El grupo de renovacion carismatica

RELACIONES INTERCOMUNITARIAS

Dios en su misterio trinitaria es una comunión de vida y amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

La Iglesia de Cristo es también una comunión. La Iglesia primitiva tenía una conciencia muy profunda de esta realidad y así se vivía en aquellas comunidades, como atestigua el Libro de los Hechos y las Epístolas paulinas.

La Renovación Carismática, si es algo, es ante todo una comunión. Es una comunión profunda con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Cada miembro de la R. C. está llamado a vivir el misterio de la Trinidad tal como Dios quiere que lo vivamos. Esto es lo que diríamos a un nivel personal y vertical.

Pero a nivel interpersonal esta comunión adquiere una dimensión más profunda. Es el misterio de la comunión de los santos, el dinamismo de la savia de la vid. No se trata simplemente de estar bien con el hermano, de no ofenderlo, de aceptarlo o sufrirlo. Se trata de relacionarnos con él con un amor de ágape y de comunión. Esto significa amor totalmente desinteresado, de compartir y comunicar bienes, sufrimientos, alegrías, pero sobre todo aquello que es nuestra máxima riqueza: la presencia del Señor en nosotros y la vivencia de nuestro amor. Esto es lo que más nos puede unir a todos con lazos por encima de nuestros sentimientos y simpatías.

Hay otro nivel que aquí queremos acentuar: es el nivel ínter comunitario o de grupo a grupo.

En la R. C. es cuestión de vida o muerte asegurar este nivel de comunión. Dios en su obra de salvación ha querido actuar en un plan unitario y de comunión: nadie se salva ni se santifica solo, lo mismo que nadie se pierde solo, “ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie para si mismo" (Rm. 14, 7). Esto que en el plan de Dios pasa con el individuo es válido también para los grupos y comunidades. Por esto el Señor ha formado su Iglesia como una comunión o como un cuerpo con distintos miembros en el que se da una interdependencia vital entre unas partes y otras.

Aplicado a nuestros grupos, esto nos pide estar en comunión con la Iglesia, con nuestros Pastores y con los demás grupos o comunidades.

El descuidar esta comunión sería obstruir la corriente de vida que nos llega al grupo. Si surgen tensiones o distanciamientos entre grupos, o peor aun, escisiones o separaciones, esto seria más terrible que cualquier amputación que se efectuara en nuestro propio cuerpo; por la que sufre y pierde todo el cuerpo, pero sobre todo el miembro escindido.

Sin llegar a tanto, es fácil que unos grupos se distancien de otros o que se estén ignorando o viviendo en constante desinterés de unos a otros. Los servidores tienen aquí una gran responsabilidad y han de tomar conciencia de cómo esto no lo quiere el Señor y resta eficacia y vida a los grupos implicados. Y si el problema fuera nada más que de un servidor a otro servidor de distinto grupo, este mal no tienen porque sufrirlo los miembros de los grupos.

Establecer lazos de comunión significa que un grupo se interesa por el otro grupo, que vive sus alegrías y sus contrariedades, que hay amor de grupo a grupo. A todo esto puede contribuir de forma muy positiva el realizar visitas a los grupos siempre que haya oportunidad, invitar a los hermanos o a los servidores de otros grupos para algún retiro o acontecimiento importante, comunicarse experiencias y el distinto material que nos llega, todo lo bueno que tenga un grupo, es decir toda su riqueza, ponerla a disposición de los demás grupos. En todo esto hay que observar siempre el principio de no ingerencia en los asuntos internos o en los problemas que pueda tener el otro grupo.

Para fomentar la comunión será necesario también el encuentro de servidores de distintos grupos, las asambleas regionales o nacionales, programar encuentros para varios grupos en las vacaciones

El resultado del crecimiento de la comunión será siempre la mutua edificación, y todo un enriquecimiento y trasvase de vida, de experiencias y conocimientos, y que unos grupos se administren a otros y se fortalezcan en la vida del Espíritu.

¿CUAL ES NUESTRO CENTRO?

Los que estamos en la R.C. de una u otra forma nos vemos implicados en la acción, ya que en principio todos somos servidores de los demás y hemos de realizar funciones o ministerios de los muchos que hay que desempeñar. Esto nos exige dedicación a los demás, a veces horas de reuniones, horas de acompañar a un enfermo, viajes sin reparar en el cansancio, o en la falta de sueño y alimento, tiempo para preparar encuentros o retiros.

Todo esto es bueno y es parte de nuestro compromiso que nos pide darnos al Señor y a los demás sin reparar en nosotros mismos y es una forma de hacer realidad aquello del Evangelio: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. (Mc. 8,35).

Pero ser “prudentes como las serpientes” (Mt. 10,16) exige saber discernir y desenmascarar la tentación en la que tan fácil e inadvertidamente caemos. Esto ocurre cuando nos absorbe la acción, no solamente por el tiempo que le dedicamos, sino principalmente cuando llega a ocupar sutilmente el centro de nuestro interés. Y quien dice la acción, dice también las cosas, las tareas, los problemas, etc. En los encuentros y retiros puede ocurrir que lo que más descuidado queda sea la oración individual, el estar a solas tú a tú con el Señor y dedicarle el tiempo que a cada uno nos pide. Esto es básico y primario, sin que tengamos que darlo por supuesto, pues de ello depende todo lo demás.

Este ha sido siempre el peligro de cuántos desempeñan funciones que exigen trabajo y entrega a los demás.

“Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola» (Lc. 10,42) nos diría entonces el Señor. Y todos sabemos cuál es esa sola cosa: nadie más que Él.

Si cuanto hacemos en la R.C. nos aparta o distrae del Señor, o hace que el centro de nuestros intereses y preocupaciones ya no sea Él, todo lo que estamos haciendo, por más bueno y santo que nos parezca, se está convirtiendo en nuestro ídolo.
Siempre tendremos que preguntamos: ¿es ahora el Señor el centro de mi vida?







EL GRUPO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA




INTRODUCCION

La Renovación Carismática aspira a que llegue el día en que su aire renovador haya penetrado en todas las comunidades cristianas e instituciones de la Iglesia. Hasta llegar ese momento ha de concretarse en grupos y comunidades.

Sin embargo la R.C. no consiste puramente en grupos de oración, como a veces se da a entender, ni es tampoco un movimiento de devoción al Espíritu Santo. Por otra parte vivir una relación profunda con el Espíritu Santo no es una “devoción”, Es de la esencia de la vida cristiana.

La R.C, es algo más amplio y profundo que sus grupo, cada uno de los cuales puede ser una realización más o menos auténtica de la misma, pero difícilmente habrá uno que encarne totalmente todo lo que es la R.C.

Estos grupos son para nosotros el instrumento y el medio vital en el que nos movemos para caminar y crecer en el Espíritu. En los grupos se experimenta la presencia del Espíritu y la vida cristiana.

Los artículos que siguen a continuación nos ofrecen algunos aspectos importantes de un grupo de la R. C. Por su lectura podemos deducir cómo un grupo ha de ser auténtica expresión de la vida cristiana.




ORIGEN Y PRIMEROS PASOS DE UN GRUPO DE R.C.

Por Luis Martín

Los orígenes de todo grupo de la R.C. son siempre humildes. Las cosas del Señor siempre tienen un comienzo pobre y humilde, como Nazaret, Belén. Es el grano de mostaza.

No hay técnicas prefabricadas para poner un grupo en marcha.


Para empezar basta que haya algunas personas, más bien pocas, aunque nada más sean dos o tres, que se reúnan a orar Con determinada frecuencia con ansias de abrirse al Espíritu. No importa si saben mucho o poco de la Renovación Carismática. Esta oración que empieza sea espontánea, sincera, con espíritu de pobres, aceptándose y amándose unos a otros y a partir de la palabra de Dios. Evitar desde el principio todo formalismo o rutina. Basta que se atengan a lo que dice San Pablo: "cuando os reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación”. (1 Co. 14,26).

Para que el grupo cuaje y siga adelante es necesario que este mínimo de personas sigan orando así durante un tiempo razonable, tres o cuatro meses, sin tener prisa para que crezca el grupo. Este tiempo, hasta que el grupo empieza a crecer, es muy importante: en él se va formando como el núcleo del futuro grupo, núcleo del que han de salir después los servidores y catequistas. En este tiempo necesitan abrirse mucho unos a otros y compartir la palabra de Dios y las vivencias por las que vayan pasando. Así se Inicia ya el proceso de crecimiento y maduración espiritual y empezarán a despuntar los carismas.


Muy Importante en el comienzo de un grupo es la forma como resuelve las pri¬meras dificultades por las que necesariamente ha de pasar, pues, aunque todos vienen con los mejores deseos, surgen enseguida dificultades, por la diversidad de caracteres, sentimientos, situaciones espirituales, modo de entender la oración, etc. La tentación de marcharse está siempre amenazando y hay quien cede: lo que más cuesta será siempre aprender a amar y aceptar a los demás tales como son. Esta es la gran dificultad de todo grupo y de ello depende en gran parte su apertura al Espíritu y a sus dones, dificultad que no sólo se da en los comienzos sino a lo largo de toda la vida ? de un grupo.'

Por otra parte, a los grupos siempre viene alguna persona difícil o problemática que resulta incómoda para los demás. Entonces solemos pensar: “si tal persona dejara de venir al grupo, todo sería más fácil, avanzaríamos más, haríamos mejor la oración...” Pero esto es un engaño. Esa persona difícil que se nos ha metido en el grupo es la piedra de toque de nuestro grado de amor y aceptación a los demás. Si no la puedo amar, es la que me está denunciando, como si hubiera sido enviada por el Señor, hasta qué punto el pecado sigue en mi, hasta qué punto necesito un corazón nuevo para amar corno el Señor ama. Por la fuerza del amor del Señor en mi llegaré a amarla como amo a los demás.

También empezarán a venir al grupo cojos y ciegos y tullidos: aquellos débiles y enfermos y pobres que en todas partes son rechazados, incluso en muchas comunidades que se dicen cristianas. Estos han de ser los mimados del grupo.

Vendrán también personas inestables, que no duraran mucho: vendrán otros a observar, vendrán muchos sedientos del Señor.

Es de gran importancia el sentido de acogida que se tiene para todos, pero principalmente para aquellos que vienen por primera vez. No basta saludarlos e invitarlos a participar en la oración. Hace falta más: Interesarse por ellos, mostrarles afecto, confianza y familiaridad desde el primer momento, y que nunca se sientan solos en el grupo sin saber a quién dirigirse.

La acogida tiene una gran importancia para que permanezcan los que vienen por primera vez y ha de ser uno de los signos que constantemente está ofreciendo el grupo.

Otro punto importante es la Iniciación que hay que ir dando a los nuevos. Si hay ya un grupo considerable habrá que programar un seminario de iniciación; si son pocos, se puede hacer de forma más sencilla, pero siempre en clima de oración. Los seminarios de Iniciación no son simple transmisión de conocimientos, sino que además y principalmente han de ir creando una atmósfera espiritual de apertura y entrega al Señor.

Terminada esta etapa de iniciación será bueno celebrar un retiro para el bautismo en el Espíritu y en este momento ha de sentirse la presencia orante de todo el grupo.


El grupo terminará de completarse cuando llegue a formar un equipo de servidores, según cualquiera de los distintos procedimientos que hay para ello. Si el grupo lleva ya varios meses funcionando no se dilate más la formación del equipo de servidores. Si es uno solo el que lleva la responsabilidad del grupo, recuerde que si esto vale para los co¬mienzos, llega enseguida un momento en que hay que compartir esta responsabilidad con algunos más que tengan plena aceptación de todo el grupo.

Cada grupo está llamado a recorrer un camino de crecimiento en la vida del Espíritu, de amor mutuo entre todos los miembros, de entrega al Señor y a los demás. Debe ser testimonio del amor, de la liberación del Señor y de su presencia. Y seguir caminando hasta las metas que le vaya marcando el Señor: quizá la comunidad, quizás otro tipo de compromiso.





¿PUEDE HABER DIFICULTADES EN UN GRUPO DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA?

Por María Palmira De Orovio. RSCJ

Un grupo de R.C. no es un grupo de dinámica, ni de revisión de vida, ni de meditación en común, ni de estudio de la Biblia. Un grupo de R. C. nace del en¬cuentro con ALGUIEN que vincula fuertemente a personas distintas, como hermanos.

Los comienzos suelen ser "eufóricos".

Se percibe la presencia del Señor a través del Espíritu que libera ese fondo de alegría y gozo profundos que todos llevamos dentro -zona de inocencia- con frecuencia reprimido. Pensar que este nivel perdura, es utópico. No hay que olvidar el elemento humano.

Tres palabras griegas caracterizaban a los primeros grupos cristianos: "KOINO¬NIA" = comunión; "MARTYRIA” = testimo¬nio; "DIACONIA” = servicio. Cuanto se oponga a ello, repercute negativamente en el grupo. Conviene, por tanto, recordar el consejo de San Pablo: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno" (1 Tes. 5,21).

COMUNION. - Un grupo empieza como colectividad anónima que no se reúne por ideología común, ni por un código detallado de vida. Nace de una búsqueda y de un encuentro. Porque el Señor, a quien buscamos, nunca falta a la cita. Como cantaba el himno: "Salimos hacia tu encuentro sabiendo que vendrás".

La comunión supone una comunicación.

Esta es difícil. En un grupo se siente uno, con frecuencia, bloqueado. El miedo impide la libertad de expresión. Miedo ante la mirada y el juicio ajeno. Miedo a proyectar el propio yo. Miedo a la soledad que se crea en torno al que aparece como distinto. Miedo a remitirnos a la escucha. Falta capacidad de aceptar y vivir el propio miedo. Falta también en los grupos, capacidad de silencio. A veces parece que está uno pendiente de lo que va a decir, en vez de escuchar, aceptar, integrar lo que dicen los otros. Porque la palabra de Dios es creadora. Y el Espíritu es siempre nuevo, imprevisible, desconcertante. Pero exige en nosotros una zona de silencio para que la palabra germine.

TESTIMONIO. -- Con frecuencia los grupos se limitan a exponer cosas banales Falta la expresión de vivencias de fe. Falta sencillez para ser auténtico. Tal vez, al hablar, se oculta el 20% por temor a la censura. Los testimonios que se dan no son siempre existenciales y se confunden con la información. La información es indispensable, pero es algo distinto. Un testimonio debe rodearse de una atmósfera de silencio que permita agradecer, compartir, admirar la acción de Dios. En los grupos falta con frecuencia esa dimensión, ese espacio, ese respeto a lo que el Señor ha hecho en el hermano o por el hermano. Falta tiempo para reconocer que, en torno nuestro pa¬san cosas que nos interpelan. Falta entender que lo que aprovecha no es "saber" sino "saborear internamente" las cosas de Dios, como dice San Ignacio. Y, como transmitir una experiencia es imposible, el silencio que sigue a su exposición hace que se comunique por contacto, como la luz que se transmite de una vela a otra, como se disuelven en el agua las partículas de una materia colorante.

SERVICIO.- San Pablo en 1 Cor, 11,18-¬19 dice: "Oigo que al reuniros en las asambleas, surgen entre vosotros divisiones y lo creo en parte. Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros".

Pueden darse tensiones --como sucedía entre los corintios -- que son problemas de poder. Eso podría hacer olvidar que lo que importa es que Cristo sea pro¬clamado, evangelizado. (Cfr.: 1 Cor. 1,10- 13 y 3,4-15) .

Puede suceder que Cristo otorgue a algunos la gracia de vivir de un modo nuevo, gracia que se desea compartir con los demás, y, que al querer comunicar ese mensaje se produzcan tensiones por falta de preparación para recibirlo.

Pudiera suceder - y es un peligro¬ - considerar las inspiraciones del Espíritu como una confirmación de nuestras propias ideas y decisiones y llegar hasta negar la autoridad de aquellos a quienes Dios ha designado para una dirección y ayuda (Crf.; SMET, Yo hago un mundo nuevo, p. 215 y ss.).

Cuando ha existido en el grupo algún conflicto, no hay que levantar polvo. Hay que dejar pasar porque pueden darse comentarios destructivos. Es preciso que nos reconozcamos distintos y reconozcamos que nos necesitamos como solidarios.

En un grupo de renovación carismática no se trata de encontrar líderes, sino SERVIDORES. Hay que darles confianza. Porque, a través de ellos, el Espíritu proyectará sobre cada uno el poder de encontrarse y liberarse




NUESTRA ACOGIDA AL HERMANO EN EL GRUPO

Por Rodolfo Puigdollers

La comunidad es un don de Dios. El Cristo glorificado, en medio de la comunidad cristiana, nos da su Espíritu. Dándonos gratuitamente su Espíritu nos reúne en comunidad.

En el otro, en el hermano, es Cristo quien me sale al encuentro. Es el Cristo que me habla, que me ayuda, que me corrige; es el Cristo pobre, necesitado, hambriento.

Para poder acoger auténticamente al hermano necesito sentirme comunidad cristiana; necesito sentirme cuerpo de Cristo, donde cada uno tiene su función y su lugar; necesito aceptar y estar en comunión con los dirigentes. Sintiéndome así comunidad podré discernir cuál es el rostro de Cristo que viene a mi encuentro: ¿el Cristo que me habla o el Cristo que me pide una palabra?, ¿el Cristo que me consuela o el Cristo que pide consuelo?, ¿el Cristo que me reprende o el Cristo que pide ayuda?

El hermano, !a comunidad, es siempre el gran don que me hace Cristo. Rechazando al hermano, rechazo a Cristo; aislándome de la comunidad, me aíslo de Cristo.

Para que la presencia de Cristo resplandezca en nuestra comunidad es preciso vivir en la fe. La presencia de Cristo es un misterio de fe, sólo en la fe seremos conscientes de esta presencia. Y la fe alimenta con la esperanza, la gran esperanza del don de Cristo, la esperanza de su venida; se alimenta con el amor, el amor que nos lo hace anhelar, que nos lo hace ver en sus huellas, que nos hace suspirar en su ausencia. La oración, la contemplación, la súplica continua purifica nuestro corazón para poder ver el Cristo en medio de nosotros Sabemos que está. Y, a veces, no lo vemos. Pero El está. ¡Purifica, Señor, nuestro corazón!

Cuando pido perdón al hermano, dejo que el Espíritu Santo entre en mi inte¬rior y purifique mi rostro. Si mi rostro, mis palabras, mi silencio, mis acciones, mi espera, resplandecen con la luz de Cristo, mi hermano verá al Señor. Si la luz de Cristo resplandece en mi hermano, yo, en mis tinieblas, veré al Señor. Así viviremos en la fe y en la palabra del que nos ha hecho hermanos. Las tinieblas de la comunidad son siempre un problema de purificación. Y "puro” significa que está sólo el Señor. No es culpa del hermano. Si tu ojo es puro, verás todo el Cuerpo. Los ojos purificados, los ojos de la Paloma, ven siempre el Cuerpo de Cristo.

Esta es la profecía: ver al Cristo en medio de su Cuerpo. Este es el discer¬nimiento: contemplar con los ojos de Cristo. Este es el don de lenguas: unirse al canto del Espíritu.

Acoger al hermano es acoger a Cristo. Acoger al hermano es pedir que Cristo nos acoja.



EL GRUPO DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y LOS CARISMAS

Por M. Casanova, S. J

FE EXPECTANTE
Al hablar de grupos de renovación podríamos hacer una gran lista: grupos de revisión de vida, grupos de oración según las más variadas orientaciones y formas. En un grupo se insiste en la oración litúrgica, en otro en la preparación de un tema o de un texto bíblico, en otro en el silencio o la contemplación; en otros se busca una acción concreta o un compromiso determinado.

El grupo de oración en la Renovación Carismática se caracteriza por la fe expectante, es decir, una fe que espera firmemente que Dios realizará lo que ha prometido. Con frecuencia muchos «creyentes» no esperan ver realizadas las cosas que dicen creer. Así sus vidas y asambleas cristianas se mueven en un nivel de fe bastante deficiente.

Jesús prometió a sus discípulos, y en ellos a toda Iglesia que el Espíritu Santo les guiaría a la verdad, les iluminaría sobre todo lo que El les había dicho (Jn 14,26), que el Espíritu vendría sobre ellos como una fuerza y poder para dar testimonio de El con valentía (Hch 1,8). Si el Espíritu está, pues, en cada cristiano y desea transformarnos como individuos y como cuerpo, debemos reunirnos juntos para dar al Padre el culto que El espera de nosotros en espíritu y verdad» (Jn 4,24), y para abrirnos cada vez más a la acción del Espíritu en nosotros.

EL ESPIRITU SANTO y LOS CARISMAS
Creemos que es el Espíritu el que nos congrega en la Iglesia, y que esta Iglesia universal se manifiesta aquí y ahora en este grupo de creyentes reunidos en nombre de Jesús (Mt 18,20). Es el Espíritu de Jesús el que nos va formando más y más en el Cuerpo de Cristo, y lo realiza a través de los dones espirituales o carismas. Si, pues, nos reunimos con esta convicción profunda, «en el Espíritu», no podremos menos de experimentar lo que es la acción del Espíritu formando, transformando y unificando la comunidad cristiana.

EN LA ASAMBLEA SE MANIFIESTAN LOS CARISMAS
Es precisamente a través de sus dones o carismas que el Espíritu actúa en el grupo de oración. La reunión de oración es el marco adecuado para que se manifiesten estos dones. San Pablo insiste en el valor de los dones de la palabra, como la palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, la profecía en la asamblea cristiana (cf.: 1 Co 12-14).

Todos los dones, tanto los de la palabra como los de fe, y los de servicio a la comunidad proceden del mismo y único Espíritu. «Según nuestra manera de ver y entender», dice K. Ranaghan, «los dones del Espíritu que se manifiestan en el Cuerpo de Cristo son acciones de Jesús, el Señor resucitado entre nosotros, que actúa a través de unos miembros de su cuerpo, abiertos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu. Son pues, extensiones de la actuación de la Palabra viva de Dios en medio de nosotros, de Jesús. En su operación son análogas a la proclamación de la Escritura, aunque por su¬puesto no tienen el mismo valor».

?(Nota: K. RANAGHAN, «As the Spirit Leads Us», p. 52, Paulíst Press, N. Y. 1971) .

DOCILIDAD Y DISPONIBILIDAD
Por lo tanto en la reunión de oración es muy importante que todos y cada uno participen buscando al Señor y estando atentos al Espíritu Santo. En la asamblea donde se dé esta fe expectante en la actuación del Señor, por su Espíritu, a través de sus dones espirituales o carismas; donde haya gran docilidad y disponibilidad al Espíritu, se dará la manifestación de tales dones, en su gran diversidad, según las necesidades de la comunidad. «Cuando os reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación» (1 Co 14,26).

VARIEDAD DE DONES
Los dones se manifiestan según las necesidades orgánicas de la Iglesia, de la comunidad. Don de dirigir la reunión, don de profecía, según 1 Co 14,3., don de enseñar, don de discernir. Cuando un grupo crece y se va formando en comunidad más amplia con un mayor radio de influencia, el número de dones va aumentando, o mejor dicho, los dones ya existentes en los miembros de la comunidad se van manifestando: dones de la palabra, dones de fe, dones de servicio a todos niveles.

En el Nuevo Testamento hay cuatro listas de carismas con mención explicita de este término: 1 Co 12,4-10; 28-31; Rom 12,6•8; 1 P 4,10. Hay otras cuatro sin usar dicho término: 1 Co 14,6.13; 14,28; Ef 4.11; Y Mc 16,17-18. No vamos a detenernos ahora en su enumeración y estudio. Recordemos solamente que todos estos carismas son dones gratuitos del Espíritu Santo para la edificación. Todos deben recibirse con gratitud, podemos aspirar a ellos y pedirlos, sobre todo los más útiles al servicio de los hermanos.

REGLA DE ORO EN EL USO DE LOS CARISMAS
Todos los carismas están al servicio del amor, nos dice S. Pablo (1 Co 13). Ya podría tener uno los carismas más extraordinarios, si ese cristiano no tiene caridad, si no usa su don según la ley del amor, de nada sirve. Porque el Espíritu Santo es el mismo amor del Padre y del Hijo, y todas sus actuaciones en los miembros del Cuerpo de Cristo han de manifestar su naturaleza. El amor construye, une, da vida y vence al mal.

Los grupos de oración que saben apreciar y pedir con humildad, pero al mismo tiempo con fe expectante, los dones espirituales, y los ponen al servicio del amor fraterno, verán crecer la comunidad y darán testimonio, con valentía, de Jesús resucitado.