La familia

CAMINO DE LA CRUZ SIN TRIUNFALISMOS


En el Evangelio vemos cómo la seducción del poder y de la gloria está constantemente acechando al Reino de los Cielos. Las tentaciones de Jesús en el desierto van directamente contra el procedimiento de anonadamiento que el designio de Dios había escogido como medio de Redención. Los Apóstoles, que no acababan de entender el camino de la cruz (Mt. 16. 21-23) y hasta se peleaban por ocupar los primeros puestos (Mt. 20,20-28), siguieron hasta Pentecostés esperando un reino mesiánico de poder y gloria.

En el transcurso de los siglos la Iglesia ha sufrido siempre esta tentación, y en determinadas épocas de su historia ha vivido el poderío temporal. Asimismo, sus instituciones y las órdenes religiosas.

En la Renovación Carismática no estamos inmunes de esta debilidad. Las formas como toma cuerpo son muchas. Podemos respirar triunfalismo en nuestras grandes asambleas, en los congresos nacionales e internacionales, en los que miles de personas vibran de gozo y aclaman entusiásticamente al Señor. Estas celebraciones masivas son necesarias, pues para todos constituyen una firme convocación a responder a la llamada de Dios, y el Señor actúa poderosamente, sanando y salvando a los hombres y dejando oír su palabra, y ofrecen el testimonio y una proclamación pública del Señorío de Jesús, Salvador del mundo. Todos nos sentimos muy bien en esos momentos, en ambiente de fiesta y manifestación desbordante de alegría.

Pero no debemos hacernos a la idea de que la Renovación Carismática consista en esto. El grado de presencia del Espíritu del Señor en los grupos y comunidades, la calidad y autenticidad de la Renovación no hemos de medirla por estos acontecimientos, que siempre serán necesarios y maravillosos, sino por otros parámetros en los que nada hay de triunfalismo.

Son los hitos que ha de recorrer la verdadera renovación y que con anhelo hemos de buscar en cada grupo. He aquí algunos de los más importantes:

l. El grado de conversión a que llegamos, que se ha de apreciar por los cambios profundos en nuestra vida, por la perseverancia a través las muchas pruebas y crisis por las que hay que pasar, por la manifestación constante del amor y de la paz entre unos y otros.

2. Si hay conversión, habrá entrega de sí mismo y de la propia vida al Señor según El nos invita: "Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará" (Mc. 8.35). Cada hermano está llamado a ser un comprometido por el Señor, a servir a los demás (Mt. 20,27-28) a confesarle públicamente con el testimonio y la evangelización (Mt. 10,32-33). De aquellos que vienen al grupo con gran entusiasmo, pero que no llegan a tal compromiso, no se puede esperar mucha perseverancia. No obstante hay que acogerlos y con la enseñanza y el testimonio invitarlos siempre a darse al Señor.

3. La conversión se manifiesta en el amor a la voluntad de Dios, es decir, en la fidelidad a su palabra, a las directrices de la Iglesia y de sus responsables más inmediatos, en esa sumisión siempre tan difícil de entender y practicar. Nadie puede vivir la Renovación a su aire, ni caminar en solitario, pues somos un cuerpo.

4. La vida cristiana es una lucha constante (Ef. 6. 10-20). Quisiéramos no tener que luchar. Pero para el cristiano no hay otra alternativa: no es posible evadir la Cruz (Flp 3.18: Mt 10.38) o vivir una idílica vida del Espíritu sin persecución ni tribulaciones (Jn. 15, 18-17 y 16.1-4; 2 Tm. 3.12).

"La comunión en sus padecimientos" (Flp. 3.10) es la forma de compartir ahora con Cristo su Cruz y su Muerte (2Co. 4.10), y de completar, por lo que a cada cristiano respecta, "lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia" (Col. 1 .24).

Mantengamos celosamente en los grupos el sentido de autenticidad de una renovación que debemos medir por los frutos del Espíritu, por la profundidad de la conversión, por la entrega y compromiso de las personas, más que por las manifestaciones de los dones y por los desbordamientos de gozo.

Sigamos dispuestos a trabajar en la obscuridad, al ritmo callado del crecimiento de cada día, conforme el Señor va forjando en nosotros al hombre maduro en la fe: "¡Manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que nuestro trabajo no es vano en el Señor!" (1 Co. 15,58).






LA FAMILIA EN SU DIMENSIÓN MÁS ESENCIAL:
PAREJA- HIJOS- DIOS.

Por Luis Martín


La familia cristiana está llamada a ser reflejo y viva imagen del misterio de la Trinidad, una comunidad de vida y de amor. El clima constante entre sus miembros no puede ser otro que el de armonía, amor, solicitud de unos por otros. El desarrollo humano, integral y equilibrado, de los hijos no se realizará si no se logra este grado de bienestar espiritual.

Para que cumpla con todos sus fines y llegue a producir aquello que exige su propia naturaleza es necesario que la familia funcione bien en estas tres dimensiones:

- la pareja
- la relación padre-hijos
- su fundamento en el Señor.

Cierto que hay otros aspectos de la familia que son muy importantes, como son su dimensión eclesial, su participación en la vida de la sociedad, su servicio a los demás. Sin embargo vamos a limitarnos a las tres dimensiones primeras, ya que son el fundamento y la esencia misma de la familia. De ellas depende la pervivencia de la familia y toda su proyección hacia el exterior.

I.- La realidad de la pareja

Son muchos los matrimonios en los que, a pesar de hallarse lejos del rompimiento, no llega a realizarse la unidad y armonía de la pareja. Se da una considerable falta de entendimiento, no es un matrimonio bien logrado y no se mantiene el espíritu de la pareja.

l. Una de las cosas que más suele fallar en muchos matrimonios es la comunicación. Cuando falta comunicación uno se hace totalmente extraño al otro, y entonces dejan de ser una sola carne y empiezan a ser dos, cada vez más distintos y lejanos el uno del otro.

Si esto ocurre, cada uno trata de evadirse como puede de la tensión que se crea, y se puede refugiar en los hijos, en la profesión, en el trabajo, en cualquier actividad creativa o social, por no mencionar más que los escapes lícitos, pero todo puede llegar más lejos, hasta buscar incluso otras compensaciones prohibidas.

En la mayoría de los matrimonios se da por supuesta la comunicación, y sin embargo no hay nada más engañoso.

La comunicación es fundamental para la pervivencia de la pareja y también de toda la familia, la clave de su unidad y del clima de amor en que debe vivir, resultando imprescindible para la solución de cualquier conflicto que pueda surgir.

Más que tener unos momentos programados, la comunicación tiene que ser una atmósfera constante que se extienda a todos los momentos y actividades en forma de presencia amante, en forma de comprensión, en forma de diálogo en el que se sepa y se quiera escuchar al otro. Escuchar no es solamente oír lo que el otro dice, sino hacerse consciente de lo que quiere expresar, de sus sentimientos, de su situación.

Cuando se ha llegado a cierta indisposición para la comunicación entre los esposos resulta muy difícil conseguir un verdadero encuentro de apertura y transparencia. Sin embargo, hay que buscarlo y hacer lo que sea necesario para salvar la pareja y el matrimonio. El Encuentro Matrimonial ha logrado grandes resultados en este aspecto y para muchos matrimonios que se hallaban ante obstáculos insalvables ha sido una solución providencial.

2. El éxito de cualquier matrimonio hay que buscarlo siempre en lo que hay de más espiritual en la persona, por tanto en un constante intercambio afectivo, intelectual y espiritual. Si en cualquiera de estos tres niveles se impide o se dificulta la comunicación se provoca una ruptura, que quizá nunca llegue a consumarse externamente, pero siempre nos encontraremos en un foso infranqueable entre dos personas que tendrían que ser una misma carne. Imprescindible, por tanto, mantener un intercambio afectivo que exige una constante manifestación de afecto y una relación sexual adecuada; un intercambio intelectual por el que se comunique y se diga todo sin mantener reservas ni zonas obscuras; un intercambio espiritual en el que también se dé una comunicación recíproca de la vivencia religiosa.

3. Más importante que los hechos es el espíritu con que se vive la unión matrimonial, es decir, la actitud física, moral y espiritual que está siguiendo cada uno de los esposos para con el otro.

El diálogo, por ejemplo, es escuchar, son unas palabras, pero sobre todo son unos sentimientos y unas actitudes. Si tenemos el caso de que hay diálogo, pero se está tratando al otro con desconfianza, con ira, con criticismo o rechazo, o queriendo ganar a toda costa mi propia razón en contra del otro, el resultado no va a ser más que provocar que él responda de la misma manera o que en él quede una herida profunda

"Toda unión conyugal lleva consigo dificultades inevitables ligadas con todo lo que diferencia y separa a los miembros de la pareja. Surgirán los obstáculos, paralizando la buena voluntad de ambos, engendrando dudas, miedos y sospechas de que uno se ha engañado... No hay por qué alarmarse ante semajantes retrocesos. Responden a las sacudidas de una sensibilidad directamente afectada por todos esos imponderables que condicionan la vida de la pareja. Lo esencial es que no nos detengamos en ellos y que no les concedamos mayor importancia de la que efectivamente tienen. Pero es evidente que el éxito del matrimonio tropieza con obstáculos imprevistos cuyas tempestuosas repercusiones no se podían haber previsto. Sucede a veces que la pareja sale a su encuentro y las acepta tranquilamente, sin darse mucha cuenta de los riesgos que suponen; pero lo más frecuente es que no se preocupen de ellos más que cuando está ya comprometido el equilibrio del hogar" (ELISABET GRIGNY, Un matrimonio logrado?, en Amor y Familia, Ed. Sígueme, Salamanca 1967, p. 114-115).

Alerta constante ante los verdaderos obstáculos
4. La misma autora que acabamos de citar distingue los falsos obstáculos en la vida de cada pareja, como pueden ser las distintas crisis de toda vida conyugal, que solamente serán obstáculo en la medida en que cada uno se cierra dentro de ellas sin llegar a dominarlas, la falta de hijos, la falta de dinero, las tentaciones que pueden surgir.

Pero los verdaderos obstáculos se basan en manifestaciones mucho más profundas de la personalidad y de e1los depende en gran medida la madurez psicológica. Todos pueden reducirse a uno de los siguientes:

a) El egoísmo que a cada uno le hace replegarse sobre sí mismo y le impulsa a buscar su propio gusto, anteponiéndole siempre al del otro.

b) El orgullo que subrepticiamente se introduce, tratando de establecer unos derechos ficticios del uno sobre el otro, como forma de buscar una superioridad sobre el otro a quien se juzga inferior. Entonces queda falseada la verdadera intimidad y se hace imposible la comunicación, el diálogo sereno, el olvido y el perdón. El orgullo se disimula bajo muchas formas: falso amor propio, autoritarismo, susceptibilidad, la mentira, los derechos que cada uno se arroga, los celos injustificados.

c) La pereza o desgana de querer cambiar y mejorar la situación. Cuántas veces uno es consciente de que la cosa está mal, pero en el fondo tampoco se quiere que mejore o que cambie.

d) La falta de madurez afectiva: es la causa más frecuente de los fracasos. Por muy adultos que seamos, es posible que en el plano afectivo sigamos en una fase infantil o adolescente. Como consecuencia, uno se centra en sí mismo, incapaz de atender al otro, y ante los propios fallos trata de hacer responsables a los demás, pues nunca será capaz de asumir la parte que le corresponde en sus equivocaciones.

A pesar de todas las dificultades, es posible y debemos afirmarlo claramente, como un hecho innegable, que hay matrimonios felices y completamente logrados, los cuales no se han de considerar excepción, sino que hemos de verlos más bien como la norma de lo que tiene que ser y a lo que es posible llegar.

Para hallar su verdadero grado de equilibrio y tratando de salir al encuentro de su propia realización, cada pareja ha de vivir a su manera una unión que siempre tendrá que crecer y madurar, procurando seguir una línea general de actitudes internas que siempre han sido comunes a todas las parejas bien logradas:

- conocerse y aceptarse: el conocimiento del otro no termina jamás, ya que cada uno está siempre evolucionando, y los repliegues más profundos de la personalidad se van revelando a medida que se van presentando unas determinadas circunstancias. Aceptar al otro tal como es, significa rechazar las falsas ilusiones que se había formado del otro.

- darse a conocer: lo cual significa presentar al otro toda la propia personalidad, no sólo un aspecto. Para esto, el diálogo, en el que uno no se repliegue sobre sí mismo ni se refugie en el silencio.

- ayudarse y compartir: porque cada uno tiene necesidad del otro para que se realice la concordia y porque ayudarse es querer el verdadero bien del otro. La ayuda será más fácil si se comparte todo, y compartirlo todo es el verdadero símbolo de la relación que el amor establece entre dos.

- entregarse: es la última condición para que el matrimonio tenga éxito. Entonces todo lo dicho anteriormente no resulta duro ni difícil.


II. - La relación padres- hijos.

La relación padres-hijos presenta muchos aspectos y en las familias de hoy se hace cada vez más compleja y problemática. Para muchos matrimonios llega un momento en que se convierte en verdadera pesadilla, pues no saben cómo tratar a los hijos cuando empiezan a ser mayores, ni a quién recurrir.

Nadie puede ofrecer soluciones fáciles ni métodos preconcebidos. Pero sí se pueden marcar unos principios y unas líneas a seguir.

Lo primero que se requiere y que es básico para que la relación padres-hijos sea buena es que la pareja funcione bien tal como se ha visto en el capítulo anterior. En muchos matrimonios hay que buscar aquí la raíz del problema tan grande que sufren con sus hijos. Que funcione bien la pareja es la primera base para solucionar y también precaver muchos problemas respecto a los hijos.

l. Si tuviéramos que establecer un principio y fundamento de la verdadera educación, habría que formularlo poco más o menos así: para educar bien al hijo, los padres deben amarse tanto que no formen más que una sola cosa al amar al hijo.

"Un niño, para vivir y para crecer como es debido, tiene necesidad de ser amado y de sentirse amado. Nunca jamás su padre y su madre lo amarán demasiado. Pero, es precisamente de su amor mutuo de donde brota el amor con que aman a sus hijos, ya que está allí la fuente del mismo. Y volvemos de nuevo a la misma verdad que indicábamos. Para educar al hijo que ha nacido de ellos, el padre y la madre tienen que formar una unidad. Para amar al hijo nacido de su amor tienen que ser una sola cosa. Ahora bien, no serán una sola cosa más que por su amor mutuo”. (JEAN RIMAUD, S.J., La educación familiar, Amor y Familia. p. 59).

2. Igualmente es importante saber amar. Todos los padres creen que aman a sus hijos, pero en muchos casos, más que amor lo que existe es una necesidad psicológica del hijo, otras veces se busca dar respuesta a los propios conflictos personales, o se proyectan en el hijo los problemas no resueltos.

Se ha dicho que la familia es una comunidad compuesta de dos comunidades, la de los padres y la de los hijos, unidas ambas pero distintas y relativamente independientes. Sin querer o sin darse cuenta, algunos padres impiden que se forme esta comunidad que los niños necesitan para su pleno desarrollo. No hay que interferir en su mundo, sino respetar su autonomía.

3. Saber educar a los hijos es algo que supone y exige muchas cosas: una personalidad equilibrada en cada uno de los padres. Un matrimonio unido y logrado, ir siempre los dos de común acuerdo como si fueran una misma cosa, ofrecerles constantemente actitudes de amor, equilibrio, paz, serenidad y alegría.

Hay padres que piensan haber cumplido con su deber cuando hacen a los hijos una reflexión o les dan muy sabios consejos, sin llegar nunca a reparar hasta qué punto en el compartimiento de la vida diaria en el hogar sus propias actitudes de agresividad, de orgullo, de ira, de irritación desenfrenada, de angustia, o sus discusiones constantes están marcando y condicionando la conducta presente y futura de sus hijos.

Lo que hacen los padres y el ambiente que se respira habla y modela más directamente a los hijos que todas las palabras.

Esto es de especial importancia en lo que se refiere a la educación de la fe, pues los padres como "cooperadores de la gracia y testigos de la fe", como, "los primeros evangelizadores y educadores de la fe, (Vat. II) son los que han de transmitir convicciones religiosas profundas. También en la fundación insustituible de infundirles el sentido de respeto al trabajo, haciéndoles participar en las pequeñas tareas de casa para aprender así el sentido de solidaridad, de participación, del orden y, lo más importante: aprender a tener en cuenta a los demás, a interesarse por ellos por encima del egocentrismo, a compartirlo todo, es decir, aprender a amar.

En este sentido hay que orientar también la educación sexual, que es un deber de los padres y que se ha de realizar dentro de la educación de la inteligencia y del corazón, de forma que no se quede sólo en la explicación del origen de la vida, sino que sea una preparación para amar y les abra los ojos a la grandeza de la verdadera donación.

Saber amar quiere decir también que antes que acceder a muchos gustos y caprichos, es más importante y supone mayor amor el mantener siempre unas actitudes serenas de bondad, paciencia, buen estado de ánimo y humor ante los niños.

4. Ante los casos, cada vez más numerosos, de familias en las que se está viviendo un terrible conflicto entre padre e hijos, es necesario tener en cuenta algunas normas que siempre serán básicas, pero que no son más que la forma natural de amar a los hijos, y de amarlos como ellos tienen derecho a ser amados.

a) Como algo fundamental que hay que darles desde que empieza la educación, cabe señalar:

- ir siempre los dos, el padre y la madre, de común acuerdo en lo que a la educación se refiere, sin que se den discrepancias o contradicciones manifiestas entre lo que dice uno y el otro. Toda discusión entre los padres delante de los niños les infunde inseguridad, angustia, y desconfianza inconsciente respecto a sus padres;

- dedicarles tiempo, todo el que se pueda, sin que parezca tiempo perdido, pues lo necesitan. Esta ha de ser en la vida diaria, en las sobremesas, a la vuelta del colegio, en los fines de semana, en las vacaciones. Dedicarles tiempo quiere decir escucharles e interesarse por todo lo que les pasa en el colegio, pero también jugar con ellos, sobre todo cuando ellos lo piden, en algún deporte, en excursiones que organiza la familia, en el campo.

El niño tiene que irse forjando la imagen del padre y de la madre que saben escuchar, a los que puede contar todo porque le comprenden y ayudan. Cuando empiece más tarde a vivir la crisis de la adolescencia, le será tanto más fácil dialogar con los padres y seguir confiando en ellos.

b) Al llegar a la adolescencia, un asunto muy delicado es saber dosificar la libertad en su justo grado. Ni coartarles demasiado, ni tampoco desentenderse.

Es en esta edad cuando más necesitan los padres mantener la confianza de los hijos, el dialogar pacientemente y el conservar la autoridad sin necesidad de recurrir a las amenazas, a las voces. Este procedimiento es un gran error, pues si de momento zanja la discusión y se impone la autoridad, sin embargo es aún más contraproducente el efecto negativo que produce de resentimiento, desconfianza y distanciamiento creciente. Hay padres que no saben como actuar, sufren enormemente y quisieran poder acertar con la solución adecuada. Si juntos hacen oración, recibirán el aliento necesario y también una gran luz para proceder acertadamente.

c) Ante casos más graves, como el disparate de aquel hijo u aquella hija, el camino de perdición que se empeña en seguir, el deshonor que sobreviene a toda la familia, etc., si de momento no se puede evitar, al menos hay que procurar que no se agraven aún más las cosas.

Entonces necesitan mantenerse más unidos que nunca y compartir el sufrimiento. Una tribulación de este orden sólo pueden sobrellevarla sin que destruya sus vidas si saben compartirla en verdadero amor. Los sufrimientos soportados juntamente unen mucho más que las alegrías compartidas.

La fe hace ver que si se acepta ante el Señor el fracaso o el sufrimiento, podrán llegar a experimentar la fuerza de Dios tanto en su propio matrimonio como en toda la familia.

En algunos casos hemos visto cómo, cuando los padres se unieron en la desgracia de un hijo, metido por los caminos de la droga o de la delincuencia, y ante el Señor se sintieron impotentes y humillados, entonces llegaron a reencontrar su matrimonio y empezaron a vivir de forma salvadora la presencia de Dios en sus vidas, para terminar al final viendo cómo el hijo se salvaba.

Lo que nunca pueden hacer unos padres cristianos, en nombre del Evangelio y de los sentimientos humanos más elementales, es cerrar la puerta al hijo que se ha marchado de casa o que ha cometido cualquier otro desafuero. Esta actitud no es más que una forma de orgullo y de auto defensa por no querer arrostrar la humillación que les acarrea la conducta del hijo.

Cuando un hijo ha cometido un disparate no es para estar constantemente recriminándolo. Lo que necesita es alguien que le ayude a reflexionar, a tomar conciencia de su acción, a recomponer su mundo trastocado y a recuperar la confianza.


III.-Arraigados en el fundamento del Señor

l. Vivir el sacramento del matrimonio. Para muchos cristianos el sacramento del matrimonio no es más que una forma jurídica y solemne de dar comienzo a su vida de casados y que después se queda relegado al rincón de los recuerdos del pasado.

Sin embargo es un sacramento cuya riqueza y acción permanece operante durante toda la vida de los casados, asegurando la asistencia del Señor para principalmente mantener y fortalecer su amor y unión a lo largo de todas las pruebas y dificultades, tanto de orden externo como interno, a que se verán sometidos. El Vaticano II afirma que "los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del Espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios" (GS 48).

Haberse casado bajo el sacramento del matrimonio significa poner a Cristo como el fundamento de toda la vida conyugal y familiar. Siendo este sacramento signo de la unión indisoluble de Cristo con su Iglesia, del misterio de amor y entrega de Cristo a su esposa la Iglesia, su fuerza empuja a entrar en el sentido y la dimensión del verdadero amor humano y cristiano.

Las Orientaciones Doctrinales y Pastorales del Ritual del Matrimonio igualmente nos enseñan que: "dada su condición de miembros de Cristo, que no se pertenecen a si mismos, sino al Señor, los esposos cristianos se entregan y reciben mutuamente, como don del mismo Cristo, que sale al encuentro de los mismos y actúa en ellos y a través de ellos. Y así por este sacramento, imbuídos del Espíritu de Cristo. 'su amor conyugal es asumido por el amor divino'. 'están fortificados y como consagrados' 'para cumplir su misión conyugal familiar' y 'llegan cada vez más a su pleno desarrollo personal, a su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios" (N. 5).

Este sacramento representa un enorme potencial de gracia divina, de asistencia y de presencia de Dios en la vida de la pareja, y basta caminar en la fe y en la apertura a la acción del Señor para experimentar todo su efecto. Cada vez que se unen en la oración, en la escucha de la palabra de Dios, cada vez que oran al Señor por sus hijos o tratan de transmitirles la fe cristiana, cada vez que experimentan alguna dificultad para la comunicación y el amor, deben actualizar la fuerza y la presencia de este Sacramento.

2. Compartir espiritual. Son pocos los matrimonios en los que los casados llegan a orar juntos. Orar juntos no quiere decir estar los dos en el mismo lugar y al mismo tiempo haciendo cada uno su propia oración, sino tener una oración participada, de forma que cada uno abra su corazón y se llegue a un compartir la vivencia espiritual con el otro.

Muchos matrimonios sienten una forma de respeto humano que se lo impide, en otros casos hay una resistencia del amor propio, ya que para llegar a orar y compartir así cada uno se tiene que transparentar al otro tal como es, con todas sus miserias y debilidades. Esto requiere humildad, apertura, aceptación plena del otro. Cuesta ceder de las posiciones que tácitamente ha ido adoptando cada uno.

Por otra parte la educación recibida, el ambiente cultural y social en que vivimos han desconocido todo esto, y en los programas de preparación para el matrimonio tampoco se ha tenido en cuenta.

Hoy día son muchas las parejas cristianas que están llegando a este compartir espiritual, descubriendo así algo nuevo e imprevisto en este compartir espiritual, descubriendo así algo nuevo e imprevisto en su matrimonio que les ayuda a profundizar más en la comunicación, en el conocimiento mutuo, y sobre todo les lleva a un amor más profundo y maduro.

Esta es la forma de transparencia ideal, pues si se ha llegado a este compartir, están ya de antemano vencidas muchas dificultades y el camino para la reconciliación siempre estará expedito.

Esto también les ayudará a estar unidos y saber discernir ante los problemas que presenta la educación de los hijos. A partir de este compartir entre ellos es también posible que toda la familia ore unida y participen con naturalidad todos y cada uno de sus miembros.

Todo resulta fácil cuando los dos están viviendo la misma experiencia del Espíritu, y no deja de tener su dificultad cuando la vive uno y el otro no.

El ideal es que en la R.C. esté siempre el matrimonio y toda la familia completa. Pero no siempre será posible porque en toda pareja cada uno es distinto, y entonces tendrán que llegar a un acuerdo. El que no desea asistir al grupo de oración, porque dice que esto no es para él, deberá hacer un esfuerzo de adaptación, para no contrariar demasiado al que ha llegado a una experiencia profunda del Señor, que puede significar algo importante y decisivo en su vida. Y así mismo, éste que está viviendo la efusión del Espíritu tendrá que ser prudente y respetuoso con el otro, para no exigirle demasiado ni llegar a forzarle. Nunca se ha de producir una tensión ni se ha de alterar la armonía de la pareja por este motivo,

Saber esperar y obrar con tacto y mucha fe en el Señor puede ser la fórmula más eficaz y el camino más corto para que un día lo compartan todo los dos.

A la hora de asignar en un grupo de R.C. a cualquier hermano para determinado servicio o ministerio hay que mantener siempre el principio general de no proponer a esta persona si ello va a alterar la armonía de su matrimonio. El deseo del Señor es fortalecer cada vez más la unión de cada matrimonio

3. La Iglesia doméstica. Esta expresión tan lograda es del Vaticano II "En esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para los hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno, pero con cuidado especial la vocación sagrada" (LG 11).

Todo matrimonio cristiano ha de preguntarse constantemente si efectivamente están siendo ellos los primeros evangelizadores de sus hijos y cómo están realizando este ministerio tan delicado y excelso. Ellos contribuyen a la acción de Dios, son los instrumentos para que cada uno de sus hijos llegue a ser el cristiano comprometido o el santo de mañana.

Cada familia será Iglesia doméstica si forman la verdadera comunidad cristiana. De nuevo el Ritual del Matrimonio en las Orientaciones Doctrinales y Pastorales expone: "La familia, llamada a ser comunidad, integrada por los padres, hijos y demás personas que conviven en el hogar, debe hacer constantes esfuerzos por lograrlo. De ordinario no será fruto espontáneo de la convivencia, sobre todo cuando los hijos van siendo conscientes de su propia personalidad. Trabájese, pues, con constancia, para acercarse lo más posible al ideal de una comunidad humana y cristiana: en la que se respete a la persona y su vocación, donde cada uno se sienta libre, donde todos participan según su capacidad en el clima de responsabilidad comunitaria, donde toda iniciativa es recibida, es posible la corrección humana, el diálogo es frecuente y el conocimiento es profundo, donde todos sirven a la comunidad y la comunidad vive el desarrollo y la madurez de los individuos, donde, en definitiva, se vive el verdadero amor" (N. 78).

Esta comunidad de alguna manera tiene que estar abierta para dar y recibir vitalidad humana y cristiana. "Sin embargo la familia no debe ser considerada como organismo cerrado, sino como célula abierta al servicio de la sociedad; por lo que “superando los límites de la propia familia, abran su espíritu a la idea de la comunidad, tanto eclesiástica como temporal”. Lo cual será verdaderamente eficaz, si la misma comunidad familiar, especialmente los padres, se preocupan de las necesidades materiales y espirituales del prójimo, y son fieles a la justicia, a sus deberes profesionales y viven plenamente integrados en la sociedad civil y en la Iglesia" (N. 79).

Todo lo que ayude a la familia a salir de sí misma para practicar las virtudes de la acogida, de la hospitalidad, el compartir bienes con otros hermanos, será algo liberador y la mejor forma de practicar la pobreza evangélica y de dar un gran testimonio cristiano.







LA FAMILIA SEGÚN EL SÍNODO


En el pasado mes de octubre se celebró en Roma, bajo la presidencia del Papa, un Sínodo de obispos sobre el tema de la familia. En el mensaje final se expresan una serie de ideas que recogemos en este artículo y que son importantes para una reflexión cristiana sobre la familia.

Situación actual de la familia
La vida familiar en el mundo de hoy está pasando por gozos y consuelos, dolores y dificultades. Ciertamente, de todo esto conviene fijarse ante todo en lo positivo para poder desarrollarlo y perfeccionarlo cada vez más, con la firme confianza de que Dios está siempre presente entre los hombres y que su voluntad se nos va manifestando en los signos de los tiempos.

Quien contempla la situación actual de la familia se siente alentado por las muchas cosas buenas y edificantes que hay. Uno se alegra de que haya tantas familias que, aunque se encuentren presionadas a obrar de otra manera, están realizando, sin embargo, gustosamente la obra que Dios les ha confiado. De día en día aumentan por todas partes las familias que de una forma consciente desean vivir según el Evangelio, dando testimonio de los frutos del Espíritu.

Dos necesidades amenazan fuertemente a la familia. Dos necesidades que pueden resumirse en una: la pobreza. Por una parte la pobreza material, producida por unas estructuras sociales, económicas y políticas que muchas veces no hacen sino favorecer la injusticia, la opresión y la dependencia. En las situaciones de pobreza material hay muchos hombres y mujeres jóvenes que se encuentran en graves dificultades para ejercitar su derecho a contraer matrimonio o para vivir dignamente.

Por otra parte, sobre todo en los países más desarrollados, aparece otro tipo de pobreza, un vacío espiritual en medio de ?una abundancia material: un empobrecimiento intelectual y espiritual que hace difícil a los hombres comprender el plan de Dios sobra la vida humana y les hace estar angustiados por el presente y temerosos por el futuro. Sus manos están vacías, pero su corazón herido espera al buen samaritano que cure sus heridas, echando el vino y el aceite de la gracia y de la salvación.

Importancia de la fe
El substrato de muchos de los problemas que sufren las familias -y el mundo en general- es el hecho de que muchas personas parecen rechazar su vocación fundamental a participar en la vida y el amor de Dios. Están obsesionados con el deseo de poseer, el afán de poder, el ansia de placer. No ven ya a los demás como hermanos y hermanas de una sola familia humana, sino más bien como estorbo y adversarios.

Donde falta el sentido de Dios, Padre celestial, desaparece también la conciencia de ser familia humana. ¿Cómo pueden los hombres reconocerse mutuamente como hermanos y hermanas si pierden la conciencia de tener un Padre común? La paternidad de Dios es el único fundamento de la fraternidad entre los hombres.

El designio eterno de Dios es que las mujeres y los hombres participen y compartan en Cristo la vida y naturaleza divinas. Dios Padre llama a los hombres a realizar este designio en unión con los demás hombres, formando así la familia de Dios.

Ministerio de la familia
La familia está llamada de una manera especial a realizar ese plan de Dios de crear entre todos los hombres la gran familia de Dios. La familia es, por decirlo así, la primera célula de la sociedad y de la Iglesia, ya que ayuda a los hombres a ser, a su vez, personas activas en la historia de la salvación y signos vivos del plan amoroso de Dios sobre el mundo.

Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, y nos ha dado la misión de crecer y multiplicarnos, llenar la tierra y someterla (cf. Gn 1, 26-28). Es para realizar este plan que el hombre y la mujer se unen en íntimo amor al servicio de la vida. El esposo y la esposa son llamados por Dios a participar de su potestad creadora transmitiendo con su amor el don de la vida.

El amor de Jesús en la cruz, muriendo para damos la vida, ha enriquecido maravillosamente el amor humano que da la vida. De este modo la alianza de amor entre un hombre y una mujer para dar la vida, se hace partícipe de la alianza de amor de Cristo que da la vida.

Así el mismo amor de Cristo a la Iglesia se convierte en modelo del amor del hombre a la mujer y de la mujer al hombre. Esta presencia del amor de Cristo, esta gracia sacramental del matrimonio es fuente de gozo y de fortaleza para los esposos. Ellos, como ministros de este sacramento, actúan realmente en nombre de Cristo y se santifican mutuamente. Son el uno para el otro auténtico signo de la presencia y el amor de Dios. Es preciso que los esposos tomen conciencia cada vez más de esta gracia y de la presencia del Espíritu Santo. Cristo repite cada día a los esposos: "¡Si conocierais el don de Dios!"(Jn 4, l0).

Este plan de Dios es el que nos hace comprender por qué la Iglesia cree y enseña que la alianza de amor y donación entre los esposos unidos por el matrimonio sacramental es perpetua e indisoluble. Es una comunión de amor y de vida. La vida es algo que nace inseparablemente del amor conyugal.

Familia y comunidad cristiana
Este plan de Dios sobre la familia solamente puede ser entendido, aceptado y vivido por las personas que han experimentado la conversión del corazón: un radical retorno a Dios por el cual uno se despoja del hombre "viejo" y se reviste del "nuevo". Es necesaria, pues, la conversión y la santidad, pues todos nosotros hemos de llegar a conocer y amar al Señor y a experimentar su presencia en nuestras vidas, alegrándonos plenamente de su amor y misericordia, de su paciencia, compasión y perdón, y amándonos unos a otros como él nos amó. Los esposos y esposas, padres e hijos, son instrumentos y ministros de la fidelidad y el amor de Cristo en sus diversas relaciones mutuas. Esto es lo que hace al matrimonio cristiano y a la vida de familia signos auténticos del amor de Dios hacia nosotros e igualmente del amor de Cristo y la Iglesia.

Como en toda vida cristiana, en la familia aparece también el misterio de la cruz. El dolor de la cruz, como la alegría de la resurrección, son parte de la vida de cada uno de los hombres, que, peregrinos de la tierra, intentan seguir a Cristo. Solamente aquellos que se abren plenamente al misterio pascual pueden aceptar las difíciles pero amorosas exigencias que Jesucristo nos impone.

La gran misión de la educación de los hijos
La gran tarea de las familias es la educación de los hijos.
La familia debe formar hombres libres que posean fina sensibilidad moral y conciencia crítica, junto con el sentido de responsabilidad en orden a trabajar para conseguir una mejor condición personal del hombre y la santificación del mundo. La familia debe formar hombres en el amor y además ejercitar el amor en relación con los demás, de modo que el amor esté abierto a la comunidad y movido por un sentido de justicia y respeto hacia los otros, y que sea consciente de su responsabilidad hacia toda la sociedad. La familia debe formar hombres en la fe, esto es, en el conocimiento y amor de Dios, así como en el afán de cumplir su voluntad en todas las cosas. La familia debe transmitir los valores fundamentales humanos y cristianos y formar hombres que sean capaces de integrarlos en sus propias vidas. La familia es tanto más humana cuanto más cristiana es.

La familia como "Iglesia doméstica "
La familia podrá realizar esta gran misión de educación de los hijos si es realmente una "Iglesia doméstica ", una comunidad de fe que vive en la esperanza y el amor, que está al servicio de Dios y de la familia universal.

Liturgia y oración en común son fuentes de gracia para las familias. Es necesario que la familia, para realizar su misión, se nutra con la Palabra de Dios y con la participación en la vida sacramental, especialmente en el sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía.

La familia evangelizadora
La familia es el primer y fundamental ambiente de evangelización y catequesis. La educación en la fe, en la castidad y en las demás virtudes cristianas, además de la educación de la sexualidad, debe empezar en el hogar.

Pero las perspectivas de la familia cristiana no han de ser estrechas y limitadas sólo a la parroquia, sino que deben de abrazar a toda la familia humana. Dentro de la comunidad social más amplia, también la familia cristiana tiene responsabilidades como testigo de valores cristianos, promotora de la justicia social y favorecedora de los pobres y oprimidos.

Por espíritu de fidelidad al Evangelio, la familia ha de estar hoy dispuesta a acoger la nueva vida, a compartir los propios bienes y riquezas con los pobres, a la apertura y hospitalidad para con los demás. Está obligada hoy a elegir, algunas veces, un género de vida contrario al ambiente actual en materias tales como el uso de la sexualidad, la autonomía personal y el uso de las riquezas.

Ante el pecado y las caídas, la familia cristiana debe dar testimonio de la solidez del espíritu cristiano al palpar profundamente en su vida y en las vidas de otros, bienes tales como son la penitencia, el perdón de las culpas, la reconciliación y la esperanza. Debe dar testimonio de los frutos del Espíritu Santo y de las bienaventuranzas. Debe practicar un estilo de vida sencillo y ejercer un apostolado verdaderamente evangélico para con todos los demás.

Conservar siempre la alegría de la Buena Nueva
Para concluir es bueno recordar unas palabras del Papa Pablo VI a los matrimonios: "El caminar de los esposos, como toda vida humana, tiene marcadas las etapas y las fases difíciles y dolorosas. Pero hay que decirlo muy alto: jamás la angustia y el miedo deberían anidar en las almas de buena voluntad, porque, al fin, el Evangelio no es también para los hogares una buena nueva y un mensaje que, aunque exigente, es también profundamente liberador? Ser consciente de que no se ha conquistado la libertad interior, de que aún se está sometido al impulso de los instintos, reconocerse como incapaz de respetar, por el momento, la ley moral, suscita naturalmente una reacción de desesperación. Pero es el momento en que el cristiano, en medio de su confusión, en vez de abandonarse a la rebelión estéril y destructora, llega, por la senda de la humildad, al descubrimiento desconcertante del hombre ante Dios, considerándose un pecador en presencia del amor de Cristo salvador" (4-V-I970).

(Refundió y resumió para KOINONIA Rodolfo Puigdollers)







SIETE FORMAS DE FORTALECER LA VIDA DE FAMILIA.


Por Kevin Perrotta

1.- Compromiso y servicio
Los dirigentes deben ofrecer enseñanza sobre el matrimonio considerado como una relación de compromiso y de servicio. Se ha de poner el acento en la concepción de una fidelidad de alianza. Procurar contrastarla con otras nociones populares de matrimonio.

Una consecuencia es el que ayudar a las parejas que están casadas y a las que están comprometidas a entender el compromiso de servicio que encierra el matrimonio es una solución mucho mejor que ayudarles simplemente a establecer una buena comunicación de los sentimientos. La fidelidad de alianza, cuando se entiende lo que es y se la acepta, es un fundamento mucho más sólido que la intimidad emocional. Esto no quiere decir que no sea también de gran utilidad una orientación sobre las emociones y su comunicación.

2.- Enseñanza sobre las relaciones
Otra segunda consecuencia a tener en cuenta es la siguiente: los dirigentes deben dar instrucción práctica sobre las relaciones personales de los cristianos, de las que el matrimonio es una forma; es decir: qué significa para un cristiano en su vida diaria producir fruto del Espíritu, amar y servir unos a otros, encauzar positivamente sus sentimientos, etc. Que vivan el marido y la mujer de acuerdo con la enseñanza que nos da el Nuevo Testamento sobre la manera de ser y las relaciones personales, es ya una gran parte de su fidelidad en vivir el compromiso que como esposos han contraído el uno para con el otro.

Es esencial comprender cómo en la Nueva Alianza los hermanos y las hermanas deben servir y dar su vida unos por otros, para saber también cumplir la alianza del matrimonio.

3.- Actividades domésticas
En muchas familias la relación entre padres e hijos es más débil de lo que debiera ser. Quizá los padres no abandonen a los hijos ni los maltraten, pero no están lo suficientemente disponibles para los hijos. Viven preocupados e inaccesibles física y psicológicamente. Quizá los hijos no estallan en rebelión, pero se resisten a la orientación que se les da, indiferentes a los deseos, valores y creencias de los padres. Padres e hijos viven en diferentes mundos.

Para ayudar a la familia a luchar contra esta situación, históricamente nueva, han aparecido las teorías de diversos especialistas seculares, como Thomas Gordon y Rudolph Dreikurs, que exponen cómo padres e hijos, con diferentes estilos de vida y diferentes leyes, pueden llegar a vivir juntos cívicamente. El estilo de vida amigable que ofrece la Educación de la Efectividad de los Padres (Parent Effectiviness Training) quizá sea preferible a la disensión y alboroto emocional que se vive en el hogar, pero es una solución muy lejana del ideal cristiano. La Escritura nos presenta un esquema de vida de familia en la que hay unidad de amor y servicio mutuo y se da a los hijos una formación personal efectiva.

Se pueden recomendar distintos enfoques complementarios para fortalecer en el hogar la relación tan atenuada entre las generaciones. Uno de los cambios sociales que explica el alejamiento entre padres e hijos es que el hogar ya no es centro de trabajo, ni de educación, ni de atención a los enfermos y ancianos. Como consecuencia ya no se realizan en él unas actividades que son esenciales para la vida y que hace que padres e hijos trabajen juntos y les implica en la educación. Para compensar esta pérdida las familias pueden hoy tomar alguna iniciativa: las familias deben buscar oportunidades para ensanchar el campo de tareas y servicios a realizar en el hogar, de forma que trabajen juntas las dos generaciones.

Cómo pueda una familia realizar esto, depende de numerosos factores y quizá exigía un reajuste de prioridades y cierta originalidad. La esposa, por ejemplo, puede tomar la decisión de dedicar más tiempo a la cocina, a cocer en el horno, a confeccionar ropas y hacer que las hijas trabajen con ella. Y el marido puede decidir hacer él mismo, juntamente con los chicos, algunas reparaciones en la casa en vez de tener que pagar a unos profesionales. Se puede abrir la hospitalidad a hermanos cristianos y a otros, como un servicio importante que enriquece no sólo el hogar sino también a los visitantes.

A aquellas familias que se animan a desarrollar oportunidades para que padres e hijos trabajen juntos les puede resultar muy provechoso unirse con otras familias. Mi familia, por ejemplo, está compartiendo un gran huerto con otras cuatro familias cristianas: mis chicos y yo trabajamos con otros compañeros y sus hijos en cortar leña para las estufas y el fogón. Cuando en nuestra comunidad cristiana se traslada una familia, las otras le ayudan. La cooperación entre familias multiplica las formas cómo padres e hijos pueden hacer juntos un trabajo. Esto nos lleva a la siguiente recomendación.

4.- Vida familiar compartida
Al mismo tiempo que se ha reducido la interacción entre padres e hijos en el hogar, también ha disminuido la interacción entre distintas generaciones fuera del hogar. En los ambientes de trabajo, en los educativos, en los recreativos, en las sociedades modernas se coloca a las personas con las de su misma edad, y son aisladas de aquellas que son o de más edad o más jóvenes. Los mundos separados de los niños, de los jóvenes, de los adultos y de los de edad avanzada conduce a los miembros de cada familia, cuando están fuera de casa, a agrupaciones sociales desconectadas unas de otras. Este fenómeno es lo que más contribuye al debilitamiento de la relación padres-hijos, de manera especial al debilitamiento de las posibilidades que tienen los padres de educar a sus hijos cuando éstos llegan a la edad escolar.

Como respuesta pastoral a este fenómeno, podemos afirmar: las familias cristianas deben buscar la forma de compartir sus pidas unas con otras. Compartir aquí no sólo se refiere a la comunicación hablada, sino también a trabajar juntos, a llevar juntos una vida social y a ayudarse unos a otros de una manera práctica que comprenda a personas de distintas edades. Esto quiere decir que algunas familias se decidan a hacer con otras familias cosas que de otra forma harían cada una de ellas por su cuenta: compartir una velada familiar semanal, pasar juntos las vacaciones, ayudarse en las comidas y, cuando ha nacido un niño, en el cuidado del niño. Esto significa hacer amistad duradera con otras familias, de tal forma que el contorno social en el que padres e hijos obran recíprocamente sea ensanchado a partir de la familia nuclear hasta un marco social cristiano más amplio.

5.- Los medios de comunicación y el tiempo
Volviendo nuestra atención a la misma familia nuclear, vemos que muchos cristianos no llegan a ejercer suficiente control en dos áreas. He aquí la quinta recomendación:Las familias deben aprender a ejercer mayor control sobre el uso de los medios de comunicación y sobre el uso del tiempo.

Son muchas las familias que no se enfrentan con suficiente energía con la intrusión de los medios de comunicación social. No cabe duda de que estos medios tienen un acceso sin límites a muchos hogares. Los ojos de los padres no llevan control sobre la avalancha que irrumpe en el hogar de libros, revistas, comics, discos, programas de radio y de televisión. Estamos abandonando la formación de las mentes juveniles a las industrias de la información y del esparcimiento de una sociedad, agresivamente secular, que constantemente inyecta una mezcla de sofisticación agnóstica y de vulgaridad.

No sólo compiten los medios de comunicación con lo padres en la función de modelar las mentes de sus hijos, sino que también amortiguan la actividad y la comunicación. El ver televisión reemplaza a la conversación de sobremesa a la hora de la cena y del juego de los niños. El leer el periódico substituye a la conversación entre esposo y esposa. Cada vez se dedica menos tiempo a las actividades de la familia y a la educación que imparten los padres.

Mi esposa y yo hemos decidido que en nuestra familia no se vea televisión más de dos horas a la semana, y sólo programas que merezcan la pena. Otras familias que conozco han puesto el límite en una hora diaria. De cualquier forma que lo enfoquen los padres, son ellos los que deben decidir cuánto tiempo, y atenerse a la decisión.

Esto nos lleva al tema de la programación del tiempo. En muchas familias el tiempo de estar juntos ha quedado reducido por las horas extra del padre, por el horario distinto de trabajo que tiene la madre, por la pequeña liga deportiva en la que juega el niño y por las actividades extraescolares de la nena. Esta irrupción de exigencias sobre el tiempo de la familia presenta un reto a los cristianos que quieren fortalecer el tiempo de vida familiar. En el conflicto de exigencias quien sale perdiendo es el tiempo adecuado para la comunicación de marido y esposa y la posibilidad de encontrar oportunidad para que los padres se relaciones con sus hijos de un modo que sea formativo. Ante la complejidad de la vida moderna, las familias han de esforzarse para fijar sus prioridades y controlar su tiempo de acuerdo con ello.

6.- El entorno de los de la misma edad
La siguiente recomendación se refiere a la separación de las generaciones, pero vista desde distinta perspectiva a como se considera en las recomendaciones 3ª y 4ª. Mientras que las familias pueden agrupar a jóvenes y a viejos en un ambiente cristiano en el que comparten sus vidas, es de gran sabiduría reconocer la fuerza que tienen los ambientes que se forman con personas de la misma edad en nuestra sociedad. Los moldes sociales que hacen que los grupos juveniles de la misma edad tengan una poderosa fuerza sobre las vidas de los jóvenes es algo que no se puede fácilmente cambiar. Por consiguiente: los cristianos deben crear ambientes cristianos de personas de la misma edad para jóvenes, los cuales estén estrechamente vinculados a las agrupaciones cristianas a las que pertenecen.

Esto no consiste simplemente en tener un grupo de jóvenes que organice algunas actividades recreativas, con sus responsables, y celebre un retiro anual y una celebración dominical de vez en cuando. Ni tampoco consiste en un estudio bíblico semanal organizado por los jóvenes en el colegio local. Tampoco en enviar a los hijos a una escuela cristiana. Todas estas cosas pueden ser elementos de solución, pero lo que realmente se necesita es un ambiente que reúna a los jóvenes bajo la guía del mejor liderazgo pastoral disponible y que modele sus relaciones de acuerdo con los principios cristianos. Debe ser lo suficientemente fuerte como para ofrecer una alternativa real al ambiente juvenil, intensamente secular muchas veces, que el mundo profano reivindica en favor de los jóvenes. También tendría que estar vinculado a la vida de toda la comunidad cristiana, tanto en lo que se refiere a orientación como a la de dedicación de recursos pastorales que se requieren para hacerlo funcionar.

7.- El pastoreo de los hijos
La recomendación séptima es: los padres deben hacerse pastores de sus hijos.Deben trabajar activamente para educar y formar a sus niños y niñas en la fe cristiana y en la personalidad.

Muchos padres sólo tienen una vaga idea de las metas a conseguir en la crianza de los hijos, a lo cual corresponde una falta de estrategia en la manera de formar a sus hijos con vistas a las influencias competidoras. Los padres deben definir las metas en la educación de sus hijos según la disciplina del Señor: es decir, deben formarse una idea suficientemente clara de la masculinidad y de la feminidad cristianas para las que están educando a sus hijos. Deben después decidir sobre los medios básicos con los que lo van a conseguir. En muchos casos tendrán que decidirse a arrebatar la iniciativa al colegio, a los compañeros de la misma edad y a los medios de comunicación.

De manera especial, algunos padres tienen que trabajar con más diligencia que lo están haciendo para formar a sus hijos, y asimismo, muchas madres para formar a sus hijas. La debilidad en estas relaciones trae como consecuencia muchos problemas psicológicos y emocionales frecuentes, como por ejemplo, la confusión e inseguridad que sienten muchas personas en relación con su identidad sexual. El fracaso de muchos maridos para educar y disciplinar a sus muchachos es visto por algunos expertos como un factor de debilitamiento en el control de los impulsos (capacidad para subordinar la gratificación personal a valores más elevados y encauzar adecuadamente la agresividad). Es causa principal de las aberraciones en el desarrollo de los muchachos como hombres: la feminización, por una parte, por ejemplo en la forma afeminada de expresar las emociones, y el machismo, por otra parte, que es una afirmación exagerada de la masculinidad. Ambas cosas se dan cuando el padre abdica de los chicos, y éstos son primariamente educados por la madre.

Igualmente importante para las niñas es su relación formativa con la madre. De la fuerza de esta relación depende en gran medida la apropiación que hagan de su identidad femenina ante la vida. Las madres deben procurar desarrollar esta faceta, dada la sociedad en que vivimos, que recorta la identidad femenina y los moldes de relación.

(Adaptado y traducido por KOINONIA de PASTORAL RENEWAL.
P.O. Box 8617, Ann Arbor. Michigal1 48107, USA. Junio 1980. Pp. 99-/01 Con el debido permiso).







EN BUSCA DE LA ESPIRITUALIDAD DEL MATRIMONIO

Por Pedro y Antonia Manén

Cuando nos casamos, los dos teníamos una base de vida cristiana. Asistíamos a Misa y cada uno pertenecía a su congregación y llevaba una vida espiritual de una forma individual, y esto hasta tal punto que no sólo no nos comunicábamos las vivencias religiosas sino que hasta nos ocultábamos nuestro interior por un pudor espiritual mal entendido. Vivíamos, por decirlo así, una especie de divorcio espiritual, cada uno iba por su propio camino. Llegábamos a compartir los aspectos de la misión específica que cada uno tenía dentro del matrimonio, pero la vida espiritual íntima no la compartíamos y estábamos muy lejos de ello.

Al llegar a conocer el Movimiento Familiar Cristiano enseguida entramos a formar parte de él y así empezamos una nueva etapa. Descubrimos entonces, lo que era la verdadera espiritualidad matrimonial. La verdad es que al principio nos costó mucho. Éramos fruto de tiempos pasados y el dejar el individualismo y tener que abrirnos el uno al otro nos costó mucho. Esto se ponía más de manifiesto cuando teníamos que hacer las "encuestas" los dos juntos. Optamos por hacerlas por separado y luego teníamos una sentada para unificarla, pero la cosa no iba bien. Muchas veces la dejábamos y a última hora la respondía uno de los dos, el que tenía tiempo para ello. Esta etapa fue como un tormento.

El Señor nos ayudó y poco a poco nos fuimos conociendo íntimamente, tratando de aceptarnos tal y como éramos cada uno y a partir de aquí todo mejoró hasta que descubrimos algo muy importante y que nosotros no le habíamos dado todo su valor:el orden de valores que debíamos tener dentro del matrimonio.

Creemos que este orden de valores es indispensable para que un matrimonio llegue a iniciar una vida de espiritualidad conyugal. Nosotros lo vimos así:

- Tener conciencia del don de la fe.

- Conocer lo que es el Sacramento del Matrimonio, la gracia que comporta, y responder a sus exigencias. Descubrir el don del Señor dentro del Matrimonio y verlo en su plan divino.

- Aceptar los hijos, educarlos, y aceptar el trabajo, la casa...

Fuimos descubriendo que el orar juntos no era más que un aspecto de la espiritualidad matrimonial, ya que ésta se logra plenamente viviendo los dos el mismo orden de valores, adoptando las mismas actitudes y viviendo las mismas inquietudes, a pesar de nuestra manera de ser tan distinta. Ante cualquier situación habíamos de actuar los dos de acuerdo con estos principios. Sobre esta base creemos que debe estar cimentada nuestra espiritualidad.

Tenemos la gracia de estado, la gracia que lleva en sí el Sacramento y que nunca nos ha de faltar.

Lo que nos ha dado la Renovación en el Espíritu
La Renovación Carismática y la Efusión del Espíritu Santo hizo cambiar de tal forma nuestras vidas que ahora nos maravillamos. Viviendo la vida del Espíritu hemos llegado a una compenetración en nuestra espiritualidad matrimonial mucho más profunda y sentimos, como nunca habíamos sentido, lo que es vivir unidos en el Espíritu, con Cristo el Señor y por medio de El con el Padre. Nos hemos familiarizado con este misterio que nos parecía tan lejano.

El resultado ha sido que hemos llegado a un nivel más hondo de comunicación a nivel de vida interior, a nivel de fe y de vida en el Espíritu Santo. Oramos espontáneamente a cualquier hora y lugar, siempre la alabanza a flor de labios, compartimos la Palabra y la buscamos en nuestras decisiones.

Es así como hemos encontrado la realización de la Espiritualidad Matrimonial en unión con nuestros hermanos de comunidad. Esto nos enriquece y nos hace más abiertos a todos. En cada encuentro con los hermanos constatamos cómo el Señor quiere renovar todas las familias y toda la Iglesia para hacer un solo Pueblo, su Pueblo.

La Espiritualidad del Matrimonio no se alcanza solamente con los buenos propósitos de la pareja. Hay que tener en cuenta otros aspectos como son los siguientes:

- Todo matrimonio está compuesto por dos personas, y cada una de ellas tiene su personalidad bien definida, su diverso grado de conversión y de enamoramiento del Señor.

- El matrimonio constituye una unidad pluralista: los dos serán siempre distintos porque han sido diferentes los condicionamientos que traen desde su infancia y la proyección de cada uno dentro de la vida matrimonial.

- Conviene que cada uno de los esposos sepa siempre actuar con un respeto total al otro. Si en la vida puramente humana es muy necesario este respeto para que funcione bien el matrimonio, mucho más lo es en la vida espiritual, que en definitiva es lo más íntimo y profundo del ser humano.

¿Cómo coordinar, entonces, la total realización de cada uno de los dos y al mismo tiempo formar una unidad espiritual de forma que no se produzcan conflictos interiores y sea sana?

Sin duda que la clave está en que se viva un auténtico amor entre los dos. Sin este amor nos parece casi imposible que surja la espiritualidad conyugal. En el matrimonio, cuando no hay amor o se da un amor falso, el egoísmo se adelanta siempre a la mini comunidad que podría formar el matrimonio y difícilmente puede surgir una espiritualidad y una apertura sincera dentro del hogar.

El auténtico amor produce la felicidad, incluso humana, y, a pesar de las dificultades y problemas que pueden surgir en todo matrimonio, crea la unidad espiritual de la pareja. Como expresión de todo esto surge la transparencia, el diálogo, la necesidad de compartirlo todo, sea el tiempo o los acontecimientos, las alegrías o las penas, y hasta la misma vida interior.

Entonces ocurre que sin acuerdo previo, tanto si es conjuntamente como si es por separado, los dos tomamos las mismas actitudes ante diversas situaciones que se presentan en el vivir de cada día en lo que se refiere a la familia, los hijos, el trabajo, la comunicación con los demás, etc., y esto nos parece que es el signo y testimonio que, en cada caso, tenemos que dar de la pareja cristiana carismática, renovada en el Espíritu.

No hay dos matrimonios iguales. Cada uno de nosotros tiene que partir de su propia realidad. Adoptando este orden de valores al iniciar el camino de la espiritualidad matrimonial se podrá comprobar cómo es el Señor el que lleva la iniciativa y que nosotros no tenemos más que poner por nuestra parte el granito de arena de cada día. El amor, la paz, la paciencia, la sinceridad, el servicio, las buenas palabras, la mansedumbre, la sencillez, la fidelidad, el buen ejemplo, la constancia, la unidad, el celo: todo esto constituye la base para crear un ambiente de verdadera alegría, ya que son los frutos de la misma espiritualidad y unión con el Señor.

Esto facilita el camino de la oración. Sin duda que no se puede orar en un hogar donde hay gritos, malos tratos, orgullo, amor propio, tirantez.

Diálogo y transparencia
En todo matrimonio siempre hay uno que es más espiritual y el otro más práctico: cada uno tiene una espiritualidad con distintos matices. Creemos que se debe insistir en el respeto que se han de tener mutuamente y no es bueno que el uno tire del otro en su campo. Esto crearía una tensión interior y podría ser el comienzo de hipocresía e incluso de ruptura espiritual.

Asimismo, cuando uno de los dos es llamado a algún ministerio específico, conviene que el otro le entienda y le ayude, pues aunque no participe del trabajo material, se solidariza con él y puede orar con él. Este aspecto no separa, antes, al contrario, enriquece la espiritualidad del conjunto.

Ciertamente, los dos, a partir de un auténtico amor, tienen que entrar por el camino del diálogo y de la transparencia para llegar a un discernimiento y a un buen entendimiento. Cuando hay diálogo y transparencia todo cambia de aspecto, ya que los esposos no se pueden comunicar a medias palabras pensando que el otro ya lo entiende. Esto podría llevar a confusiones, disgustos y penas que pueden calificarse de "tontas e inútiles". Si se hablan con transparencia se ahorrarán muchos disgustos. La pareja que tiene por norma decirse todas las cosas, las buenas, las no tan buenas y también las malas, con la sinceridad del amor es la que más pronto llega a alcanzar una espiritualidad conyugal sana y fuerte.

Cuando en un matrimonio hay cierto grado de espiritualidad, se trasluce hacia fuera, se les ve serenos, contentos, a pesar de las pruebas por las que tengan que pasar, y es de admirar la forma como reaccionan ante las dificultades. En una palabra: inspiran confianza y ayudan a los demás simplemente con estos signos.

También los hijos nos miran y observan, aunque parezca lo contrario por el ambiente que respira nuestra sociedad, y les hace pensar. A la larga nos imitan en muchas cosas. Para consuelo de muchos esposos, estamos convencidos que no se perderá ninguno de nuestros hijos. Quizá nosotros no lo veamos, pero ellos nos tienen muy presentes en sus vidas y ningún detalle se les escapa. Algún día fructificará esta semilla.

No nos agobiemos. Busquemos primero el Reino de Dios y su Justicia, que lo demás nos lo dará el Señor. La R.C. nos da una espiritualidad gozosa. Vivir la buena noticia de la salvación es vivir la más grande de las alegrías. Hagamos que los que nos rodean participen de este mismo gozo y que nuestra espiritualidad salga fuera para proclamar la gloria del Señor resucitado a quien proclamamos y del que damos testimonio.


El hogar abierto
Uno de los frutos de la espiritualidad matrimonial es tener el hogar abierto.

Puesto que el hogar está formado por los dos esposos, esta apertura no puede ser cosa de uno solo. Cuando ponemos nuestras vidas al servicio del Señor también ponemos todas las demás cosas. El Señor nos ha dado todo gratuitamente, por tanto también creemos que debemos poner todo gratuitamente al servicio de los hermanos. Es así como empieza la trayectoria de abrir nuestra casa a los demás.

Cuando nuestros hijos empiezan a tener necesidad de comunicarse con otros niños y ven que en casa se puede jugar, pronto traerán a sus amigos, y con sus amigos también a sus padres. En este sentido nuestra casa está abierta por una necesidad educadora.

Pero hay motivaciones más profundas. El fruto de la Espiritualidad Matrimonial nos lleva a un clima de no negarle nada al Señor y vemos que nuestro hogar-familia es una célula viviente de la iglesia, es Iglesia en todo su sentido, es parte de la Comunidad y parte del Don de Dios.

Esta apertura o disponibilidad de servicio viene progresivamente y no tiene por qué espantarnos ni agobiarnos. Si tuviéramos que hacer balance de todos los hermanos que han pasado por nuestras casas, de seguro que nos sentiríamos muy agobiados. Pero todos sabemos que no es así: los acontecimientos vienen día a día, es un caminar de todos los días. Viviendo así no agobia, sino que vemos que todo es don de Dios.

La disponibilidad de los esposos al tener la casa abierta tiene que estar reforzada por el aceptar con gozo la renuncia a las pequeñas cosas a las que podemos apegarnos en casa: el orden establecido, aquel sillón, el sentido de propiedad. Sin estas pequeñas renuncias no vemos posibilidad de una apertura en nuestro hogar.

Igualmente en lo que se refiere a las personas: no hacer ninguna acepción, sino que hay que ver en cada hermano que viene a nuestra casa un enviado por el Señor, sea quien sea, pobre o rico, simpático o pesado, educado, de fuera, de cerca, de lejos...

Si abrimos nuestra casa veremos acudir a muchas personas, grupos para compartir, para orar, para hablar simplemente de sus problemas, para vivir. El hogar abierto será compartido en la medida en que en él se encuentre la presencia del Señor, la paz, el clima de verdadera apertura, la ausencia de discusiones tensas, comprensión, atención sin cohibir y que nadie se sienta como en visita.

La simplicidad y la naturalidad no se improvisan. Tan sólo es necesario un estar en presencia, una presencia que te hace estar a punto, disponible para todo. Si de verdad es así, cuando acuda el hermano a casa lo acojamos con esa simplicidad del corazón, y sólo es cuestión de poner otro plato en la mesa, y de seguro que encontrará nuestra comida más que excelente porque lo que recibe es algo más que comida.

Cuando un hogar está abierto no podemos ponerle límites. Puede ser acoger a una familia con la madre enferma, recibir a comer a un estudiante de fuera, acoger a hermanos que viajan, compartir nuestras vacaciones. También hay otras facetas que se presentan como necesidades en cada localidad. Lo importante es acoger a todos aquellos hermanos que de alguna u otra manera necesitan de nosotros, y que más que nuestra casa lo que buscan es consejo, compañía, amor, comprensión, orar, etc. etc.

En la Renovación hemos dado un paso muy grande en comprender lo que es un hogar abierto. Cuántas veces el Señor nos ha hecho el regalo de poder celebrar la Eucaristía en nuestra casa o compartir la oración no sólo con hermanos de aquí, sino con grupos y hermanos de países lejanos, que nos han traído la alegría de sus vivencias y testimonios y han dejado un nuevo fervor en nuestras vidas.

Lo importante es que nuestros hermanos sepan que en nuestros hogares se les acoge siempre, que cuando nos necesitan nuestras cosas pasan a segundo plano. Y no temamos, el Señor vela por la integridad y la intimidad de nuestro matrimonio-hogar-familia. No temamos abrir nuestros hogares.

Si ocurre que tenéis vuestro hogar abierto y no acude nadie, no preocuparos ni hacer nada, sólo esperar el momento del Señor, pues no se trata de llenar la casa porque nos guste. Pongamos nuestra disponibilidad y el Señor nos usará cuando y en el momento en que esté en su plan.

Si transcurre mucho tiempo y nadie se acerca, hay que hacer una reflexión a fondo para ver si está verdaderamente el Señor en nuestra casa, si se respira su paz y se da el clima propicio, o más bien cohibimos a los que vienen y se sienten, como "en visita", si aceptamos a los hermanos como son y no pretendemos cambiarlos.

La hospitalidad es una de las obras de misericordia. La Palabra de Dios nos dice: "Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles" (Hb 13, 1-2).

De la misma forma nos habla el pasaje de San Lucas: “¿Ves a esta mujer? Al entrar en tu casa no me diste agua para los pies. Ella en cambio ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella desde que entró no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume". Aquí el Señor alaba las delicadezas, que son un aspecto del amor fraterno y al hermano carismático le hacen creerse de veras en deuda con todos.

Quien acoge a los hermanos acoge a Cristo. En su nacimiento no hubo lugar en la posada. Hasta el final de su vida el mundo (los hombres) no le reconocieron y los suyos no le recibieron. Los que creen en El reciben en su nombre a sus enviados.

Jesús encontraba la casa abierta en Betania. Allí se respiraba una dulce intimidad.






LA FELICIDAD DE LOS ESPOSOS CRISTIANOS

He aquí como Tertuliano, autor cristiano del siglo II y de principios del III, escribía sobre el matrimonio en su tratado Ad uxorem, una especie de testamento espiritual dirigido a su esposa. Hablando de la felicidad de los esposos cristianos escribe:

"¿Quién estará nunca a la altura para describir la felicidad de un matrimonio que la Iglesia consagra, la Eucaristía confirma, la bendición lo sella, los ángeles lo aclaman y que el Padre aprueba?

¡Qué bello es el gozo que une a dos creyentes que tienen una única esperanza, un solo deseo, una misma regla de vida, una idéntica voluntad de servicio! Ambos hermanos, ambos consiervos; ninguna separación entre ellos ni de la carne ni del espíritu. Son verdaderamente "dos en una sola carne"; y porque son una sola carne son también un solo espíritu: juntos oran, juntos se mortifican, juntos ayunan. Si hay algo que vencer, se exhortan a vencer y se sostienen.

Juntos en la Iglesia de Dios, juntos en la mesa del Señor, juntos en la dificultad y en la persecución, juntos porque ninguno va solo.

Ninguno de los dos se esconde del otro, ninguno es gravoso para el otro. Si se trata de visitar a un enfermo o de ayudar a un indigente, lo hace con toda libertad. Ningún tormento en dar limosna, el sacrificio sin escrúpulo, la observancia cotidiana sin impedimento, no es necesario hacer furtivamente la señal de la cruz, de alabar con cautela o de decir en silencio la bendición. Al cantar los salmos lo hacen como si estuvieran en medio del Señor.

Al ver y sentir estas cosas Cristo está allí con su paz. Donde están dos allí está El y con El no puede estar el maligno."






ATENCIÓN A LOS MATRIMONIOS EN LOS GRUPOS DE ORACIÓN.



Desde hace ya algún tiempo se venía experimentando en el grupo "Agape" de Barcelona la necesidad de atender más concretamente a los matrimonios integrados en la R .C. para que pudiesen caminar como pareja en la vida del Espíritu en proyección hacia la familia y la sociedad.

Lo mismo que en su día se fueron instituyendo algunos ministerios, respecto a los matrimonios veíamos que había que procurar el que se encontraran juntos para orar y ayudarse en los problemas familiares.

En la Renovación caminamos todos unidos, sacerdotes, matrimonios, jóvenes, religiosos, viudas, etc., formando el Pueblo de Dios que actualmente el Señor está uniendo por toda la tierra. La llamada universal del Pueblo de Dios no debe desvirtuarse, al contrario, viviendo todos como pueblo unido hemos de encontrar nuestro crecimiento y nuestra identidad en el mismo.

Es indispensable que todos los que deseamos participar en el ministerio de matrimonios comprendamos bien su finalidad y objetivo, de forma que mantengamos la unidad entre todos y todos con el grupo-comunidad, del que recibimos la fuerza.

Como consecuencia se han formado grupos de cuatro a cinco matrimonios y en cada grupo se ha nombrado a un matrimonio como responsable y animador. Cada grupo se reúne una vez al mes y durante la reunión oramos y después leemos y comentamos la Palabra en torno a un tema que ha sido seleccionado para todos los grupos. También compartimos la vivencia de lo que nos ha manifestado la Palabra a cada uno, y esto por supuesto en clima de transparencia. Esta transparencia nos lleva a la comunión con cada hermano y también a cierto grado de apertura, necesario para que nos podamos ayudar con la intercesión y la sanación, lo cual facilita que cada uno haga suyos los problemas de los demás.

Durante este curso, que es más bien de rodaje, se ha puesto el acento en alcanzar una armonía dentro del matrimonio bajo todos los aspectos. La oración, los temas bíblicos, la aportación personal y de cada matrimonio se orientan hacia este objetivo.

Los temas seleccionados son los siguientes:

- El plan de Dios en nuestro matrimonio.

- Amor conyugal.

- Jesucristo y el matrimonio-sacramento.

- Estabilidad y fidelidad matrimonial.

- Cómo se vive hoy el matrimonio.

- El matrimonio carismático.

También se celebra de vez en cuando una convivencia de todo un día, mejor en el campo, a la que acuden todos los grupos junto con sus hijos y con los amigos que deseen participar, para así conocernos mejor, orar juntos, compartir y recibir instrucción adecuada. Cada año nos uniremos a los retiros que organicen la coordinación nacional o la regional, con la alegría de vernos allí con los matrimonios de otros grupos.

El equipo de servidores para este ministerio, formado por Antonia y Pedro Manén, Ascensión y Ramón Costa y el P. Melchor Fullana, está siempre a disposición de los matrimonios o de los grupos que lo precisen.

Una de las metas a las que nos sentimos llamados por el Señor es la evangelización. Que sintamos la necesidad de que sean muchos los matrimonios que vivan y se renueven en el Espíritu Santo. Podemos en este campo apostólico hacer verdaderas maravillas si nos abandonamos en las manos del Señor. El nos dará esta fuerza para proclamarlo dentro de nuestra sociedad, en la que muchas veces se quiere desprestigiar el matrimonio, y para dar a conocer a todos esta buena nueva de salvación.