La curacion

RESCATEMOS PARA LA IGLESIA

EL MINISTERIO DE LA CURACION.


En la Renovación Carismática se hace ya corriente experimentar, con admiración y alabanza, la forma tan real y perceptible en que se manifiesta hoy la presencia del Reino de los Cielos y cómo Dios sigue derramando por todo el mundo “el Espíritu Santo prometido” (Hch 2,23) para realizar la liberación del hombre en su totalidad.

Dentro de este vasto fenómeno queremos llamar la atención sobre un signo innegable: el carisma de la curación. El Señor sigue hoy curando nuestras enfermedades y dolencias en forma muy similar a lo que nos dicen los Evangelios y el Libro de los Hechos.

Jesús dio gran importancia al ministerio de la curación durante toda su vida pública. Envió a los Apóstoles «a proclamar el Reino de Dios y a curar» (Lc 9,2) y también encargó a los setenta y dos dicípulos: “curad los enfermos que haya en ella y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros” (Lc 10,9).

Se trata de algo que Él considera necesario para los hombres de todos los tiempos.
La Iglesia, si quiere ser fiel a sí misma, ha de tener gran sensibilidad ante las recomendaciones y actitudes más constantes de su Maestro. No podemos hacer caso omiso, o relegar aspecto tan importante del ministerio evangélico al archivo de antigüedades y curiosidades, ni tampoco recortar toda la salvación que el Señor quiere ofrecernos. Nuestra fidelidad ha de ser al contenido total de su mensaje.

De una forma u otra siempre ha estado presente este ministerio en la historia de la Iglesia, quedando en épocas posteriores restringido a la actividad sacramental respecto a la cual siempre hubo consenso teológico para reconocer su dimensión curativa. Pero el acento se ha estado poniendo en los aspectos jurídicos, relativos a la validez y la santificación, lo cual ha fomentado un monopolio ministerial o sacerdotal con predominio de lo puramente institucional.

Esto dio origen a la creencia tan arraigada de considerar la dimensión curativa carismática como prerrogativa de ciertos lugares de peregrinación y de cristianos de santidad en grado extraordinario.

Por otra parte, allí donde el cristianismo se deja contaminar por el espíritu materialista, por acomodarse «al mundo presente” (Rm 12,2), pierde su carácter profético, esfumándose el carisma de la curación. Y, a la inversa, siempre que se da una renovación profunda del Espíritu, hay una mayor fidelidad a la Palabra del Señor y una fe más intensa que hacen reaparecer este poder sanador del Señor.

A esto ha venido a sumarse últimamente la insistencia contemporánea sobre la eficacia social y política de la Iglesia, como si el ministerio de la curación desviara la atención de los problemas reales y urgentes.

La resultante es que se despoja la proclamación del mensaje, y el ministerio en general, de la dimensión más dinámica que le confiere la presencia del Espíritu.
Pero, tanto si la Iglesia no proclama el Mensaje de la Buena Nueva, como si no ejerce el ministerio de la curación, tal como lo practicó y encargó el Señor, cabe formularse la sospecha de falta de fidelidad a la totalidad del Evangelio, con la consecuencia de ofrecer al mundo un cristianismo desprovisto del poder del Espíritu, cuestionándonos hasta qué punto tomamos en serio lo que siempre hemos creído a nivel puramente intelectual sin exigencia para nuestras vidas.

Es un desafío a nuestra fe de creyentes, denunciando la incapacidad para dar “testimonio con gran poder de la Resurrección del Señor Jesús» (Hch 4,33) en que podemos vivir nosotros que formamos el Cuerpo del Señor y que estamos llamados a presentar al hombre de hoy, más que al Jesús histórico, a Aquél a quien “Dios ha constituido Señor y Cristo” (Hch 2,36).

El Espíritu nos urge, tanto a los Pastores y ministros como a todos los miembros del Pueblo de Dios, a un regreso genuino al Evangelio y a una mayor identidad con el Maestro, viviendo, con la sencillez de aquellos por los que Él alabó al Padre (Lc 10,21-22), la plenitud y potencialidad de la vida del Espíritu con el que fuimos «sellados» (Ef 1,13).

En cualquier intento nos sentiremos frenados por el miedo a nuestro fracaso, por la precipitación y el vértigo de la vida moderna, por los prejuicios y explicaciones naturalistas que podemos dar a las realidades más sobrenaturales. Pero éstas son formas distintas de dejar “apagar el Espíritu» (1 Ts 5,19) o de pronunciar a nuestro aire la "palabra contra el Espíritu Santo” (Mt 12.31-32).

Pero allí donde dos o tres reunidos en su presencia oren con fe (Mt 18,20), donde se viva su Palabra y se crea en Él (Jn 14,12), donde se actúe "por su nombre y no por ningún otro» (Hch 4,10), se complacerá Jesús en seguir curando hoy lo mismo que ayer (Hb 13,8).

Contemplemos siempre este ministerio en la totalidad de la salvación y superabundancia de vida y poder con que Él quiere llegar al hombre completo. Considerarlo en forma aislada sería desfigurarlo en detrimento y desprestigio del mismo y a riesgo de exponerlo a una interpretación mágica.






ENFERMEDAD Y CURACION EN El MISTERIO DE SALVACION


Por LUIS MARTIN

La enfermedad, con el cortejo de sufrimientos y situaciones criticas que acarrea es una realidad ineludible para el hombre, al mismo tiempo que suscita toda una serie de interrogantes que siempre han intrigado a la humanidad entera.

La antropología moderna, definitivamente superado ya el concepto dicotómico del hombre en una visión dualista, profesa hoy como una de sus verdades más fundamentales la unidad psicosomática de la persona humana. Nunca obra o padece el cuerpo solo o el espíritu solo. Es el hombre total, espíritu encarnado, la persona entera la que se encuentra aherrojada en una crisis o situación patológica en la que con frecuencia fallan sus resortes humanos primarios y hasta se encuentra amenazado todo su sentido de la vida. En efecto, no hay enfermedades, sino enfermos.

La respuesta que se dé a este problema dependerá siempre de la visión que se tenga tanto del hombre como del mundo en que vive y de las fuerzas que lo dominan.

Si la enfermedad tiene un carácter tan personal, si es algo tan existencial, no podía quedar al margen del plan salvífico de Dios.

Cuando la Biblia aborda la realidad de la enfermedad, lo mismo que cualquier interrogante que pueda angustiar al hombre, no pretende ofrecernos un planteamiento científico ni hablarnos de la misma como fenómeno médico, sino que nos da su sentido como algo que afecta al hombre que Dios quiere salvar. Lo que cuenta es el significado de la enfermedad y de la curación en el misterio de la salvación.

RELACION ENTRE ENFERMEDAD V PODERES DEL MAL

La teología actual está poniendo cada día más de manifiesto la relación tan estrecha que guarda la enfermedad con el poder del mal. En ella se manifiestan el poder de la muerte y las consecuencias nefastas del pecado.

Dios creó al hombre en su unidad de alma y cuerpo para la felicidad, la armonía, la perfección. La enfermedad es contraria a la intención divina, lo mismo que la fatiga del trabajo, el dolor del parto, la muerte.

Ya queramos considerarla como una ruptura de la unidad subjetiva de la armonía creada, o como terrible experiencia de la propia finitud, de la precariedad y fragilidad de la existencia humana, o como crisis de la comunicación con los demás que reduce los horizontes del espacio vital para sumergirnos en una situación de soledad, aislamiento o desamparo, la enfermedad es siempre una intrusa, un elemento hostil que invade la conciencia del hombre y por tanto un mal que hay que vencer.
Está mucho más ligada al pecado que los otros efectos del mismo. Jesús sufrió el cansancio, el hambre y la sed, y hasta la tristeza, y pasó por la muerte. Pero no consta que estuviera alguna vez enfermo, a pesar de que “¡eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!” (Is 53,4).

Es como un área donde se mantiene el dominio de los poderes del mal. “La enfermedad, la muerte y lo que la existencia humana concreta contiene de autodestrucción, pueden y deben explicarse en todo caso también como expresión del influjo de las fuerzas demoníacas, incluso cuando procedan de causas naturales próximas y cuando se les pueda y deba combatir con medios naturales” (K. RAHNERH. VORGRIMLER, Diccionario Teológico. Herder. Barcelona, 1966, 568).

La Palabra de Dios en el Antiguo Testamento trata de combatir la generalización vulgar que atribuía la enfermedad a las culpas del enfermo o que defendía que aquélla era siempre enviada por Dios. El caso de Job contradice esta creencia y esto mismo confirmaría más tarde la historia del ciego de nacimiento con el que se encontró Jesús: "Ni pecó él ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,3).

Dios no es ajeno a la enfermedad y a la curación. La enfermedad puede ser efecto en contadas ocasiones de una intervención especial de Yahvé que castiga (1 S 16, 14; 2 Cro 26,16-21). Pero la intención manifiesta de Dios es siempre sanar: “Venid, volvamos a Yahvé, pues Él ha desgarrado y Él nos curará, Él ha herido y Él nos vendará” (Os 6.1), “ÉI es quien castiga y tiene compasión” (Tb 13,2), “el que hiere y el que venda la herida, el que llaga y luego cura con su mano; seis veces ha de librarte de la angustia, y a la séptima el mal no te alcanzará” (Jb 5,18-19).

Son textos conmovedores y llenos de ternura que nos manifiestan cómo siente Dios respecto a nuestras enfermedades: “Yo doy la muerte y doy la vida, hiero yo, y sano yo mismo” (Dt 32.39). “Yo soy Yahvé el que te sana” (Ex 15,26), “el que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias” (Sal 103.3).

Las promesas escatológicas describen cómo en el “mundo nuevo” mesiánico “se despegarán los ojos de los ciegos, las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo".- (Is 35,5-6; Cf.: 26.19; 29,18; 61,1).

Con la aparición de Jesús “se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres” (Ti 3,4). “¡EI Reino de los Cielos ha llegado!” (Mt 4,17), esta es la gran noticia que Jesús proclama y que la gente no acaba de creer. Para esto Jesús tendrá que recorrer toda Palestina “proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mt 4,23).

Él es el Buen Samaritano que pasó “haciendo el bien” [Hch 10,38), “expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: "Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades"• (Mt 8,16-17).

Curar enfermos y arrojar demonios no constituyen más que un único misterio: ambas realidades son signos de la Buena Nueva y van siempre ligados con su proclamación. Porque la enfermedad es una consecuencia del pecado, un signo del poder de Satanás sobre los hombres (Mt 9. 32-34; Mc 9.14-29; Lc 13,10-17), la irrupción del Reino trae el final de todo mal y debilidad, como una dimensión de la victoria sobre Satán y el pecado (Lc 5,17-25; 13.11; Jo 5,14).

“Curar enfermos y expulsar demonios son dos formas de la misma victoria sobre el pecado” (J. LECLERCO. Du sens chrétien de la maladie: La Vie Spirituelle, 53 (1937) 136). “Las dos cosas van de la mano, manifiestan igualmente su poder (Cf.: Le 6,19), y tienen finalmente el mismo sentido: significan el triunfo de Jesús sobre Satán y la instauración del reinado de Dios en la tierra conforme a las Escrituras (Cf.: Mt 11,5 s.). No ya que la enfermedad deba en adelante desaparecer del mundo; pero la fuerza divina que finalmente la vencerá está desde ahora en acción acá abajo” (X. LEON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder. Barcelona, 1973, 277•78).

LA CURACION DE LOS ENFERMOS ES SIEMPRE SIGNO DE GRACIA

Jesús concede la salud del cuerpo siempre juntamente con la salud del alma, o hablando con más propiedad: la salud del hombre entero. Esta es la sorpresa del paralítico curado (Lc 5,18•20) y del enfermo junto a la piscina de Betesda (Jo 5,14).

La salud del cuerpo no es un bien por si misma y no la concede el Señor por si sola, por tanto no va aislada de los demás aspectos, sino siempre dentro del contexto de salvación y liberación del hombre total. El cuerpo es siempre expresión del espíritu y las curaciones somáticas son la manifestación de la salvación que se realiza en el enfermo, provocando la alabanza y la acción de gracias del hombre nuevo, perdonado, liberado y salvado por el Hijo de Dios.

Por tanto, para ser curado, lo mismo que para ser perdonado y liberado del pecado, Jesús exige la fe, que es aceptación plena de su persona, es decir, de su Palabra y del don que Dios ofrece con su Hijo. Esta fe tiene que esperar, desear y pedir, a veces insistentemente, hasta ser al menos “fe como un grano de mostaza” (Lc 17,6). Donde no hay fe, diríamos que Jesús "no puede” curar: ?"Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos, y se maravilló de su falta de fe” (Mc 6,1-6).

Predicación, curación y expulsión de demonios: son actos conjuntos de salvación y de poder o de la manifestación del Reino de Dios. El mensaje salvador de Jesús se hace presente tanto con las palabras como con los hechos de poder.

Unas veces bastará una sola palabra:
”Quiero, queda limpio” (Mt 8,3; 8,13) Y otras utilizará un signo: el gesto, el diálogo, el tacto, cosas materiales, y sobre todo, la imposición de manos (Mc 8,22-26; Lc 13,13).

Cuando Jesús transmite esta misma misión a los Apóstoles les da autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar... saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes” (Lc 9,1-6). San Mateo habla de “poder para curar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 10,1)

Al enviar a los setenta y dos discípulos les encarga: “Curad los enfermos que haya en ella (la ciudad), y decidles: el Reino de Dios está cerca de vosotros“ (Lc 10,9).

Todos aquellos que crean verdaderamente en Jesús, que sean sus discípulos, habrán de realizar las mismas maravillas, y por tanto: “Impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc 16.18).

En la Iglesia apostólica que surge de Pentecostés los Apóstoles seguirán vinculando predicación, curación y expulsión de los espíritus del mal. Cuando son perseguidos piden predicar curando: ”...concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu Santo Siervo Jesús” (Hch 4.29-30).

Proclamación y realización del mismo mensaje con los mismos actos de poder seguirán ocurriendo “por la fe en su nombre”, “la fe dada por su medio” (Hch 3,16). “por el nombre de Jesucristo... a quien Dios resucitó de entre los muertos” (Hch 4,10).

Concluyamos resumiendo que:
a) Jesús nunca queda pasivo o indiferente ante la enfermedad, lo mismo que ante el pecado o el dominio de Satán.
b) De ningún caso consta en que Jesús invitara a aceptar con resignación la enfermedad como si fuera algo querido por Dios, sino que siempre manifestó una voluntad positiva de curarla, y los Evangelistas no se cansan de repetirlo.
e) Es necesaria la fe, que es aceptación de su salvación y de su persona.
d) No concede la curación corporal por si sola y ésta nada tiene de magia: lo mismo que el perdón del pecado y la liberación de Satán, es un acto salvador para la persona entera y una experiencia de la misericordia y el Amor de un Dios salvador.


ENTENDAMOS RECTAMENTE EL MINISTERIO DE LA CURACION

SABER DISCERNIR LA ACCION DE DIOS

No en todos los casos en los que apreciemos una curación maravillosa o extraordinaria digamos que es obra de Dios.

Es importante recordar que existen fuerzas ocultas de la naturaleza y personas que tienen un poder extraordinario de curación, o por la utilización de estas fuerzas naturales, o por un poder maligno, o por una mezcla de ambos. Ejemplos tenemos en los descubrimientos de la sofrología, en las prácticas de las religiones orientales, en la meditación trascendental y en la concentración profunda del yoga.

La Palabra del Señor nos pone en guardia: “Entonces si alguno os dice: "Mirad, el Cristo está aquí o allí", no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos” (Mt 24,23-24).

Cuando se trata de fenómenos públicos o que afectan a una parte del Pueblo de Dios hay que aceptar el discernimiento de los Pastores. En el ejercicio de los carismas para edificación de la Iglesia corresponde a ellos, juzgar la genuina naturaleza de tales carismas y su ordenado ejercicio, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno” (VAT. II, Decrt. Apostolado Seglar, núm. 3).

Un elemento claro de discernimiento es ver si tal curación contribuye a glorificar a Jesús, si manifiesta el poder y el Amor de Dios. Otro elemento es ver si la curación implica un cambio espiritual en la persona, una conversión.

Cuando hablamos de curación, no estamos hablando de milagro, sino de una curación que se puede dar o en forma extraordinaria, o en forma que los médicos aceptarían como cosa puramente normal, o es una curación que se realiza de manera progresiva.

De cualquier modo que sea, siempre ha habido una intervención del Señor, o en forma extraordinaria, o a través del proceso ordinario de la medicina y la cirugía, como respuesta a nuestra oración, y puede decirse que se ha manifestado el Poder y el Amor del Señor, y para el enfermo ha sido un acto de salvación.

No hace falta insistir en la realidad del milagro, sino en la acción salvadora del Señor.
Por otra parte, para Dios no existe la línea separatoria que nosotros hemos trazado entre lo que es puramente natural y lo que es sobrenatural. Dios siempre es salvador: “Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo" (Jo 5, 17), “por lo demás sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28).

VERDADERA FE: NI CREDULIDAD NI ESCEPTICISMO

Sólo con la mirada profunda de la fe evitaremos una desfiguración o una falsa interpretación de los hechos. Pero también nos veremos libres de los muchos prejuicios que hoy existen en la mayoría de los cristianos contra la curación.

Cuando uno entra en la R.C. le resulta difícil al principio comprender y aceptar el carisma de la curación.
Los prejuicios más corrientes son los siguientes:
1) “Esto es de santos y nosotros no somos santos”: se piensa que sería una temeridad o presunción para el cristiano común esperar o pedir la curación. Pero Jesús tan sólo habló de la fe en Él: “Estas son las señales que acompañarán a los que crean...” (Mc 16,17-18)

2) “Yo no necesito esos milagros, me basta con la fe”: se cree que esto era necesario en los comienzos de la Iglesia, pero no ahora, cuando ya ha pasado la época de los milagros y la Iglesia no debe poner el acento en ellos.

3) “Los milagros no son más que una manera primitiva de expresar la realidad”: los que así piensan hasta llegan a interpretar los milagros del Evangelio en términos puramente naturales, reduciéndolos a una experiencia humana desmitologizando y cuestionando toda la posibilidad de un Dios que actuaría directamente en la historia. Se le considera algo propio de una época preciéntifica. Este prejuicio obedece principalmente a la idea que se tiene de un Dios impersonal y lejano, situado allá en las alturas lejos de nosotros, pero no el Dios del Evangelio presente en nuestras propias vidas.

4) «Esto es algo peligroso que ocasiona ilusionismo y mucha gente vive sólo una religión milagrera y a veces mágica”: cierto que se ha abusado mucho, que se ha fomentado todo un falso cristianismo de reliquias, objetos y lugares en torno a la curación. Cualquier realidad sagrada podemos malentenderla, desfigurarla y abusar de ella. Ejemplos, Simón Mago con el Don del Espíritu Santo (Hch 8,9-24), los abusos y disparates que a lo largo de la historia se han cometido con la oración, los sacramentos, la autoridad, la vida religiosa, etc.

5) “Hemos de aceptar la enfermedad como voluntad de Dios o como la propia cruz”:
Toda la espiritualidad que se ha hecho de la enfermedad como algo enviado por Dios que nos purifica y nos quebranta para someternos dócilmente a Él parece no tener en cuenta que el sufrimiento propio del cristiano, el único que nos prometió el Señor, no fue la enfermedad, sino la persecución y el sufrimiento que deriva de la entrega a los demás con la inmolación del egoísmo y la comodidad (Cf.: 2 Co 11.23-29). La cruz que llevó Jesús fue la persecución y la entrega a los demás.

La gloria de Dios es el hombre viviente: Dios quiere la vida, la salud. la integridad del espíritu, de la mente y del cuerpo. La enfermedad es un mal en si, aunque de ella pueda provenir un bien. No representa la voluntad de Dios, es una de tantas consecuencias del pecado. Dios quiere sanar como quiere reconciliar al hombre y la creación entera.

Hace falta luz del Señor para saber cuándo tenemos que pedir para este hermano que aleje esta enfermedad o más bien que le dé una muerte feliz.

Alguna enfermedad puede obedecer a un propósito superior: puede servir para hacernos recapacitar, o para reorientar nuestras vidas en otro sentido. Se trata del sufrimiento redentor, que suele ser la excepción, pues constituye en si una llamada o una gracia especial del Señor.

¿POR QUE ES TAN IMPORTANTE EL MINISTERIO DE LA CURACION?

Si insistimos en el ministerio de la curación, o más bien, en la recuperación de este patrimonio del poder de sanación, cuya desaparición ha sido una de las mayores pérdidas que ha sufrido la Iglesia, no lo hacemos por afán de fomentar el fenómeno sobrenatural, ni por el milagro por el milagro, ni porque haya que probar nada, pues la fe nada tiene que probar. Se cree o no se cree en Jesús, y llegar a creer es un don de Dios más que nuestro.

El hombre ideal, totalmente sano de cuerpo y de alma no existe en realidad. El hombre es siempre un ser enfermo, en mayor o menor grado, ya se manifieste la enfermedad predominantemente en la parte somática o ya sea en la parte psíquica, mental o emocional, o bien sea en su espíritu.

Toda alteración en la armonía y equilibrio del ser humano se aleja del plan inicial de Dios, va en contra de la creación de la que el hombre salió perfecto y sano. En la medida en que se aleja de la idea inicial de Dios no contribuye a alabar a Dios por su creación.

Toda enfermedad, de cualquier tipo que sea, es “la creación entera sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios... la creación entera gime hasta el presente... y no sólo ella, también nosotros gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rm 8,20-23).

La enfermedad es estado de debilitamiento, moral y espiritual, más que físico, propicio para la tristeza, la depresión y el sentimiento de soledad y desamparo, difícil para la vida abundante del espíritu. La excepción son los enfermos en los que admiramos una gran paz y alegría.

Es una dimensión importante del hombre en la que necesita ser y sentirse salvado por Cristo Jesús. El sacramento de la unción de los enfermos tiene esta finalidad.
Ejercer nosotros el ministerio de la curación, tal como el Señor la quiere realizar ahora, no significa hacer competencia a la medicina, ni fomentar el milagro. Es responder a una ineludible necesidad en que se encuentra el hombre, para la que hay una respuesta muy concreta del Señor. Es además una necesidad apremiante y grave en muchas situaciones.

El Señor manifestó gran compasión por los enfermos y se dedicó intensamente a ejercer el ministerio de la curación.

Para aquel que ahora recibe la curación no significa ser simplemente curado, como el que ha superado una operación complicada y peligrosa. Es experimentar la salvación, la presencia y el amor del Señor. Cualquier curación de este tipo es una experiencia religiosa profunda, una conversión, una renovación de toda la vida. Es acto salvador de Jesús, del que brota la alabanza y la glorificación a Dios, como pasa en todos los casos del Evangelio.

Creer que Jesús sólo vino a “buscar las almas” o "la salvación del alma” es una falsa comprensión del mensaje del Evangelio.

Afirmar que lo importante es que el alma esté sana, aunque el cuerpo esté enfermo, es también otra equivocación, pues de ordinario no es posible lo uno sin lo otro por la mutua interdependencia que existe entre ambos.

La salvación total de Jesús no es solamente perdonar el pecado y darnos la gracia: es liberar al hombre completo de la forma que mejor se aproxime a lo que va a ser después por la resurrección en la consumación final.

MINISTERIO EXIGENTE PARA EL QUE LO PRACTICA

Cuando el Señor cura a través nuestro no es porque nos dé un poder especial o una fuerza secreta.

Lo que cura es el amor del Señor, su presencia por la fe ciega en Él y en su Palabra.

El que ora ha de tratar de comunicar el amor y la presencia de Jesús al enfermo.

Para esto se requiere vivir en identidad y compenetración con el Señor, vivir en fidelidad constante, asimilar sus formas de ser, todo su Espíritu, pero sobre todo vivir de una gran fe.

Al mismo tiempo el que ora debe experimentar un gran amor por el enfermo: no emitir en su interior ningún juicio negativo, no admitir ningún sentimiento de superioridad, ninguna reserva o rechazo.

Tendrá que ejercer la paciencia y una gran comprensión. Es un ministerio de misericordia, de amor y abnegación. Hay que dedicar largo tiempo.

El que ora nunca debe pretender poseer él el don de la curación. En realidad y como cosa corriente, más que el que haya personas con el don de curación, podemos decir que lo que pasa es que el Señor cura a través de aquellas personas que ponen una fe profunda y sencilla en la oración, un gran amor al Señor y al enfermo, fiándose totalmente de la palabra de Dios, sin buscar lo más mínimo la propia gloria.

Y EXIGENTE TAMBIEN PARA EL ENFERMO

A veces a los grupos vienen enfermos que tienen una gran fe en el grupo o en determinada persona: creen que se curarán simplemente por la oración de aquellas personas o de aquel hermano. En muchos de estos casos puede ocurrir que el enfermo tenga más confianza en la oración de quienes oran por ellos, que en el Amor y el Poder de Jesús. Pero quien cura es Jesús y solamente Él, no tal orante o tal grupo.

Por esto es importante la fe y la actitud general del enfermo para que el Señor lo cure. El Evangelio dice: “Y no podía hacer allí ningún milagro...” (Mc 6,5). Es fundamental la actitud de abandono en las manos del Padre, de confiar plenamente en Él, querer entregarle toda la vida y agradarle en todo. Esta actitud comprende por supuesto la fe para ser curado. No hay que insistir solamente al enfermo en que confíe en que el Señor le curará, sino en que se abra totalmente al Señor.

Debe no solamente querer la curación física, que es lo único que quieren algunos enfermos, sino también todo lo que el Señor quiera de él. Pedir la curación física por sí sola no tiene mucho sentido, ni tampoco se da de ordinario.
A veces se curan también enfermos que no tienen fe o no lo esperan. El Señor es muy dueño para hacer lo que quiere. Pero por lo general hemos de usar discernimiento para ver por quiénes podemos orar y por quiénes no, sobre todo cuando oramos en grupo. Si el enfermo no lo pide, si no confía, si no manifiesta verdadero deseo, a no ser que esté inconsciente, no se dan unas condiciones favorables.
Orar indiscriminadamente por todos los enfermos que vinieran a nosotros sería decepcionarlos y hacer que confíen más en nosotros que en el Señor, cuando nosotros no somos nada.




DISTINTAS FORMAS DE CURACION

El P. Francis MacNutt distingue cuatro formas principales de curación, y por tanto cuatro métodos típicos de oración para ejercer este ministerio:

a) Oración de arrepentimiento por pecados personales.

b) Oración de curación interior: en la que se da sanación de recuerdos o de cualquier enfermedad de tipo mental o psíquico.

c) Oración de curación física.

d) Oración de liberación para casos de opresión.

“No todos ejerceremos un ministerio a fondo en cada uno de estos campos, pero hemos de conocer nuestro propio límite y estar listos para referir al enfermo hacia otra persona más capacitada que nosotros. Espero que llegue el día en que los cristianos de cada localidad sean capaces de aunar sus dones para trabajar en equipo, como muchos doctores lo hacen en cualquier hospital o clínica. La mayoría de nosotros no tiene el tiempo ni los dones divinos para trabajar en todas estas áreas de curación. Pero todos necesitamos desarrollar el discernimiento sobre cuál es el mal, para aplicar el tipo de curación apropiada” (FRANCIS MacNUTT. O. P. Sanación carisma de hoy. Publicaciones Nueva Vida, Puerto Rico, 1976, 111).


ORACION DE ARREPENTIMIENTO

El arrepentimiento es algo que está en la raíz de la mayoría de las curaciones.
Si hay arrepentimiento, hay perdón y liberación del pecado, y por tanto hay sanación y salvación.

Hay una relación profunda entre arrepentimiento o perdón de los pecados y la curación interior, y así mismo, con respecto a la curación física. La psicología y la medicina modernas reconocen que gran parte de las enfermedades físicas tienen un componente psíquico.

En muchos casos resulta más útil y más importante dedicar tiempo a la oración de arrepentimiento o a la de sanación interior antes que orar por la curación física. La curación del paralítico descolgado ante Jesús es un ejemplo.

A veces lo difícil es llegar a un estado de arrepentimiento profundo. Para ello hace falta dedicar tiempo a la oración, recurrir al Espíritu Santo. Quizá sea en este aspecto donde más experimentamos nuestra pobreza e impotencia espiritual o la imposibilidad de liberarnos del pecado por nosotros mismos. Porque el pecado hunde sus raíces en lo más profundo del corazón del hombre.

La reconciliación sacramental tiene una dimensión y virtualidad de curación que estamos empezando a descubrir. Ha de ser una celebración sacramental en la que se dé gran importancia al diálogo entre penitente y confesor, y, sobre todo, a la oración conjunta de ambos, para llegar a una apertura total al Señor y a experimentar su curación. Para muchos sacerdotes puede ser un descubrimiento leer la obra de MICHAEL SCANLAN. El poder en la penitencia, Publicaciones Nueva Vida. Puerto Rico. 1975.

Para llegar al arrepentimiento es de gran importancia perdonar a los demás. A veces es odio, pero frecuentemente son formas solapadas de pecado a las que no damos gran importancia, como amargura, resentimiento, rechazo interior o prejuicios, las que obstaculizan una actitud sincera de arrepentimiento.

Jesús nos pone el dedo en la llaga: “Y cuando os pongáis a orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas. (Mc 11.25).

Comenta F. MacNutt: “Yo solía pensar que tales pasajes brincaban de un tema a otro: en una frase Jesús manda tener fe en la oración; en la siguiente nos manda perdonar. Pero ahora comprendo la intima conexión entre ambas ideas. Es como si el amor divino de salvación, de curación y de perdón no pudiera fluir hacia nosotros, a menos que estemos preparados a dejarlo venir hacia nosotros. El amor de Dios no puede estar con nosotros, si nosotros negamos el perdón y la curación a otros. (pág. 117).

El amor que pone el Señor en nosotros cuando verdaderamente perdonamos y olvidamos es el mejor remedio para romper la frialdad, la indiferencia, la desgana, la amargura que bloquean el flujo del poder divino salvífico.

LA CURACION INTERIOR

Generalmente es necesaria la curación interior cuando comprobamos alguno de los siguientes casos: heridas del pasado, traumas no superados, resentimientos, problemas emocionales profundos, depresión, formas persistentes de ansiedad, miedo, impulsos sexuales compulsivos, excesiva timidez, con su respectiva carga de recuerdos y vivencias del pasado, que por más que queramos no podemos librarnos de ellos.

En todos estos casos falta paz y alegría, no es posible experimentar el amor de Dios y la libertad interior para llegar a la alabanza. También hay cierta dificultad de relación con los demás. Aquellas personas que en cualquier momento de su vida, pero sobre todo en la infancia, se han sentido rechazadas, experimentan ahora una gran dificultad para amar, para confiar en los demás y en Dios.

Todo esto puede ser sometido al poder sanador de Jesús. “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre” (Hb 13,8). Él quiere realizar una cura espiritual importante que fundamentalmente consiste en: 1) Sanar las heridas o traumas que aun persisten y que siguen afectando la vida del paciente; 2) llenar con su amor todos los ámbitos que han permanecido vacíos durante tanto tiempo.

Para esta clase de sanación hay una forma peculiar de entrevista y oración. Este ministerio lo puede realizar una persona sola que tenga conocimiento, discernimiento y dones para ello, o puede ser también un equipo, al que llamamos grupo de intercesión.

Las personas que forman los grupos de intercesión deben ser cualificadas, dotadas de algún don del Espíritu, unido al conocimiento de la psicología y de una gran sensibilidad.

El tiempo dedicado a cada caso puede ser entre media hora y una hora o más, y de ordinario se requieren varias entrevistas.

La primera parte de la sesión está dedicada a la entrevista: escuchar, dialogar, discernir. Unas preguntas generales ayudarán: ¿Cuándo empezó esto? ¿Qué crees que fue lo que lo causó? La mayoría de los problemas suelen arrancar de algún rechazo o de unas relaciones rotas. Importantes son nuestras relaciones con los padres en la infancia: si faltó amor en la niñez, el problema se manifiesta en la edad adulta, afectando a los sentimientos básicos de la persona respecto de si misma, de los demás y de la vida entera. Otros pueden haber recibido sus heridas en el Colegio, o más tarde, o en experiencias sexuales desdichadas, o en unas relaciones tensas durante mucho tiempo en el interior de una comunidad religiosa. A veces la persona misma ignora lo que le pasó.

Después de la entrevista haremos la oración. No tengamos miedo de que la oración parezca sencillo y hasta pueril. Generalmente es el niño del pasado que todos llevamos dentro lo que hay que sanar. A veces hay que orar al estilo de un niño, en la forma más imaginativa posible.

La oración ha de ir dirigida primero a pedir al Señor la curación de la herida que se ha puesto de manifiesto (aspecto negativo): que restañe estas heridas del pasado, para pasar después a pedir (aspecto positivo) que llene la vida personal con todo aquello que estaba echando de menos, que llene los ámbitos vacíos de este corazón,

En la primera sesión siempre hay que seguir este esquema: a) sacar a la luz las cosas que nos han herido. b) orar al Señor para que cure las heridas. En las demás sesiones no hace falta insistir tanto sobre el pasado y sí dedicar más tiempo a la oración.

Esta clase de oración suele tener una respuesta de parte del Señor muy perceptible. La curación suele ser más bien progresiva, aunque a veces se puede dar en una sola sesión o en el momento del bautismo en el Espíritu.

Si la oración no obtiene respuesta será porque no hemos llegado al fondo del problema. Puede ser por una de estas tres razones: a) hay necesidad de arrepentimiento: que el paciente perdone a alguien que ha herido, b) hay una herida mas profunda que aun no hemos descubierto, puede haber necesidad de oración de liberación.

LA CURACION FISICA

Es la más difícil de admitir y la que mas puede poner a prueba nuestra fe. Sin embargo la oración por la curación física es la más sencilla de todas y la más breve.

Se requiere más valor que fe para pedir la curación física.

Al principio creemos que es una temeridad porque pensamos que pedimos a Dios un milagro. Pero es una falsa humildad y ya sabemos cómo e1 Señor puede curar sin recurrir al milagro, y cómo quiere que sus discípulos oren por los enfermos.

De hecho, Dios responde a esta oración y sana de muchas maneras.

Para orar por la curación física se puede seguir la siguiente pauta:
1) Lo primero es siempre escuchar para discernir qué hemos de pedir y si hemos de orar o no.
Fijar al mismo tiempo la atención en la persona que nos refiere qué es lo que le aqueja y en el Señor que a veces comparte con nosotros el don del discernimiento para llegar al verdadero diagnóstico y ver si la persona está o no segura de lo que le pasa.

A veces descubriremos que más que de curación física se trata de curación interior, o de arrepentimiento o de oración de liberación.

Si se trata de curación física no hay que emplear mucho tiempo en discutir los síntomas.

El discernimiento ha de ser también para saber si hemos de orar o no. Hay muchos enfermos: algunos ni siquiera están preparados para ser curados, a pesar de que pidan que se ore por ellos.

El Espíritu nos indicará, si estamos atentos a su voz, por quién debemos orar. Dios quiere que tratemos de averiguar si debemos o no orar por esta persona concreta. Los experimentados en este ministerio conocen las muchas formas como Dios orienta sobre el cómo, el cuándo y por quién orar pidiendo curación.

Hay también manifestaciones extraordinarias de conocimiento y de sensación del poder curativo del Señor, pero no siempre que hay curación se dan. Hay quienes experimentan una sensación de paz y de alegría si tienen que orar por tal enfermo, y una sensación de oscuridad y pesadumbre cuando no deben orar. Esta pesadumbre es distinta de la que sobrecoge a uno al comienzo de la oración de liberación. Hay también quien experimenta una sensación de calor o algo así como una corriente eléctrica que circula por sus manos.

Para aquellos que no están experimentados valga la siguiente regla: a) oren por aquellos que acuden y les piden oración, b) oren siempre que se sientan movidos por compasión a visitar a alguien enfermo y orar por él. También hay que estar muy atento a las mociones del Espíritu, sobre todo cuando no sabemos qué hemos de pedir. No hay que centrarse sólo en el problema y sus síntomas.

2) Imposición de manos y oración. Si la persona por la que se va a orar se molesta con la imposición de manos, o prefiere que nos mantengamos a cierta distancia, respetemos sus sentimientos. El gesto de la imposición de manos es una forma de comunión de amor y está indicado por el mismo Señor.

La oración ha de tener los siguientes elementos: 1) Reconocimiento de la presencia de Dios: siempre dirigida al Padre o a Jesús, reconociendo la presencia de Dios y alabándole. 2) Petición, de forma muy especifica, visualizando la curación que estamos pidiendo. Esto aviva nuestra fe y la del paciente. La oración además de imaginativa debe ser positiva y enfatizar, no la situación de enfermedad, sino la esperanza de que el organismo se recupere: así tratamos de compartir la visión que Dios tiene de la persona en su representación perfecta. Esta visualización positiva ayuda a nuestra fe. 3) Confianza: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: "Quítate y arrójate al mar" y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc 11,22-24). Esta fe es un don. A veces cuando decimos “si es tu voluntad” esto debilita nuestra confianza. Mejor decir: “Hágase según tu voluntad". 4) Con acción de gracias: porque creemos que Él nos ha oído, debemos ya en la oración darle gracias, 5) Orando en el Espíritu: cuando no estamos seguros qué hemos de pedir nos dirigimos al Espíritu, porque “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene...” (Rm 8.26).

LA ORACION DE LIBERACIÓN

Hay que distinguir muy bien entre posesión diabólica y opresión diabólica.

La posesión diabólica es bastante rara en nuestro continente europeo y en los países de larga tradición cristiana. La oración formal de la Iglesia para liberar a un poseído es el exorcismo. Para ejercer esta clase de oración se requiere el permiso del Obispo que sólo se da a un sacerdote especialmente cualificado para este ministerio, por los riesgos y peligros que implica.

La opresión es relativamente frecuente: es como la invasión de una ciudad, en la que la persona en cuestión tuviera el control de la mayor parte, quedando ciertas áreas bajo el dominio enemigo.
He aquí la opinión de un prestigioso teólogo: “La acción de estos poderes no debe suponerse sólo allí donde se dan fenómenos paranaturales o “extraordinarios”, considerados desde el punto de vista de los métodos experimentales intramundanos y en contraposición con los fenómenos normales y controlables empíricamente. También y sobre todo la cadena "normal” de procesos está sujeta a la dinámica de los poderes demoníacos orientada hacia el mal” (K. RAHNERH. VORGRIMLER, Diccionario Teológico, Herder, Barcelona, 1966).

Donde más frecuentemente se manifiesta es en los casos de drogadictos, alcoholismo, conducta autodestructiva, personas que han participado en sesiones de espiritismo, brujería, meditación trascendental, todas las prácticas del ocultismo, concentración profunda del yoga.
En este asunto se necesita más que nunca el don del discernimiento, consejo y sabiduría del Señor. Hay veces que se puede tratar de casos de alucinación o de aberración psíquica o de personas psicópatas.
Un indicio de la necesidad de oración de liberación puede ser el hecho de que la curación interior no da resultado.

La oración de liberación debe administrarse con mucha cautela. Es la clase de oración que más fácilmente se presta a abusos y que puede ocasionar mayores problemas, pues también se hace en forma de exorcismo.

El discernimiento es todavía más necesario, por la gran ignorancia y falta de experiencia que hay en este punto, y por lo delicado y comprometido del caso.

Esta clase de oración no la puede ministrar cualquiera y de ordinario ha de ser un grupo de personas entre las que haya al menos un sacerdote, pues, a diferencia de la oración de curación que siempre se dirige a Dios, la oración de liberación es una especie de exorcismo que va dirigida contra los espíritus opresores, es decir, una orden imperiosa en nombre de Jesucristo, con firmeza y autoridad.

Dado la complejidad y lo delicado de este ministerio, no podemos presentar aquí todos sus aspectos. Puesto que es un asunto para dirigentes muy especializados, no es tema de difusión general. En cualquier duda o problema que se nos presente, nunca resolvamos por nuestra propia cuenta, sino, que lo remitamos a personas competentes y experimentadas.