencillo de cierto acompañamiento espiritual, que es distinto de la dirección espiritual y no trata de suplirla, pero que es una forma de acogernos mutuamente como nos acogió Cristo para gloria de Dios (Rom 15.7) y de "ser sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5,21), y, sin duda, un medio de vivir la transparencia y de crecer en la vida del Espíritu.

El papel del acompañante es muy limitado, pero su importancia reside precisamente en esta misma limitación, ya que está solamente para dar testimonio de la presencia de Jesús que espera mucho de nosotros. Deberá hacer de guía como un montañero; a veces irá delante, a veces de lado y otras detrás del acompañado.

Y PARA EL CRECIMIENTO EN LA VIDA COMUNITARIA

En el acompañamiento espiritual se revisan todos los aspectos de nuestra vida:

a) Nuestra relación con el Señor. Nos relacionamos con el Señor de manera especial a través de nuestra oración personal y comunitaria.

El acompañante discernirá el tiempo que debemos dedicar cada día a la oración, una hora, media hora ... más o menos tiempo, en relación con nuestra situación espiritual o llamada del Señor, nuestro ministerio y las condiciones que nos impone el trabajo y la vida de familia. No se puede pedir el mismo tiempo de oración a una persona que sale a las seis de la mañana para su trabajo y que regresa a casa por la noche, que a otra con un horario mucho más holgado y flexible.

También el acompañante verá cuál es el momento más adecuado para la oración, si por la mañana o por la noche antes del descanso.

Por supuesto su ayuda ha de servir también para encontrar o mejorar la forma de hacer la oración. Son muchos los hermanos de la Renovación que rezan las horas del Oficio Divino, que es la oración oficial de la Iglesia universal, y están llenas de inspiración y profundo contenido espiritual. Si para alguno no es posible rezarlas todas completas, al menos la oración de la mañana, que son los Laudes, o la oración de la tarde, las Vísperas, o la oración de retirarse al descanso, las Completas.

b) Nuestra relación con los hermanos. En nuestro diálogo y transparencia con el acompañante habrá que revisar también la relación con todos los hermanos del grupo o comunidad, sobre todo cuando las relaciones interpersonales se han deteriorado. El nos hará ver la necesidad de una pronta reconciliación y hasta nos puede ayudar.

Otro aspecto importante es nuestra asistencia al grupo e integración en los servicios y ministerios. Si, por ejemplo, estoy en el ministerio del canto, ¿acudo a los ensayos con puntualidad e interés?; si estoy en la acogida o en el ministerio de la Palabra, ¿acudo media hora antes del comienzo de la oración para acoger, o para preparar con oración la asamblea que tendremos momentos después?

Un aspecto que no se debería pasar nunca por alto es el del servicio. Hay hermanos que tardan en comprender esto y no prestan ningún servicio al grupo, es decir a los demás hermanos. Todos tenemos que tener la preocupación de servir en algo. Para esto he de procurar de no ser de los que siempre llegan tarde, cuando ya todo está preparado y hasta ya ha empezado la asamblea.

Revisaremos también nuestro compromiso económico con la comunidad. El acompañante deberá discernir cuál debe ser la aportación mensual para contribuir a compartir bienes en comunidad; puede ser una aportación fija, pero revisable de vez en cuando, ya que la situación económica puede variar de un mes a otro. En su revisión se han de tener en cuenta los ingresos de cada persona, pero también los gastos y la situación familiar, número de hijos, etc. Este compromiso nos va enseñando poco a poco, teniendo en cuenta las propias necesidades, a compartirlo todo y a practicar el desprendimiento evangélico y la sobriedad de vida. Nos enseña a dar, pero también a recibir y a pedir con humildad cuando nos haga falta. Cuando alguien está en dificultad económica, el acompañante deberá hablar con los dirigentes del grupo no solo para que sea liberado del compromiso de aportar algo, sino para que reciba de la comunidad la ayuda que necesita.

c) Aspectos de la propia vida. Con el acompañante debemos poner en común la vida de cada día en los siguientes aspectos:

Nuestro Trabajo: ¿cómo marcha nuestro trabajo?, ¿es el que nos conviene para dar testimonio de la presencia del Señor Jesús en nuestras vidas, o deberíamos cambiarlo si fuera posible?, ¿trabajamos con honradez y eficacia? Si somos empresarios, ¿se mueve nuestra empresa en un ambiente de justicia social?

Nuestra vida familiar o comunitaria: los matrimonios debemos examinar cómo vamos creciendo cada día a nivel de pareja y cómo es nuestro diálogo, las relaciones con nuestros hijos y con los demás miembros de la familia, y qué oración familiar hacemos, etc....

El religioso o la religiosa debe revisar cómo van sus relaciones con la comunidad desde que se encuentra en la Renovación. ¿Estoy al servicio de los hermanos y soy asequible a todos?

Nuestra vida social. La sociedad está enferma y la situación socio-política de nuestro país necesita constantemente del testimonio de comunidades cristianas y de cristianos que tengan el Evangelio como ideario, y que sean luz y esperanza para todos los hombres, especialmente para los más pobres y marginados.

¿A qué clase de acción socio-política nos llama el Señor? Quizá a colaborar activamente en la asociación de padres del colegio de nuestros hijos, quizá a comprometerme mucho más en la parroquia, quizá alguna forma de compromiso político. El acompañante deberá discernir nuestra situación en este aspecto.

A veces estamos absorbidos por demasiadas actividades y reuniones a la semana. Esto dificulta nuestro crecimiento espiritual, familiar y comunitario, y hasta puede poner en peligro nuestra salud. Con el acompañante hemos de discernir qué debemos dejar.

Naturalmente quedan más puntos que tratar. Este esquema que presentamos aquí debe ser adaptado a las situaciones concretas de cada comunidad, cuyos dirigentes debe discernir quiénes necesitan acompañante y quiénes pueden ejercer este ministerio. El acompañante y el acompañado deben poder actuar con gran libertad de espíritu, de forma que si conviene en algún momento se pueda pedir un cambio a los dirigentes, sin ninguna dificultad.


CUALIDADES DEL ACOMPAÑANTE

El que acompaña debe ser alguien:


-que ore,
-que experimente en su propia vida ?la acción del Espíritu,
-que tenga fe en la Palabra y en su eficacia,
-que sepa maravillarse,
-que viva la transparencia,
-que sepa y admita que puede caer,
-que ame y conozca la paz,
-que sepa perdonar sin resentimiento,
-debe saber acoger con buen humor, con alegría y cordialidad,
-debe saber escuchar no solamente con el oído, sino con los ojos, con todo el ser,
-debe saber callarse y no tener respuesta para todo; el otro, solamente podrá hablar si nosotros callamos; entonces podremos descubrir todas sus riquezas, sus deseos, su interior.



ALGUNAS CONSIDERACIONES PRÁCTICAS

Estas consideraciones son fruto de la experiencia, y conviene tenerlas en cuenta para el buen fin de este ministerio.

-El acompañante, a ser posible, debe ser del mismo sexo que el acompañado, incluyendo a los sacerdotes, pues el acompañamiento no debe ser nunca confundido con la dirección espiritual.

-A ser posible, los matrimonios tendrán a otro matrimonio como acompañante: se verán primero a solas hombre con hombre y mujer con mujer, y a continuación tendrán una entrevista todos juntos, teniendo naturalmente la suficiente discreción para mantener en reserva las confidencias personales que se puedan haber hecho.

-Si no hay dificultad, se procurará que el acompañante de un sacerdote sea otro sacerdote, y el de una religiosa sea otra religiosa, aunque naturalmente puede haber todas las excepciones necesarias.

-No debe haber ningún caso de acompañamiento mutuo, yo soy tu acompañante y tú eres el mío, ya que lleva el peligro de cierto confusionismo.

-La entrevista puede ser una vez al mes, con una duración que no es necesario que pase de una hora.

-Se procurará que nadie tenga más de tres acompañados, para no tomar un trabajo que luego le resulte difícil de cumplir.

-¿Cómo se escoge un acompañante? Primeramente se debe hablar con los dirigentes del grupo, manifestándoles nuestro deseo de tener un hermano que nos ayude a avanzar en la vida, en el Espíritu. Si los dirigentes lo ven conveniente (a veces hay que dar antes otro pasos), pedirán al hermano que les sugiera tres nombres de personas que él crea le pueden ayudar. Después de un discernimiento, los dirigentes hablarán con una de estas tres personas para recomendarle este ministerio en nombre de toda la comunidad.

- Todos los acompañamientos espirituales en una comunidad son públicos o sea que todos saben quién acompaña a quién. Esto facilita las relaciones comunitarias, pues si veo algo inadecuado en algún hermano podré hablar con su acompañante, el cual en momento oportuno y si lo cree conveniente le podrá, transmitir mi inquietud.

Este acompañamiento espiritual es una forma sencilla y profunda de caridad. Si amo a mi hermano, desearé que se acerque a Jesús, que le conozca y forme parte de su vida. Así somos verdaderos cooperadores de Cristo unos para con otros.





EL CANTO EN LA ASAMBLEA DE ORACIÓN.

Leyendo los capítulos 29 y 30 del II Libro de las Crónicas, en los que se narra la preparación para la celebración de la Pascual, instaurada por Ezequías, vemos cómo los levitas músicos se establecen en el templo con toda suerte de instrumentos, y esto se hace “por mandato de Dios, por medio de los profetas”. Cuando los músicos está ya colocados en su sitio, el dirigente hará comenzar la oración (29,27).

En nuestras asambleas litúrgicas y de oración el canto ha de revestir la misma dignidad y esplendor, ya que ante todo es oración y alabanza. Esto quiere decir que nunca puede ser signo de evasión o de distracción en la oración. "Toda la asamblea estaba postrada (adoraba), mientras los cantores cantaban y las trompetas sonaban" (2 Cro 29. 28).

Lo mismo que ocurría en aquellas celebraciones de Israel, en las nuestras también la oración y la música se dan paralelamente "hasta el fin del holocausto” (29, 28), es decir, hasta que nos abandonamos totalmente al Señor en la oración. El comienzo, por tanto, deberá estar apoyado con cantos de entrega y abandono en El (purificación, toma de conciencia de su presencia, invocación, etc.) para después comenzar los cantos alabanza exultante (29, 30s). Es necesario que esta alabanza y el canto se manifiesten en el grupo como adoración profunda. Entonces se podrá aplicar la palabra de Ezequías: "ahora estáis totalmente consagrados al Señor" (29, 31).

a).- Casi todos los grupos tienen ya establecido el ministerio de música, lo cual quiere decir que se encomienda a los hermanos que lo componen la responsabilidad de escoger en cada momento la canción oportuna, y no es conveniente que cada hermano de la asamblea entone un canto en cualquier momento o simplemente pida que se cante tal número. Desde luego en la realización de este ministerio han de estar en completa sintonía con los que dirigen la oración y en alguna ocasión serán ellos los que sugieran un canto u otro. Para esto convienen que se sitúen junto a los que llevan la oración. No es indiferente poner un canto u otro. Debe haber un criterio muy claro para la elección: estar muy atentos al ritmo que lleva la oración y cómo el Espíritu del Señor se está manifestando. Por tanto, hay que estar haciendo un discernimiento constante para elegir un canto u otro.

Para esto es necesario que los que participan en este ministerio de la música lleguen ante todo a centrarse en la oración.

Este ministerio es para "estar de continuo en la presencia del Señor" (1 Cro 16,37 y 6, 16). Cuando se reconoce la presencia de Cristo entre nosotros, entonces nuestro canto es oración. Nuestra vida y nuestro canto han de reflejar al Dios que vive en nosotros, y por esto debe ser una expresión gozosa y alegre.

b).- "Alabad a Yahveh, que es bueno salmodiar, a nuestro Dios, que es dulce la alabanza" (Sal 14 7, 1).

Los hermanos que llevan el ministerio de la música de cada grupo deben reunirse con cierta regularidad. Deberán orar mucho en común y ayudarse en la maduración de la oración y de su ministerio. En estas reuniones programarán también sus actividades, ensayos y harán revisión de los actos celebrados.

Después deberán organizar los ensayos del grupo. Los ensayos ya deberían ser oración, y habría que saberlos valorar en cada grupo y por tanto no considerarlos como algo ajeno a la oración.

Durante los ensayos también se puede ir dando una breve catequesis de cada canto, lo cual ayudará a ensayar con espíritu de oración y a profundizar en el canto.

c).- Generalmente los hermanos del ministerio son los que animan la oración e invitan a la asamblea a la alabanza. Al presentar el número del canto sería conveniente a veces hacerlo con una breve "oración" que una la línea general de la oración del grupo con el canto escogido. Es así como este ministerio es un elemento catequizador y evangelizador que hay que saber aprovechar.

d).- Conviene tener un poco clasificadas las canciones. Hay unas que son de gran expansión y euforia de alegría, otras que son de evangelización, otras de oración íntima y de adoración o de contemplación.

e).- A este respecto es importante recordar la importancia que tienen en las asambleas los momentos de silencio, sobre todo después de haber escuchado la lectura de un texto bíblico que viene muy oportunamente al grupo, o después de los mensajes proféticos, o después del canto en lenguas. No hay que tener miedo al silencio. A veces los que dirigen la oración, si no tienen experiencia, se ponen nerviosos cuando hay un silencio y enseguida recurren al canto como una buena salida. Quizá lo que necesite la asamblea sea una exhortación o personas que sepan dirigir la oración.

f).- Todos sabemos el gran valor que tienen en ciertos momentos el canto cuando se acompaña con gestos, movimientos, o danza. Es importante hacer saber al grupo que todo esto es una forma de alabar al Señor, pues también el cuerpo participa en la alabanza. Que "los hijos de Sión alaben su nombre con la danza" (Sal 149,3). El baile y la danza sagrada, que Israel tenía en su liturgia, es un elemento que hemos perdido en la Iglesia, y la Renovación en el Espíritu nos los está devolviendo en buena hora, haciéndonos ver que no son cosas irreverentes, cuando se hacen con espíritu de oración, sino alabanza profunda, como lo fue para David (1 Cro 13, 8), y la misma Escritura dice que el Señor "exulta de gozo por ti, te renueva por su amor, danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta" (So 3, 17-18).

"Un buen ministerio musical cuidará de dosificar convenientemente la palabra, el canto y el silencio. Sabrá conservar los mejores cantos conocidos, prefiriendo lo bueno a lo nuevo, sin dejar que el afán de novedad lleve al olvido de las canciones de antaño, pero ensayando también otras nuevas que impidan caer en la rutina, vitalicen la asamblea y le proporcionen formas inéditas de orar. Aún las formas conocidas se pueden perfeccionar. Un ministerio musical estará siempre en camino de progreso, educándose de continuo y ayudando a la formación de toda la asamblea.

Se debe examinar el contenido de los cantos, su mensaje, su letra, para destacar la relación que guardan con la fe, porque a veces fueron compuestos en ambientes que no guardan plena comunión con la Iglesia Católica o inadvertidamente se escapó algún error doctrinal.

A veces la letra puede estar recargada de sentimentalismo, de modo que resulte empalagosa...

El canto de la asamblea, de la coral y de los solistas puede alternarse de diferentes maneras. Mencionemos las más usadas:


- Forma de melopea: el lector o el solista entonan el himno o salmo y la asamblea subraya las palabras, musitando la melodía a "boca cerrada".

- Forma responsorial: El solista o la coral entonan las estrofas del cántico, o los versículos del salmo, y la Asamblea responde con el "coro" o con la "antífona".

- Forma litánica: Los solistas entonan las diversas invocaciones y la Asamblea responde con una corta plegaria, que puede variar según la índole de la letanía.

- Forma coral: Toda la Asamblea interviene en el coro y en las estrofas.

- Forma alternada: La Asamblea se divide en dos coros que se responden mutuamente alternando las estrofas del himno o los versos del salmo.

- Forma de "canon". La Asamblea se divide en dos, tres o más coros que entonan una estrofa entrando cada coro gradualmente, de manera que se dé una bella polifonía, muy sencilla de enseñar".

(DIEGO JARAMILLO, Cantemos al Señor, Centro Carismático "El Minuto de Dios", Bogotá, pag. 12 y 17).