DOCUMENTO DE MALINAS 2

DOCUMENTO DE MALINAS 2

CARDENAL L. J. SUENENS
ECUMENISMO Y RENOVACIÓN
CARISMÁTICA

ORIENTACIONES TEOLÓGICAS
Y PASTORALES

Titulo original: Edición en francés:
Oecuménisme et Renouveau Charismatique,
Orientations théologiques et pastorales.
Edición en inglés: Ecumenism and Charismatic Renewal:
Theological Orientations.
Servant Books, Ann Arbor, Michigan 48107. U.S.A.
Copyright © 1978 by Leon Joseph Suenens.
Tradujeron al castellano: Ignacio y Rodolfo Puigdollers.

PREÁMBULO
Este estudio analiza las relaciones entre el Ecumenismo y la Renovación Carismática en una perspectiva católica. Lo he interrumpido varias veces y lo he vuelto a emprender, porque era muy delicado de escribir, no sólo por la eclesiología, sino también por la complejidad de las situaciones ecuménicas en varios países. Tanto en uno como en otro aspecto he querido resaltar los aspectos de carácter universal.
Estas páginas podrían servir como base para dar una enseñanza de profundización en seminarios o sesiones de estudio. Incluyen un sistema de numeración que facilita esta forma de estudio en grupo.
Quisiera dar las gracias al P. Paul Lebeau S.J. por su preciosa colaboración teológica y, con él, a mis amigos, los teólogos de varios países y confesiones que, de palabra o por escrito, han expresado su reacción ante estas páginas.
Asimismo debo expresar mi profunda gratitud a Steve Clark, a Verónica O'Brien y a Ralph Martin: su sensibilidad ecuménica, su experiencia y comprensión de las situaciones concretas me han ayudado a elaborar las orientaciones pastorales de este estudio.
Por último, hago extensivo mi reconocimiento a Iodos los autores mencionados en estas páginas; su ciencia así como su experiencia ecuménica y carismática me han ayudado a aproximar esas poderosas corrientes de gracia que e! Espíritu Santo está uniendo para renovar hoy su Iglesia.
L. J. Cardenal SUENENS
Arzobispo de Malinas – Bruselas
PREFACIO
Estas páginas son continuación del estudio titulado: Orientaciones teológicas y pastorales sobre la Renovación Carismática Católica (1974) conocido con el nombre de ''Documento de Malinas".
He aquí pues el segundo documento de la serie. Su finalidad es mostrar cuál es la aportación específica que la Renovación Carismática puede proporcionar al movimiento ecuménico, que tiende a reunir de nuevo a los cristianos divididos.
Puesto que es importante tener tina comprensión clara y exacta de lo que es la contribución específica de la Renovación, empezaré por recordar brevemente cuál es el alcance y la finalidad del movimiento ecuménico como tal. A continuación trataré de explicar cómo la Renovación Carismática, por su parte y en su propia línea, puede ayudar a promover el movimiento ecuménico.
De aquí surge la primera pregunta: ¿Qué es la corriente ecuménica?
En pocas palabras, yo contestaría que es la confluencia de los esfuerzos convergentes de cristianos que, bajo el impulso del Espíritu, desean restaurar la unidad visible de la Iglesia de Jesucristo.
Esta respuesta suscita toda una serie de preguntas:
- ¿Qué entendemos por "unidad" que hay que "restaurar"?
- ¿Qué entendemos por unidad "visible"?
- ¿Qué entendemos por "la Iglesia de Jesucristo"?
La convergencia de tales esfuerzos dependerá de la respuesta que demos a cada una de estas preguntas. Pero el Ecumenismo no es tan sólo un ideal que deban definir claramente y perseguir, contra viento y marea, algunos cristianos aislados, que se sienten responsables de este proyecto: es un imperativo para cada cristiano en virtud del bautismo común a todos los seguidores del Evangelio. El deber de la unión tiene hoy una nueva urgencia por causa del estado de angustia moral y descristianización del mundo. Esto también se debe expresar claramente.
Del Ecumenismo pasaré a hablar de la corriente carismática para hacer ver cómo, a su nivel, puede contribuir a acercar a los cristianos de diferentes confesiones, ofreciéndoles un lugar de encuentro ecuménico privilegiado: "la Comunión en el Espíritu Santo", una comunión que les abre a Dios y a sus hermanos.
Sin embargo, no basta evocar una misma experiencia común, una misma adhesión al Espíritu: si nuestro ecumenismo ha de ser sincero y profundo, también tenemos que comprender lo que significan tales expresiones.
Una ver esto haya sido aclarado, estaremos en la mejor disposición para poder hablar de la inmensa esperanza de unidad entre cristianos que encierra en sí el ecumenismo espiritual y al que la Renovación Carismática puede aportar un nuevo flujo de vida.
El centrarse en el ecumenismo espiritual no significa pasar por alto la importancia de la acción ecuménica en otros sectores, como el social, el económico o el político. Sino que parece que la Providencia asigna a la Renovación Carismática un papel específico lleno de promesas para el futuro, haciéndola instrumento de fraternales y profundos encuentros entre cristianos que se unen "perseverantes y unánimes" en oración - oración cuyo prototipo fue la del Cenáculo en Jerusalén en la vigilia de Pentecostés.
Después, entrando en el terreno de la vida concreta de cada día, trazaremos un "modus vivendi", lo más adaptado posible a la complejidad y variedad de situaciones: y esto, con vistas a prevenir todo lo que pudiera poner dificultades al acercamiento de los espíritus y de los corazones, garantizando al máximo el respeto mutuo.
Como conclusión, invito a todos los cristianos -empezando por nosotros los católicos- a la conversión que todos necesitamos para ser fieles a la voluntad de Dios sobre la unidad de su Iglesia, así como para responder a las esperanzas, conscientes o latentes, de aquellos que entre nosotros y a través nuestro buscan reconocer el rostro de su único y común Salvador: nuestro Señor Jesucristo.
Este estudio va dirigido en primer lugar a los católicos que desean respetar la doctrina de la Iglesia y vivir sus aplicaciones. Su intención es de paz, no de polémica ni de discusión. Espero que sea leído atentamente y que ofrezca material de estudio a los grupos, seminarios, y congresos de la Renovación.
Espero que posteriormente otros escritores sigan analizando y desarrollando su contenido, de forma que se profundicen más sus principios y se extiendan sus aplicaciones. El Ecumenismo sólo es viable en un clima de respeto mutuo; a cada uno de nosotros nos pide que sepamos reconocer la identidad personal de nuestros compañeros. Su ley suprema sigue siendo la misma que formuló mi ilustre predecesor, el Cardenal Mercier, que con ocasión de las célebres "Conversaciones de Malinas", que iniciaron el diálogo ecuménico entre Roma y la Iglesia Anglicana (1921-1926), escribió:
-Tenemos que encontrarnos para conocernos,
-conocernos para amarnos,
-amarnos para unirnos.
1 LA CORRIENTE ECUMÉNICA
A. HISTORIA Y ACTUALIDAD
1. Dos movimientos del Espíritu Santo
1. Todo cristiano tiene el deber de escuchar atentamente "lo que el Espíritu dice a las Iglesias".
En cada época, el Espíritu habla a los suyos con invitaciones y acentos diferentes, que todos tienden a hacernos vivir el Evangelio "en Espíritu y verdad".
Demasiado absorbidos por los acontecimientos del día, resulta difícil oír los murmullos del Espíritu, porque Él nos habla en voz baja y es preciso prestar mucha atención para escucharle. Naturalmente nosotros no sintonizamos con su longitud de onda.
En la hora actual, percibimos algo así como un doble llamamiento, una doble corriente de gracias. Son otras tantas interpelaciones del Espíritu:
- La corriente ecuménica recuerda a los cristianos de cualquier obediencia que la Iglesia debe ser una, tanto para ser fiel a su mismo ser: "Sed uno como mi Padre y yo somos uno"; como para ser creída: "Para que el mundo sepa que Tú me has enviado" (Jn 17,21).
-En forma paralela otra corriente, más reciente, atraviesa las Iglesias: la corriente carismática. Ella recuerda a los cristianos que el Espíritu es el soplo vital de su Iglesia, que su presencia activa y poderosa está siempre operante en la medida en que nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra audacia le permitan obrar.
2. La corriente ecuménica.
2. Como sabemos, el ecumenismo recibió un nuevo impulso en 1910, en el Congreso de Edimburgo, Escocia, bajo el estímulo de pastores misioneros protestantes que sentían la angustia de llevar a los países de misión un Evangelio controvertido y de exponer públicamente nuestras querellas y divisiones allí donde hubiera sido necesario conjugar todas las fuerzas cristianas para anunciar conjuntamente a Jesucristo. El teólogo reformado Lukas Vischer, secretario ejecutivo de la Comisión "Fe y Constitución" del Consejo Ecuménico de las Iglesias, ha dicho muy justamente: "La Iglesia dividida presenta al mundo un Evangelio contradictorio”
No vamos a hacer aquí la historia de los esfuerzos desplegados con vistas a hacer cesar el escándalo de la división y promover la unidad visible de los cristianos. Desde Edimburgo, el movimiento de acercamiento ha progresado por etapas importantes: Amsterdam (1948), Evaston (1954), New Dehli (1961), Upsala (1968), Nairobi (1975).
Como resultado de este esfuerzo, el movimiento hacia la unidad visible tiene ya un Consejo Mundial (Amsterdam, 1948), una carta y una definición. Es importante hacer notar que el Consejo Ecuménico de las Iglesias de ningún modo pretende ser una súper-Iglesia a escala mundial. La definición adoptada en New Dehli fue como sigue:
"El Consejo Ecuménico es una unión fraternal de Iglesias que reconocen al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según las Escrituras, y que se esfuerzan en responder conjuntamente a su vocación común para la gloria del Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo."
El Consejo aspira a reunir a todos los cristianos en la triple vocación que les es común: vocación de testimonio (martvria), de unidad (koinonia), y de servicio (diaconia).
Al propio tiempo, el mismo deseo de unidad se ha manifestado entre otros Cristianos que no son miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias. La Comunión Evangélica Mundial, y varias asociaciones nacionales de evangélicos, son el testimonio del mismo movimiento del Espíritu entre los evangélicos, muchos de los cuales no pertenecen a las Iglesias que están en el Consejo Ecuménico.
La reciente Conferencia de Lausana fue un testimonio particularmente poderoso del deseo de los cristianos de conseguir una unidad más sincera para una misión efectiva.
3. El Ecumenismo y Roma
3. La Iglesia Católica Romana, en un principio reservada y reticente por temor a un relativismo dogmático, poco a poco acabó por entrar en la corriente ecuménica.
Todos sabemos el papel representado por los precursores: el P. Portal, los cardenales Mercier y Bea, y los teólogos que rompieron brecha: Dom Lambert Beauduin, Yves Congar, por no mencionar más que algunos.
Los que dieron un impulso decisivo fueron el Papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, cuyos textos sobre la Constitución de la Iglesia (Lumen Gentium) y sobre el Ecumenismo (Unitatis redintegratio) forman la carta eclesiológica que ningún fiel católico puede ignorar.
Juan XXIII creó un clima nuevo desde su primer encuentro con los observadores de otras Iglesias, que habían sido invitados por él al Concilio. Con una franqueza y sinceridad que le ganaron los corazones desde el primer momento, les dijo: "Aquí no tratamos de hacer el proceso del pasado, no deseamos probar quién tenía la razón y quién no la tenía. Todo lo que queremos decir es eso: Reunámonos de nuevo y pongamos fin a nuestras divisiones".
El Vaticano II hizo ver claramente que "el Espíritu sopla donde quiere" y reconoció la riqueza de su presencia en las Iglesias o comunidades cristianas fuera de su seno.
"Es necesario -declara el Concilio- que los católicos reconozcan y aprecien con alegría los valores realmente cristianos que tienen su origen en el patrimonio común y que encontramos entre nuestros hermanos separados. Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y su poder operativo en la vida de aquellos que dan testimonio por Cristo, llegando a veces incluso hasta el derramamiento de su sangre: porque Dios es siempre admirable y debe ser siempre admirado en sus obras. Es necesario asimismo no olvidar que todo lo que se opera por la gracia del Espíritu Santo en nuestros hermanos separados puede contribuir a nuestra edificación. Nada de lo que es realmente cristiano se opone nunca a los verdaderos valores de la fe, sino que, por el contrario, puede contribuir a acercarnos aún con mayor perfección al misterio de Cristo y de la Iglesia" (Decreto sobre el Ecumenismo, nº 4).
4. Conexión y convergencia
4. Durante este mismo período histórico - es decir, a partir de 1900 - se ha visto surgir en la Iglesia otra corriente espiritual importante, conocida bajo el nombre global de "pentecostalismo", aunque se presenta con diferentes ramificaciones: En el capítulo siguiente nos referimos brevemente a su historia y alcance, sin tratar de hacer un estudio exhaustivo sino solamente para situar a la Renovación Carismática en la perspectiva ecuménica.
Nosotros, los católicos, debemos reconocer que nuestra apertura "ecuménica" ha sido lenta y que nuestra apertura "carismática", que por otra parte todavía no ha sido plenamente lograda, también ha venido "de afuera" de nuestras filas.
Creemos que la Renovación Carismática está llamada a realizar una vocación ecuménica, pero asimismo creemos que el ecumenismo encontrará en aquélla una gracia de profundización espiritual y, en caso de necesidad, un complemento o un correctivo.
Sentimos que el Espíritu Santo nos invita a comprender el vínculo profundo que une las dos corrientes, como si fueran dos brazos de un mismo río que nacen de una misma fuente, y riegan las mismas riberas, para dirigirse hacia el mismo mar.
Es normal que la acción multiforme del Espíritu no se manifieste al principio en toda su profunda simplicidad. Retrocediendo en el tiempo nos damos cuenta que la corriente ecuménica y la corriente carismática, consideradas en sus aguas profundas, se refuerzan mutuamente y que en realidad se trata de una misma acción, de un mismo impulso de Dios, de una misma lógica interior. La Iglesia no puede estar plenamente "en estado de misión" sin estar "en estado de unidad", y no puede estar en estado de unidad si no está "en estado de renovación”. Misión evangélica, ecumenismo, renovación en el Espíritu, todo ello es una sola cosa, y solamente los ángulos de visión son diferentes.
En pura lógica, y como condición previa, la renovación espiritual debería preceder al ecumenismo. Ésta fue la intuición de Juan XXIII, al convocar el Concilio.
En lógica de vida, el Espíritu Santo opera simultáneamente de muchas maneras. Esto nos invita a comprender mejor la conexión vital entre ecumenismo y renovación. Se ha dicho con mucha razón que el ecumenismo es el movimiento de los cristianos hacia la unidad por medio de la misión y de la renovación espiritual. Comentando esta afirmación, escribe el Padre J. G. Hernando, del Secretariado Español para los Asuntos Ecuménicos:
"Las prioridades son: renovación, unidad cristiana, misión. Evidentemente se trata de una actividad simultánea con una relación causal más bien que de momentos cronológicamente distintos. No esperamos a haber terminado la renovación para trabajar por la unidad. A la vez que trabajamos en renovarnos, trabajamos en unirnos. Y mientras hacemos esto, debemos al mismo tiempo colaborar en la misión. Se trata de labores que hemos de realizar simultáneamente, si bien es cierto que la eficacia de la misión dependerá de la unidad que antes se haya obtenido, y esta última, de la renovación eclesial previamente lograda. Todo esto quiere decir que las prioridades antes señaladas dependen unas de otras. Pero no dejan de ser prioridades" (1)
5. La urgencia ecuménica
5. a "Cristianizar a los cristianos”. Esta urgencia salta la vista si echamos una mirada al estado de cristianización del mundo cristiano. Sin recurrir a las estadísticas ni a la sociología, basta que nos hagamos esta pregunta:
"¿Estamos nosotros, los cristianos, verdaderamente cristianizados? Esta interpelación nos obliga a todos a unir nuestros esfuerzos para convertirnos cada día más en auténticos discípulo del Señor. En un libro que causó sensación (Le christianisme va-t-il mourir?) el profesor Delumeau, profesor de Historia en la Sorbona, se plantea esta pregunta: "¿Hemos sido nosotros verdaderamente cristianizados?". La Historia, que este autor recorre a vista de pájaro, se nos muestra repleta de enseñanzas sobre el particular. En los primeros tiempos hubo una verdadera evangelización de adultos; posteriormente se inició una era en la que se bautizaba ya en la infancia. La sociedad pasó a ser cristiana de nombre, cristiana sociológicamente. A partir de entonces la cristianización se consideró como algo ya definitivamente conseguido, y fue sostenida por todo el contexto social y transmitida por vía hereditaria. Delumeau tiene razón para formular su pregunta. Nosotros hemos sido, en efecto, sacramentalizados. Pero que hayamos sido evangelizados, cristianizados como adultos responsables, es otra cuestión completamente diferente.
6. b. Llevar juntos el evangelio al mundo. La misma urgencia advertimos también cuando se trata de realizar "hacia afuera" nuestro deber de evangelización. Este deber nos interpela a todos, si queremos obedecer al Señor, que pide a los suyos nada menos que llevar el Evangelio a toda criatura.
En la magnífica exhortación apostólica sobre la evangelización -fruto del trabajo colectivo del Sínodo de 1974- Pablo V I escribe:
"La fuerza de la evangelización se verá muy disminuida si los que anuncian el Evangelio están divididos entre sí por toda clase de rupturas. ¿No será tal vez ésta una de las grandes debilidades de la evangelización en nuestros días? En efecto, si el Evangelio que proclamamos aparece desgarrado por querellas doctrinales, por polarizaciones ideológicas o por condenas reciprocas entre cristianos, en consonancia con sus diferentes visiones de Cristo y de la Iglesia e incluso a causa de sus diversas concepciones de la sociedad y de las instituciones humanas, ¿cómo no se sentirán perturbados o desorientados, cuando no escandalizados, aquellos a los que se dirige nuestra predicación? El testamento espiritual del Señor nos dice que la unidad entre sus discípulos no es sólo la prueba de que somos suyos, sino la prueba también de que Él es el enviado del Padre, "test" de credibilidad de los cristianos y del mismo Cristo. Como evangelizadores, debemos ofrecer a todos no ya la imagen de hombres divididos y separados por querellas nada edificantes, sino la imagen de personas maduras en la fe, capaces de encontrarse por encima de las tensiones reales, gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la evangelización va unida al testimonio de unidad dado por la Iglesia. Esto es motivo de responsabilidad pero también de consuelo".
7. c. Juntos hacer frente a la angustia del mundo. Este mismo imperativo de unión se nos impone, en este final del siglo XX, precisamente por el estado de un mundo que por tantos conceptos anda a la deriva, a pesar de algunos progresos indiscutibles. Cuántas injusticias, cuántos actos inhumanos a nuestro alrededor y cuántas amenazas apocalípticas pesan sobre el futuro y la supervivencia del mundo.
Estamos en camino de deshumanizar al hombre, por no darle una razón de vivir con referencia al Absoluto. La sociedad se muestra desquiciada en su pensamiento y en su proceder, presa de un relajamiento moral sin precedentes, tanto más peligroso cuanto que las conciencias están como anestesiadas e incapaces de reacción. Hoy más que nunca necesitamos un cristianismo vigoroso y fuerte, apoyado en el poder del Espíritu. Solamente una fe bien arraigada es capaz de levantar una losa sepulcral "en virtud de la Resurrección —de Jesucristo.
En la importante alocución que dirigió al Sacro Colegio, con ocasión de la Navidad de 1977, el Papa dejó oír esta sobrecogedora voz de alarma:
"Sombras oscuras se interponen en el destino de la Humanidad: la ciega violencia; las amenazas contra la vida humana desde el mismo seno materno; el terrorismo cruel que acumula odios y ruinas con el utópico designio de reconstruir de nuevo sobre las cenizas de una destrucción total; el recrudecimiento de la delincuencia; las discriminaciones y las injusticias a escala internacional; la privación de la libertad religiosa; la ideología del odio; la apología desenfrenada de los instintos más bajos por la pornografía de los medios de comunicación social que, tras la capa de pseudo-objetivos culturales esconde una envilecedora sed de dinero y una desvergonzada explotación de la persona humana; las constantes seducciones y amenazas contra la infancia y la juventud que minan y esterilizan las frescas energías creadoras de su inteligencia y de su corazón: todo eso indica que la estima de los valores humanos ha descendido peligrosamente, víctima de la acción oculta y organizada del vicio y del odio.” (2)

B. EL OBJETIVO ECUMÉNICO

Para viajar juntos es preciso saber a dónde nos dirigimos. En este caso, es preciso definir, con toda claridad, la unidad visible de la Iglesia de Jesucristo, hacia la cual deseamos encaminarnos juntos.
Para ello debemos contestar estas tres preguntas:
- ¿qué se debe entender por unidad eclesial a restaurar?
- -¿qué se debe entender por unidad visible?
- ¿qué se debe entender por Iglesia de Jesucristo?

1. ¿Qué se debe entender por unidad?
8. a. Unidad y no uniformidad. Desde un principio importa distinguir unidad "dogmática" y unidad "histórica". La primera se asienta en la fe, la segunda en los condicionamientos históricos de una época. No resulta fácil separar a la unidad "en estado puro" de sus envolturas accidentales. Nuestros apologistas católicos tenían antiguamente la costumbre de exaltar como signos de la unidad de la Iglesia elementos que no eran inherentes a su naturaleza. No debe confundirse unidad esencial con uniformidad. (3)
Después del Vaticano Il, la distinción es ya clásica. Un célebre memorando de Dom Lambert Beauduin, leído por el cardenal Mercier en las Conversaciones de Malinas, llevaba este título, que en aquel tiempo resultaba atrevido: "Iglesia unida, no absorbida". En nuestros días, el cardenal Willembrands ha hecho alusión más de una vez a este texto que el mismo Papa Pablo VI evocó en su discurso de bienvenida al arzobispo de Canterbury, Dr. Coggan, en abril de 1977.(4)

En la perspectiva de una restauración de la unidad visible, se reserva un lugar importante al pluralismo en lo no esencial.
A este respecto y entre tantas otras declaraciones significativas ¿quien no recuerda la alocución que pronunció Pablo VI en el Simposio de obispos de África, el 27 de julio de 1969?
"Vuestra Iglesia", precisaba el Papa, "debe fundarse íntegramente sobre el patrimonio idéntico, esencial, constitucional de la misma doctrina de Cristo, profesada por la tradición auténtica y autorizada de la única y verdadera Iglesia. Esto es una exigencia fundamental e indiscutible... Nosotros no somos los inventores de nuestra fe, somos sus guardianes...
Pero la expresión, es decir, el lenguaje, la manera de manifestar la única fe, puede ser múltiple y por consiguiente original, conforme a la lengua, el estilo, el temperamento, el genio, la cultura de quien profesa esta única fe. Bajo este aspecto, un pluralismo es legítimo, incluso deseable. Una adaptación de la vida cristiana en el campo pastoral, ritual, didáctico y también espiritual, no solamente es posible sino alentada por la Iglesia... Será necesaria una incubación del "misterio" cristiano en el genio de vuestro pueblo, para que su voz original, más límpida y sincera, se eleve después armoniosamente en el coro de las otras voces de la Iglesia universal." (5)
Es lo que el Decreto sobre el ecumenismo expresaba ya en los siguientes términos:
"Conservando la unidad en lo que es necesario, todos en la Iglesia, cada uno según las funciones que se le haya asignado, observen la debida libertad, tanto en las diversas formas de vida espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos litúrgicos, e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada; y que en todo se practique la caridad" (n° 4).

9. b. La unidad que se debe "restaurar". Otra pregunta se plantea: ¿Qué queremos decir exactamente cuando hablamos de unidad eclesial, "que hay que restablecer", "que hay que restaurar"?
Aquí también debemos distinguir cuidadosamente entre la perspectiva de fe, por una parte, y la perspectiva sociológica, por otra; esta última considera a la Iglesia exclusivamente como un fenómeno histórico.
Solamente la fe nos permite descubrir el "misterio de la Iglesia". De esta Iglesia es de la que habla el Credo cuando dice: "Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica".
La Iglesia de la fe es la heredera de la promesa de Jesucristo: "Estaré con vosotros cada día hasta el fin de los siglos". Ella permanece animada por el Espíritu que continúa siéndole indisolublemente fiel para conducirla a la plenitud de la verdad.
Desde el primer capítulo de su Constitución Lumen Gentium, el Vaticano II tuvo cuidado de definir a la Iglesia como misterio, antes de describir los demás aspectos que se derivan de su esencia. Nunca debe perderse de vista este orden de los capítulos, tal como muy oportunamente recordaba Mons. Quinn, actual Presidente de la Conferencia de obispos de los Estados Unidos:
"Es importante hacer notar que el Concilio Vaticano II no empezó su exposición sobre la Iglesia con el pueblo de Dios, tal como por error se afirma frecuentemente. El Concilio empezó a estudiar a la Iglesia como misterio. La Iglesia como misterio de Dios es el sostén de todo el magisterio del Concilio. Es una realidad oculta en Dios, manifestada en Jesucristo y ampliamente difundida por el poder del Espíritu Santo.” (6)
Debemos por tanto abstenernos de usar un lenguaje que pudiera hacer creer que la Iglesia de hoy debe restaurarse como un viejo castillo cuyas paredes sé tambalean, como si la Iglesia hubiera sido abandonada por el Espíritu, o como si su misma "unidad" no fuera un atributo de origen, inherente a su constitución.
La unidad, así como la santidad, de la Iglesia no se han de entender situadas al final de nuestros esfuerzos: se trata de dones de Cristo otorgados desde un principio a su Iglesia.
Así como la santidad de la Iglesia no es la suma de las santidades acumuladas de sus miembros, así tampoco la unidad de la Iglesia es un ideal remoto a conseguir, ni una unidad que deba hacerse o rehacerse por nosotros, sino una unidad que es don de Dios, y que nos impone su lógica y sus exigencias.
El ecumenismo estaría condenado al fracaso -sobre este punto la Iglesia Ortodoxa está de acuerdo con la Iglesia Católica- si olvidara estas verdades eclesiales de base y tratara de presentarse como un esfuerzo combinado para crear una Iglesia del futuro.
Mons. Philips, el principal redactor de la Lumen Gentium, hablando de la unidad de la Iglesia escribe en su comentario:
"Su unidad (la de la Iglesia) debe por tanto comprenderse también en un sentido dinámico: es una tuerza que emana del Espíritu Santo infundido en la Iglesia. Si Cristo es uno, su Iglesia debe ser una, y cada día debe serlo más: he aquí en germen todo el ecumenismo". (7)
La unidad es al mismo tiempo un don y una tarea, una realidad poseída y una realidad por conseguir. Los esfuerzos para recomponer la unidad se sitúan en el plano de la visibilidad y de la historia y no en lo íntimo de su misterio.
10. c. La unidad fundamental. Como decíamos, la unidad de la Iglesia es compatible con un pluralismo en el campo litúrgico, canónico y espiritual. Pero en cambio requiere, sin compromiso posible, una unidad fundamental en la fe. No decimos en la teología, puesto que la Iglesia acepta una pluralidad de teologías, siempre que quede a salvo la fe. Es por tanto importante deslindar bien lo que constituye lo esencial de la fe.
El Cardenal Ratzinger escribía con mucha razón que "el ecumenismo sólo tiene consistencia si concede plena importancia a la obligación de compartir en la Iglesia una fe común".
A continuación, en las mismas líneas está la siguiente declaración de Theological Renewal, una revista Protestante para carismáticos: "Una unidad basada en la experiencia a expensas de la doctrina sería bastante menos que la unidad que contempla el Nuevo Testamento, y, en último término, resultaría peligrosa".(8)

Pero es precisamente con respecto a esta unidad de fe necesaria que puede darse una ambigüedad peligrosa. Fácilmente podemos caer en la tentación de deslindar lo que reputamos "esencial" de la fe, situando nuestras divisiones y las verdades controvertidas en el terreno de lo secundario y de lo accidental. Es imposible establecer semejante ecuación, como si "fundamental" equivaliera a "lo que es común".
No existe un cristianismo "genérico", algo así como un residuo de diferencias que sólo serían variantes accesorias. Cristo fundó una sola Iglesia, con todo lo que ella comporta. Nuestras divisiones, que siguen siendo un escándalo, no nos autorizan a definir lo esencial y lo accesorio en función de los cambiantes accidentes de la historia. Habrá que recordar esta exigencia en el capítulo que trata de las directrices pastorales.
Constituiría la negación del auténtico ecumenismo el que los cristianos sólo pudieran llegar a reunirse sobre la base del más reducido común denominador. Ello podría incluso llegar a desembocar en un cristianismo sin Iglesia, y hasta sin bautismo, o en una súper-Iglesia sin fundamento.
Es necesario que la vía de acceso a la unidad permanezca bien despejada, si se quiere que cada uno lleve a cabo las experiencias de acercamiento, sin confusión doctrinal y guardando las necesarias fidelidades.
'''La primera ley del ecumenismo es respetar la fe sincera del otro: en realidad la estamos ya ofendiendo cuando clasificamos como accesorio todo lo que nos divide, sin hacer las v necesarias distinciones.
Declarar, por ejemplo, "fundamental":
- un cristianismo que acepta a Cristo pero no a la Iglesia,
- la Palabra de Dios pero no la Tradición viva, que la/ sostiene y sirve de vehículo, a la vez que se somete a ella,
- los carismas del Espíritu pero no la estructura ministerial y sacramental de la Iglesia,
es pedir, ya de entrada, al católico, que reniegue a los puntos esenciales de su fe y conducir el diálogo ecuménico a un callejón sin salida.
11. d. Jerarquía de las verdades. Todo eso no contradice, de ninguna manera el hecho de que todas las verdades no son igualmente ciertas. El Concilio Vaticano Il habló con mucha razón de una "jerarquía de verdades".
"En el diálogo ecuménico -se dijo allí- los teólogos católicos, fieles a la doctrina de la Iglesia, al tratar con los hermanos separados de investigar los divinos misterios, deben proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. Al confrontar las doctrinas no olviden que hay un orden o "jerarquía" de las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana. De esta forma se preparará el camino por donde todos se estimulen a proseguir con esta fraterna emulación hacia un conocimiento más profundo y una exposición más clara de las incalculables riquezas de Cristo" (Decreto sobre el Ecumenismo, nº 11).
Queda aquí una puerta abierta para el acercamiento. A condición de que comprendamos exactamente lo que significa "jerarquía de verdades”
En el contenido de la Revelación no hay verdades más o menos reveladas; y todo lo que Dios nos comunica merece ser igualmente creído.
Todas las verdades deben ser creídas con la misma fe, pero no todas ellas ocupan el mismo lugar en el misterio de la salvación. Están más o menos íntimamente y más o menos directamente referidas a Cristo y, a través de Él, al misterio trinitario. Algunas verdades conciernen a la misma substancia de la vida cristiana, mientras otras pertenecen al orden de los medios para alcanzar este fin. Finalmente, hay una jerarquía de verdades en lo abstracto, tal como pueden establecerla los teólogos, y una jerarquía concreta tal como la viven los cristianos corrientes. Los dos procesos no son idénticos. Es una cuestión que los teólogos deben profundizar más, pero que nos ofrece una pista ecuménica que interesa seguir.
En lo que nos concierne, es importante hacer notar que la Iglesia, como institución animada por el Espíritu, es uno de los misterios fundamentales del cristianismo. No se la puede considerar por tanto como una superestructura y clasificarla como de categoría secundaria, aún cuando el pecado de los hombres oscurezca su valor de signo. La Iglesia está en el centro de las enseñanzas del Nuevo Testamento, por el solo hecho de que Cristo continúa su vida en ella por su Espíritu.
El ministerio eclesial no es tampoco una especie de armazón; no corresponde únicamente a una necesidad de orden funcional: en sus rasgos fundamentales pertenece a la esencia de la Iglesia y por ello no puede hacerse a un lado para ceder su lugar a un liderazgo carismático, por muy valioso que éste fuera. Este ministerio eclesial es un ministerio de presidencia y de unidad, fundado sobre una ordenación sacramental que estructura desde dentro a la comunidad. Su misión inalienable es hacer converger los carismas para edificar la Iglesia y hacer de ella una comunión en el Espíritu Santo.
14. e. ¿Es verdad que la doctrina separa y que la acción une? Hubo un tiempo que en los medios ecuménicos se repetía con agrado el estribillo según el cual "la doctrina separa mientras que la acción une". De la anterior afirmación sacaban la conclusión de que era necesario dejar de lado las cuestiones doctrinales y contentarse con aspirar a una colaboración en el terreno práctico.
En un importante informe al Comité General del Consejo Ecuménico, el pastor Lukas Vischer acaba de afirmar sin rodeos que es preciso prevenirse contra este género de simplismo, y escribe así:
"Recientemente, esta consigna (la doctrina separa, la acción une) ha experimentado con frecuencia una inversión. Habiendo demostrado la experiencia que la acción conduce a las Iglesias a nuevas formas de división, se ha llegado a la afirmación algo sorprendente de que es la doctrina lo que une y la acción lo que separa. Pero estos dos slogans, ¿no son, en realidad, tan erróneos el uno como el otro? ¿No descansan ambos sobre una extraña separación entre fe y acción? ¿El error contenido en el primer slogan, no es, a fin de cuentas, el mismo que aparece en forma invertida en el otro? En el fondo, también en la acción es la fe lo que está en juego. y en el origen de las diferentes opciones de acción en el mundo se encuentran diferentes teologías, cristologías, y pneumatologías. Tanto hoy como ayer, las Iglesias están llamadas a encontrar los medios de confirmarse mutuamente en la común fe apostólica. Alguna forma de consenso es necesaria. Los conflictos que hoy en día rodean la acción de la Iglesia, lejos de hacer superfluo el consenso, lo hacen aparecer más urgente que nunca." (9)

2. ¿Por qué es necesaria una unidad visible?

13. a. Unidad invisible y visible. Ante la dificultad de unir a la Iglesia, más de una vez se ha intentado recurrir a la unión puramente espiritual de los cristianos por encima de las demarcaciones confesionales. Esto es desconocer la verdadera naturaleza de la Iglesia. El Vaticano II, en la Lumen Gentium, ha subrayado fuertemente el lazo entre los dos aspectos, visible y espiritual, de la misma Iglesia, con estas palabras:
"Cristo, Mediador único, estableció su iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo con una trabazón visible y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el Cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino: Por esta profunda analogía se elimina al Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a Él indisolublemente unido de forma semejante la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (Cf. Ef 4,16).
"Ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica.” (Lumen Gentium, nº 8).
14. b. La institución y el acontecimiento. En la visión cristiana de la salvación, la oposición entre Espíritu e institución, entre inspiración y estructura, es inaceptable y donde quiera que se manifieste (lo que a veces ocurre) debe ser superada:
Como ha señalado certeramente un teólogo suizo, de tradición reformada, el profesor Jean-Louis Leuba, de Neuchtel (10), el acontecimiento de la salvación toma cuerpo en una institución histórica, que es su memoria, da testimonio de él y es su signo en el corazón del mundo y de la historia.
E inversamente, la institución debe permanecer abierta al acontecimiento del Espíritu, que es el único que puede volverla fecunda y significante. La Iglesia es la comunidad en la que el Espíritu Santo obra a la vez por medio de los carismas institucionales constantes y por medio de los dones del Espíritu, ordinarios y extraordinarios, que manifiestan su presencia y su poder.
En una palabra, el Espíritu siempre se nos da para reunificar y purificar sin cesar las estructuras institucionales que aseguran la cohesión y el crecimiento del Cuerpo de Cristo en este mundo, para hacerlas cada vez más transparentes al misterio que deben manifestar.

3. ¿Qué se debe entender por "Iglesia de Jesucristo"?
15. Antes del Vaticano II, los teólogos católicos acostumbraban a identificar Iglesia de Jesucristo, Cuerpo Místico de Cristo, con Iglesia Católica Romana, y esta identificación era frecuentemente presentada como absoluta, exclusiva. Se trataba de un endurecimiento doctrinal como consecuencia de la lucha contra los que disociaban erróneamente Iglesia jurídica e Iglesia de la caridad, Iglesia-institución e Iglesia de la libertad espiritual.
A partir del Vaticano II, bajo la influencia del movimiento ecuménico y gracias a un entendimiento más matizado del misterio de la Iglesia, la posición católica puede resumirse en estas palabras tomadas de la Lumen Gentium, n° 8:
"Esta Iglesia (de Jesucristo), constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él".
La introducción del permanece en puede ilustrar mucho a los demás cristianos acerca de la eclesiología de los católicos. Si los Padres conciliares no aceptaron la fórmula que se les proponía a saber: el Cuerpo místico es la Iglesia Católica fue debido a que consideraron que esta identificación sin matices no expresaba íntegramente el misterio de la Iglesia.
Es también digna de tenerse en cuenta la razón que se adujo para este cambio. "El informe oficial dice que se dio lugar al cambio porque en las demás Iglesias cristianas se encuentran también elementos constitutivos de la Iglesia. Por lo demás, debe observarse que en diferentes ocasiones el Concilio habla de "Iglesias" cristianas o de "comunidades eclesiales", en el sentido teológico de estas expresiones. En las perspectivas que dejamos señaladas, podemos por tanto decir con J. Hoffmann:
"Creemos que la Iglesia Católica es la Iglesia donde permanece plenamente la única Iglesia de Cristo y que la realidad propia del misterio eucarístico se da en ella con plenitud. Pero no es menos cierto que hay distancia -en tensión dinámica- entre la plenitud de medios de salvación, que creemos se dan en la Iglesia Católica, y su concreta realización histórica; entre la plenitud del don eucarístico y su actualización en la fe y en la caridad de los creyentes" .(11)
Para llegar a un buen entendimiento con nuestros hermanos separados, es indispensable que ellos sepan cómo concibe la Iglesia de Roma su propia identidad.
La seguridad de permanecer esencialmente fiel a la Iglesia querida por Jesucristo, de ninguna manera impide proseguir la búsqueda de los medios para restaurar la unidad visible con las otras comunidades cristianas, en inserción real aunque imperfecta en lo que consideramos el tronco del árbol plantado por el Señor, "junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto", y "jamás se amustia su follaje" (Salmo 1), a pesar de la debilidad y la miseria de los hombres que tan mal han correspondido, en el curso de la historia, al don de Dios que se les había confiado.
En otras palabras, indudablemente más simples, podemos concluir que: por razón de los muchos bienes eclesiales que ya poseen en común -como el Bautismo, el Evangelio, los dones del Espíritu, etc.- todas las Iglesias cristianas, comprendida la Iglesia Católica Romana, viven desde ahora en una comunión real aunque imperfecta. Todos los esfuerzo del movimiento ecuménico tienden a conseguir que esta unión real sea cada vez menos imperfecta a fin de que llegue el día en que, habiéndose alcanzado las condiciones suficientes para la unidad esencial de fe y de constitución, todos puedan celebrar juntos la restauración de la unidad v vivir fraternalmente en la Iglesia una y única de Jesucristo. (12)

NOTAS:
(1) JULIÁN GARCÍA HERNANDO, Renouveau Charismatique el Oecuménisme, en "Unité Chrétienne", N° 48, Nov. 1977, p. 53.
(2) La Documentation Catholique, 15 Enero 1978, p. 54 (L’Osservatore Romano, 23 diciembre 1977).
(3) El distinguido teólogo anglicano de Oxford, JOHN MACQUARRIE ha consagrado un libro reciente a demostrar que diversidad no es sinónimo de división. Su título es Christian Unity and Christian Diversity, Ed. Westminster Press, Philadelphia 1975, U.S.A.
(4) Doc. Cath., 15 de mayo 1977, p. 457 (L’Osservatore Romano, 29 abril 1977).
(5) Doc. Cath., 7 septiembre 1969, p. 765 (Osservatore Romano, 28 julio 1969).
(6) Arzobispo JOHN QUINN. Characteristics of the Pastoral Planner, en "Origins", 1 Enero 1976, vol. 3, N° 28, p. 439.
(7) Mons. YHILIY5, L'Eglise et son mvstére au deuxiéme Concile du Vatican, Desclée de Brouwer, 1967, t.l. comentario al n° 8 de Lumen Gentium
(8) J. RATZJNGER, The future of Ecumenism, p. 204, y Theological Renewal. N° 68, Abril-Mayo 1977.
(9) Doc. Cath., 15 Enero 1978, p. 65. Informe de LUKAS VISCHER con el título: Baptême, Eucharistie, Ministére, où en sommes-nous sur la voie du consensus?.
(10)L'lnstitution et l'Evénement, Ed. Delachaux et Nestlé, Neuchátel 1950
(11) J. HOFFMANN, Revista "Unité Chrétienne", Febrero 1977, p. 63.
(12) Se puede leer con gran interés el artículo del P. LANNE. O.S.B. Consultor del Secretariado para la Unidad de los Cristianos: Le Mystére de l'Eglise et de son unité, en "Irenikon—, 1973, n" 3.

2. LA CORRIENTE CARISMÁTICA
Hasta aquí hemos expuesto a grandes rasgos el sentido y la finalidad del movimiento ecuménico. Es preciso situar ahora la Renovación Carismática en esta corriente ecuménica que la desborda, pero en la cual su aportación podría ser la de un "gulf-stream" en el seno del mar: calentar las aguas en su singladura, adelantar la llegada de la primavera a las costas por las que pasa, a la vez que despertar virtualidades latentes prontas para florecer.
A. ORIGEN ECUMÉNICO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA
16. La Renovación es una gracia para la Iglesia de Dios en no pocos aspectos pero muy particularmente por su dimensión ecuménica. En efecto, por razón de su mismo origen, la Renovación invita ya al acercamiento de cristianos muy alejados unos de otros, ofreciéndoles como privilegiado lugar de encuentro una fe común en la actualidad y en el poder del Espíritu Santo. La Renovación en el Espíritu es una nueva acentuación, una insistencia sobre el papel de la presencia actuante y manifiesta del Espíritu Santo entre nosotros. No se trata de una novedad en la Iglesia, sino de la toma de conciencia acrecentada de una presencia que con demasiada frecuencia quedó difuminada y sobrentendida. Este "despertar" nos viene históricamente del Pentecostalismo clásico, así como de lo que se ha convenido en llamar el Neopentecostalismo.
Este reconocimiento de deudas que consignamos en el umbral de estas páginas no puede olvidar todo lo que debemos a la tradición oriental, siempre tan sensible al papel del Espíritu Santo: los Padres conciliares orientales no cesaron de subrayarlo en el transcurso del Vaticano II. Sin embargo, en nuestro estudio dirigiremos preferentemente nuestra atención hacia la corriente "pentecostalista" con sus características propias.

B. VARIAS FORMAS DE UN DESPERTAR PENTECOSTAL
1. El Pentecostalismo Clásico.
14. La Renovación Carismática actual se remonta directamente al Pentecostalismo, el cual a su vez surgió de la sala de oración acondicionada en una casa de Topeka (Kansas), por el pastor metodista Charles F. Parham, en 1900.
Parham y sus discípulos, el más célebre de los cuales fue el pastor negro William J. Seymour, iniciador del "Azusa Street Renewal" en Los Ángeles, no pensaron nunca fundar una nueva denominación. Por el contrario, su intención era permanecer arraigados en sus respectivas Iglesias, trabajar por su renovación espiritual y, de este modo, por su reconciliación. Y ello, no mediante discusiones de orden doctrinal, sino ayudándolas a abrirse a una experiencia común del Espíritu Santo y de los carismas que suscita.
Es verdad, que habiendo sido excluidos de las Iglesias a que pertenecían y debiendo hacer frente a una hostilidad bastante general, muchos de los pentecostales se apartaron de la orientación ecuménica de sus orígenes.
A mayor abundamiento, ciertos desacuerdos sobre puntos doctrinales, así como conflictos raciales o personales, les condujeron a fragmentarse en un número considerable de denominaciones y de grupos.

2. El Neo-Pentecostalismo.
17. Bajo el nombre de neo-pentecostalismo designamos actualmente, en general, la renovación pentecostalista, tal como ha evolucionado en el interior de las confesiones cristianas tradicionales, a excepción del catolicismo. Su historia es múltiple y no ciertamente del todo tranquila, puesto que las controversias fueron -y a veces aún lo son- bastante vivas.
Como es natural, la Renovación no se ha manifestado simultáneamente en todas partes. Hizo falta más de medio siglo para que, a partir de la experiencia vivida por la pequeña comunidad reunida alrededor de Charles Parham, esta renovación espiritual llegase hasta las Iglesias "históricas": Episcopaliana (en California, a partir de 1958), Luterana (U.S.A., 1962), Presbiteriana (1962), y finalmente (1967), la Iglesia Católica romana y algunas comunidades ortodoxas. Se trata de un hecho ecuménico cuya importancia y novedad sólo ahora empezamos a medir.
Es preciso reconocer, en efecto, que la mayor parte de las renovaciones anteriores, aquellos "reavivamientos" espirituales, que desde la Reforma se han manifestado, se han visto perjudicadas en sus virtualidades ecuménicas por exclusivismos o separaciones confesionales que las aislaron unas de otras, y que por esto mismo las empobrecieron, si no las impulsaron a acentuaciones agresivas. Pensemos en la Contra Reforma católica de los siglos XVI y XVII, en el pietismo Luterano, en el movimiento cuáquero, en el metodismo.
La Renovación en el Espíritu, de la que hoy somos testigos, se presenta en la mayor parte de las Iglesias y denominaciones cristianas como un acontecimiento espiritual similar. Se trata de un acontecimiento espiritual, que por su naturaleza tiende a acercar entre sí a los cristianos.
19. 3. La Renovación católica a la luz del Vaticano lI. Sorprende volver a leer el decreto Veritatis Redintegratio a la luz de la Renovación en el Espíritu. En él se atribuye explícitamente a “la acción del Espíritu Santo" el nacimiento y desarrollo del movimiento ecuménico en las diversas confesiones cristianas (n° 1 y 4).
Asimismo, se exhorta en él a los católicos a que "con gozo, reconozcan y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados"; e igualmente les pide que "no olviden que todo lo que obra el Espíritu, Santo en nuestros hermanos separados puede conducir también a nuestra edificación" (n° 4)
Finalmente, en su conclusión, con una apertura que bien puede calificarse de profética, el Decreto insta a los católicos a que permanezcan disponibles a los ulteriores llamamientos del Espíritu Santo: "El Concilio desea ardientemente que los proyectos de los fieles católicos progresen en unión con los proyectos de los hermanos separados, sin que se pongan obstáculos a los caminos de la Providencia y sin prejuicios contra los impulsos que puedan venir del Espíritu Santo" (n° 24).
A muchos cristianos que están viviendo la experiencia, la Renovación Carismática se les presenta hoy como una realización, entre otras, de esta audaz esperanza ecuménica del Concilio. Hay motivo suficiente para creer que la Renovación es uno de estos impulsos futuros del Espíritu que el Concilio preveía confusamente. La historia de la Iglesia está formada por estas mociones e influjos del Espíritu, que periódicamente vienen a vitalizar la Iglesia. La Renovación debe considerarse como una prolongación de la corriente de gracias que fue y sigue siendo el Vaticano II.

C. CARÁCTER Y ALCANCE ECUMÉNICO
DE LA RENOVACIÓN COMO TAL
20. Como se hacía constar en el documento publicado al final del coloquio internacional de teólogos reunidos en Malinas, en mayo de 1974: "Es evidente que la Renovación Carismática es ecuménica por su propia naturaleza".
El año siguiente, en diciembre de 1975, un grupo de participantes en la Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias, en Nairobi, invitaba al Consejo a considerar la Renovación Carismática como: "un importante progreso del ecumenismo en nuestro tiempo".
Por otra parte, esta afirmación coincidía con las manifestaciones hechas anteriormente por el Cardenal J. Willebrands, en Roma, en la festividad de Pentecostés de aquel mismo año 1975, en el Congreso Internacional de la Renovación Carismática Católica. El Cardenal se había expresado en los siguientes términos:
"En mi calidad de Presidente del Secretariado para la Unidad, me preguntáis ¿dónde sitúo la importancia ecuménica de la Renovación Carismática? Su significación ecuménica no ofrece a mi juicio duda alguna. La Renovación Carismática nació y ha ido creciendo en el seno del pueblo, de Dios... sé considera como un movimiento del Espíritu, como un llamamiento al ecumenismo espiritual. En todos los sectores de las actividades ecuménicas -contactos, diálogos, colaboraciones-, para conseguir la unidad de los cristianos necesitamos esta fuente espiritual que es la conversión, la santidad de vida, y la oración pública y privada".
Más recientemente, del 5 al 8 de septiembre de 1977, baja el patrocinio del Consejo Ecuménico de las Iglesias tuvo lugar en Rostrevor (Irlanda del Norte), una conferencia sobre las modalidades de un diálogo más frecuente entre el Consejo y los numerosas grupos que, en el seno de las Iglesias o fuera de ellas, se sienten movidos por la Renovación en el Espíritu.
Por último, a cristianos movidos por esta Renovación se debe la más impresionante manifestación ecuménica de nuestro tiempo: el encuentro de Kansas City, en los Estados Unidos, en julio de 1977. Unos 50.000 cristianos de los que casi la mitad eran católicos- se congregaron a la vez, reunidos en secciones autónomas durante el día, y por la noche en sesiones comunes, donde se manifestaba de forma emocionante la nostalgia de la unidad.
Allí podía verse fraternizar y orar juntos a Católicos, Baptistas, Episcopalianos, Luteranos, Menonitas, Pentecostales, Presbiterianos, Metodistas unidos, Judíos mesiánicos y a un grupo protestante no confesional. Conociendo la historia de las tensas relaciones entre las confesiones cristianas en los Estados Unidos, este congreso marca una fecha histórica, un "imposible superado" (1)
Es verdad que esto no era todavía la plena comunión y que los problemas pendientes no habían sido tratados abiertamente, pero un clima nuevo dejaba traslucir una profunda esperanza de reconciliación en el seno del pueblo de Dios. Debido a ello, Kansas City representa un jalón importante en el camino hacia la unidad.
Nos falta ahora exponer con más detalle este alcance ecuménico de la Renovación.
3. EN LA CONFLUENCIA:
LA COMUNIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

La Renovación Carismática es una gracia ecuménica privilegiada a causa del terreno de encuentro que ofrece a cristianos que, no obstante sentirse extraños unos a otros, comulgan en la misma fe viva en el Espíritu Santo.
Por otra parte, esta convergencia ecuménica no es un monopolio de la Renovación Carismática. Bajo el título "conversaciones entre metodistas y católicos", un despacho de agencia anunciaba recientemente que "la Comisión mixta establecida por la Iglesia Católica y el Consejo Metodista mundial" había elegido como tema de diálogo en 1978: el papel del Espíritu Santo en la vida cristiana, "fundamento de la posible unidad y del testimonio común ofrecido a Jesucristo".
Sabemos también que el Secretariado para la unidad ha entablado ya, en nombre de la Santa Sede, un diálogo con los pentecostales clásicos, desde hace varios años.
Nos parece importante poner de relieve algunos de los aspectos más destacados de esta convergencia que se produce en cuanto al papel y al lugar del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de los cristianos.

A. EL ESPÍRITU SANTO, VIDA DE LA IGLESIA

21. Tal como recuerda el primer "Documento de L.1 Malinas", cierta teología occidental ha mostrado "tendencia a dar razón de la estructura de la Iglesia en categorías "crísticas" y a considerar al Espíritu Santo solamente como el que anima y vivifica esta estructura previamente establecida".(2)
Como observa este mismo documento, esta concepción desconoce en realidad un aspecto esencial de la economía cristiana de la salvación:
"Jesús, en efecto, no es constituido Hijo de Dios y es después vivificado por el Espíritu para desempeñar su misión, como tampoco es constituido Mesías y después le es dado el poder por el Espíritu para desempeñar su obra mesiánica. De manera análoga, tanto Cristo como el Espíritu constituyen la Iglesia, ambos son constitutivos de la Iglesia. Así como la Iglesia no sería Iglesia si desde el primer momento no estuviera Cristo, lo mismo hay que decir del Espíritu Santo. Cristo y el Espíritu constituyen la Iglesia en el mismo momento, y no hay prioridad temporal entre Cristo y el Espíritu".
Es pues insuficiente presentar a la Iglesia simplemente como "la Encarnación permanente del Hijo de Dios", tal como acostumbraba hacerlo alguna teología preconciliar. Esta forma de designar a la Iglesia ha sido criticada por teólogos protestantes con mucha razón. Especialmente objetaban que confundía con demasiada facilidad a Cristo con la Iglesia y que conferiría así una especie de consagración divina a elementos humanos y accidentales de aquélla.
El Concilio Vaticano ll ha dado la razón a estas críticas y ha desarrollado su doctrina eclesiológica en una perspectiva trinitaria. Refiriéndose a la unidad de la Iglesia, el Decreto sobre el ecumenismo, n° 2, se expresa así: "El modelo supremo y el principio de este misterio es la unidad de un solo Dios en la Trinidad de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo".
En esta perspectiva trinitaria, H. Mühlen ha propuesto considerar a la Iglesia como la comunidad congregada y unida por el Espíritu a Cristo y al Padre.
Muy acertadamente escribe: "Es propio del Espíritu Santo el unir personas, tanto en la vida trinitaria como en la economía de la salvación". (3)
Concretamente, la Iglesia aparece así como una extensión de la unión de Cristo a la Comunidad de redimidos, es decir, como una extensión de la huella impresa sobre su humanidad por el Espíritu Santo. Esta concepción de la Iglesia ha sido formalmente acogida por el Vaticano II. Su formulación más clara la encontramos en el primer capítulo del decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes, n° 2: "El Señor Jesús, a quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo partícipe a todo su Cuerpo místico de la unción del Espíritu con que El está ungido".
Este acentuar el papel del Espíritu Santo favorece indudablemente el diálogo ecuménico, tanto con nuestros hermanos ortodoxos como con nuestros hermanos protestantes. Invita a considerar la existencia y el devenir de la Iglesia como una relación de dependencia mucho más radical de cara a Dios y nos estimula a unirnos en profundidad.
Como reconoce el P. Congar, hasta hace poco "con frecuencia se ha presentado a la Iglesia como una cosa enteramente terminada, donde todo estaba tan bien previsto, tan bien ajustado, que todos sus mecanismos marchaban por sí solos y podrían incluso prescindir de la intervención actual y activa de Dios. Jesús había instituido, de una vez para siempre, la jerarquía y los sacramentos: eso bastaba.
Ahora comprendemos mejor que es el mismo Dios, en Jesucristo, quien por el Espíritu Santo, suscita sin cesar las actividades por las que se edifica la Iglesia, que es obra suya y cuyas estructuras mantiene.
- Es Dios quien llama (Rm 1.6);
- Es Dios quien distribuye los dones de servicio (1 Co 12, 4-11);
- Es Dios quien hace crecer (1 Co 3,6);
- Es de Cristo de quien todo el Cuerpo recibe concordia y cohesión (Ef 4, 16);
- Es Dios quien escoge a unos como apóstoles, a otros como profetas y doctores ( 1Co 12, 28)".
La atención a la actualidad del Espíritu constituye un constante toque de atención contra el triunfalismo o contra un clericalismo que siente la tentación de identificar demasiado estrechamente con el Reino de Dios a una Iglesia, que es su sacramento, pero que no es todavía su plena realización. Asimismo permite que nos expliquemos mejor los periodos de esterilidad espiritual de la Iglesia en el curso de su historia. Concretamente, esta eclesiología se vive hoy en la Renovación Carismática y en otras partes, gracias a una conciencia renovada de la necesidad vital de estar disponibles al Espíritu Santo. Bien podemos decir que una asamblea de oración es un "ejercicio práctico" de esta disponibilidad.
Esta conciencia más viva del Espíritu Santo, que vemos despertar hoy en la Iglesia, es evidentemente esencial para un verdadero espíritu ecuménico, que supone una radical disponibilidad al Espíritu de Dios y al interlocutor. Así lo declara el Papa Paulo VI, el 28 de abril de 1967, al dirigirse a los miembros del Secretariado para la Unidad de los cristianos: "Si hay alguna causa en la que nuestra eficacia humana se reconoce impotente para alcanzar un buen resultado y se revela como esencialmente dependiente de la acción misteriosa y poderosa del Espíritu Santo, esta causa es precisamente la del ecumenismo".
En una de sus últimas obras, este adelantado del ecumenismo que es el P. Congar invita a los cristianos a comprometerse "en una concepción de la Iglesia como comunión, y todavía más radicalmente en un descubrimiento de la pneumatología, para lo que podemos sacar provecho del contacto y de la lectura de los cristianos de Oriente”. Y añade:
"Un cristianismo de comunión, una concepción más dinámica de la unidad como si ésta tuviera que estarse haciendo sin cesar, la conciencia en fin de la inadecuación de las formas ya establecidas en comparación con la pureza, la profundidad y la plenitud a que somos llamados (¡el Espíritu Santo nos empuja incesantemente hacia adelante y nos llama más allá!) nos permitiría asumir un pluralismo e incluso las peticiones, frecuentemente ricas en promesas de progreso, de tantos cristianos que actualmente no encuentran ya suficiente oxígeno en las estructuras establecidas.” (4)
Ojalá todos los que vivimos la gracia de la Renovación pudiéramos contribuir a ello mediante una confianza cada día más generosa en el Espíritu, que edifica la Iglesia, y por medio de un discernimiento cada vez más atento a sus caminos y a sus llamadas.

B. EL ESPÍRITU SANTO, COMO EXPERIENCIA DE VIDA PERSONAL
22 . Hablando de nuestros orígenes cristianos, el teólogo reformado Eduard Schweitzer ha podido escribir estas palabras que invitan a la reflexión ecuménica: "Mucho antes de que el Espíritu Santo pasara a ser un artículo del Credo, era una realidad vivida en las experiencias de la Iglesia primitiva".
En efecto, cada página de los Hechos da fe de su presencia, de su impulso, de su poder. Día tras día guiaba a los discípulos, como la nube luminosa había conducido al pueblo elegido a través del desierto. En cada página sentimos su presencia como la filigrana del papel, delicada pero indeleble. Esta "experiencia del Espíritu" tiene valor de actualidad ecuménica para todos los cristianos. Necesitamos volver a leer -juntos- los Hechos, en busca, no de la Iglesia idílica que nunca ha existido, ni por afán de primitivismo -el Espíritu Santo no queda confinado en el pasado-, sino para sumergirnos juntos en la fe de los primeros cristianos, para quienes el Espíritu Santo era un realidad primordial personal. Haber recibido el Espíritu Santo, era algo que se veía, y San Pablo se extrañaba en Éfeso de no percibir rastro alguno. Colocados en esta situación, previa a toda conceptualización y a toda formulación sistemática, por indispensables que en su momento sean, nos encontramos como en nuestra tierra natal indivisa y virgen, donde es más fácil volver a encontrar el sentido de la fraternidad cristiana y de la comunión en el Espíritu Santo que era su alma.
Cuando nos encontramos con hermanos "carismáticos'° de distintas confesiones, lo que enseguida llama nuestra atención es el testimonio que todos comparten de su encuentro personal con Cristo Jesús que, por el Espíritu ha pasado a ser Maestro y Señor de su vida.
Dan testimonio de una gracia de renovación interior, de una expresión personal, a la que dan el nombre de "bautismo en el Espíritu". Esta experiencia les ha hecho descubrir bajo una nueva luz, con reforzada intensidad, el poder siempre actual del Espíritu y la permanencia de sus manifestaciones. No se trata, generalmente, de una conversión a la manera de San Pablo, ni siquiera de una experiencia espectacular, sino de una influencia del Espíritu Santo, experimentada de una manera señalada en su vida.
Cristianos de diferentes denominaciones atestiguan que han vivido -y continúan viviendo- una gracia de re-cristianización, o bien, si se trata de católicos y cristianos tradicionales, que han experimentado una nueva toma de conciencia de lo que los sacramentos de la iniciación cristiana habían ya depositado en ellos, en germen, pero que ahora invade plenamente su conciencia.
Como ellos dicen, el Señor se les ha manifestado vivo, en sí mismo, en su Palabra, en sus hermanos. Su fe renovada se expresará en alegría y acción de gracias, con la totalidad de su ser, de su sensibilidad y de su espontaneidad. En una palabra, se trata de un renacimiento que tiene su origen en una inconfundible experiencia espiritual.
Verdaderamente se trata de una experiencia. En otra parte hemos explicado cómo y por que experiencia y fe no son términos que se excluyan, y cómo una lectura atenta del Evangelio demuestra cómo se armonizan.(5) No es éste el lugar para analizar las leyes y las garantías de esta armonía. Para nuestro propósito, basta hacer notar que nos encontramos aquí en un terreno en el que los cristianos de diversas tradiciones pueden reunirse y encontrar, a este primer nivel, un substrato común. Esto es importante para iniciar un diálogo.
C. EL ESPÍRITU SANTO EN SUS MANIFESTACIONES

1. Diversidad y complementariedad de los carismas
23. a. La comunidad eclesial multiforme de San Pablo. Uno de los principales obstáculos al progreso de la obra ecuménica es la tendencia a encerrarse en una visión estrecha, abstracta y monolítica de la Iglesia. En la medida en que incita a una mayor disponibilidad a los dones del Espíritu, la Renovación suscita un sentido más justo de la comunidad eclesial y de la participación de todos en su edificación. Nos permite asimismo acercarnos más fácilmente a una visión pluri-ministerial de la Iglesia, tal como la desarrolla San Pablo: "Cada uno recibe el don de manifestar el Espíritu para provecho común" (1Co 12, 7).
Sobre la naturaleza y diversidad de los carismas, San Pablo nos ha dejado páginas decisivas.
El Apóstol describe el extenso abanico de dones espirituales que proporciona el Espíritu: dones de enseñanza y discernimiento, dones de apostolado y de gobierno; dones de profecía y de curación. La gama de carismas es realmente considerable. Unos conciernen más especialmente a los ministerios “estructurales” de la Iglesia, otros se suscitan entre los fieles en la comunidad.
Por otra parte, San Pablo acoge bien todos los carismas, incluso los más sorprendentes y extraordinarios: todo lo que viene del Espíritu sirve de provecho para el fervor de la comunidad. Pero el Apóstol advierte igualmente que en los fenómenos extraordinarios pueden deslizarse ciertos elementos humanos menos recomendables y que pueden afectar al soplo del Espíritu. De aquí las normas de discernimiento que desarrolla para uso de la joven Iglesia de Corinto. Y su forma de hablar nos deja ver que estamos ante alguien que sabe que tiene autoridad y que está seguro de que será escuchado.
Por último, el Apóstol distingue entre los carismas que son buenos y los que son mejores. A los Corintios les agradaba muy especialmente la profecía y la glosolalia. San Pablo no rechaza estos dones: da consejos para que los que son sus beneficiarios se porten como auténticos "espirituales". Sin embargo, proclama asimismo, y con toda claridad, que por encima de todos está la agapé. Sin ella, los carismas serían muy poca cosa. La caridad activa y operante tal como la describe en 1Co 12, 31, y en el cap. 13, es "el camino que aventaja a todos los caminos."
Ésta es también la perspectiva en la que todos los cristianos están llamados a comprender y valorar sus carismas.
24. b. Actualidad de los carismas. En nuestros tiempos, numerosos cristianos movidos por la gracia de la Renovación, comprueban o descubren por experiencia, que la acción del Espíritu en el seno de la comunidad siempre suscita en ella una floración de carismas diversos. Su dinamismo edificador de la Iglesia se ejerce a través de personas, en las que de forma particular y privilegiada, y en beneficio del cuerpo entero, se expresa uno y otro de los aspectos de la plenitud eclesial.
Esta personalización de los dones de Dios, y de los ministerios en particular, se comprueba así en la vida de los grupos de oración, de acuerdo con la teología de la epístola a los Efesios:
"Dio dones a los hombres:... El mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos, en orden a la función del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo" (Ef 4,8. 11-12).
25. c. Incidencias Ecuménicas. Este reconocimiento de la diversidad y de la complementariedad de los carismas es de gran importancia ecuménica. No solamente nos lleva a superar ciertas polémicas, sino que favorece la mutua apertura de las confesiones cristianas.
A causa de las separaciones, cada Iglesia se ha visto arrastrada a un cierto unilateralismo y a cargar el acento en algunos dones del Espíritu. Hoy día la Renovación en el Espíritu invita a superar estas acentuaciones unilaterales, heredadas del pasado, y favorece mutua comprensión.
Haciendo esto, cada Iglesia imprime también a todas sus actuaciones el carácter propio de la tradición cristiana que representa y que hace de ella una determinada confesión. En efecto, el ecumenismo no tiende a crear una mezcla bien dosificada y homogeneizada de todas las tradiciones -cristianas, sino que persigue la restauración de la unidad pluriforme entre Iglesias hermanas que tienen su propia fisonomía, sin que resulte afectada la unidad esencial y necesaria, querida por el Señor y que quedó establecida en la época de los apóstoles.
"En el seno de la Iglesia, y de acuerdo con las funciones a cada uno asignadas, todos deben conservar la debida libertad, ya sea en las diferentes formas de la vida espiritual y de la disciplina, ya sea en la variedad de los ritos litúrgicos, e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada.”
Declara el Decreto sobre el Ecumenismo n° 4; si bien, precisa con toda claridad, "manteniendo la unidad de todo lo que es esencial" (ibidem).
2. Carismas e instituciones.
26. Para situar la Renovación espiritual en la vida de la Iglesia, resultaría desacertado, y además inexacto, oponer carisma e institución: los ministerios y las estructuras esenciales de la comunidad eclesial, son dones del Espíritu, tanto como lo son la profecía y la glosolalia.
La institución en la Iglesia, en tanto que estructura de la comunión, es esencialmente carismática. Es don de Dios, es sacramento de la comunión con Dios. Es imposible desconocer el papel de la comunidad como lugar en el cual y por el cual encontramos al Espíritu. Escribía San Juan en su primera Epístola: "Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su hijo Jesucristo" (1Jn 1,3).
Para comprender el lugar de los diferentes dones de la Iglesia, lo mejor es atenerse a la comparación formulada por San Pablo. El cuerpo es uno -dice- pero tiene varios miembros y diversos órganos, según la voluntad de Dios. Cada uno de ellos tiene su papel, su función, su necesidad. Cada uno ea útil a todos los otros, y todos los otros a cada uno: "Para que no haya división en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los unos de los otros" (1Co 12,25).
De esta forma, en el cuerpo, cada órgano ofrece al conjunto la distribución beneficiosa que le es propia, aunque cada órgano ofrezca también la posibilidad de alguna deficiencia o de alguna enfermedad específica.
Igualmente podríamos decir que cada carisma, cada ministerio, cada oficio eclesiástico, es el instrumento de un bien espiritual que le es propio, pero cada uno constituye también un riesgo permanente de deficiencias y de lagunas específicas. Las manifestaciones carismáticas son para la comunidad eclesial un fermento real de vitalidad, de libertad, de alabanza, de testimonio de renuncia; por todo eso pueden hacer frente a los peligros que amenazan a los elementos estructurales de la Iglesia, como la torpeza, el formalismo, la mediocridad, la burocracia, la ruina, la evasión ante las responsabilidades y las decisiones innovadoras.
Sin embargo, las manifestaciones carismáticas tienen asimismo sus riesgos: efervescencia, iluminismo, sobrenaturalismo exagerado. Los elementos estructurales de la Iglesia pueden aportar a estos riesgos el apoyo de su estabilidad, de su objetividad y de su sabiduría.
Para la "salud" del conjunto, para mantener el vigor de la comunidad eclesial, deben practicarse intercambios y coparticipaciones mutuas, realizando así la conveniente ósmosis. De esta manera, se acrecentarán los beneficios y se neutralizarán las divisiones de cada carisma o ministerio, sea el que fuera.

3. Interacción vivida entre carisma e institución.

27. Como ya sabernos, la tensión entre el acontecimiento y la institución, lo carismático y lo estructural, está en el centro mismo del debate ecuménico. Hoy día se manifiestan además en el seno de cada confesión.
Si en un sentido esta tensión es inevitable, especialmente en ciertas épocas de crisis, como la historia de la Iglesia nos ofrece de ello numerosos ejemplos, ella debe no obstante llevarnos a una inteligencia más profunda y unificadora del misterio sacramental de la Iglesia.
Hacia esta inteligencia nos conduce la gracia de la Renovación en el Espíritu, a nivel de experiencia vivida. Invitando a los cristianos de cualquier confesión a hacerse más disponibles a los carismas, por ello mismo les conduce a superar estas antinomias que generalmente se presentan, aunque finalmente se revelan engañosas, entre carismas e instituciones, fidelidad y creatividad, libertad y obediencia. De esta forma les ayuda a percibir que el dinamismo del Espíritu no se opone a lo encarnado y a lo histórico, por el contrario, el Espíritu Santo se da para la manifestación del Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 12, 1-12; Ef 4,13), de su cuerpo eclesial tanto como de su "propio cuerpo" en la Encarnación.
Pero esta revitalización carismática de la institución no reaviva en ella únicamente su significación "espiritual", su función de epifanía histórica del Cuerpo de Cristo; asimismo somete a consideración e invita a revisar todo lo que en la institución puede significar un obstáculo a la gloriosa libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8,21). Ésta es otra implicación eclesial, y por tanto ecuménica, de la Renovación en el Espíritu que debemos considerar.
28. Esta simbiosis carisma-institución ha sido admirablemente expresada por un teólogo ortodoxo, el metropolitano Ignatios de Lattaquié, en la III Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias, en Upsala (3-19 Julio 1968).
“Sin el Espíritu Santo –dijo- Dios está lejos
Cristo permanece en el pasado,
el Evangelio es letra muerta,
la Iglesia, una simple organización,
la autoridad, un dominio,
la misión, una propaganda,
el culto, una evocación,
y el obrar cristiano, una moral de esclavos.
Pero en Él, el Cosmos se agita y gime
en el parto del Reino,
Cristo ha resucitado,
el Evangelio es poder de vida,
la Iglesia significa comunión trinitaria,
la autoridad es un servicio liberador,
la misión es un Pentecostés,
la liturgia es memorial y anticipación,
el obrar humano se diviniza.” (6)

1. CONDICIONES DE UN ECUMENISMO AUTÉNTICO

Para que la Renovación Carismática pueda responder a su vocación ecuménica, hay que respetar cierto número de escollos.
Estudiemos unos después de otros, empezando por exigencias positivas.
A. LA INSERCIÓN EN EL MINISTERIO ECLESIAL
29. El primer deber del cristiano preocupado por las exigencias de su fe católica es reconocer el misterio de la Iglesia e insertarse en él.
La Renovación Carismática perdería su razón de ser si, en lugar de situarse en el centro mismo de la Iglesia, hubiera de desarrollarse como una excrecencia al margen de aquélla, y convertirse en una iglesia paralela o en una iglesia dentro de la Iglesia como una realidad sociológica, como una estructura administrativa. La miran y la juzgan desde fuera, por sua aspecto exterior y humano que inevitablemente vive en el tiempo y en el espacio, con todas sus limitaciones. Pero la Iglesia de nuestra fe -y de nuestra esperanza, y de nuestro amor filial- se sitúa más allá de esta visión incompleta: ella es una realidad mística, es nada menos que el Cuerpo místico de Cristo. Es presencia del Señor Jesús que le permanece fiel y la anima por medio de su Espíritu a fin de iluminarla, santificarla y unificarla. Ésta es la Iglesia que nos lleva en su seno, nos engendra a la vida cristiana, nos hace crecer hasta la plena estatura de Cristo.
Mientras no aceptamos, en la fe, el misterio de la Iglesia, permanecemos en el nivel de la historia y no en el del dogma y del Credo que proclama "la Iglesia una, santa, católica y apostólica". Esta Iglesia es exactamente la misma Iglesia de los orígenes, la del Cenáculo de Pentecostés.

B. LA IGLESIA COMO MISTERIO

30. La Iglesia no es una especie de federación de denominaciones cristianas. No es tampoco una unión de los que, personalmente o en comunidad, se proclaman seguidores de Cristo y se consagran a la evangelización y al servicio de los hombres.
La Iglesia tiene una existencia, una consistencia que precede y sobrepasa la adhesión consciente que los creyentes prestan a Jesucristo y a la comunidad particular de la que son miembros. Ella es a !a vez la comunidad que juntos construimos -"¡La Iglesia somos nosotros!"- y la matriz que nos lleva, la comunidad maternal que nos engendra a la vida de Dios, en Cristo y por el Espíritu. En este sentido decimos en la Eucaristía antes de comulgar: "No mires mis pecados, sino la fe de tu Iglesia...”
Como ha enseñado el Vaticano II, la Iglesia es el "sacramento universal de salvación". A mi juicio, ésta es la definición más rica en consecuencias.
Aceptar esta enseñanza del Vaticano II, es conceder , preferencia al ser de la Iglesia, y no a nuestro obrar en ella: Es confesar prioritariamente, en la liturgia y en el lenguaje de la fe, así como en el discurso teológico que de ambos deriva, el "misterio" de la Iglesia, y después, necesaria pero secundariamente, nuestra participación en la misión de la Iglesia en la historia humana.
Como escribe el P. Dulles, refiriéndose al contexto norteamericano:
"En los años treinta, después de haberse dejado arrastrar por las exageraciones del evangelio social, las Iglesias protestantes conocieron una época de postración espiritual. Entonces se levantó un clamor: "Que la Iglesia sea ella misma, que sea la Iglesia”. Este clamor fue escuchado, y las Iglesias empezaron a preocuparse de la fe y del culto. De ello se siguió una gran renovación, durante los años cuarenta y cincuenta. Desde 1960, el catolicismo ha vivido una crisis análoga. La teología de la secularización ha debilitado el sentido de la doctrina y de la tradición. Hoy día, si no nos equivocamos, muchos cristianos piden a la Iglesia Católica que vuelva a ser la Iglesia. Desean que la Iglesia encuentre de nuevo el sentido de la adoración, de la acción de gracias, de la alabanza y del culto, permitiendo así, a sus fieles hacer la experiencia de un contacto vivido con el Dios vivo.” (7)
Esta conversión a la Iglesia, al misterio de la Iglesia, no se hace con facilidad. Choca con la tendencia a reducir la Iglesia a categorías sociológicas, o a tal o cual "experiencia" comunitaria de fe o de compromiso. El sentido de la Iglesia supone también el reconocimiento de las divergencias que existen entre la visión católica de la Iglesia y otros tipos de conciencia eclesial. Estas divergencias son el doloroso reverso, a veces dramático, de una exigencia vital: la de reconocer en la Iglesia una realidad que nos trasciende y para la que no estamos todavía suficientemente preparados.

1. La Iglesia "Una "
31. La Iglesia nació una, "de la unidad del Padre, del Hijo, y del Espíritu"; lleva en su frente el sello trinitario. Su unidad mística está fuera del alcance de los hombres y de las rupturas de la historia.
Su unidad es una gracia inicial y dada para siempre, indefectiblemente. Lleva en sí la promesa que hizo Jesús de estar con su Iglesia, todos los días hasta el fin de los tiempos. Cuerpo de Cristo, Esposa del Espíritu Santo, Templo de Dios vivo. En su Constitución Lumen Gentium, el Concilio ha multiplicado las imágenes que nos permiten entrever la riqueza de su misterio.
2. L a Iglesia "Santa
32. Esta misma Iglesia nació santa. Ya lo hemos dicho: su santidad no está formada por la suma de los santos que engendra, sino que es su propia santidad -la santidad de Cristo y de su Espíritu en ella- la que fructifica en nosotros. No son los santos los que son admirables, es Dios y sólo Él quien es admirable en sus santos. En este sentido, la Iglesia es mediadora de la santidad de Dios. Es una madre que engendra a los santos que se dejan formar por ella.
Rigurosamente hablando, nosotros no hemos de "llegar a ser'' santos, sino permanecer santos. Nuestra vocación cristiana es permanecer fieles a la gracia inicial del bautismo recibido y traducirla progresivamente en nuestra vida. Querer reformar la Iglesia desde afuera, sin haberse dejado antes formar, vivificar y reformar desde dentro por esta misma Iglesia de los Creyentes, sería para los católicos una empresa que nace ya muerta.
3. La Iglesia "Católica"
33. Cuando hacemos profesión de creer "en la Iglesia una, santa, católica y apostólica", nos estamos adhiriendo a la Iglesia de Pentecostés que aquella mañana era ya una y universal; por mandato del Maestro, ella debía ya "llevar el Evangelio a toda criatura". La universidad de esta vocación se reveló con fuerza en su nacimiento; el relato de los Hechos nos hace palpable esta universalidad al evocar a aquellos "Partos, Medas, Elamitas, gente de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia y Panfilia, Judíos y prosélitos, Cretenses y Árabes que oyeron proclamar en su lengua las maravillas de Dios" (Hch 2,8-12).
4. La Iglesia "Apostólica"
34. Esta Iglesia nació ya desde su origen como comunidad apostólica. Quedó para siempre establecida sobre el fundamento de los apóstoles y de sus sucesores, como enseña el Concilio Vaticano II:
"Para el establecimiento de ésta su santa Iglesia en todas partes y hasta el fin de los tiempos, confió Jesucristo al colegio de los Doce el oficio de enseñar, de regir y de santificar. De entre ellos destacó a Pedro, sobre el cual determinó edificar su Iglesia, después de exigirle la profesión de fe; a él prometió las llaves del reino de los cielos, y previa la manifestación de su amor, le confió todas las ovejas para que las confirmara en la fe y las apacentara en la perfecta unidad, reservándose Jesucristo el ser Él mismo para siempre la piedra fundamental y el pastor de nuestras almas.” (8)
Es indudable que es el Espíritu quien "rige toda la Iglesia y que Cristo es el "pastor de nuestras almas"; pero a su nivel, los que están aquí abajo constituidos como pastores, ejercen un ministerio autorizado, un servicio en nombre del Señor, y en este sentido una real mediación.
Si bien es cierto que la conciencia personal es el supremo criterio de nuestro obrar, si es cierto también que el Espíritu habita en cada creyente y que Él sopla donde quiere, es también igualmente cierto que la conciencia de un cristiano, para ser "recta" e "iluminada", no puede prescindir de la ayuda o del consejo, a veces de una orden, procedentes de los que han sido instituidos para esta tarea, como de ello dan fe las Escrituras. En efecto, por su actitud y por sus actos, Pablo, Pedro, los Apóstoles, los obispos y los presbíteros muestran claramente que son los pastores autorizados de las comunidades locales.
Como es natural, los pastores no encuentran "en sí mismos" la fuente de su autoridad: se apoyan en la elección del Señor que les pedirá cuentas del ejercicio de su ministerio: Por supuesto, los encargados de la doctrina no tienen que inventar la verdad revelada, porque "todos deben sujetarse a la revelación y conformarse a ella" (Lumen Gentium nº 25).
Pero estos pastores están asimismo establecidos como jefes, árbitros, jueces o consejeros -según los casos y situaciones y su ministerio no puede ser ni rechazado ni tenido en poco.
No queremos continuar el análisis del misterio de la Iglesia. Basta decir solamente que para el creyente católico, toda acción del Espíritu se inserta profundamente en esta Iglesia tal como el Señor la ha querido y que toda tentativa de quedar al margen de la Iglesia, estaría condenada a la esterilidad, como rama que no recibe ya la savia del tronco que la lleva.

C LA IGLESIA, MISTERIO SACRAMENTAL

35. El Espíritu obra también a través de la mediación sacramental de la Iglesia. Es indispensable reconocer y situar la visible mediación de todo el ordenamiento (ordo) sacramental. El Espíritu Santo, alma y fuente vivificadora de la comunidad eclesial; no limita su influencia solamente a las manifestaciones carismáticas, individuales o colectivas. Su virtud, su poder santificador se manifiesta también por medio de los diversos sacramentos que acompañan al discípulo de Cristo desde el nacimiento hasta la muerte. ¿Sería equitativo proclamar el dinamismo del Espíritu Santo en la existencia cristiana, mientras olvidáramos o rebajáramos la obra de salvación que realiza en los actos sacramentales de los fieles?. La vía sacramental de la gracia es "el Espíritu Santo, que toma cosas terrenas -una palabra humana, agua, pan, vino-, las elige, las santifica y hace que sirvan de vehículo para la salvación.”(9)
Esta vía fue la común y corriente en las iglesias de la época apostólica, y el fervor escatológico de los Corintios no constituyó la única ni siquiera la principal forma de la efusión pentecostal.
Entre los sacramentos, el bautismo y la Eucaristía ocupan un lugar aparte: ellos comprometen profundamente la vida del fiel de acuerdo con su propia identidad, condicionan y orientan para él toda renovación espiritual y por ello todo verdadero ecumenismo.

1. El Bautismo Sacramento Inicial
36. Creemos, con San Pablo, que Dios, en su gratuita bondad, "nos salvó por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna" (Tt 3, 5-7). Según la doctrina de la Iglesia, el único bautismo es a la vez pascual y pentecostal: nos sumerge en el misterio de la muerte de Cristo -el bautismo por inmersión lo simboliza de modo impresionante- y en el misterio de la Resurrección así como en el del Espíritu, fruto de la victoria de Cristo y de la Promesa del Padre.
Entramos en la Iglesia por medio de un bautismo en agua y en el Espíritu, por medio del nacimiento a que se refería Jesús en su conversación con Nicodemo: "En verdad, te digo, el que no nazca de agua y Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3, 4-5).
En el canto para la bendición del agua bautismal, en la noche de Pascua, la liturgia nos lo recuerda admirablemente: "Que la presencia misteriosa del Espíritu Santo, fecunde estas aguas que deben hacer que nazcan de nuevo los hombres, para que una generación de hijos del cielo concebida por la santidad divina, salga de esta sagrada fuente como de un seno purísimo y renazca a una vida de nueva criatura".
La existencia "cristiana" se inaugura con un acto sacramental, es decir, con un acto del Señor vivo, que ha querido obrar así El mismo la justificación radical de los que han respondido a su llamada.
El bautismo del cristiano es "bautismo en el agua y en el Espíritu Santo", en el seno de su Iglesia: la inserción eclesial forma parte integrante de todo bautismo sacramental normal. Uno no puede ser simplemente bautizado, fuera del contexto eclesial, en una especie de tierra de nadie. Cualquier ambigüedad sobre este particular conduciría a desviaciones graves. La Iglesia, de la que paso a ser miembro, es a la vez una comunidad bautismal, que me abre a la Santísima Trinidad,
- una comunión eucarística, que me sumerge en el misterio de la Pascua,
- una comunión en el Espíritu, que actualiza el misterio de Pentecostés, y
- una comunión orgánica, que me une al obispo y por medio de él a las demás Iglesias y a la Iglesia de Roma, que preside el Papa, "al servicio de la unidad de las Iglesias Santas de Dios.”
2. Espíritu Santo y "Comunión Eucarística”
37. La Renovación Carismática carga el acento en la "comunión en el Espíritu", cuyo alcance ecuménico es evidente. Todo lo que nos permite realizar mejor nuestra profunda unidad, nos acerca; el Espíritu Santo es el lazo vivo por excelencia, no solamente entre el Padre y el Hijo sino entre los hijos de un mismo Padre. No podemos menos que alegrarnos de los lazos que crea esta experiencia. No podemos, sin embargo, olvidar, que el Señor nos ha dejado una expresión visible de nuestra unión con Él y entre nosotros, que es la comunión eucarística. Si en la hora actual, todos nosotros sufrimos por no poder todavía traducir fraternidad cristiana por la comunión en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre, debemos tener presente que la Eucaristía es el sello de la unidad visible a que aspiramos.
Desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia, que una celebración eucarística carece de vida y de calor humano, y que queda demasiado formalista y ritualista. De aquí viene la tentación de atribuir más valor -en el plano de lo vivido- a una reunión, donde la fraternidad cristiana se expresa más libremente. Sin embargo, en espíritu de fe, el católico deberá siempre centrar su vida en el magno encuentro eucarístico, especialmente el del domingo. Y confiamos que llegará un día en que la corriente carismática penetrará con su riqueza de vida en la liturgia y que los sacerdotes, cada vez más "renovados en el Espíritu", vivificarán la celebración litúrgica, con absoluto respeto de sus reglas tradicionales, pero con plena apertura también al Espíritu Santo.
Una vez esto reconocido, es preciso que insistamos en la prioridad de la comunión eucarística.
En el Cenáculo, la noche del Jueves Santo, Jesús selló su alianza con sus discípulos, instituyendo la Eucaristía, memorial permanente de la muerte y de su resurrección. El mandato de "ser uno para que el mundo crea" brotó desde el corazón de Cristo hasta la mesa eucarística. Él quiere que en todos los tiempos venideros participen sus discípulos en la comunión de su Cuerpo y de su Sangre. En el canon de la misa pedimos al Señor "que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.”
La Iglesia "hace Eucaristía", pero a su vez la Eucaristía hace la Iglesia: todo intento de minimizar esta realidad eucarística atentaría contra lo que constituye el centro mismo de la fe y contra la autenticidad del ecumenismo fiel a Jesucristo.
En un importante estudio sobre el futuro del ecumenismo, el Cardenal Willebrands citaba este texto de los Hechos: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (cf. Hch 2, 42-46); y comentaba estas palabras recordando que todos los componentes de este cuadro están estrechamente unidos en la comunidad cristiana:
"La fidelidad a las enseñanzas de los Apóstoles –decía- no consiste solamente en escuchar la Palabra: es también inseparablemente la celebración de un mismo culto, recibido del Señor que progresivamente identifica con Él a cada uno de los miembros de esta comunidad. La participación en común en estos bienes, en estas mediaciones humanas, queridas por el Señor para establecer su comunidad y hacerla progresar hasta que Él vuelva, establece entre los fieles una comunidad visible, una comunión eclesial. Profesando en común la misma fe, celebrando juntos los mismos sacramentos y participando juntos en ellos, servidos y congregados por ministros constituidos como tales por el mismo sacramento, tendiendo juntos a una progresiva santidad de vida en el servicio a sus hermanos según el modelo de Jesús (cf. Flp 2,5), estos fieles están unidos entre sí no sólo por una relación espiritual en el plano del misterio y de lo invisible, sino también en el plano visible de las realidades humanas transformadas por el Espíritu.”
La Renovación Carismática que en tantos aspectos hace revivir la imagen de las comunidades cristianas primitivas, debe ser fiel a esta descripción: debe ser no solamente comunidad fraternal, sino comunidad "asidua en escuchar a los Apóstoles" -hoy día- a través de sus sucesores y en encontrarse en la mesa eucarística "para la fracción del pan".

NOTAS:
(1) Cf. DAVID X. STUMP, Charismatic Renewal: Up to Date in Kansas City, en la revista "America", 24 de Septiembre 1977.
(2) COLOQUIO DE MALINAS, 21-26 mayo 1977: Orientaciones Teológicas y Pastorales de la Renovación Carismática Católica, Publicaciones Nueva Vida, Aguas Buenas, Puerto Rico, 1974, p.17.
(3) H. MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1974, p. 225
(4) Y. M. CONGAR, Ministères et communion ecclésiale, Edition du Cerf, París 1971, p. 248.
(5) Cardenal L. J. SUENENS, ¿Un Nuevo Pentecostés?, Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao 1975. Cap. IV: "El Espíritu Santo y la experiencia de Dios", p.57
(6) Cardenal L.J. SUENENS. ¿Un nuevo Pentecostés? pp. 29-30
(7) Avery DULLES S.J., The Resilient Church, Gill and McMillan 1977, p. 25.
(8) Decreto sobre el Ecumenismo, n° 2.
(9) J. J. VON ALLMEN, Le prophétism sacramental, p. 301

5 CONDICIONES PARA UNA AUTENTICA RENOVACIÓN
A. NECESIDAD DE UN ANÁLISIS CRITICO
38. Nadie puede negar que, a pesar de la crisis que atraviesa la Iglesia, el Espíritu Santo continúa actuando fuertemente en ella. La Renovación ha desarrollado un nuevo acercamiento entre los cristianos y ha hecho dar al ecumenismo un paso adelante muy importante a nivel del pueblo de Dios.
Una reunión como la de Kansas City en julio de 1977 muestra claramente que "el Espíritu habla a las Iglesias" y que el pueblo cristiano escucha su voz. No debemos caer, sin embargo, en un ecumenismo eufórico, que con el calor de una fraternidad recobrada olvide las dificultades doctrinales aún no resueltas.
- Cuando se habla de acción del Espíritu sin precisar el lugar y el sentido de las estructuras sacramentales y el sentido de la cooperación humana,
- cuando se habla de fe sin clarificar el contenido esencial,
- cuando se rechaza el definir una misma fe eucarística y el papel y la función de quien preside la cena del Señor, la intercomunión es un problema y no estamos más que en el umbral del ecumenismo en "Espíritu y verdad".
Esta exigencia de claridad concierne en primer lugar a los dirigentes de la Renovación Carismática, pero corresponde también a sus miembros, que deben tener ideas claras. "La verdad os hará libres", dijo el Señor. Es preciso tener la osadía de creer que la verdad y el amor no son más que una misma cosa, tanto en Dios como en la vida de los hombres. Examinemos, pues, algunos puntos neurálgicos, del mismo modo que en la desembocadura de un río se señalan los arrecifes y los bancos de arena para navegar mejor y llegar a buen puerto.
Como señalan los redactores del primer documento de Malinas:
"Es preciso usar de gran delicadeza y discernimiento para que no se extinga lo que el Espíritu está obrando en todas las Iglesias con el fin de reunir a los cristianos. Hay que ejercer semejante delicadeza y discernimiento para que las dimensiones ecuménicas de la Renovación no den margen a divisiones y tropiezos. La sensibilidad a las necesidades y puntos de vista de otras comuniones no tiene por qué hacer a católicos y protestantes menos auténticos en sus respectivas tradiciones. En aquellos grupos cuyo conjunto de miembros sea ecuménico, se recomienda que se llegue a un entendimiento sobre como preservar la unidad fraterna, salvaguardando, no obstante, la autenticidad de la fe de cada miembro.
Tal concordia elaborada ecuménicamente, debe considerarse como parte integral de la instrucción dada a las personas en los círculos de oración.” (1)
Para responder a este deseo de autenticidad recíproca, el católico debe tener anteriormente un conocimiento serio de su propia fe, especialmente del misterio de la Iglesia, que debe comprender y vivir en su realidad profunda. No puede, bajo pretexto de caridad, dejarlo de lado. Amor y verdad no se excluyen; lo uno llama a lo otro.
Este sentido "eclesial" permitirá poner una atención particular en evitar los peligros, para no perderse por otros caminos o por callejones sin salida.
Señalaremos ahora algunas dificultades de este tipo -sin querer ser exhaustivos-, empezando por llamar la atención sobre 'el vocabulario que se emplea.
B. AMBIGÜEDADES DE LENGUAJE
39. Toda la importancia que se dé a la exactitud en las palabras es poca. Un día le preguntaron a un sabio chino: "¿Qué haría Ud. si fuese el maestro del mundo?". Y él contestó: "devolvería a las palabras su auténtico sentido".
Aunque parezca muy paradójico, un lenguaje común puede engendrar malos entendidos si la semejanza de las palabras contiene y esconde concepciones incompatibles entre sí. Cuando uno aprende un idioma extranjero, las palabras más difíciles de usar son las que tienen sonido igual, pero contenido distinto. Nuestro vocabulario común carismático puede inducirnos recíprocamente a error. Debemos analizar lealmente las diferencias; no podemos superarlas si no las reconocemos. Citemos, como ejemplo, el término "bautismo en el Espíritu" que encierra teologías distintas.
40. La palabra más usada en medios carismáticos es, sin lugar a dudas, "bautismo en el Espíritu". Es la palabra clave, pues designa la experiencia inicial de conversión de donde mana el resto. Por consiguiente, es de gran importancia la pregunta: ¿Qué realidad subyace en esta palabra?
Desgraciadamente, no es raro oír en medios católicos a alguno que dice: "me hice cristiano tal día", refiriéndose al día en que recibió el bautismo en el Espíritu. Ambigüedad peligrosa en boca de quien ha sido bautizado sacramentalmente de niño y se hizo cristiano aquel día. Indudablemente quiere decir que tomó conciencia de su cristianismo a raíz de este bautismo en el Espíritu, que ha cambiado y marcado su vida. Se comprende que hable con entusiasmo de su experiencia, pero es importante que vigile su vocabulario. La expresión podría llevar a una grave desviación doctrinal si llegase a significar una especie de superbautismo para uso de un grupo reducido de cristianos. La ortodoxia y la humildad necesarias se conjugan aquí, en una exigencia común de verdad verbal y de verdad a secas.
C. TRADICIÓN VIVA Y PALABRA DE DIOS.
1. Tradición y Escritura.
41. Uno de los temas ecuménicamente más discutidos es el de las relaciones entre la Tradición y la Escritura. ¿Estamos en presencia de una o de dos fuentes de la Revelación? Los puntos de vista se han acercado notablemente a causa de haber centrado la atención en su implicación recíproca bajo diversos ángulos. Esto condiciona evidentemente la lectura de la Escritura, que el católico lee en Iglesia y dejándose guiar e iluminar por ella.
Hablando de las responsabilidades de los catequistas, Pablo VI dijo: "Deben comunicar la Palabra de Dios tal como ha sido manifestada por la Revelación divina y vivida en la Tradición de la Iglesia y explicitada en los enunciados del magisterio.” (2)
Esta densa fórmula indica la marcha normal del Espíritu con respecto a la Palabra de Dios.
Esta Palabra se nos manifiesta en la Revelación divina. Nuestra fuente común es la Palabra de Dios que recibimos en la Iglesia por el canal de la Biblia y de la Tradición.
El Vaticano II ha formulado así el pensamiento de la Iglesia, en la Constitución sobre la Revelación, núm. 10: "El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la escucha devotamente, la custodia celosamente, la explica fielmente; y de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelación por Dios para ser creído.” (3)
Tradición y Escritura están estrechamente unidas, brotando ambas de una idéntica fuente divina.
Esta "ósmosis" entre Tradición y Escritura ha sido expresada con gran acierto por el ecumenista católico Georges H. Tavard, en los términos siguientes: "El secreto de la reintegración o de la unidad cristiana o, si se prefiere, de la teología del ecumenismo, se encuentra en una vuelta a una concepción mutuamente inclusiva de la Escritura y de la Iglesia. La Escritura no puede ser palabra de Dios si se la separa y aísla de la Iglesia que es la esposa y el cuerpo de Cristo. Y la Iglesia no podría ser la esposa y el cuerpo del Señor si no hubiese recibido como don la comprensión de la Palabra. Estas dos fases de la visita de Dios a los hombres son aspectos de un mismo misterio. En su último análisis son uno, uno en su dualidad. La Iglesia implica la Escritura como la Escritura implica la Iglesia. (4)
1. Interpretación bíblica.
43. Y esto implica como consecuencia que no se puede divorciar en el tiempo Escritura y Tradición basándose -a partir únicamente de la exégesis- en una Escritura primitiva más válida que otra, porque es más antigua en el tiempo. No se puede poner la base del diálogo ecuménico en la capa considerada como más primitiva en la Escritura, y que debería ser reconocida como el único terreno común válido para empezar cualquier discusión.
Reaccionando contra lo que podía llamarse "primitivismo bíblico", el distinguido ecumenista y teólogo Avery Dulles ha escrito sobre un libro reciente:
"Aparentemente el autor cree que favorece la unidad de las Iglesias pidiéndoles sacrificar lo que es propio de cada tradición, y luego reconstruir de nuevo a partir de una lectura del Nuevo Testamento estudiado con un método neutro de pura crítica histórica. Esto puede tentar a algún protestante liberal, pero, a mi modo de ver, no será aceptado por la mayoría de los protestantes ni mucho menos por los anglicanos, ortodoxos, católicos. Creo personalmente que es mucho más útil intentar armonizar y poner en diálogo positivamente las diferentes tradiciones cristianas en su originalidad propia. En los diálogos de tipo reduccionista la Biblia desempeñará sin duda un papel importante, pero la exégesis no tendrá necesariamente la última palabra.” (5)

2. Palabra de Dios individual
43. Si la Palabra de Dios se lee, se recibe, se vive en la Iglesia, hay que señalar también el papel de ésta cuando el cristiano cree recibir una "palabra de Dios", dirigida individualmente.
Aquí también el vocabulario puede inducir a error, por falta de matices. Demasiado fácilmente, por transposición de la forma de hablar de los profetas del Antiguo Testamento, se usa la expresión: "Dios me ha dicho que... Dios os invita a...". Se tendría que estar atentos a la modestia en la expresión. Ralph Martin, en su libro "Hambre de Dios" invita a la prudencia en el uso de esta expresión:
"Algunas personas... pueden sentirse frustradas cuando oyen a otras expresarse sin cesar en un lenguaje de aire místico. Ocurre que auténticos movimientos de renovación espiritual engendran una especie de jerga que puede inducir a error sobre la verdadera naturaleza de ciertas experiencias. Cuando algunos dicen: "Dios me ha dicho esto, Dios me ha dicho lo otro", pueden sugerir una imagen muy equivocada de lo que ocurre realmente.”
"Las personas que desconocen este lenguaje... tienen entonces el sentimiento de que viven en otro universo espiritual, cuando no es verdad. En efecto, esta forma de expresarse significa la mayoría de veces: "tengo la impresión de que Dios me ha dicho o me ha mostrado tal cosa" o "me ha parecido que esto venía del Señor—. Normalmente, no se oye una voz, ni siquiera una moción interior, como en el caso de la experiencia profética, sino más bien un sentimiento, una impresión que puede ciertamente venir de Dios, pero no con esa evidencia ni esa inmediatez que sugiere la fórmula empleada.” (6)
No existe un hilo directo que nos pone en comunicación con el Espíritu Santo: esas palabras pasan siempre a través de la conciencia y del subconsciente de quien cree percibirlas. Por eso es necesario someterlas a un examen crítico. La "inspiración de Dios" -suponiéndola auténtica en un caso concreto- no elimina ni la participación ni la complejidad de las mediaciones humanas más diversas.
3. Una experiencia siempre mediata.
Los testimonios que evocan la acción carismática del Espíritu le atribuyen generalmente un carácter de inmediatez. Ocurre lo mismo en los textos procedentes del profetismo bíblico y de las experiencias místicas en general.
Sin embargo, es preciso señalar que esta clase de literatura ha sido estudiada profundamente desde hace tiempo y ya no puede interpretarse de forma simplista. La experiencia cristiana, como experiencia, no comporta nunca la evidencia absoluta de un contacto con Dios por más intensa o gratuita que sea para la subjetividad de quien la recibe.
"La experiencia mística, explica J. Mouroux, capta ciertamente el misterio divino, pero a través de una mediación creada". Esta experiencia "no realiza la posesión plena de su objeto, es una refracción del Objeto Divino a través del impulso espiritual, y la fruición de Dios que sigue a esta posesión imperfecta no es más que un oscuro pregustar de la bienaventuranza. Esta trascendencia absoluta de Dios (...) relativiza de golpe y de forma esencial toda la experiencia cristiana (...). Se comprende entonces que comporta, en su misma estructura, oscuridad, temor, esperanza (...). La experiencia cristiana es la forma de conciencia de esta posesión magnífica, pero parcial, oscura, germinal, amenazada.” (7)
Por tanto, es normal que en cada generación los maestros espirituales vuelvan al tema fundamental del "discernimiento de espíritus", en otras palabras: "¿cómo saber con alguna certeza que se trata del Espíritu o bien de ciertos espíritus?" Esta pregunta vuelve una y otra vez a lo largo de los siglos de una forma constante; y la respuesta que se le da no satisface nunca plenamente, a causa de la complejidad de las situaciones concretas. ¿No es éste un indicio o una prueba de la utilidad real, a veces de la necesidad, de una ayuda, de un consejo, de un eventual arbitraje? No para "apagar el Espíritu" (1 Ts 5,19), sino para liberar "el Espíritu de presiones humanas ineluctables y de las desviaciones inconscientes". "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno", decía S. Pablo (1 Ts 5,21).

D. MATERNIDAD DE LA IGLESIA Y DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS
44. El discernimiento de espíritus es un problema delicado de resolver no sólo en el seno de la Iglesia Católica, sino para todas las confesiones cristianas.
San Ignacio, en su tiempo, trazó reglas preciosas, siempre válidas. Es necesario actualizarlas sin cesar y adaptarlas para no traicionar o falsear la acción de Dios. El católico, también en este campo, tiene necesidad de reconocer y aceptar la dirección maternal de la Iglesia.
Esto es cierto especialmente para la Renovación que es una gracia que hay que acoger, pero que hay que conservar intacta.
1. Una gracia que hay que acoger.
La Renovación Carismática es una gracia que invita a la opción a la Iglesia de nuestro tiempo.
Nos interpela a todos, pastores y fieles, y nos invita a intensificar el vigor de nuestra fe y a suscitar nuevas formas de vida cristiana, en un compartir fraterno, a imagen del cristianismo de la Iglesia primitiva.
En la crisis que atravesamos realiza para muchos cristianos una función de suplencia para alimentar su vida religiosa donde a nuestra liturgia le falta ánimo y empuje, a nuestra predicación fuerza en el Espíritu, a nuestra pasividad coraje apostólico.
2. Necesidad de una selección.
45. Pero si bien la Renovación Carismática es una gracia, que hay que acoger, no será portadora de vida si no se deja ella misma interpelar y guiar por la Iglesia, en la comprensión exacta y en la realización de cada uno de los carismas y de la vida en el Espíritu.
La sabiduría secular de la Iglesia, alimentada por una larga tradición espiritual y mística, vivificada por el ejemplo de los santos a través de los siglos, ofrece en este campo consejos, estímulos, protecciones, de los que no se puede prescindir impunemente.
Las conferencias episcopales que hasta ahora se han pronunciado sobre la Renovación Carismática han señalado al mismo tiempo su ánimo y ciertas reservas que hay que tener presentes.
Para comprender la situación actual y juzgarla con equidad, hay que recordar que la Renovación católica nació en un momento de grave crisis para la Iglesia. En la década 1967-1977 es en la que una especie de "depresión" espiritual provoca numerosas defecciones sacerdotales y religiosas; es en la que la secularización, la desmitologización, el neopaganismo y el naturalismo ambiente crean como un vacío religioso; por una especie de reacción muy sana, este vacío ha hecho nacer entre los mejores la aspiración a un cristianismo lleno de savia, a un radicalismo en la fe.
En el momento en que la Renovación Carismática aparece en los Estados Unidos, con el despertar de dones y carismas del Espíritu Santo, la literatura que se ofrecía sobre estos temas era generalmente de inspiración pentecostalista o "evangélica". Es conocido el éxito del libro de David Wilkerson, La Cruz y el Puñal, y tantos otros libros o folletos de divulgación. Ofrecían de forma entremezclada escritos espiritualmente estimulantes e interpretaciones fundamentalistas de la Escritura.
Este indispensable discernimiento no ha sido hecho en la escala debida, porque muy a menudo los pastores responsables se mantienen con reservas, en lugar de dejarse interpelar ellos mismos por la gracia de la Renovación.
46. En un documento redactado a petición mía en Roma, en 1973, por el teólogo Kilian McDonnell, O.S.B. y aprobado por un grupo internacional de teólogos carismáticos, se podía leer ya entre líneas una llamada a la solicitud maternal de la Iglesia:
"En algunos vemos un sobrenaturalismo exagerado en cuanto a los carismas, una preocupación excesiva en este tema. Hay a veces miembros de la Renovación que ven demasiado rápido una influencia demoníaca en una manifestación que consideran que no es de Dios. O la opinión que parece indicar que si se tiene el Evangelio ya no se tiene necesidad de la iglesia.
A nivel sacramental hay quienes oponen la experiencia subjetiva a la salvación y la celebración de los sacramentos.
No se vigila siempre suficientemente la formación teológica de los que las diversas comunidades consideran llamados a ministerios específicos. Algunos crean una oposición de hecho entre la necesidad de la fuerza transformante del Espíritu y la formación teológica.
Algunos "líderes" se muestran poco dispuestos a escuchar atentamente la crítica que procede de la misma Renovación o de otras partes.
Finalmente, algunos no han percibido todavía las implicaciones sociales inevitables que supone el "vivir en Cristo y en el Espíritu". En algunos casos hay un compromiso social real, pero este compromiso es superficial, en el sentido que no toca las estructuras de opresión y de injusticia"
La vida espiritual es una navegación delicada donde hay que evitar al mismo tiempo un naturalismo "reduccionista" y racionalista y una sobrecarga sobrenaturalista. El auténtico sobrenatural se sitúa entre Caribdis y Escila. Para descubrirlo y vivirlo de verdad, necesitamos el discernimiento de la Iglesia que se beneficia de una amplia experiencia en esta materia. El ecumenismo se beneficiará siempre de que los cristianos se encuentren en la vivencia de los diversos carismas que el Espíritu otorga a su Iglesia. Pero también aquí es importante que los situemos juntos en su verdadera perspectiva, sin minimizarlos ni exagerarlos.
E. DISCERNIMIENTO DE CARISMAS CONCRETOS
47. Hemos dicho ya que los carismas, según San Pablo, son dones otorgados a la Iglesia para su edificación. Por tanto, es normal que la Iglesia los ilumine con su sabiduría y su propio discernimiento. En presencia de un despertar tan grande, conviene que las conferencias episcopales respectivas den directivas en esta materia. Es sorprendente ver, por otra parte, cómo coinciden.
No podemos examinar aquí cada uno de los carismas. Existen numerosos estudios sobre los carismas del Espíritu según la Escritura, pero nos faltan estudios teológicos profundos sobre la vida carismática hoy.
Desearíamos que hubiese teólogos que se consagrasen a esto, sobre todo los que tienen un conocimiento personal de la Renovación. Un día un teólogo protestante me dijo que había tenido que revisar profundamente sus clases de exégesis cuando experimentó él mismo algunas páginas de San Pablo sobre los dones del Espíritu.
Este trabajo sería una aportación preciosa para el Magisterio para que pueda realizar plenamente la función que el Concilio le recuerda:
"El juicio de la autenticidad de los dones y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1Ts 5,12.19-21)" (Lumen Gentium n° 12).
Bajo la expresión "probarlo todo" se esconde la invitación a no juzgar desde fuera, sino a probarlo desde dentro, en simbiosis y simpatía. Implica también el deber de realizar las investigaciones interdisciplinares que se imponen, pues la teología y las ciencias humanas tienen que unirse aquí. Como ejemplo, nos detendremos en algunos aspectos de los carismas, que son problemáticos y cuyas repercusiones ecuménicas se notan. Es útil señalar que en el campo del discernimiento de los carismas las principales Iglesias cristianas tradicionales comparten muy a menudo nuestra óptica católica en lo que concierne a las interpretaciones corrientes en ciertas comunidades "evangélicas" o pentecostales. Ignorarlo sería hacer ecumenismo contra corriente.
1. El profetismo en el seno de la Iglesia
48. El carisma de la profecía es un carisma delicado de interpretar.
Un profetismo al margen, sin relación vital con la autoridad apostólica y profética del Magisterio de la Iglesia, puede llegar a formar una iglesia "paralela" y desviarse, constituyendo finalmente una secta.
Una larga historia de desviaciones en este sentido invita a la prudencia. Hay que acoger la realidad de los dones proféticos en la Iglesia, pero es preciso que los profetas estén en última instancia sometidos a los pastores. El discernimiento de la profecía no es algo aislado: se necesita una sólida formación espiritual y un tacto no común. El fiel católico se dejará aconsejar, y someterá normalmente al juicio del obispo la palabra interior, que cree haber recibido, si comporta serias implicaciones para la comunidad. Los dones de Dios a su Iglesia -y el don de profecía es uno de ellos- se sitúan en el Don primero y fundamental que no es otro que la misma Iglesia en su misterio.
Los dones que en la historia han vivificado, renovado o hecho progresar a la Iglesia han sido dados por Dios dentro del don fundamental. Le están sometidos. Están ordenados a la vida de la Iglesia, para hacerla más viva y más fecunda. Han sido dados por el Padre para encaminar a la Iglesia hacia la plenitud del Cuerpo místico de Cristo. Esta plenitud está contenida totalmente -aunque no completamente desvelada desde los orígenes de la fundación, en el don mismo de la Iglesia en Jesucristo.
Así Francisco e Ignacio, Teresa y Domingo y todos los demás, siempre y en todas partes, han comprendido que el don particular que habían recibido estaba ordenado a este gran don fundamental. Han vivido de hecho la sumisión a este don fundamental.
Habrían considerado que renegaban de sí mismos si no hubiesen vivido su misión en comunión profunda con este don fundamental que recapitulaba el de ellos.
El profetismo se relaciona muchas veces con un don inicial hecho a una persona privilegiada que se convierte en fuente y canal de gracia para originar una-vasta corriente profética. La historia de la Iglesia muestra muchos ejemplos, tanto en el pasado como en el presente. Pienso -sin querer ser exhaustivo- en los movimientos contemporáneos como los Cursillos de Cristiandad en España, la Legión de María en Irlanda, los Focolari en Italia, Taizé en Francia, etc. Estas corrientes interpelan a la Iglesia por el acento que ponen en valores olvidados o difuminados, por el radicalismo evangélico y apostólico que recuerdan y realizan.
En cuanto a la Renovación Carismática actual, nacida en Estados Unidos, es una corriente profética con una doble particularidad. En primer lugar, no se origina en el carisma de una persona concreta. No tiene un fundador: surge de forma casi simultánea y espontánea por el mundo.
Por otra parte, por su amplitud y fuerza, representa una "oportunidad" extraordinaria de renovación para la Iglesia, por todas las virtualidades que encierra. A condición de que la Iglesia "institucional" sepa reconocer la gracia de renovación que ofrece en tantos puntos y que sepa apoyarla guiando su evolución. A condición también de que la renovación sea profundamente eclesial, y evite la trampa de un profetismo marginal y arbitrario, a merced de todos los falsos profetas y de toda sobrevaloración.
Es necesario que nuestros hermanos separados -esencialmente los que pertenecen a las Iglesias Libres- comprendan que para el católico el profetismo no es una vía paralela, sino que debemos vivir este don en simbiosis con el don eclesial que para nosotros es la garantía suprema.
Ayer Pedro y los apóstoles, hoy sus sucesores, el Papa y los obispos, recapitulan y autentifican todos los dones particulares que pueden aparecer en la Iglesia. El hecho de que a veces no hayan visto claro no cambia en nada la realidad espiritual. Es a su mismo fundador Jesucristo, a través de Pedro y sus sucesores, a quien los profetas se acercan cuando se acercan a los obispos. Es en una realidad mística donde han de enraizarse, la única que les permitirá dar plenamente el fruto de su propio don profético. Las ramas que no están unidas al tronco no dan el fruto del tronco. No pueden formar más que un matorral al lado del árbol y fragmentar un poco más la Iglesia, que ha sido hecha para ser una.
2. Fe y revelaciones privadas
49. Hay que señalar que la santidad no se identifica con cierto número de fenómenos periféricos que se encuentran en la vida de los santos: visiones, revelaciones, palabras interiores de Dios. Son fenómenos accesorios que, como tales, no constituyen en modo alguno un test de santidad. Lo mismo ocurre en los carismas, que son dones hechos en primer lugar a la Iglesia, y que no santifican necesariamente a quienes los reciben para la edificación precisamente de la Iglesia en su conjunto.
Una tentación sutil lleva fácilmente a concentrar la atención sobre los dones del Espíritu Santo más que sobre el mismo Espíritu Santo, sobre los dones extraordinarios más que sobre los dones ordinarios, sobre las manifestaciones periféricas que podrían acompañarlos más que sobre su realidad profunda.
No vamos a trazar aquí las reglas generales de discernimiento para separar el grano bueno de la cizaña, la mística auténtica del misticismo. Esto exige precisiones delicadas y no podemos sino desear que la Providencia multiplique los maestros de la vida espiritual para servir de guías. En la montaña, sobre todo, es preciso ser conducido por un experto alpinista que conozca las grietas y los precipicios, y despeje el camino.
Quizás sea útil recordar la actitud de la Iglesia sobre un punto especial como son las revelaciones privadas.
Esto concierne tanto a las "palabras proféticas" y a las visiones, como a las devociones que nacen a menudo a partir de alguna revelación privada.
Todo el mundo sabe, por ejemplo, que cuando ocurrieron las apariciones de la Inmaculada a Bernadette en Lourdes, por toda Francia surgieron bruscamente una serie de falsas apariciones; esto hacía mucho más difícil el discernimiento del obispo de Lourdes. Es un fenómeno de contagio muy frecuente en la historia. No hay que extrañarse, pero hay que estar bien informado.
La Renovación Carismática que hace revivir dones auténticos, debe cuidarse de una excesiva facilidad en ver manifestaciones sobrenaturales donde no hay más que fenómenos psicológicos o parapsicológicos, cuya interpretación cristiana exige prudencia. Se impone la discreción en este campo. Todo lo que se relaciona con este tipo de fenómenos pide un discernimiento particular que, en último análisis, debe ser autentificado por la Iglesia.
A este respecto, la sabiduría secular del Magisterio ha trazado desde hace tiempo ya reglas siempre válidas en lo que concierne a la actitud cristiana con respecto a las revelaciones privadas hechas a algún alma privilegiada. La reserva que se manifiesta en este punto no disminuye la autenticidad de tal o cual revelación privada para la persona que la recibe o cree recibirla, pero se sitúa en su verdadero lugar su importancia para la Iglesia.
El Papa Benedicto XIV (Papa desde 1740 a 1758) trazó estas reglas en una obra, que aún ahora, después de varios siglos, es el vademecum clásico en la materia. Como excelente canonista que era, distinguió claramente la obligación de creer en la revelación privada para aquél o aquélla que la recibe y la no obligación de creer, a nivel de fe, para los demás cristianos. Sólo la Revelación pública que Jesús vino, a darnos y que los apóstoles nos han transmitido, es el objeto de la fe cristiana. Las revelaciones privadas se sitúan en otro plano, en que la fe cristiana en cuanto tal no está implicada.
He aquí el texto de Benedicto XIV, que es útil tener presente, tanto por su exactitud teológica, como también por las repercusiones ecuménicas que podría tener si fuese más conocido: contribuiría a calmar ciertos miedos de nuestros hermanos separados, miedos debidos a la no-distinción de planos en la literatura corriente, y a la "sobrecarga" de nuestra fe.
"1. En lo que concierne a la aprobación de las revelaciones privadas por parte de la Iglesia, hay que saber que esta aprobación no es más que un permiso dado, tras maduro examen, para utilidad de los fieles. A estas revelaciones privadas debidamente aprobadas no se debe y no se puede dar un asentimiento de fe católica. Se le debe un asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, que nos muestran tales revelaciones como probables y piadosamente creíbles.
2. Nos adherimos a las revelaciones que están de acuerdo con las fuentes de la doctrina católica, obligatorias bajo pena de herejía si se las niega con obstinación. En cuanto a las revelaciones hechas a los santos, cuya doctrina ha reconocido la Iglesia, nos adherimos como si fueran probabilidades.
3. De esto se deduce que uno puede rehusar su adhesión a las revelaciones privadas sin comprometer la integridad de la fe católica, a condición de que lo haga con la modestia conveniente, sin ser arbitrario y sin menosprecio.” (8)
Estos principios son siempre válidos y forman parte de la enseñanza ordinaria de la Iglesia.
Por otra parte, esta es la práctica de los santos más cualificados en materia mística. En la vida de Santa Teresa de Ávila se explica un episodio que muestra claramente su sentido eclesial:
“El Padre Gracián deseaba que la Santa fundase un monasterio en Sevilla. Ella le dijo que prefería Madrid y expuso sus razones. El Padre Gracián le dijo que consultase al Señor para saber cual de los dos prefería Él. Lo hizo y contestó: Madrid. El Padre Gracián mantuvo su postura. Santa Teresa se preparó simplemente para realizarlo. Conmovido por esta docilidad, el Padre Gracián, que no le había dicho nada durante dos días, le dijo: "¿Cómo ha podido preferir mi opinión a la revelación que Ud. sabía que era cierta?". Contestación: “Yo puedo equivocarme al juzgar sobre la veracidad de una revelación, en cambio estoy siempre en la verdad obedeciendo a mis superiores".
A través de una Teresa de Ávila, que le gustaba llamarse "hija de la Iglesia', se escucha el eco de los grandes místicos que saben vivir en Iglesia su fidelidad a Dios, aunque a veces cueste.

3. La oración en lenguas
50. Una de las objeciones clásicas contra la Renovación viene de la forma como es presentada esta oración y de la teología que frecuentemente supone.
San Pablo no menosprecia el "hablar en lenguas": confiesa que lo practica, pero lo sitúa en un lugar subordinado. Ni rechazo ni sobrevaloración indebida, como si este "don" fuese el test del bautismo en el Espíritu (según la interpretación pentecostal corriente); o como si se tratase de hablar en lenguas extranjeras desconocidas de quien emplea este lenguaje simbólico.
Esta forma de oración más libre, más espontánea que la oración formulada, tiene su lugar y sentido. En otra obra he señalado el beneficio espiritual que puede sacarse de ella, y por qué, habiéndola experimentado, no he dudado, por mi parte, en colocarla entre los frutos de la Renovación. (9)

4. La oración por la curación
51. Al leer la Escritura, uno queda sorprendido por el lugar considerable (una quinta parte de los Evangelios) que ocupa el ministerio de curación en la vida de Jesús y en la de los Apóstoles.
Se impone una revalorización en este terreno. Ha sido ya un paso importante el revitalizar el sacramento de los enfermos, reservado en otro tiempo a los moribundos, extendiendo así más ampliamente su gracia. Pero, además de la renovación del ministerio sacramental de curación, la oración por los enfermos, individual o colectiva, debe recobrar su debido lugar en nuestra pastoral. Hay actualmente diversas experiencias en este sentido que merecen la atención.
Pero, si es cierto que conviene promover el carisma de curación, hay que evitar toda acción espectacular, así como la insistencia en los milagros "físicos" o proclamados a la ligera. La oración por la curación interior tiene su propio valor. A condición, evidentemente de que no se caiga en "la fe que cura", al estilo de la "fe curativa" (Faith healing) que prescinde de la medicina científica. A condición también de que la teología de la oración, del sufrimiento, del milagro, sea auténtica y no caiga en simplismos abusivos.
5. Liberación y Exorcismo
52. La Renovación Carismática está ayudando a restaurar el ministerio de curación en la práctica diaria de la Iglesia.
Sin embargo, esta contribución tan positiva crea problemas de naturaleza muy delicada cuando el ministerio de curación se extiende a la oración de "liberación", e incluso hasta el "exorcismo".
A pesar de la actual confusión de los términos, estas dos palabras no son idénticas. Hablando con propiedad, hay que hacer distinción entre opresión, obsesión y posesión.
El término "liberación", en sentido técnico, sólo hace referencia a verdaderos casos de obsesión; no se debería aplicar en sentido lato para designar cualquier tipo de oración contra malos espíritus.
De la misma manera el término "exorcismo" sólo se debe usar cuando hace referencia a la curación de un supuesto caso de posesión; el exorcismo implica una interpelación directa de los malos espíritus para expulsarlos.
Las oraciones para exorcismo o para "liberación" tratan de combatir las fuerzas del Maligno. Tal como corrientemente se entiende y se practica en la Renovación Carismática, estas oraciones muy raramente suponen casos de posesión diabólica, sino más bien ejemplos de lo que clásicamente se ha llamado "obsesión" y hasta acciones más leves de malos espíritus.
Esto es suficiente por lo que a la terminología se refiere. Pero la cuestión que ahora surge es la siguiente: ¿qué hemos de pensar respecto a tales formas de ministerio como las que vemos se practica en la Renovación Carismática Católica?
a. La presencia del Maligno. La Iglesia siempre ha reconocido el hecho de que hasta el final de los tiempos el Maligno está misteriosamente trabajando en la historia humana y dentro de los corazones humanos.
El Papa Pablo VI reafirmó recientemente, en una enérgica declaración, que los fieles no pueden dudar de la existencia de los poderes del Maligno y del Príncipe de las Tinieblas:
"El Mal no es solamente una deficiencia; sino, es el hecho de un ser viviente, espiritual, pervertido y pervertidor: Realidad terrible, misteriosa y pavorosa. Se salen de la enseñanza bíblica y eclesiástica aquellos que se niegan a reconocer su existencia... o la explican como una pseudorrealidad, invento de la mente para personificar las causas desconocidas de nuestros males. Cristo lo define como "el que desde el principio quiere matar al hombre... el padre de la mentira (Cf. Jn 8, 44-45). Amenaza de forma insidiosa el equilibrio moral del hombre... Ciertamente, no todo pecado es debido directamente a la acción del diablo. Pero no es menos cierto que quien no vigila con cierto rigor sobre sí mismo (Cf. Mt 12,45; Ef 6,11 ) se expone a la influencia del "misterio de la impiedad", del que habla San Pablo (2Ts 2,3-12), y compromete su salvación.” (10)
b. La victoria de Cristo. Al mismo tiempo, la Iglesia proclama que en el misterio pascual de Cristo se encierra la victoria definitiva y decisiva sobre la muerte y el Mal.
La victoria de Cristo está presente en su Iglesia a través de los sacramentos, y de forma única en la Eucaristía, que nos confiere los maravillosos poderes de curación del Señor y en nosotros se convierte en la fuente de resurrección "de cuerpo y del alma", como se afirma en la Liturgia.
De la misma manera, por el sacramento de la reconciliación, lo mismo que por la unción de los enfermos, está en acción la victoria de Cristo sobre el Mal.
La comunidad cristiana en conjunto tiene un papel importante que desarrollar en unión con el ministerio sacramental del sacerdote: la participación activa de la comunidad reforzará la base sacramental del ministerio de curación y hará que los sacramentos sean más vivos.
Por consiguiente, en la vida de la Iglesia hay un lugar importante para un ministerio no sacramental de curación. Estas oraciones de curación no reemplazan los sacramentos sino que contribuyen a valorizarlos.
Esta referencia permanente al papel sacramental de la Iglesia es aún más importante cuando nos acercamos al área delicada de la oración de liberación.
c. Demoniomanía. Hay que tener sumo cuidado en evitar la demoniomanía. El truco del Maligno consiste en llamar la atención sobre sí mismo y sobre sus obras en vez de sobre Jesús en su misterio pascual.
Cuando parezca que se da un caso de "posesión", hay que saber que un exorcismo formal solamente puede ser autorizado por el obispo local o por su delegado, de acuerdo con el derecho canónico.
Respecto a otras formas no oficiales de exorcismo o de liberación, en las que se nombra al demonio o a los demonios en una confrontación directa, hay que decir que no se deben dejar a la iniciativa privada de cualquiera, por la gravedad de lo que ello implica. Solamente aquellos que tengan una madurez espiritual, experiencia pastoral y adecuada preparación, pueden practicar la liberación. Por otra parte, ellos están siempre bajo la autoridad de los obispos.
Se debe evitar todo lenguaje ligero sobre "malos espíritus" (como si no existieran problemas mentales, psicológicos, médicos y hasta exegéticos).
También hay que tener en cuenta la necesidad de dar oportunidad para que desarrollen su función los factores médicos, psicológicos o mentales en casos que pudieran parecer susceptibles de exorcismo o de liberación. La enseñanza de la Iglesia sobre este asunto ha sido reafirmada recientemente por la Conferencia Episcopal Alemana después del trágico resultado de un exorcismo realizado imprudentemente por dos sacerdotes:
"Dejando aparte este caso específico, los Obispos desean llamar la atención de sacerdotes y fieles sobre el hecho de que la existencia de una posesión en una persona enferma se puede deducir sólo después de un examen muy prudente. Y las manifestaciones y enfermedades -cualesquiera que puedan ser- no se deben atribuir fácilmente a la acción inmediata de malos espíritus... pero ni la falsa interpretación de la doctrina tradicional ni prácticas injustificadas, ni la declaración de teólogos individuales pueden justificar que debemos abandonar el contenido de nuestra le. No se puede simplemente borrar de la Biblia las numerosas páginas en las que se hace mención de los poderes y dominaciones de los ángeles y del demonio".
En su comentario a este reciente y penoso suceso, el Cardenal Ratzinger de Munich (Alemania), decía que el "Ritual Romano", el libro litúrgico en el que se publican oraciones para hacer el exorcismo, "debe ser cuidadosamente revisado".
Debemos evitar prudentemente una psicosis de la presencia de "malos espíritus" y un clima de miedo; por el contrario, hemos de acentuar que Jesús nos ha salvado de los poderes de las tinieblas.
d. La mente de la Iglesia. Se ha creado la impresión de que la Iglesia ha minimizado en cierta manera la realidad de las fuerzas del mal, ya que después del Vaticano II ha quedado suprimida en la liturgia toda referencia a las mismas y algunos teólogos han puesto en duda su existencia. Hemos de reconocer que se ha creado un vacío, y que las autoridades de la Iglesia tienen que suministrar una enseñanza sana y definida sobre esta materia.
Podríamos esperar que las autoridades de la Iglesia designaran una comisión pastoral y teológica internacional para estudiar esta cuestión y expresar la doctrina tradicional en una forma adaptada.
Es mucho más importante que cada católico se esfuerce para ver cuál es !a mente de la Iglesia, tal como hoy día se expresa en el Magisterio viviente.
El ministerio de curación pertenece a la Iglesia y a su cuidado pastoral. La Iglesia recibe el Espíritu para guiar al pueblo de Dios, para introducirlo en la plenitud de la verdad, y para traducir esta verdad con sabiduría en prácticas pastorales.
El problema de la posesión debe ser estudiado de manera especial en los países de misión, en los que los Cristianos se enfrentan con creencias animistas y populares que crean otras confusiones. Los obispos locales deben dar orientaciones pastorales adaptadas a estos países.
e. Un problema ecuménico delicado. Por una parte no podemos estar de acuerdo con un rechazo racionalista y naturalista de la existencia de los poderes de las tinieblas. Pero tampoco podemos aceptar una interpretación fundamentalista de la Escritura que sobreacentúa el papel de los malos espíritus.
Los laicos católicos no deben realizar exorcismos ni propagar otras formas no oficiales de oración para hacer exorcismo o liberación en las que se enfrentan con las fuerzas del mal sin la orientación de la Iglesia.
En beneficio del verdadero ecumenismo, nuestra sabiduría católica debe ser compartida con otros hermanos de otras tradiciones, en nuestra búsqueda común de una mayor autenticidad cristiana en la lucha contra el Maligno.
6. Un fenómeno parapsicológico: —Descansar en el Espíritu"
53. a. Su naturaleza. Este fenómeno psíquico o psicosensorial se le conoce bajo diversos nombres: "slain in the Spirit", "overpowering of the Spirit", "resting in the Spirit", "the Blessing", etc. En francés: "évanouissement" o bien "repos dans l’Esprit". Estos diferentes nombres se refieren a una experiencia que se da a veces en un contexto de oración y de exhortación evangélica emocionalmente intenso. En el cuadro religioso, este fenómeno empieza por el gesto de un "sanador" que extiende la mano o toca a la persona que tiene delante, y la echa al suelo, donde queda por un tiempo variable, en un estado de inconsciencia más o menos profundo. Este "desmayo" provocado crea en muchos una sensación de descanso, de paz interior, que es percibida como la respuesta al gesto de abandono en el Espíritu que subyace en todo esto.
Ocurre a veces que este fenómeno se produce a gran escala, por ejemplo en "servicios de curación o de milagro" que atraen muchedumbres de personas por la fama de sanadores célebres, pertenecientes a tradiciones religiosas diversas. Muchos cristianos creen que se trata de un fenómeno místico, de una gracia particular y espectacular, que el Espíritu Santo reserva a su Iglesia actualmente. ¿Qué pensar de todo esto?
54. b. Su significado. Para situar exactamente este fenómeno hay que saber en primer lugar que no se trata de una novedad. Tiene cierta relación con fenómenos de "éxtasis" y de trance, y que experiencias semejantes se encuentran en religiones del pasado, y también actualmente entre diferentes sectas orientales, así como en tribus primitivas africanas y sudamericanas.
También es importante saber que manifestaciones de este tipo aparecieron en los reavivamientos cristianos de los siglos XVIII y XIX, en el origen de múltiples divisiones y sectas en el seno del protestantismo. David du Plessis, el conocido líder pentecostal, ha advertido varias veces a los católicos sobre los peligros de una afición excesiva por este tipo de manifestaciones que él, por su parte, deplora.
Hay que señalar también que, aunque las personas que se prestan a estas experiencias experimentan o dicen experimentar ciertos efectos de descanso y de paz interior, esto no significa en modo alguno que este fenómeno sea sobrenatural. Actividades parapsicológicas en que interviene el subconsciente, la autosugestión o hasta la hipnosis, pueden desempeñar aquí cierto papel; por lo tanto no se puede decir que se trata de una intervención directa de Dios. Las disposiciones interiores de expectativa, por parte de las personas que se prestan a la experiencia, pueden explicar estos sentimientos subjetivos, sin necesidad de recurrir a una explicación sobrenatural. (11)
En conclusión, debemos unirnos a todos los obispos que previenen contra el emocionalismo y el "supernaturalismo" y pedimos a los líderes de la Renovación que eviten todas las situaciones en las que estas manifestaciones se convierten en fenómeno de masas o en espectáculo público. También pedimos un estudio teológico pastoral responsable sobre este asunto, y mientras tanto hacemos un llamamiento a los líderes de la Renovación Carismática para que observen gran cautela y no favorezcan estos fenómenos por la forma como oran con el pueblo.
6 ORIENTACIONES PASTORALES GENERALES
Antes de entrar en detalles de las circunstancias concretas en que se vive el ecumenismo, es conveniente precisar la actitud general que cada uno debe aportar, sea cual sea la tradición religiosa que tenga.
Estas condiciones previas a todo ecumenismo pueden resumirse en una doble regla, una positiva: respeto de la libertad de conciencia; otra negativa: exclusión de todo proselitismo que supondría un desconocimiento de esta libertad. Desarrollamos brevemente esta doble exigencia.

A. LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
55. Todo el mundo sabe cuánto se ha tenido que luchar en el pasado para conseguir que se admitiese como primer punto a respetar el derecho, y por lo tanto la libertad, de que cada uno siga su conciencia debidamente iluminada e instruida. Gracias a Dios, las atroces guerras de religión, la inquisición, la imposición de la religión a los pueblos según el principio del Tratado de Westfalia (cuius regio, illius et religio), pertenecen ya al pasado, aunque desgraciadamente aún son de candente actualidad política la tortura y las instituciones psiquiátricas. Pero existen actualmente a nivel religioso formas más sutiles de hacer una presión indebida sobre las conciencias, y por esto hay que ser muy sincero al principio de todo acercamiento ecuménico sobre el respeto íntegro de las conciencias. Esto no excluye de ningún modo el deber de dar testimonio de la propia fe, pero determina un código de relaciones. Esta necesaria libertad de conciencia ha sido señalada por el Concilio Vaticano II que, sobre este punto como sobre tantos otros, ha dado un paso decisivo en la clarificación.
La Declaración sobre la libertad religiosa quedó expresada del modo siguiente (n° 2):
"Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los limites debidos. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa se funda realmente en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la Palabra revelada por Dios y por la misma razón. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa debe ser reconocido por el ordenamiento jurídico de la sociedad, de forma que se convierta en un derecho civil. '
Por razón de su dignidad, todos los hombres, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual el derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y adherirse a ella; y no puede impedirse su ejercicio con tal de que se respete el justo orden jurídico".
B. EL PROSELITISMO: NEGACIÓN DE LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
56. El término "proselitismo" se ha convertido cada vez más, en el lenguaje corriente, en sinónimo de presión, manipulación de las conciencias, violación de la libertad. Nosotros lo analizamos aquí en este sentido peyorativo. Salta a la vista que este tipo de proselitismo es la negación misma del ecumenismo.
A veces toma una forma netamente agresiva, a veces actúa de una manera más sutil; pero sean cuales sean las modalidades, es preciso que los cristianos lo denuncien y lo rechacen. Ninguno tiene derecho a atraer hacia sí presentando al otro bajo una luz unilateral, tendenciosa. Es tan fácil alegar "la verdad y sus derechos", olvidando que sólo Jesucristo ha venido al mundo "lleno de gracia y de verdad", olvidando también que la verdad es una cosa y que nuestra posesión de la verdad es otra. Esto no pone en duda mi propia certeza, ni mi adhesión sin restricciones a mi fe, pero me impide absolutizar -a nivel del lenguaje que la traduce y de la conciencia que la acoge- una verdad que me juzgará a mí mismo y que me transciende. El fanatismo no es el fruto de la fe, sino su caricatura y es siempre una falta grave de caridad: verdad y caridad no son más que uno. Dios es a la vez claridad y amor, como el sol es a la vez luz y calor indisolublemente. El cristianismo es verdadero solamente cuando es ternura y delicadeza de Dios en un corazón de hombre.
Hay un importante documento, preparado por una comisión teológica mixta, elaborado y publicado por un grupo de trabajo que reunía a representantes de la Iglesia Católica y del Consejo Ecuménico de las Iglesias, que ha recomendado su publicación en una reunión común (mayo 1970).
A propósito del proselitismo como forma dañosa dice: "Entre las Iglesias existen puntos de tensión particularmente difíciles de superar, porque lo que hace una Iglesia en virtud de sus convicciones teológicas y eclesiológicas, es considerado, por la otra, como un proselitismo de mala ley. En este caso, se impone que, de una parte y de otra, se haga un esfuerzo por precisar de qué se trata realmente, y llegar a una comprensión recíproca de comportamientos diferentes y, si es posible, a un acuerdo sobre una misma línea de conducta. Se comprende que esto sólo puede realizarse si la puesta en obra de estas convicciones teológicas y eclesiológicas excluye claramente toda modalidad de testimonio cristiano que pueda ser tildado de proselitismo tal como acaba de ser descrito. Como ilustración de estas tensiones, podemos dar los siguientes ejemplos:
a. muchas veces se considera como proselitismo de mala ley el hecho de que una Iglesia, que reserva el bautismo a los adultos ("believer's baptism"), persuada a fieles de otra Iglesia, ya bautizados en su infancia, a recibir de nuevo el bautismo. Una discusión sobre la naturaleza del bautismo y su relación con la fe y la Iglesia podría llevar a adoptar nuevas actitudes.
b. La disciplina de ciertas Iglesias con respecto al matrimonio de sus fieles con fieles de otras comunidades es muchas veces considerado como lleno de proselitismo. En efecto, estas reglas dependen de posiciones teológicas. Unas conversaciones sobre la naturaleza del matrimonio y la inserción eclesial del hogar permitirían realizar algunos progresos y resolver unidos los problemas pastorales que levantan estos matrimonios.
c. La existencia de Iglesias católicas orientales es considerada por los ortodoxos como fruto del proselitismo: Los católicos formulan el mismo reproche con respecto a la forma en que algunas de estas Iglesias han sido unidas a la Iglesia ortodoxa. Sea cual sea el pasado, la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa están actualmente de acuerdo en rechazar no solo el proselitismo sino también la intención de atraer fieles de una Iglesia a otra, tal como de ello da testimonio. por ejemplo, la declaración conjunta del Papa Pablo VI y del Patriarca Atenágoras I con fecha 28 de octubre de 1967. La solución de estos problemas, cuya importancia es evidente para el movimiento ecuménico, deberá buscarse en franca discusión entre las Iglesias interesadas.” (12)
57. No es preciso señalar que este toque de atención contra el proselitismo en sentido peyorativo no contradice en modo alguno el deber de cada cristiano de dar testimonio de fe, en forma positiva, según las diversas circunstancias en que se encuentre. Cada cristiano debe estar dispuesto, en todo momento a dar razón de la esperanza que le anima.”
Aquí me refiero de manera especial a aquella clase de proselitismo que ni siquiera es consciente de sí mismo porque no conoce ni respeta las exigencias de la Fe de los demás. Con frecuencia, aquellos que participan en situaciones ecuménicas se comprometen en proselitismo por ignorancia: porque no son suficientemente conscientes de sus propios presupuestos teológicos o de los presupuestos teológicos de las agrupaciones cristianas representadas en esta situación. Para una dedicación ecuménica responsable se requiere un conocimiento suficiente de lo que creen las distintas agrupaciones cristianas.
C. LOS REQUISITOS DEL VERDADERO DIÁLOGO
54. Hoy todo el mundo habla de ''diálogo". La palabra se usa muy corrientemente, pero también se abusa de ella. Muchas veces lo que se piensa que es diálogo no es más que un entrecruzarse monólogos lo cual es algo muy distinto.
Me gustaría dar aquí algunas reglas para el diálogo ecuménico que tratan de asegurar no sólo el respeto a la conciencia humana sino también la apertura a lo demás. (13)

1. El punto de vista inicial
En el diálogo ecuménico ambas partes deben entender que sus juicios no se van a basar en el mismo criterio inicial. Si no aciertan a comprender esto, todo diálogo estará condenado a la esterilidad desde el comienzo. En una discusión con un teólogo católico, el pastor protestante Jean Bosc advertía: "Vosotros juzgáis a partir del punto de vista de la plenitud, y nosotros a partir de la autenticidad". En términos de reciprocidad los cristianos demasiadas veces no saben escucharse unos a otros, y esto es una grave omisión. Deben aprender a juzgar desde el punto de vista de la plenitud y de la autenticidad. Es importante no poner nunca en duda la buena fe del otro: la confianza mutua cambia totalmente el clima y crea una disposición a escuchar atentamente.
2.- Escuchar uno al otro con humildad.
El promover el ecumenismo necesariamente significa escuchar a Dios que nos habla también a través de nuestros hermanos separados. La existencia misma de las Iglesias desunidas testimonian en contra nuestra y nos acusan de infidelidad al Evangelio.
Si los cristianos hubiesen sido plenamente cristianos, no se habría dado ruptura en la Iglesia. Aunque separados, nuestros hermanos todavía tienen algo que decirnos. Todo lo que es santo y animado de Espíritu evangélico viene de Dios y puede enriquecernos a todos. Aquí pienso con admiración en nuestros hermanos de las Iglesias Libres: los Evangélicos, los Pentecostales, y otros. Si su teología nos obliga a ciertas reservas, su empuje y ardor apostólico deben ser un estímulo que nos ayuden a reaccionar contra la esclerosis que tan frecuentemente amenaza a las Iglesias "establecidas".
Nuestras divisiones son una llamada permanente a la conversión del corazón. Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, en una declaración conjunta, expresaron unidos su pesar por el pasado, por los nueve siglos de silencio y por “las palabras ofensivas, los reproches infundados y los gestos condenables que de una y otra parte caracterizaron a acompañaron los tristes acontecimientos de aquella época”.
¿Cómo no desear que esta corriente de humildad y de verdad elimine las miasmas? Aún quedan demasiados prejuicios que vencer en nombre de la unidad, demasiado desconocimiento mutuo.
Los líderes de la Renovación Carismática pueden contribuir a superar estos obstáculos. Por ejemplo, organizando una serie regular de charlas y de grupos de estudio, para promover una mejor apreciación de las diferencias que hay entre las distintas agrupaciones y tradiciones cristianas. De este modo ofrecerían una ayuda considerable a los miembros de sus grupos de oración y comunidades para llegar a comprender mejor a los cristianos de otras tradiciones, y así avanzar por el camino de la unidad.

NOTAS:
(1) Orientaciones teológicas y pastorales de la Renovación Carismática Católica. Aguas Buenas, Publicaciones Nueva Vida, p. 58.
(2) Discurso a los obispos holandeses, en la Documentation catholique, 4 de diciembre de 1977, p. 1005.
(3) En lo que concierne particularmente al don de inteligencia y de in¬terpretación de los Libros inspirados, podemos hacer nuestras estas reflexiones del pastor Bosc, dirigidas a quienes querrían separar Espíritu y Palabra. "La Palabra sola -escribe- corre el peligro de caer en esclerosis humana entre nuestras manos. Cristo encerrado en nuestras fórmulas puede reducirse a un dogma abstracto, la Biblia quedar en letra muerta y la Institución, reconocida en su autonomía, aparecer solitaria. Pero, por otro lado, aislar el Espíritu de la Palabra supone riesgos no menos graves si renunciamos a la dialéctica; conduce a los iluminismos que encienden a meros pensa¬mientos humanos y no menos a aberraciones, a movimientos de la afectividad sin contenido alguno, a un puro actualismo que rechaza por principio toda forma de permanencia de la Palabra en la realidad creada. Si las ortodoxias que fijan la Palabra vienen a negar el Espíritu, los neumatismos que apelan al Espíritu para justificar to¬da serie de anarquías espirituales, no valen más. La historia de la Iglesia, católica o protestante, puede muy bien procurar muchos ejemplos de estos sucesivos desequilibrios" (citado por ¿Un nuevo Pentecostés?, p. 20).
(4) G. H. TAVARD, Holy Writ or Holy Church, Burns & Oates, Lon¬don 1959, p. 246.
(5) Revista América, noviembre 1976, n° 20.
(6) RALPH MARTIN, Hambre de Dios, Doubleday, New York 1974, p. 144.
(7) L'expérience chrétienne, 1952, Conclusions, p. 369.
(8) De Servorum Dei Beatificatione et Beatorum canonisatione, vol. III, p. 610.
(9) Cf. ¿Un nuevo Pentecostés?, pp. I02-108.
(10) La Documetation Catholique, 3 de diciembre de 1972, n.° 1621, pp. 1053-1055, (L’Osservatore Romano, 16 de noviembre de 1972).
(11) Sobre este tema ver, por ejemplo, el libro de MIRCEA ELIADE, Shamanism: Archaic Techniques of Ecstasy, Princeton University Press, New Jersey 1964.
(12) Common Witness and Proselytism, en "The Ecumenical Review”, 6 de Diciembre de 1970, p. 1081. Traducción al francés en: La Docu¬mentaridn Catholique n° 1575, 6 de diciembre 1970.
(13) Essay on Renewal, del Cardenal Suenens, publicado en Servants Books, 1978. Contiene el texto de una conferencia pronunciada en la Universidad de Chicago sobre las condiciones del diálogo ecuménico, de manera especial en el apartado titulado “La Metodología del Ecumenismo”.


6 ORIENTACIONES PASTORALES PARTICULARES

A. NORMAS DE LA IGLESIA

59. Después de haber explorado las potencialidades ecuménicas de la Renovación Carismática, debemos examinar ahora las diversas situaciones en las que tales potencialidades pueden desarrollarse.
Para los católicos que participan en actividades ecuménicas y desean que su dedicación sea auténtica, los principios generales que se han de observar y tener en cuenta están expuestos en algunos documentos importantes, de manera especial en:
-Unitatis Redintegratio, Decreto del Vaticano II sobre los principios católicos del ecumenismo;
-El Directorio Ecuménico (partes I y II) que constituye un vademécum muy práctico;
-Colaboración Ecuménica a nivel regional, nacional y local, documento que reitera algunos de los principios y añade orientaciones importantes.
Además, hay que tener en cuenta las orientaciones ecuménicas publicadas por conferencias episcopales para un país, y quizás por la diócesis local, que también se han de tener en cuenta ya que las situaciones locales pueden variar considerablemente.
Aquellos que están comprometidos en la actividad ecuménica deben conocer y estudiar cuidadosamente todos estos documentos y ser fieles a su espíritu.
Sus orientaciones dejan muy claro para los católicos que la verdadera acción ecuménica se ha de llevar a cabo en relación con:
- el obispo local;
- la comisión ecuménica diocesana (si existe);
- la comisión ecuménica nacional;
- y el Secretariado Romano para la Unidad de los Cristianos (para cualquier actividad ecuménica a nivel internacional).

Éstas son las personas y los organismos comisionados por la Iglesia para guiar y promover su actividad ecuménica. Todos los líderes católicos comprometidos en la acción ecuménica deben tomar la iniciativa de estar en comunicación y trabajar en colaboración con ellos.
Lo que resta de este capitulo presenta orientaciones más particulares para el trato pastoral con relaciones ecuménicas entre los miembros de iglesias cristianas o comunidades eclesiales. Trataré sucesivamente de los grupos de oración católicos, de los grupos de oración ecuménicos y de las comunidades ecuménicas.

B. GRUPOS DE ORACIÓN CATÓLICOS

60. Los grupos de oración católicos pueden ser homogéneos o mixtos.
1. Grupos católicos homogéneos.
Son grupos en los que los líderes y todos los participantes son católicos. Los grupos de oración católicos homogéneos deben funcionar sobre el principio de que ser católico es ser ecuménico, de acuerdo con la intención del Concilio Vaticano II: todos los católicos deben manifestar una apertura e interés ecuménicos.
"Como quiera que hoy en muchas partes del mundo, por inspiración del Espíritu Santo, se hacen muchos esfuerzos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella plenitud que Jesucristo quiere, este santo Sínodo exhorta a todos los católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica" (Unitatis Redintegratio, n° 4).
Todo esto es aún más importante por el hecho de que los miembros de grupos católicos homogéneos de la Renovación Carismática se encontrarán a menudo participando en asambleas y congresos con muchos aspectos ecuménicos y tendrán que estar preparados para relacionarse con otros cristianos con sensibilidad ecuménica y fraternal.
2. Grupos católicos abiertos a otros participantes cristianos
Son grupos que, habiendo decidido ser católicos, se identifican a sí mismos como tales pero acogen a participantes no católicos. Tales grupos deben presentar muy clara su identidad católica a todos los que quieran participar. La naturaleza del grupo debe normalmente ser mencionada en las invitaciones que se dirijan a participantes de otras tradiciones. En su vida de oración, estos católicos deben expresarse como católicos, de acuerdo con su propia identidad.
La presencia de algunos no católicos no debe impedirles la expresión de lo que pertenece a su vida y fe católica, como por ejemplo:
- la observancia y celebración de los tiempos y fiestas litúrgicas del año;
- la lectura de la Escritura, dando prioridad a los textos del día del misal;
- su relación a María y a los santos como parte de toda su vida católica;
- la mención, en la oración, del Papa, de los obispos, y otras intenciones católicas específicas.
3. Dos temas de especial interés.
Aquí es aconsejable exponer la actual posición católica sobre la intercomunión y el papel y lugar de María y de los santos.
61. a. La intercomunión. El problema de la intercomunión eucarística ha sido reglamentado por la Iglesia Católica de acuerdo con su doctrina tradicional en esta materia.
El culto oficial de cualquier iglesia es la expresión más profunda de su propia fe y doctrina. La liturgia, de manera especial la Eucarística, es el signo de la unidad de la Iglesia que reúne a sus miembros a la mesa del Señor. Por consiguiente, la participación de uno que no es miembro de esta iglesia está considerada por la Iglesia Católica como en desarmonía con la comprensión de la liturgia como signo de unidad, es decir, como la manifestación de la unidad de fe y de vida del cuerpo cristiano.
Pero puesto que la liturgia es también un instrumento y medio de gracia por el que se fomenta tal unidad entre los cristianos separados, y un medio de promover el amorr y la unidad entre ellos, la práctica de la intercomunión puede ser permitida en circunstancias particulares de acuerdo con el juicio del obispo local, que ha de considerar cuál de los dos aspectos pesa más en una situación local determinada.
Se debe resaltar que estamos en un período transitorio, que la obediencia sigue siendo la regla, pero que todos tenemos que compartir los sufrimientos de la situación y orar al Señor para que llegue el día en que los hijos de la misma Iglesia sean visiblemente "uno en el pan y en la copa": El peligro de no tener en cuenta esta regla, no es primariamente de desobediencia, sino de comprometer los esfuerzos hacia la unidad visible, dando por supuesto que todas nuestras preocupaciones ecuménicas ya están resueltas, y descartando su verdadera finalidad.
62. b. La invocación a María y a los Santos. Los grupos católicos no deben vacilar en expresar lo que ellos creen sobre María por causa de la presencia de participantes protestantes.
Pero, tal como antes se ha recalcado, deben evitar el vincular su devoción a cualquier expresión particular de esta fe que tenga origen en alguna revelación privada que, como tal, no pertenece a la Revelación divina y no se puede imponer ni siquiera a los católicos en nombre de su fe.
La forma normal para los católicos de expresar y vivir su devoción a María está delineada en el capítulo VIII de la Lumen gentium, que está dedicado a "María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia". El Concilio invita a los fieles a evitar toda exageración, pero subraya fuertemente el papel maternal de María en la Iglesia. Un segundo documento también esencial sobre este tema fue publicado por Pablo VI con el título Marialis cultus. Estos dos documentos son la base para la piedad mariana católica.
En una reciente alocución el Papa Pablo VI decía: "Algunos han querido acusar a la Iglesia Católica de haber dado a María, a su misión y a su culto, una importancia excesiva. No ven que hay aquí una falta de respeto por el misterio de la Encarnación, un abandono de la economía histórica y teológica de este misterio fundamental. El culto que la Iglesia da a María no quita nada a la totalidad y exclusividad de la adoración debida a Dios únicamente y a Cristo en cuanto Hijo consubstancial del Padre. Al contrario, nos guía hacia esta adoración y nos garantiza el acceso, porque remonta el camino que Cristo descendió para hacerse hombre.” (1)
El Concilio ha situado a María, "imagen escatológica de la Iglesia", en el misterio de Cristo que abarca la comunión de los elegidos y de los santos que es la Iglesia triunfante.
Desde los comienzos, los cristianos han mantenido el recuerdo de esta "nube de testigos", como dice la Epístola a los Hebreos (12,1). Han venerado a los Apóstoles, a los fundadores de las iglesias cristianas, a los mártires romanos, a Ignacio de Antioquía, a los ascetas y a los monjes. Porque, ciertamente "así como la comunión cristiana entre los viadores nos acerca más a Cristo, así el consorcio con los santos nos une a Cristo, de quien, como de Fuente y Cabeza, dimana toda la gracia y la vida del mismo Pueblo de Dios" (Lumen gentium, n° 50).
Podemos hacer nuestra esta oración de Max Thurian de Taizé:
"Dios de victoria, concédenos contemplar la nube de todos los testigos, para encontrar ánimo y fuerza en los combates de este mundo, acoge su oración, acoge la oración de María, unida a la nuestra en la comunión de los santos; haznos seguir el ejemplo de fe, piedad, constancia y santidad de quien fue tu madre humana y que permanece como figura de tu Iglesia. Por Cristo Nuestro Señor.” (2)
En este contexto, es interesante advertir la existencia y el éxito de la "Sociedad Ecuménica de la Bienaventurada Virgen María". Fundada en Londres en 1970 por Martin Gillett, este grupo internacional se propone fomentar discusiones fraternales sobre el tema de María entre los cristianos de varias tradiciones. Estas discusiones se celebran en clima amistoso de una reunión espiritual.
Elcarisma específico de la Sociedad es transformar un bloque de tropiezo -María- en un acogedor puerto de reconciliación.
C. GRUPOS DE ORACIÓN ECUMÉNICOS
64. Grupos ecuménicos son aquellos que están concebidos para una participación conjunta de Católicos, Ortodoxos, Anglicanos y Protestantes en general. Tales grupos pueden estar patrocinados por miembros de una agrupación cristiana (por lo que serán católicos-ecuménicos, luterano-ecuménicos, etc.) o por miembros de varias iglesias (y ser simplemente interdenominacionales).
Los grupos de oración ecuménicos suponen una preocupación por las diferencias entre cristianos y, de varios modos, buscan fomentar la unión de las iglesias. En esto difieren de los grupos de oración no-denominacionales, que reúnen a las personas simplemente sobre la base de lo que les es común, excluyendo toda preocupación por aquellas cosas en las que difieren.
De aquí que podamos distinguir:
1. Grupos católico-ecuménicos.
Tales grupos cuentan con líderes y miembros católicos en su mayoría; se proponen prestar un servicio a sus miembros católicos, pero también permiten plena participación a los Protestantes y Ortodoxos. En este último caso, en muchas cosas se procura llegar a un acuerdo; por ejemplo:
-cualquier acontecimiento que se organice para miembros de la Iglesia Católica supondrá la celebración de otro organizado para los miembros de la otra iglesia;
-si se celebra una Eucaristía católica, normalmente habrá también otros servicios eucarísticos.
2. Grupos interdenominacionales
Tales grupos de composición ecuménica están formados por líderes de más de una iglesia. Están explícitamente abiertos a participantes de varias iglesias sobre una base de igualdad. Su acción ecuménica puede presentar dos formas importantes:
-actividades con un objetivo de "unidad de la Iglesia": aquí los participantes se reúnen como representantes de sus propias tradiciones o iglesias. Su centro de interés son sus divisiones y diferencias para superarlas. Generalmente tales actividades son dirigidas por grupos especiales de diálogo patrocinados por las iglesias, pero a veces están formados por grupos de líderes carismáticos y grupos de diálogo de origen popular que nacen de la Renovación Carismática;
- actividades con el centro de interés sobre "un servicio y misión comunes" (acción apostólica, renovación espiritual): aquí los participantes se reúnen primariamente como hermanos y hermanas en el Señor, es decir, no como representantes de una tradición particular o de una iglesia, sino con libertad para ser sinceramente lo que ellos son en una forma ecuménicamente sensible. Generalmente se centran en lo que tienen en común y en sus metas comunes, y normalmente tratan temas en los que no están de acuerdo en tanto en cuanto tales discusiones les ayudan a avanzar en su tareas comunes o a conseguir una mayor unidad.
3. Orientaciones generales para los grupos ecuménicos.
64. a. Libertad sin proselitismo. Cada uno tiene el deber de seguir su propia conciencia, debidamente iluminada y formada; en un contexto ecuménico se ha de dar por supuesto que cada participante, por regla general, permanecerá donde él está. Esto quiere decir que todo tipo de presión sobre la conciencia debe ser evitado en un grupo ecuménico. Cuando se da una conversión de una iglesia a otra, no hay que centrarse de forma prominente en esta decisión dentro del grupo.
b. Sensibilidad ecuménica en la enseñanza. La enseñanza dada en un grupo ecuménico no podrá contradecir las doctrinas profesadas por las Iglesias representadas en el grupo. A veces será necesario señalar explícitamente que no se aborda tal problema, en un deseo de concordia, para evitar que el silencio sea interpretado como una forma de minimizar la importancia de uno u otro punto doctrinal.
c. Responsabilidades de los lideres. Los líderes que representan diferentes tradiciones en el grupo deben tener la responsabilidad de poner el veto a cualquier enseñanza o actividad cuando éstas vayan contra la fidelidad de los participantes a su propia iglesia.
4. Orientaciones respecto a los miembros católicos de los grupos ecuménicos.
De acuerdo con estos principios generales, los líderes católicos en la Renovación Carismática deben manifestar interés por la vida católica de los católicos que participan en grupos de composición ecuménica.
Entre otras cosas, deben procurar que los católicos que están en estos grupos tengan oportunidad de vivir situaciones en las que se pueda expresar con vitalidad espiritual la plenitud de su fe en la celebración regular de la Eucaristía.
También, los católicos necesitan una educación adecuada en la doctrina católica, y a veces en las razones que tienen para mantenerla; esto es importante de manera especial para los miembros católicos de los grupos de oración ecuménicos. Por esto, se harán todos los intentos para ofrecerles una formación espiritual y teológica basada en la tradición católica completa y de acuerdo con las directrices de la autoridad católica responsable.
A veces, se podrá ofrecer una mejor formación si los líderes de un área geográfica determinada pueden mancomunar sus recursos para organizar sesiones especiales para todos los miembros católicos de grupos de oración ecuménicos en aquella localidad. Cualesquiera que sean los medios, esta enseñanza debe ser impartida por teólogos y pastores competentes que no es necesario que sean líderes de la Renovación Carismática.
La formación que se dé a los católicos de grupos de oración ecuménicos debe obviamente incluir la información necesaria para una acción iluminada en el contexto ecuménico. Sin embargo, no bastará ésta por sí misma.
Es interesante advertir que un grupo de teólogos de varias iglesias cristianas ha intentado escribir un catecismo ecuménico común, pero esto no dispensa al católico de recibir una formación catequética de acuerdo con la enseñanza católica. Esto tiene también aplicación al "Seminario sobre la vida en el Espíritu", una especie de nuevo catecismo ecuménico que se ha desarrollado dentro de la Renovación Carismática y que ha obtenido muy buena acogida. La necesidad de dar una orientación específicamente católica al Seminario ha urgido la preparación de un suplemento especial para católicos que desean seguir el curso.
Como todos sabemos, esta cuestión de una formación adecuada para católicos fue la principal preocupación del Sínodo de Obispos de 1977. Mientras se centraba en la enseñanza para niños, el Sínodo dio gran importancia a la catequesis para adultos y a toda forma de neocatecumenado para adultos que ya han sido bautizados y confirmados, pero que todavía tienen que descubrir las exigencias del cristianismo en un encuentro viviente y personal con el Señor.
La Renovación Carismática, con el énfasis que pone en una vida cristiana renovada por la efusión en el Espíritu, es una respuesta a esta necesidad de una relación más profunda con Cristo. Por esto, una buena enseñanza es de gran importancia si la Renovación ha de tener pleno efecto. Cuando la mayoría de los participantes vienen de iglesias que tienen una tradición de respeto y sensibilidad ecuménica, es mucho más probable que el grupo ecuménico llegue a dar buenos resultados. Cuando muchos miembros del grupo o de los líderes representan tradiciones cristianas que han tenido actitudes negativas hacia las iglesias cristianas históricas en general, o hacia la Iglesia Católica Romana en particular, y no han desarrollado una sensibilidad y respeto ecuménicos, es más difícil mantener una reunión verdaderamente ecuménica. En estos casos puede ser difícil y hasta imposible para los católicos el continuar participando y preservar la integridad de su fe.
D. GRUPOS Y ACTIVIDADES NO-DENOMINACIONALES
65. Grupos no-denominacionales, como antes se ha explicado, son aquellos que funcionan simplemente sobre la base de lo que es común a todas las tradiciones cristianas representadas en el grupo. Por consiguiente, tales grupos no se centran generalmente sobre los miembros de una iglesia o sobre las diferencias entre las iglesias.
Tales grupos de oración adoptan el carácter nodenominacional, por ejemplo, porque sienten que se es más efectivo para sus propósitos (corrientemente evangélicos) pero sin caer en el indiferentismo religioso.
Otros grupos no-denominacionales siguen esta orientación porque consideran que las diferencias entre las agrupaciones cristianas o tradicionales no son importantes. Generalmente se entiende que estos grupos tienen una enseñanza distinta de la de la Iglesia Católica Romana. Desde el punto de vista católico romano, promueven el indiferentismo religioso. Por añadidura, con frecuencia enseñan principios contrarios a !a doctrina católica y los presentan como "cristianismo puro".
Se debe desaconsejar y evitar la participación regular de un católico en un grupo que promueve tal indiferentismo.

E. GRUPOS RELIGIOSOS AMBIGUOS

66. Las orientaciones propuestas en este capítulo no tienen aplicación a los grupos que no aceptan las creencias cristianas tal como se conservan en común por la corriente de la tradición cristiana.
Los católicos deben evitar la participación en toda forma de actividad religiosa ambigua propuesta por sectas que se llaman cristianas y rehúsan adherirse a las creencias cristianas básicas. La Iglesia de la Unificación de Moon y la Cienciología son dos ejemplos corrientes de tales grupos ambiguos, que proponen unidad entre los cristianos como uno de sus fines.
La participación en estos grupos es incompatible con el ser miembro de la Iglesia Católica.

F. COMUNIDADES ECUMÉNICAS
67. Las comunidades suponen un mayor grado de compromiso y participación que los grupos de oración. De aquí surgen otros problemas particulares.
En estas circunstancias es útil distinguir entre los grupos de oración que la Renovación Carismática está creando por todo el mundo y las "Comunidades de vida cristiana" que están surgiendo en muchas zonas.
Dentro de la Renovación Carismática, "Comunidad Cristiana" es un término que designa un grupo de cristianos que viven en un área particular, que se han comprometido a ayudarse unos a otros en su vida cristiana. La forma como se expresa esta ayuda puede variar y depende de las circunstancias locales y de la naturaleza del compromiso, pero tales comunidades se reúnen regularmente para el culto y para otras actividades que promueven una vida común.
Las comunidades se componen de matrimonios, personas solteras, y niños; algunas comunidades incluyen hombres y mujeres que son "célibes por el Señor", es decir, que se han consagrado al servicio del Señor, ya sea de por vida o por un determinado período más corto.
Los miembros de las comunidades pueden, o vivir separados, o vivir juntos en comunidades domésticas (households); unidades residenciales generalmente compuestas de un matrimonio y varias personas solteras, hombres o mujeres. También cabe la posibilidad de que tengan en común su dinero y posesiones, o que no lo tengan.
Algunas de estas comunidades son inter-denominacionales: abiertas a miembros de varias iglesias sobre una base igual. Otras son denominacionales: concebidas para estar especialmente al servicio de los miembros de una iglesia. mientras que permanecen abiertas a los cristianos de otras tradiciones. Cualquiera que sea el énfasis que se quiera dar, ambos tipos de comunidades se interesan por el ecumenismo.
1. Orientaciones generales para las comunidades ecuménicas.
68. He aquí, por consiguiente, algunos principios de orientación pastoral que requieren una amplificación para atender a las situaciones locales.
a. Consulta con las autoridades de la Iglesia. La participación de los católicos en una comunidad ecuménica debe estar cuidadosamente determinada por una consulta previa al obispo local o a la Comisión Ecuménica Nacional creada por la Jerarquía Católica. Tal como se afirma en un documento publicado en 1975 por el secretariado romano para la unidad cristiana:
"Cuando se torna la decisión sobre acciones o programas conjuntos, ambas partes deben emprender plenamente esta actividad y recabar la autorización de las respectivas autoridades desde los primeros pasos de la planificación.”(3)
La vida y el compromiso en la comunidad ecuménica debe también contar con la aprobación del obispo local.
b. Formación adecuada de los miembros católicos. Las orientaciones que conciernen a una sólida formación católica para los católicos en grupos de oración ecuménicos se aplican igualmente a los católicos que pertenecen a comunidades ecuménicas. Por consiguiente, es necesario cumplir, de manera armoniosa y equilibrada, todos los requisitos que posibilitan que el carácter específico de los miembros católicos y su fidelidad a un ecumenismo genuino sean totalmente respetados.
c. Problemas que se refieren u los miembros individuales de una comunidad. Cuando surgen problemas de organización en la vida de un miembro de la comunidad, hay que seguir los siguientes principios:
- Los problemas que se refieren a la pertenencia de un miembro a la Iglesia se deben resolver directamente con los líderes de la Iglesia, en cuanto miembros de la Iglesia, y no desde el punto de vista de su pertenencia a la comunidad
- Los problemas que se refieren a la pertenencia a la comunidad se deben resolver con los líderes de la comunidad.
- En las situaciones en las que hay una correlación de intereses sobre el mismo individuo o grupo de individuos, debe haber comunicación entre los pastores de la Iglesia y los líderes de las comunidades (supuesto que estos no sean las mismas personas).
d. Problemas que se refieren a !a doctrina católica. Cuando surge un problema que toca la doctrina católica de la práctica ecuménica, la última instancia es la autoridad episcopal católica apropiada. Los líderes católicos de la comunidad deben estar en adecuada comunicación y en unidad con dicha autoridad.
1. Necesidad de ulteriores estudios
La orientación pastoral en la esfera del ecumenismo es una materia nueva y delicada. En algunos aspectos nos recuerda los problemas pastorales relacionados con los matrimonios mixtos, aunque en este último caso las disposiciones oficiales se refieren a hombres y mujeres que están "separados" en doctrina pero "unidos". por virtud del lazo matrimonial. Es alentador saber que en el momento presente se está llevando a cabo una investigación sobre la cuestión de los matrimonios mixtos con la plena colaboración de las autoridades oficiales. .
También está en estudio el problema de cómo hacer plena justicia a la experiencia ecuménica en las comunidades cristianas. Para los católicos que se sienten llamados a este tipo de vida en una comunidad ecuménica, la forma más viable sería sin duda el formar una "fraternidad católica" o "comunión" dentro de la comunidad grande; la vinculación y modos de relacionarse esta fraternidad con la comunidad ecuménica, considerada sobre una base pluralista, tendría que estar claramente definida.
Actualmente se está investigando este tipo de estructura, en colaboración con las autoridades competentes, por The Word of ,God, la comunidad carismática de Ann Arbor (Michigah; USA) que por su influencia y amplitud de visión llama particularmente la atención de todo el mundo. Investigaciones paralelas se están desarrollando dentro del marco de otras confesiones importantes.
Una vez que hayan sido reconocidas todas las exigencias de la identidad religiosa propia de cada agrupación eclesial, las modalidades de poner en común los bienes surgirán de la experiencia. Por tanto, pongamos nuestra confianza en el Espíritu Santo y en la buena voluntad de todos los cristianos dedicados a la causa de la unidad.

G. PUBLICACIÓN Y DIFUSIÓN DE LITERATURA ECUMÉNICA
69. Para ser fieles al espíritu ecuménico, no se debe publicar ni distribuir nada que sea ofensivo para los miembros de otras iglesias cristianas. La filiación cristiana de los autores debe ser comúnmente identificada, sobre todo cuando escriben desde el punto de vista de una tradición particular, o cuando sus artículos pudieran ser fácilmente mal entendidos fuera de esta tradición.
Una lectura conveniente a un auditorio carismático debe incluir material que proyecte luz sobre las diferentes iglesias y tradiciones, incluso en el caso que este material no pertenezca directamente a la Renovación Carismática.
De manera particular se han de recomendar las vidas de los grandes cristianos que son ejemplo de dedicación espiritual en las diferentes tradiciones para fomentar la comprensión ecuménica.
Se debe seguir la disciplina de la Iglesia Católica en todo lo que se refiere a las publicaciones.
En relación con esto, sería muy recomendable que una comisión teológica, de acuerdo con la autoridad episcopal, pudiese garantizar la autenticidad doctrinal de las publicaciones más importantes de la Renovación Carismática Católica.
La Santa Sede ha recalcado la importancia del imprimatur en lo que se refiere a los catecismos para niños. Es igualmente necesario buscar el modo de garantizar la ortodoxia de los "catecismos" (se use o no se use este título) que sirven para instruir a los adultos que han de ser plenamente iniciados en la vida cristiana.
Es un servicio que hay que hacer a los fieles y que evitaría muchas confusiones doctrinales causadas por la invasión de publicaciones "carismáticas", que son de un valor desigual.
H. CONGRESOS CARISMÁTICOS
70. Los organizadores de congresos deben escoger a los conferenciantes en función de su sensibilidad ecuménica y de su actitud abierta a un enfoque que promueva el respeto de las diferencias entre cristianos.
El tema general de estos encuentros debe ser determinado de común acuerdo por los representantes cualificados de todas las confesiones cristianas invitadas a participar. Esto no impide en modo alguno que se dé opción a la celebración de seminarios, claramente definidos como tales, en los que se presente una enseñanza específica de cada confesión.
Si se organiza un servicio de culto para los participantes de una iglesia, hay que ofrecer también alternativas apropiadas para los participantes que representan otras tradiciones. Si el domingo no es posible organizar adecuados servicios, el programa debe permitir a los participantes que asistan a otros servicios fuera del congreso. Si el congreso organiza una gran celebración eucarística católica abierta a personas de otras comuniones cristianas, es conveniente que figure en el programa impreso una breve explicación con espíritu ecuménico y pastoral sobre la disciplina de la Iglesia en lo concerniente a la participación en la Eucaristía y las razones para ello. A veces es necesario dar una explicación oral. En las celebraciones para pequeños grupos se puede dar la explicación individualmente.
En los congresos de la Renovación Carismática en los Estados Unidos se acostumbra a poner una nota en el programa explicando el por qué de la disciplina en vigor. He aquí una a título documental:
"Según la enseñanza de la Iglesia Católica, el recibir la comunión eucarística es expresar también la comunión eclesial con los pastores de la Iglesia. Los que reciben la comunión en una celebración eucarística católica no sólo reciben el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que profesan también públicamente su comunión con los pastores de la Iglesia Católica, principalmente los obispos y el Papa. Según la disciplina de la Iglesia Católica Romana, la comunión sacramental católica está abierta solamente a aquellos que creen que la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre del Señor y están en comunión con los Pastores de la Iglesia Católica".
Para asegurar una sensibilidad y respeto ecuménicos debe haber una supervisión pastoral de las "palabras de sabiduría", "palabras de conocimiento" y mensajes "proféticos" que se puedan dar en las sesiones del Congreso.
La misma preocupación y sensibilidad se ha de tener en la elección de la literatura que se presente en el servicio de librería. En los congresos y otras reuniones de la Renovación Carismática es también importante ejercer una conveniente supervisión sobre la distribución de folletos y demás material.
I. GRUPOS DE TRABAJO CONJUNTO
71. Dado que la Iglesia Católica como tal tiene relaciones formales con estructuras eclesiásticas de otras iglesias y comunidades o con otras organizaciones ecuménicas, tanto la deferencia como lo intereses del progreso ecuménico parecen exigir que los católicos, tanto individualmente como en grupo, tengan en cuenta las relaciones que ya existen, teniendo en cuenta su límite y extensión antes de tomar contacto personalmente con tales estructuras..
Un ejemplo podría ser el Concilio Ecuménico de las Iglesias. Aquí tanto la relación que se establece entre las personas como la colaboración vienen organizadas por un grupo conjunto de trabajo creado oficialmente por la Iglesia Católica y el Consejo Mundial de Iglesias. Toda colaboración católica con el Consejo Mundial de las Iglesias debe situarse dentro del contexto de la política marcada por este grupo de trabajo conjunto. Por esta razón, si se quiere entrar en contacto con el Consejo Mundial a través de su dirección en el Centro Ecuménico de Ginebra, hay que hacerlo consultando al secretariado para la unidad de los cristianos, que en Roma es el cuerpo responsable de el grupo de trabajo conjunto por parte católica. Te podrían tomar ejemplos parecidos de las situaciones locales o nacionales.
J. JUNTOS DE CARA AL MUNDO
72. La Renovación no sería verdadera si no dirigiera "plenamente" sus actividades tanto hacia su propia vida interior como hacia el mundo exterior, es decir, si no se propusiera ser un instrumento de vitalidad interna y, al mismo tiempo, evangelizar y servir al mundo.
El cenáculo es un lugar en el que los cristianos tienen que permanecer en oración mucho tiempo para estar abiertos al Espíritu, pero de donde han de salir, como los apóstoles a convertir el mundo y servir a los hombres. La oración debe conducir a la acción y concretarse en caridad activa. (4)
El teólogo protestante Clark H. Pinnock, profesor de la Facultad Teológica de Hamilton, Ontario, escribe con gran acierto:
"Dado el resurgir de dones espirituales extraordinarios como el don de curación y de profecía, es fácil el desarrollo de la "carismanía", una enfermedad en la que se da demasiada importancia a los dones espectaculares y desacostumbrados hasta el punto de menospreciar los talentos humanos ordinarios y los dones corrientes. Hemos de mantener un sano equilibrio.
Sería una lástima que la nueva espiritualidad quedase reducida a una experiencia religiosa sin llevar a un testimonio público y al compromiso... Muy a menudo un compromiso religioso muy válido lleva a apartarse de la sociedad más bien que a estimular un mayor compromiso a su servicio. Tengo la firme esperanza de que la Renovación Carismática estimulará a un mayor compromiso evangélico y social".
Esto es precisamente lo que yo he subrayado y recalcado en mi instancia para que los cristianos de hoy combinen íntimamente su compromiso espiritual y su implicación social en vez de permitir que estas dos fuerzas resulten polarizadas.(5) El autor concluye con estas palabras que yo suscribo plenamente:
"Si los cristianos carismáticos y evangélicos estuvieran juntos comprometidos, como debe ser, por la justicia del Reino de Dios, en el contexto de las sociedades en las que han sido llamados, representarían una fuerza más radical y más redentora que cualquier otro grupo revolucionario que exista. El dinamismo está en esto. Lo que se necesita es una sabia dirección pastoral y aliento.” (6)
Sí, en esto consiste la verdadera revolución cristiana: si la Renovación responde a su vocación y a la profundidad y anchura de su misión, puede abrirse una vida nueva para la Iglesia y para todo el mundo.
74. Esta dimensión apostólica de la Renovación invita a los cristianos a dar un testimonio ecuménico común, particularmente en tierras de misión.
El Vaticano II en el decreto Ad gentes, decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia (n° 15), ha marcado fuertemente esta necesidad:
"En cuanto lo permiten las condiciones religiosas, promuévase la acción ecuménica de forma que, excluida toda especie, tanto de confusionismo como de emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las normas del decreto sobre ecumenismo, en la común profesión posible de la fe en Dios y en Jesucristo, delante de las naciones y en la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos. Colaboren sobre todo con Cristo, su común Señor. ¡Qué su nombre los junte! Esta colaboración hay que establecerla no sólo entre las personas privadas, sitio también a juicio del Ordinario del lugar, entre las iglesias o comunidades eclesiales y sus obras.”
Un inmenso campo de acción común se está abriendo ante los cristianos.
Las directrices pastorales recientemente publicadas por el Arzobispo de Newark, Peter L. Gerety, contienen esta importante orientación:
"Los numerosos problemas que preocupan a nuestras ciudades, a nuestro estado, a nuestro país y a nuestro mundo reclaman los esfuerzos conjuntos de todos los cristianos creyentes y de todos los hombres de buena voluntad, por lo que debemos animar a tal colaboración en todos los niveles.
Pero si tal acción conjunta ha de ser algo más que una alianza temporal para unos fines limitados, debe surgir de una profunda toma de conciencia de nuestros valores comunes, de nuestro patrimonio común, de nuestra fe común.” (7)
El Cardenal Hume de Westminster se hacía eco de este sentimiento en su discurso al Sínodo de la Iglesia Anglicana, en el que subrayaba "la necesidad para la Iglesia de permanecer juntos, de dar un claro testimonio sobre los problemas graves que afectan a la sociedad, y de manera especial los que se refieren a los derechos humanos, la justicia racial, la pornografía y el desarme.” (8)
Estas áreas de preocupación cristiana común son tan grandes como el Corazón de Dios, que desea que sus discípulos lleven el calor y la luz del Evangelio a todos los ámbitos de la humanidad.

7 ECUMENISMO ESPIRITUAL: NUESTRA COMÚN ESPERANZA

A. EL ECUMENISMO COMO ACTITUD ESPIRITUAL
74. Las divergencias que hemos debido expresar por deseo de lealtad podrían dar la impresión de que el ecumenismo es un camino tan lleno de obstáculos que la esperanza de llegar a la unidad visible retrocede sin cesar.
Es importante para reaccionar contra todo derrotismo -para no pecar contra el Espíritu Santo- darse cuenta de que la actitud ecuménica del cristiano es ya, por sí misma, una gracia inmediata, de gran valor.
El éxito del ecumenismo no depende únicamente de saber si un día se llegará a realizar la reunión de los cristianos en un solo Cuerpo. El ecumenismo está triunfando, ya día tras día, si nos lleva a abrirnos mutuamente a los dones y a las riquezas del Espíritu que existen fuera de las fronteras de cada confesión. Su primera finalidad es revitalizarnos a nosotros mismos para luego darnos credibilidad a los ojos del mundo.
El ecumenismo es un movimiento de acercamiento de las Iglesias que debe empujar a cada cristiano a una mayor fidelidad al Señor. Las Iglesias se acercan en la medida en que aceptan ser renovadas. El ecumenismo no es, en primer lugar, una negociación entre las Iglesias, sino un movimiento de renovación evangélica interior.
75. La preocupación ecuménica engendra naturalmente una actitud de honestidad y de respeto del otro. Nadie posee en propiedad el sol de la verdad plena: sólo Jesús es la Revelación definitiva de Dios, y en persona. Llevamos nuestros tesoros en vasos de arcilla, nuestro lenguaje es siempre inadecuado ante la riqueza de los misterios de Dios. La única vía leal hacia la unidad visible que hay que restaurar es sentirse humilde ante la verdad tal como uno mismo la capta y sobre todo tal como la vive. Es incompatible con el desprecio de los demás y la polémica agresiva. Tengo que respetar la conciencia de mi prójimo; le pertenece a él sólo: Dios la penetra y esto basta.
Tengo que respetar lo que mi hermano ve, y comprender toda la parte de verdad de lo que afirma. Nuestras controversias más duras proceden generalmente de nuestra dificultad de mantener al mismo tiempo dos verdades parciales que no se excomulgan. De todos modos, el camino del ecumenismo parte del amor para engendrar la esperanza y llevar a una fe cada vez más fuerte.
B. EL. ECUMENISMO COMO CONVERGENCIA ESPIRITUAL
76. Comprendida así la apertura ecuménica de los cristianos, los invita a desarrollar ya desde ahora un ecumenismo espiritual que ofrece un campo de acción ilimitado y se alimenta de la esperanza teologal más pura.
La expresión "ecumenismo espiritual", como se sabe, ha sido creada por el valiente y modesto pionero de la unión, que fue el P. Couturier. Ha entrado en la Iglesia por la puerta grande, cuando fue reproducida en un texto conciliar: "Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico y con toda verdad puede llamarse ecumenismo espiritual" (Decreto sobre el ecumenismo, nº 8).
Es bueno descubrir la extraordinaria riqueza de la Renovación a este nivel, no solamente porque atraviesa -y, por lo tanto, une -muchas denominaciones cristianas, sino también porque es en profundidad algo que despierta nuestra fe común en el Espíritu Santo, que actúa en la Iglesia.
Hay que repetirlo: no es el "movimiento" carismático lo que importa -en cuanto movimiento depende de muchas contingencias-, lo importante es la "moción" del Espíritu. Y, en cuanto tal, se impone a nuestra atención y a nuestra acogida, por encima de nuestras limitaciones humanas.
Además, el "movimiento" aspira a desaparecer el día en que se consiga su finalidad, es decir, el día en que los cristianos hayan recuperado una fe viva en la dimensión carismática que existe en el corazón mismo de la Iglesia.
Como decía el Padre Michael Scanlan -uno de los líderes de la Renovación en Estados Unidos- en un documento de trabajo:
"Nuestra finalidad no es promover un movimiento: deseamos que el movimiento carismático sea absorbido en la vida renovada de la Iglesia. Nuestra finalidad se identifica con lo que constituye la vida cristiana y eclesial normal, en que cada miembro de la Iglesia es llamado a conocer una relación personal con Jesús, su Salvador y Señor, a vivir con la presencia del Espíritu Santo manifestada en sus dones espirituales, a ser miembro del Cuerpo de Cristo a través de una inserción viva en una comunidad local, y a dar frutos de evangelización y servicio a los hombres."
C. ECUMENISMO Y ORACIÓN
77. La Renovación ha vuelto a poner el acento en la primacía de la oración y, por eso, es también una gracia que se ofrece para vivificar e intensificar todo diálogo ecuménico tanto entre cristianos ordinarios como entre teólogos cualificados.
Hemos podido constatar progresos sorprendentes a nivel de encuentros teológicos. Tales trabajos continúan siendo indispensables. Pero hay que saber que aquí, más que nunca, los hombres -incluidos los teólogos- son "servidores inútiles".
La restauración de la unidad visible de la Iglesia es del orden de 'la gracia de un modo especial.
Es utópico trabajar por el ecumenismo si no creemos en el poder de Dios, que obra -también ante nuestros ojos- milagros de conversión personal y colectiva, milagros de curaciones espirituales.
La restauración de la unidad visible de los cristianos es una labor sobrehumana.
No se puede trabajar eficazmente en el ecumenismo sino creyendo en el poder del Espíritu Santo, que, en la mañana de Pascua, resucitó a Jesús del sepulcro y que permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Sabemos que el Señor está presente allí, donde dos o tres se reúnen en su nombre, y que está doblemente presente junto a los discípulos que buscan la unidad. Sabemos también que, no solamente es Él quien preside los debates, sino que es Él el que tiene la solución de nuestros dolorosos problemas: ha venido para "reconciliar a los hijos de Dios dispersos".
La lógica de nuestra fe debería dictarnos una verdadera actitud de oración. Muchas veces, en reuniones de diálogo con cristianos de otras denominaciones, los católicos ordinarios -y hasta sus mismos pastores- se contentan con "recitar" algunas oraciones estereotipadas, como para aliviar sus conciencias.
Me sorprende, por el contrario, la importancia que se da a la oración en algunos encuentros con nuestros hermanos separados y en los medios católicos tocados por la Renovación. Oración de amplia apertura, improvisada, en sintonía; oración que se inserta a veces a mitad de un debate para pedir la luz del Espíritu y desbloquear los callejones sin salida de nuestras discusiones; oración también de acción de gracias o de arrepentimiento... Todo esto brotando de la fuente y expresándose en voz alta. Parece que a nosotros los católicos nos cueste mucho hablar en voz alta, no de Dios sino a Dios y ponernos juntos a escucharle. ¡Si nuestros teólogos, nuestros pastores, pudiesen como nuestros líderes laicos experimentar este "bautismo en el Espíritu", que es una gracia de renovación interior de gran valor, encontrarían más fácilmente una amplitud de onda común y un gran enriquecimiento!
78. En 1971, Monseñor Hamer, cuando aún era secretario del Secretariado Romano para la Unidad de los Cristianos, escribía, hablando de los primeros contactos con los Pentecostales clásicos:
"Las posibilidades abiertas en este campo atraen nuestra atención sobre la importancia de los valores espirituales de este nuevo diálogo. Es en el campo de la oración, de la vida religiosa interior, de la meditación contemplativa, donde encontraremos nuestro punto de unión. Este campo, que es del ecumenismo espiritual, tomará a mi parecer, una mayor importancia en la óptica total para buscar la unidad de los cristianos.” (9)
Por otra parte, un teólogo, el Padre Tillard, O.P., que es uno de nuestros mejores ecumenistas, insistía recientemente, con toda razón, en la dimensión mística del trabajo teológico.
"Si miro a la situación presente, estoy cada vez más convencido de que nuestro primer paso ecuménico debe ser lo que yo llamaría nuestro común encuentro espiritual". ¿Y por qué? ...precisamente por la importancia de la reconciliación, que se sitúa en el corazón del misterio cristiano. La reunión de dos iglesias separadas no es un proceso mecánico. No resultará únicamente de la discusión teológica, ni por el camino de la autoridad oficial. Esencial y primariamente es una realidad espiritual. En este campo el factor dominante y sin duda decisivo será la conversión y las virtudes del corazón... Nuestra reconciliación será verdadera, nuestra unidad total, si se prepara espiritualmente y si se recibe espiritualmente. En otras palabras, la reunión de los cristianos tiene una dimensión mística.” (10)
De esto es ciertamente de lo que trata el ecumenismo: encuentro en la oración -no formalista o como para salir del paso-, sino en oración prolongada y común, que brote de la fuente, en atmósfera de Cenáculo.
Conversión y amor son las dos puertas que dan acceso a este Cenáculo ecuménico. La conversión nos vacía de nosotros mismos, y el amor es ya comprensión del otro.
Al despertar en nosotros el sentido del poder del Espíritu, de sus dones de sabiduría, de discernimiento, de interpretación, la Renovación Carismática nos ofrece con naturalidad la dimensión mística ecuménica, en la que tanto la teología como la Iglesia encuentran su alma más profunda.
D. ECUMENISMO ESPIRITUAL Y EL PUEBLO CRISTIANO
79. Estos últimos años se han cubierto importantes etapas para llegar a "restaurar la comunión perfecta entre las Iglesias cristianas" (la expresión es del Arzobispo Ortodoxo Melitón, dirigiéndose al Papa).
Las visitas recíprocas de los Jefes de las Iglesias separadas -encuentros en Roma, Estambul, Jerusalén- han creado un clima de apertura y optimismo que suscita, al mismo tiempo, esperanza e impaciencia.
Las comisiones teológicas conjuntas -nacionales o internacionales- han elaborado recientemente declaraciones comunes -Windsor, Canterbury, Venecia- y han allanado el terreno de las controversias, quitado las ambigüedades, desbloqueando los callejones sin salida. Todo esto es obra de la Luz y de la Gracia.
Pero tales esfuerzos no pueden llegar a su término, si el pueblo cristiano mismo no se siente vitalmente implicado en ellos.
Un "acuerdo en la cumbre", entre jerarquías, que no fuese ratificado, de derecho lo mismo que de hecho, en el alma del pueblo cristiano, sería tan platónico como el acta final de la Conferencia de Helsinki, firmada en 1975 por los delegados de treinta y cinco países, reconociendo sobre el pergamino el derecho de cada uno de "profesar y practicar, solo o en común, una religión o una creencia".
Ya hubo una unión en la cumbre en el siglo XV, en el Concilio de Florencia, entre Roma y las Iglesias Ortodoxas. La reconciliación oficial no tuvo futuro: no fue asumida por el pueblo cristiano y no sobrevivió a los avatares políticos de la época. Hay que recordar este precedente que no debemos olvidar.
Lo mismo hay que decir de los acuerdos teológicos, por más indispensables y fructíferos que sean: las controversias que se esfuerzan en esclarecer tienen sus raíces en un pasado demasiado lejano y demasiado complejo para nuestros contemporáneos. Nuestros jóvenes se impacientan ante lo que -equivocadamente les parecen discusiones estériles, y las jóvenes Iglesias de Asia o de África se reconocen -con razón- completamente ajenas a este pasado europeo o bizantino, que no afecta su continente.
Para que tenga éxito, la reconciliación de los cristianos debe ser llevada, sostenida, vivida por toda la Iglesia. El ecumenismo debe ser una ola profunda, que levante al pueblo de Dios. Una semana de oración común por la unidad, una vez al año, es poca cosa para sensibilizar a la comunidad cristiana.
Compete a las autoridades religiosas el reconocer, acoger, promover y encarnar los movimientos colectivos que el Espíritu da a la Iglesia. Debe autentificarlos, ayudarles a ir por el buen camino, integrarlos en el don global de la Iglesia, para poder devolverlos al pueblo de Dios ajustados, vivificados, enraizados, asimilables y "ungidos".
La restauración de la unidad de la Iglesia debe ser un esfuerzo eclesial, de lo contrario no se llegará a realizar. Para que tome plenamente conciencia de esta misión, es preciso que el pueblo cristiano sienta, como una llaga, el sufrimiento y la humillación de nuestro desgarre eclesial. Que se sienta interpelado, aun hoy, por el grito de angustia del sabio y célebre cardenal Bessarión -el cardenal Bea de su época- que, después del fracaso del Concilio de Florencia, en el siglo XV, escribía:
"¿Qué excusa podemos dar para justificar nuestra negativa ante la unión?
¿Qué respuesta daremos a Dios para justificar esta división de hermanos, cuando sabemos que el Verbo bajó del cielo, se hizo carne y fue crucificado precisamente para reunirnos y hacer de nosotros un solo rebaño?
¿Cuál será nuestra excusa ante las generaciones futuras, por no decir ante nuestros contemporáneos?" (11)
¡Es difícil creer que este texto se escribió hace más de cinco siglos!
Es necesario que el pueblo de Dios manifieste su arrepentimiento ante un escándalo de división que ha durado ya demasiado. Debe apropiarse los sentimientos que expresaba Juan XXIII cuando recibió en audiencia a los observadores no católicos presentes en el Vaticano II:
"No tratamos de entablar un juicio al pasado, no necesitamos probar quién tuvo razón y quién estuvo equivocado. Sólo queremos decir esto: Unámonos. Pongamos fin a nuestras divisiones".
Y Pablo VI no hacía sino expresar estos mismos sentimientos de humilde contrición y de pesar cuando recientemente, al recibir al Metropolita Melitón de Calcedonia, presidente del santo Sínodo del Patriarcado de Estambul, se arrodilló de repente ante él para besarle los pies.
¡Que el pueblo de Dios dé testimonio también de una dolorosa impaciencia! Hay que recordar la palabra penetrante de Eugene Blake, el antiguo secretario general del Consejo Ecuménico de las Iglesias: "No olvidemos que el movimiento ecuménico debe mucho a la impaciencia. Se puede decir que no se ha dado ningún paso importante hacia la unidad cristiana sin que haya estallado en algún lugar un salto de santa impaciencia.”
E. EL ECUMENISMO DE LA AMISTAD
80. El trabajo de acercamiento debe seguirse a todos los niveles. Hay uno que no atrae la atención pública, pero que tiene tanto mayor valor cuanto es accesible a todo cristiano que vive en contacto cotidiano con hermanos de otras Iglesias. No todo el mundo es llamado a levantar puentes, pero no hay que olvidar las pasarelas. Todo lo que acerca, alivia la atmósfera, hace caer los prejuicios, es una gracia ecuménica. Este ecumenismo por la amistad ha sido vivido -con la fecundidad de todos conocida- por Lord Halifax y el P. Portal: éste último, en el último discurso público que pronunció (1925), nos legó su testamento espiritual con estas palabras:
"¿Se me permitirá decir a los de hoy y a los de mañana que existe un medio de centuplicar las fuerzas? Quiero hablar de la amistad. Un amigo, un verdadero amigo, es un don de Dios, aunque sólo aparezca la dulzura de estar unidos en la alegría y en el dolor. Pero si encontramos un alma que corresponde a nuestras aspiraciones más elevadas, que considera como el ideal de su vida el trabajar por la Iglesia, es decir, por Jesucristo, nuestro Maestro, la unión se realiza en lo más profundo. Y si ocurre que estos dos cristianos están separados, que pertenecen a Iglesias distintas, a medios ambientes distintos, pero que quieren con todas sus fuerzas hacer caer las barreras, y para esto se entienden en la acción, ¡qué gran poder no van a tener!” (12)
Esta invitación es válida para los cristianos de toda condición: deben extender la mano a sus hermanos, especialmente a los que, bajo tantos aspectos, son cercanos en la te. Tal ecumenismo, al alcance de todos, humilde y concreto, hará caer los muros de los prejuicios y adelantará la hora de la reconciliación fraterna.

F. ENCUENTRO EN LA ORACIÓN ECUMÉNICA

81. A raíz de una feliz iniciativa privada, los cristianos de diversas confesiones tienen la costumbre de celebrar juntos la Semana de la Unidad, que se extiende del 18 de enero, fiesta de la Cátedra de San Pedro, al 25 de enero, fiesta de la conversión de San Pablo.
¿No se podría estimular y ampliar esta iniciativa por otros caminos?
¿No podríamos las autoridades responsables de las Iglesias cristianas estudiar un proyecto de este tipo y buscar juntos las mejores formas de realizarlo?
1. Un llamamiento del Consejo Ecuménico de las Iglesias.
82. Estaban ya escritas estas líneas cuando nos hemos enterado de un importante llamamiento hecho por el Consejo Ecuménico de las Iglesias; he aquí el texto según figura en la relación del Pastor Lukas Vischer: "Permitidme, pues, someteros una segunda proposición de la Comisión de Fe y Constitución. La V Asamblea de Nairobi ha hablado mucho, de la necesidad de la intercesión mutua entre las Iglesias. La comunidad, en el seno del movimiento ecuménico, debe concebirse como comunidad de intercesión solidaria. Aun cuando las Iglesias no están todavía en condiciones de reconocer la comunidad plena y completa, pueden anticiparla en la oración. Pueden interceder en favor de las demás Iglesias durante el culto en la oración personal. ¿Por qué no practicar esta intercesión de forma más explícita y más regular? ¿Por qué no hacerla a lo largo de todo el año y no solamente durante una breve semana de oración, en el mes de enero o en Pentecostés? ¿Por qué no de forma concreta, nombrando las Iglesias y no solamente en general? La Comisión de Fe y Constitución está estableciendo un calendario que da oportunidad a lo largo de todo el año de interceder cada semana en favor de las Iglesias de una región particular. Estará preparado el año próximo y las Iglesias que lo quieran lo podrán adoptar. Como el Secretariado para la Unidad de los Cristianos de Roma nos ha prometido su colaboración, la Iglesia Católica Romana participará en esta comunidad de intercesión.
Puede parecer evidente, demasiado evidente. Pero me parece que esta comunidad de intercesión constituye la condición del consentire de las Iglesias, y parte de un consensus entre ellas. Un solo bautismo, una sola eucaristía, y el reconocimiento mutuo de los ministerios van a nacer de esta comunidad. Por otra parte, ¿no es la intercesión una dimensión esencial de la celebración del bautismo, de la eucaristía y de la ordenación'? Cada bautismo -nosotros añadiremos cada confirmación-, cada eucaristía, cada ordenación podrían convertirse desde ahora en la ocasión de acordarnos de quienes han recibido el mismo bautismo, de quienes celebran la misma Cena y luchan al servicio del mismo Evangelio. Pablo empieza casi todas sus epístolas asegurando a los destinatarios que se acuerda de ellos en la oración, y en casi todas hace que se acuerden de él. Esboza así la imagen de una Iglesia en la que todos los miembros están unidos unos a otros por la intercesión y se fortalecen mutuamente en el "compartir el Evangelio.” (13)

2. Un llamamiento del Papa Pablo VI.
83. Por su parte, Pablo VI, en la audiencia del 18 de enero de 1978, volvía sobre la imposibilidad humana de resolver el problema de la unidad, sobre el "deber, podríamos decir constitucional, para todos los cristianos de estar unidos entre sí, al ser, según la voluntad de Jesucristo, una sola cosa y sobre la necesidad de nuestra oración común.
"Esta oración por la unidad es vista a trasluz, una confesión de nuestra imposibilidad para conseguir, solamente con medios humanos, el objetivo que se nos fija de antemano: "Sin mí, nada podéis hacer.”
Ha llegado el momento de reflexionar sobre las palabras del Señor, a fin de dirigirle nuestra oración con mucha mayor confianza. ¿Qué no puede obtener la oración? ¡Aquí está la esperanza secreta para la reconstrucción de la unidad entre los cristianos!" (14)
3. Una sugerencia: Un encuentro en Pentecostés.
84. Para dar cuerpo a estos llamamientos, una de las personalidades más importantes del Pentecostalismo, el Secretario General de las Pentecostal Holiness Churches, nos ha ofrecido una realización concreta. En un encuentro en Roma, en que estaba con ocasión de un diálogo entre pentecostales y el Secretariado romano para la Unidad, Vinson Synan, me habló con entusiasmo de un proyecto de oración ecuménica, del que el Pentecostés anual podría ser a la ocasión y el lanzamiento. Me escribió sobre esto y desde entonces habló públicamente.
He aquí algunos elementos de su proposición que merecen, creo yo, una gran atención:
“1. En todo el mundo, todas las Iglesias propongan el domingo de Pentecostés cono días de la celebración ecuménica. Sería “una fiesta aniversario” por el nacimiento de la Iglesia, en la que se recordaría y se subrayaría la venida del Espíritu Santo.
2. La semana de la Unidad en enero no ha tenido el impacto deseado: sería más fácil pensar y preparar el domingo de Pentecostés. Es una de las grandes fiestas de la Iglesia y debería tomar su importancia junto con la Navidad y Pascua como celebración grande para todo el pueblo cristiano.
3. la celebración sería por la tarde o por la noche de modo que la gente pueda seguir sus propios cultos por la mañana y reunirse más tarde en un lugar céntrico. La celebración no comportaría eucaristía para evitar problemas relativos a la intercomunión.
4. Las celebraciones partirían de la población de las ciudades del mundo. No se realizarían donde no hubiese suficientes ideas u organizaciones. Pero donde fuesen posibles, las grandes celebraciones del domingo de Pentecostés suscitarían el interés y el entusiasmo en las demás ciudades vecinas. Con el tiempo, el conjunto del mundo cristiano se encontraría anualmente enriquecido por la reunión, el domingo de Pentecostés, de creyentes de todas las denominaciones, para proclamar que “Jesús es el Señor en el poder del Espíritu Santo.
5. Estas celebraciones serían ocasión para dar testimonio a la Iglesia y al mundo de la efusión del Espíritu Santo “sobre toda carne” en estos días. La alegría contagiosa y la fuerza del Espíritu Santo refluirán por las Iglesias y serían para ellas una gran bendición.

6. De estas celebraciones surgiría un nuevo nivel de unidad entre las Iglesias cristianas como respuesta a la oración de Jesús: “que sean uno, como mi Padre y yo somos uno.” La unidad del Espíritu debe manifestarse antes que se pueda ver alguna forma de unidad a nivel de las estructuras. Estar juntos al mismo tiempo y en el mismo lugar (como en el Cenáculo) curaría todas las divisiones que han roto durante siglos el Cuerpo de Cristo. El testimonio de la unidad cristiana sería uno de los frutos de tal celebración.
7. La causa del Evangelio se encontraría reforzada por tales testimonios de unidad en Cristo por el Espíritu Santo sería un signo para los cristianos para que pudiesen creer.”
Esta sugerencia intenta poner al mismo tiempo un gesto profético y anticipar ya la esperanza ecuménica. Quizá la Renovación Carismática, que reúne ya cristianos de muchas denominaciones, podría intentar un primera experiencia, que podría ser universalizada a continuación y asumida por todos los cristianos, carismáticos y no carismáticos.
Es una vuelta –en Espíritu- a nuestro punto de partida: el cenáculo de Jerusalén en que nació la iglesia visible la mañana de Pentecostés.
Los cristianos se encontrarían así de nuevo en el hilo recto de su común historia en que "todos, con un mismo corazón, eran constantes en la oración, con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús..." (Hch 1, 14). (15)
CONCLUSIÓN

85. Nuestro viaje ecuménico ha llegado a un momento crucial, a un punto decisivo: un nuevo soplo de vida atraviesa la atmósfera. Después de cuatro siglos de ruptura, -hablo del mundo de la pos-Reforma- con todas sus secuelas de desconfianza, rivalidad, odio y excomuniones, la marea negra se retira de nuestras playas contaminadas.
Ésta es una gracia increíble. No hay palabra para expresar adecuadamente todo lo que el ecumenismo de la Iglesia Católica debe al Papa Juan XXIII, al Concilio Vaticano II, y a Pablo VI.
Mediante unos esfuerzos así de firmes es como se realiza la unidad. A veces pueden parecer insuperables los obstáculos para la unidad, pero hoy día algunos cristianos se sienten tentados a exagerar en la dirección opuesta: como el avestruz que entierra su cabeza en las arenas ante el peligro, ellos piensan que el ecumenismo no encierra problemas de ninguna clase, y rehúsan enfrentarse con los obstáculos doctrinales que todavía quedan por superar,
"¡Los glaciares se han fundido, pero los Alpes permanecen!", dice un comentador. No, digamos más bien que estamos perforando túneles a través de la montaña y derribando los bloques desprendidos, aunque todavía no hemos llegado a cielo abierto.
Para llegar a aquel cielo es preciso que todo el pueblo de Dios intensifique su apertura al Espíritu y renueve la fe en su indefectible poder. La Renovación Carismática puede actuar como poderoso fermento para levantar al pueblo cristiano en la esperanza ecuménica.
Estamos a las puertas de tercer milenio cristiano:
- El primer milenio fue fundamentalmente, a pesar de las crisis y perturbaciones, el milenio de la Iglesia indivisa;
- el segundo milenio estuvo marcado por la dolorosa ruptura de los siglos XI y XVI;
- el tercer milenio ve por ciertos signos que alborean en el horizonte -entre los cuales la Renovación Carismática es especialmente portadora de esperanza- que la restauración de la unidad visible está próxima.
86. El ecumenismo es obra del Espíritu Santo: es preciso que humilde y abiertamente nos abramos a su soplo, que nos rindamos a su acción y creamos en su presencia activa entre nosotros y en cada uno de nuestros hermanos.
Vladimir Sólovieff, aquel genial precursor del ecumenismo, escribía en el siglo XIX:
"Para acercarnos unos a otros tenemos que hacer dos cosas: la primera es asegurar e intensificar nuestra unión íntima con Cristo; la segunda es venerar, en el alma de nuestro hermano, la vida activa del Espíritu Santo que permanece en él.”
Debemos tener la osadía de creer en la fuerza creativa del Espíritu. Volvamos a leer la asombrosa historia de aquellas pocas mujeres que, al amanecer en la mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Jesús. Se pusieron de camino cuando aún era de noche.
Sí, aún era de noche, tanto a su alrededor, como en sus propios corazones; la noche no se había disipado aún completamente en el exterior, apenas si podían distinguir el camino y el paisaje, y quizás sus pies tropezaban con los ásperos guijarros del camino. Aún era de noche dentro de sus corazones, apesadumbrados por los tristes recuerdos de los sufrimientos del Crucificado, pues con Él habían sufrido el interminable camino de la Cruz.
Sin saber demasiado qué iba a pasar -el amor no necesita explicaciones ni planes preestablecidos- tomaron consigo unos aromas y perfumes.
Iban obsesionadas por una pregunta -después de todo, la primera pregunta práctica: "¿Quién nos retirará la piedra del sepulcro?" (Mc 16,3).
Saben que es pesada, aquella piedra sepulcral,
demasiado pesada para sus manos.
No tienen más que la fuerza necesaria para llevar perfumes
y embalsamar el cuerpo del Maestro.
Perfumes y una vaga e indefinible esperanza.
Pero he aquí que se paran bruscamente.
La piedra ha sido removida,
los lienzos están arrancados.
El sepulcro está vacío.
Imagen del encuentro de la fe y la esperanza,
en el que el Espíritu nos precede y hace estallar su poder.
Hemos llegado al alba indecisa de una gran esperanza.
Nosotros, también, aún tenemos que caminar en la oscuridad de la noche.
Algunas piedras del camino pueden herir nuestros pies.
Y hay preguntas que no tienen aún respuesta firme.
Peregrinos del Ecumenismo, ¡tened ánimo y perseverad!
No tenéis derecho a deteneros a medio camino:
la fe os empuja a confiar en Dios, maestro de lo imposible.
Esto debe bastaros.
Tenemos la ventaja sobre las santas mujeres
de vivir en la luz de la aurora pascual,
y de llevar ya en lo secreto de nuestro corazón y de nuestra esperanza la respuesta a la pregunta crucial:
"¿Quién nos retirará la piedra del sepulcro?"


NOTAS:
(1) María y Navidad, audiencia general del 21 de diciembre de 1977. Cf. Doc Cath., 15 de enero 1978 (L’Osservatore Romano, 22 de diciembre de 1977).
(2) MAX THURIAN, L'essentiel de la foi, p. 68
(3) Ecumenical Collaboration at the Regional, National and Local Levels, p. 27
(4) CARDENAL L. J. SUENENS, Essays on Renewal, Ed. Servant Books, Ann Arbor 1978. Hay un capitulo dedicado a la necesaria unidad entre el aspecto espiritual y el aspecto social de la Renovación bajo el título "Charismatic Christians and Social Christians", pp. 71-76. Este capítulo lo ha publicado también la Documentation Chatotique, 4 de enero 1976.
(5) Ibid. Pp. 71-76.
(6) CLARK H. PINNOCK, An Evangelical Theology of the Charismatic Renewal, en la revista "Theological Renewal", Fountain Trust, Londres, octubre-noviembre 1977.
(7) Newark Guidelines, en "Origins", N.C. Documentary Service, 9 de febrero de 1978, p. 535.
(8) Cf. "The Catholic Herald" del 3 de febrero 1978. En relación con esto mismo se puede ver Common Witness and Proselytisme, el documento publicado por el Grupo Conjunto de Trabajo que comprende representantes del Consejo Mundial de las Iglesias y de la Iglesia Católica Romana, y que está citado en el capítulo VI de este estudio, nota 1. Puede verse también en Doc Carh., n° 1575, 6 de diciembre de 1970, p. 1081.
(9) Citado en Unité Chrétienne, noviembre 1977, pp. 54-55.
(10) P. TILLARD, The Necessarv Dimension of Ecumenism, en la revista "Origins", octubre 1976, p. 250.
(11) Citado en La Documentation catholique, 21 agosto 1977, n° 1725, p. 746.
12 (4) Citado en Unité chrétienne, n° 42, mayo 1976, p. 88
(13) La Docurnentation catholique, n° 1734, 15 de enero 1978, p. 68.
(14) Ecclesia, n° 1872, 4 febrero 1978, p. 133.
(15) En 1897, León XIII pidió ya una novena anual por la unidad de la iglesia, entre la Ascensión y Pentecostés.
En 1913 la comisión "Fe y Constitución" de la Iglesia Protestante Episcopaliana difundió un texto en favor de una oración universal por ya unidad el domingo de Pentecostés, y en 1920 la conferencia preparatoria de "Fe y Constitución" en Ginebra decidió lanzar un llamamiento por una semana especial de oración por la unidad de la Iglesia que terminaría en Pentecostés.
Sólo en 1941 "Fe y Constitución" modificó sus fechas en favor de la octava de enero.